lunes, 29 de noviembre de 2010

Estado de embole

El sábado pasado escribí un post pedorrísimo aún para los estándares que fervientemente mantengo desde hace cuatro años y medio acá en La Bestia, y si bien no es la primera vez que me encuentro tan seco de ideas que recurro a estos artilugios, creo que al menos tengo que explicar un poco el por qué de mi sequía.

Qué quieren que les diga, se trata de una cuestión de desgano. No hablo de un desgano procedente de la simple pachorra, de esos que nos hacen posponer horas, días o semanas lo que tenemos que hacer, sino otra clase de desgano anímico.

No pretendo que las sartas de cosas que escribo y subo los sábados vayan a cambiar el destino de este país y si llegara a tener por un segundo esa idea, ya estaría pidiendo un cuarto de paredes acolchadas en el Borda, pero la verdad es que nada te quita las esperanzas como ver cómo las cosas van de mal en peor, tanto en perversión como en banalidad, sin que a los perpetradores se les mueva un pelo de vergüenza y a los espectadores un pelo de indignación.

Y es siempre la misma historia; hay un atropello o un delito evidente, o una muestra de lo degradado que está este país, a nadie se le mueve un pelo salvo a algunos críticos que ya parece que lo hacen por fuerza de hábito, el resto del mundo sigue viendo Tinelli y así se queda todo hasta el siguiente. Los políticos siguen siendo iguales: delincuentes, incompetentes, caraduras y pijoteros, y lo demuestran cada día más, y todo sigue exactamente igual. A veces hago el esfuerzo de releer posts míos de hace dos o tres años y me encuentro leyendo cosas que escribí con la misma indignación y bronca de siempre sobre eventos que ya olvidé por completo.

Qué quieren que les diga, a veces aburre. A mí, ahora, me está aburriendo. Y no hay nada más desesperante que querer escribir algo cuando no se tiene la menor idea del tema. No es que piense dejar de escribir, al contrario, al menos es lo menos que uno puede hacer para mantener la cordura en un país que parece haber decidido colectivamente perder todo sentido de la razón.

Bueno, era eso nomás, pensé que merecían una explicación después de mi post inenarrablemente pelotudo del sábado. Espero que la próxima me encuentre un poco más despierto.

Saludos.

sábado, 27 de noviembre de 2010

Boludeces


¿Un mensaje de ultratumba, tal vez?



Ya sé, no es nada original y ni siquiera son cosas nuevas, pero no logro dar pie con bola hoy y la cabeza no me está andando bien, debe ser por el calor... en cuanto pueda escribir algo coherente, lo subo, pero hoy no va a ser ese día.


miércoles, 24 de noviembre de 2010

Reflexiones "depre"

Esto viene un poco demorado, ya que hubiera sido más apropiado postearlo después de los múltiples bochornos de las semanas pasadas en la Cámara de Diputados, de los que excluyo el soplamocos de Camaño a Kunkel; nunca en la historia argentina hubo un sopapo tan largamente demorado y tan apropiadamente aplicado a alguien tan merecedor del mismo.

A partir de comprobar cómo la oposición, que ya tenía serios problemas para encontrar su culo con un GPS y los mapas ruteros del ACA, parece desmoronarse tras la defunción de Nefástor, empiezo a pensar que eso fue lo mejor que nos podía pasar.

Si todo lo que tenía la oposición para mantenerse medianamente firme era el recelo hacia una persona y si lo único que hacía falta para que se viniera todo el armado abajo era la muerte de esa persona, tanto mejor para todos es que haya pasado cuando todavía falta cosa de un año para las elecciones. Imaginen lo que podría haber pasado si así como estaban antes del 27 de octubre llegaban al gobierno en 2011 (más por errores del oficialismo, porque lo que se dice méritos, la oposición dista de tenerlos) y se quedaban sin el cuco de Néstor gobernando desde las sombras.

Quién dice, hasta es posible que los muchachos de la oposición consigan juntar neuronas y armar algo medianamente coherente, aunque en lo personal me conformo con que dejen de dar lástima.

Quizás sea mi pesimismo cíclico, pero viendo el comportamiento de los pichones de dirigentes políticos que se ponen un traje de presidenciables que les queda muy grande, me viene a la memoria aquella famosa frase de 1897 con la que Lisandro de la Torre expresó su frustración con los opositores al roquismo: "Merecemos a Roca".

Me caben pocas dudas de que, de estar vivo hoy para ver a nuestra oposición, don Lisandro sentenciaría que merecemos a los Kirchner.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Elecciones por jurados

El otro día me crucé con un artículo del satirista político norteamericano P. J. O'Rourke llamado "I Think We Lost the Election" ("Creo que perdimos la elección") en el que postula que quizás le haría bien a la democracia que los candidatos a cargos públicos, o por lo menos los precandidatos en primarias e internas, sean elegidos mediante un sistema de jurados, es decir, sorteados de entre la población general.

La nota en sí, que se las traduzco más o menos fielmente acá abajo, es satírica, claro está, pero tiene algunos puntos que valen la pena; el principal es el riesgo que representa el tener en el poder a gente a la que le gusta el poder, y que quizás lo mejor sería ser gobernados por gente que no tuviera interés alguno en la función pública.

Bueno, acá va, espero que la disfruten.

Creo que perdimos las elecciones el 2 de noviembre. Todas las contiendas fueron ganadas por políticos. Cierto, elegimos a algunos locos enojados. Esos son preferibles antes que los políticos comunes. Su enojo provoca honestidad, y su enfermedad mental impide que la honestidad se vea oscurecida por el encanto. También elegimos algunos políticos amateurs. Sin embargo, la política es como la vivisección: perturbadora como carrera y alarmante como hobby. Y tal vez hemos elegido a algunos políticos reticentes. Pero no lo bastante reticentes.

Habremos ganado una elección cuando todos los escaños en la Cámara y en el Senado y la silla detrás del escritorio en la Oficina Oval y todas las bancas de la Corte Suprema estén ocupados por personas que desearían no estar allí.

En un país libre el gobierno es una responsabilidad aburrida y costosa. Es una reunión entre padres y maestros. El maestro es un imbécil pomposo. Nuestro hijo es una molestia indolente. Sobrellevamos esta obligación social con agotadora reticencia. Y sólo lo hacemos porque el maestro (la autoridad política) merece miradas frías, preguntas difíciles y tal vez un despido, y porque el alumno (esa porción de la sociedad que, desgraciadamente, necesita ser gobernada) merece ser castigada sin televisión, con acceso supervisado a Internet y la mensualidad retenida.

Los funcionarios electos y designados de los Estados Unidos deberían anhelar el volver a sus vidas personales e intereses privados. Deberían sentirse abrumados por sus poderes, irritados por sus responsabilidades, y avergonzados por su prominencia ante el ojo de la sociedad. Cuando dicen que desearían pasar más tiempo con sus familias, deberían querer decirlo en serio.

¿Pero cómo podemos obtener una cofradía de ciudadanos valiosos que se estremezcan de infelicidad por sus honores y dignidades? Dado que la política tiene todavía más en común con la guerra que con la vivisección, podríamos reclutarlos. Esto funcionó bastante bien en la Segunda Guerra Mundial. Los miembros jóvenes y hábiles de la Generación Más Grande seleccionados al azar desempeñaron sus deberes de manera admirable. Claro que en Vietnam, no anduvo tan bien con los miembros de la subsiguiente Generación Notanbuena. O, debería decirse, funcionó bien para los nordvietnamitas.

Tal vez podríamos usar nuestras loterías estatales, que son populares. El gran ganador recibiría millones de dólares por escoger bien, y el gran perdedor recibiría una banca en el Senado por elegir mal. El problema es que la gente que juega a la lotería no es conocida precisamente por sus habilidades matemáticas.

De hecho, tenemos una solución a nuestros problemas y la hemos tenido desde hace décadas. Un jurado de nuestros padres es la institución más antigua de libertad política. Seamos gobernados por un jurado. Esto no es una solución rápida o infalible. Le tomó a un par de jurados algunos años para meter a O. J. Simpson en la cárcel. Pero los jurados trabajan lo bastante bien como para haber subsistido desde la época de la Carta Magna, mientras que las campañas políticas son más bien breves.

¿Serían mejores los jurados que los políticos? ¿Preferiría usted enfrentarse a una selección miscelánea de los perros de sus vecinos o a una jauría de Rottweilers criados durante generaciones para atacar la libertad y custodiar el privilegio?

Los miembros de un jurado serían menos experimentados que los actuales ocupantes de cargos públicos. ¿Pero qué experiencia que la gente común y corriente no haya tenido es necesaria para reconocer lo bueno y lo malo?

Los jurados serían ignorantes respecto de las cuestiones legislativas y regulativas. ¿Pero no lo somos todos? ¿Quién exactamente de entre todos los miembros del actual Congreso y de la Casa Blanca ha leído las 906 páginas de la Ley de Protección al Paciente y Cuidado Sostenible? Imaginen una audiencia en el Congreso en la que los legisladores se callaran y escucharan y realmente quisieran aprender algo.

Ciertos individuos en los jurados serían inocentes y fácilmente manipulables por intereses especiales. Podrían hasta ser ladrones. Esto ya ha pasado en Washington. ¿Pero quién es más peligroso como ladrón, el ladrón que sabe todo acerca de tus bienes y dónde los escondés o el ladrón que nunca ha estado en tu casa antes?

Por supuesto, no existen las reformas fáciles a un sistema político afianzado desde hace tiempo, excepto ésta. Los principios de la selección por jutados son lo bastante simples como para aplicarlos a la democracia representativa, al menos en lo que hace a nuestros funcionarios electos. No tendríamos que cambiar la Constitución, sino sólo los procesos de nominación de candidatos en los partidos Demócrata y Republicano, que ya son tan desastrosos que cualquier cambio acarreraría ínfimas controversias.

Hay un registro de jurados en cada distrito político. Llamemos a miembros de ese registro para tareas de jurado, es decir, de precandidato. Que los votantes en las primarias hagan de fiscales, abogados defensores y jueces, excusando a algunos y retirando a otros. Cuando el listado haya sido purgado hasta un tamaño razonable, entonces los votantes de la elección general elegirían al que quisieran. Nada impediría que los políticos comunes y corrientes se presenten por terceros partidos o campañas personales. Pero se los identificaría fácilmente por lo que son: políticos.

Entonces sabremos que ganamos una elección: sabremos que ganamos cuando cada candidato elegido comience su discurso de aceptación diciendo: "¡Oh, m---da!"

sábado, 13 de noviembre de 2010

Los escombros de Néstor

Si hay algo que queda claro a dos semanas de la entrada de Néstor Kirchner al Valhalla Nac&Pop, es que su muerte dinamitó el sistema político argentino y que todavía estamos esperando a que los escombros caigan para ver qué se mantiene y qué cambió.

Que estén haciendo patéticos intentos de armar un culto berreta a la personalidad de Néstor a través de ponerle su nombre a avenidas, obras públicas, edificios y torneos de fútbol indica una necesidad espantosa de mantener vivo al muerto, bien a tono con esa necrofilia tan argentina y peronista que tenemos.

Quizás sea porque la heredera del muerto no está haciendo un gran trabajo de mantener alineada a la tropa. Como se cansaron de decir por estos días, a Cristina no le interesa mucho el rosqueo político diario, no le da por ir con la libretita de Néstor a todas partes y lo suyo no es llamar a diputados y gobernadores para que se queden en la fila. Ella está para lo bello, para las cumbres internacionales, para darle cátedra a los países del G-20 sobre la importancia de diagnosticar correctamente las enfermedades económicas cuando su propio gobierno niega la existencia de la inflación.

Y se nota esa falta de interés, porque la tropa se le está retobando y desbandando. Para empezar, el hecho de que los ministros estén peleándose públicamente y desautorizándose los unos a los otros, cosa que era impensable en tiempos del Virolo que les hacía pedir permiso hasta para ir al baño. De no ser porque los que pagamos las consecuencias del debate somos aquellos a los que la plata cada día nos rinde menos, sería cómico ver a Boudou y a Aníbal Fernández peleándose por la existencia o no de la inflación y su impacto.

Ni hablar de cómo ya parece imposible contener los espasmos de nuestro Gansiller (me gustó ese título que le pusieron en El Opinador Compulsivo) Héctor Twitterman, que anda ahora de muchacho de unidad básica gritando "Andate Cobos la puta que te parió" y escribiendo "Para Cristina la reelección".

Después está el bochorno del debate presupuestario en Diputados. Seamos honestos y no nos hagamos los sorprendidos ante las acusaciones de que el Gobierno anda de shopping por el Congreso. Lo que sí nos tiene que sorprender es que ni siquiera el abuso de la Banelco les sirvió a los kirchneristas para hacer pasar uno de sus presupuestos dibujados que antes salían como por un tubo. Un traspié que indica que la máquina política del kirchnerismo está chirriando. Y naturalmente que chirría la máquina; tan antinatural y perversa era que sólo la podía hacer funcionar un tipo que terminó muriendo por el esfuerzo de mantenerla activa.

Ni hablemos de la oposición, que bastante le costaba encontrarse el culo con Google Earth cuando Néstor estaba vivo y que ahora parece haber tenido otra lobotomía más. Triste espectáculo el que dan jefes de bloque que no saben qué están haciendo sus diputados, el de esos mismos diputados que de pronto tienen urgencias médicas (me mató lo del peronista disidente Alfredo Atanasof diciendo que le había dado un ataque de afasia) o el de supuestos correligionarios que se echan en cara pactos de hace quince años. Así les va.

No es mucho lo que se puede decir y no es nada nuevo, pero es lo que hay. Los escombros siguen cayendo y todavía no sabemos dónde van a quedar.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Las religiones políticas argentinas

En una columna publicada en el Buenos Aires Herald, James Neilson habla sobre la veneración necrofílica que los argentinos tenemos hacia los líderes que estiraron la pata, un fenómeno que ya hemos visto con Alfonsín, con Perón, con Yrigoyen e incluso con Rosas, y que en estos últimos días trató de ser recreado a raíz del deceso de Néstor Kirchner.

Me intrigó mucho el pasaje de la nota de Neilson en el que afirma que tan arraigada está la devoción por los muertos que los partidos políticos argentinos parecen por momentos ser cultos religiosos. Es una idea que encuentro interesante y que me parece que podría ser profundizada para entender por qué las cosas son como son en este país dejado de la mano de Dios.

Como mínimo, entender las ideologías políticas en la historia argentina como si fueran fenómenos religiosos ayudaría a explicar la ferocidad de las antinomias políticas, que acá tienden a ser vistas no como enfrentamientos de ideología sino como verdaderas cruzadas, y la tendencia del argentino a ver al rival político como un enemigo a aniquilar y no como un adversario. Después de todo, ¿qué creyente podría pensar en convivir con el seguidor de Satanás?

Convengamos también que la concepción religiosa de la política argentina explicaría también la deificación de los muertos y el énfasis que se hace en las presuntas cualidades personales de los muertos ("militancia", "pasión", "compromiso" y demás sarasa) por sobre la coherencia y las ideas. Neilson lo explica en su columna mucho mejor que lo que yo puedo hacerlo, así que les recomiendo su lectura.

Si esta teoría que acá presento de manera más o menos seria pudiera ser realmente comprobada, sería una lamentable y dolorosa muestra de que al menos en su visión de la política la Argentina es un país mucho más primitivo y violento de lo que queremos admitir. No puede haber otro final más que la violencia cuando vemos al contrario como un agente del demonio.
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