sábado, 17 de septiembre de 2011

Algunas reflexiones sin mucha coordinación en un sábado gris

Quizás la mayor debilidad del modelo republicano-democrático de gobierno, al cual podríamos definir como aquel en el que el poder del Estado se halla dividido y mutuamente controlado y en el que la libre elección es la vía de acceso a un poder limitado en el tiempo y en su duración, es el hecho de que requiere de condiciones muy difíciles de lograr y mucho más difíciles de mantener.

¿Cuáles son estas condiciones? Un consenso sólido en torno a la validez de las reglas básicas del sistema y la necesidad de preservarlas, un grado de información elevado sobre los asuntos públicos, y por sobre todas las cosas un ejercicio responsable de las facultades que el sistema le confiere a sus miembros, ya sea el sufragio ciudadano o el ejercicio del poder por parte de los funcionarios electos.

Años de un culto a la noción de "democracia" como el non plus ultra de la organización social y política humana tan intenso que el mero planteo de dudas es el equivalente moderno de una herejía nos impiden ponernos a pensar en algo que debería ser elemental: ¿toda sociedad está en condiciones de tener un sistema republicano-democrático?

Como liberal, desconfío del paternalismo y creo que puesto ante la alternativa es preferible cualquier opción que deje al ciudadano común la posibilidad de decidir sobre su propia vida porque nadie es más apto para decidir sobre uno que uno mismo.

Pero hay que admitir que la escala de las cuestiones que hacen al buen funcionamiento de una sociedad es tan monstruosa y tan compleja que no hay forma de interiorizarse plenamente sobre todas ellas sin la dedicación de un monje de clausura; lo máximo que se puede lograr humanamente es adquirir conocimientos sobre un área en concreto y especializarse en ella. En un mundo en el que el arte del "estadista" parece reducirse últimamente a saber tomar decisiones de entre las opciones que se reciben de especialistas y técnicos, un ciudadano común y corriente tendrá suerte si tiene una vaga idea de lo que llega a la agenda de los medios.

No es algo para reprocharle; no se le puede pedir a nadie que asuma mucho más de lo que puede abarcar y convengamos que la vida cotidiana es bastante exigente y demandante como para filosofar demasiado sobre la cosa pública.

La otra cuestión pasa por el tema de la responsabilidad social y ahí no hay atenuantes. Sea por falta de exigencia, por exceso de abundancia pasada o quizás por efecto de la demagogia, el ideal occidental actual es el de vivir de arriba, mantenido por alguien más, disfrutando de los beneficios sin jamás sufrir los costos. Es lamentable comprobar la universalidad de la idea de que existen cosas "gratuitas" y de que recibirlas sin pagar es nuestro derecho. Lamentable no sólo por lo que eso significa para la ética del trabajo, sino por lo que dice acerca de las expectativas de una población.

A los políticos se los puede culpar de muchas cosas, pero no de no actuar basándose en lo que ven en la sociedad a la que pertenecen. Si la gente quiere regalos y recibir todo de arriba, nadie va a suicidar su carrera política exhortando las virtudes del trabajo e insistiendo con el axioma de que "no existe tal cosa como un almuerzo gratis". Ahí tenemos a un continente entero como Europa que se suicida con una combinación de indolencia, pereza y dádiva oficial que es insostenible ya en el corto plazo, pero cuyos ciudadanos no quieren saber nada de austeridad.

Creo que es necesario pensar muy seriamente en los postulados básicos de la "religión cívica" de la democracia, aunque más no sea porque cuesta mantener la fe en el ideal de un sistema en el que ciudadanos debidamente informados sean capaces de optar libremente y sin presiones por la mejor alternativa entre varios candidatos capacitados para un cargo cuando basta con leer un panfleto de campaña y ver que las "propuestas" se reducen a clichés y terminología sensiblera como "cambio", "transformación" y "para todos", mientras se acepta ya abiertamente que los votos se compran con plata o con asistencialismo, mientras al ciudadano común y corriente le tiene sin cuidado lo que pueda pasar siempre y cuando no le joda su sacrosanto bolsillo o le impida pagar las cuotas del plasma.

Algo huele mal en este país y en la civilización occidental en general, y temo que se trate de que las bases del sistema están pudriéndose. Y me parece que no tiene mucho futuro la democracia si no se empieza a considerar si no vale la pena imponer ciertas restricciones al sufragio que alienten la responsabilidad de los votantes, o si incluso es practicable en su totalidad en sociedades que no están listas para afrontar las consecuencias de sus propias decisiones.

Si les parece que eso es demasiado brutal, pierdan cuidado; puedo ser más hereje todavía.

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