Calidad contra cantidad
Fernando Laborda, en su columna del domingo 30 de abril en el diario La Nación (ver últimos tres párrafos), citó un comentario del llamado "publicista K", Fernando Braga Menéndez. En respuesta a las críticas de la oposición por los manejos del gobierno tanto internos como externos, Braga Menéndez respondió: "Prefiero un gobierno con mucho pueblo y poca calidad institucional a un gobierno con mucha calidad institucional y poco pueblo."
Esto está lejos de ser un pensamiento aislado. Se lo escucha, en diversas formas, cada vez que un funcionario del Gobierno propone modificar la composición de algún organismo "para garantizar que responda a la voluntad de la mayoría" -el caso del Consejo de la Magistratura-, cada vez que algún personaje cercano al Gobierno justifica alguna acción sólo basándose en la "mayoría electoral", cada vez que se defiende la estrategia presidencial de sólo hablar -e insultar- desde un atril "porque se comunica directamente con el pueblo" (el pueblo toma aquí la forma de los invitados al Salón Blanco de la Casa Rosada, cuidadosamente seleccionados, no vaya a ser que se cuele alguien que pueda contestarle al Presidente o, Dios no lo quiera, no lo aplauda).
En primer lugar, pareciera que "tener pueblo" es más importante que cualquier otra responsabilidad que pudiera tener el gobierno, como la de manejar los asuntos públicos de acuerdo a las leyes y garantizando calidad en los servicios. En segundo lugar, el "tener pueblo" o "mayoría electoral" es interpretado como una patente de corso para hacer cualquier cosa, sin importar las leyes o los principios en los que se fundan las instituciones (El caso del Consejo de la Magistratura es claro en esto: su función no es designar a los jueces de acuerdo con mayorías electorales -que casualmente favorecen al Presidente-, sino garantizar la transparencia del proceso y justamente evitar la discrecionalidad).
Pero volviendo a lo de Braga Menéndez, la frase arriba citada es de una gravedad terrible: la calidad institucional es algo secundario e incluso despreciable frente a tener el apoyo del "pueblo". El hecho de que Braga Menéndez sea uno de los creadores de la imagen presidencial y una de las principales espadas defensoras del Presidente en los medios demuestra que esta preferencia que tiene es, para él, una de las "cualidades" del producto que trata de vender.
La calidad institucional no es un capricho de gente que quiere vivir en el Primer Mundo, sino una necesidad de toda sociedad que quiere progresar. La calidad institucional es, simplemente, el buen funcionamiento de las instituciones de acuerdo a las leyes y los fines. Un gobierno que da cuenta del gasto que hace de los fondos públicos, un gobierno que respeta las leyes e instituciones y no las modifica a su gusto y conveniencia, un gobierno que hace cumplir las leyes sin dobles estándares para favorecer a sus amigos, todo eso contribuye a la calidad institucional.
Tratando de ser un poco más conciliador, no necesariamente son conceptos contrapuestos. Se puede garantizar la calidad institucional y mantener mayorías. No digo que no obligue, en ciertos momentos, a priorizar una sobre la otra, pero sí que a largo plazo y cuando el humor social cambie (como siempre cambia en la Argentina), el respaldo de la mayoría va a estar en función de los resultados, y los resultados van a estar en función del buen manejo de la cosa pública y de la calidad institucional.
Creo que la frase expone el punto de vista extremo de cierta tendencia que tenemos los argentinos a poner conceptos ideales como "pueblo" por encima de todo, incluso por encima de las leyes. Voy a dejar la cuestión de la existencia o no del "pueblo" para otra oportunidad (adelantando que yo no creo que exista algo llamado "pueblo", al menos como una entidad con voluntad propia), pero sí quisiera decir por mi parte que prefiero un gobierno que me garantice el mejor uso posible de los impuestos y que respete las leyes antes que un gobierno que corre detrás de las opiniones mayoritarias, que jamás se caracterizaron por su constancia en el tiempo.
Esto está lejos de ser un pensamiento aislado. Se lo escucha, en diversas formas, cada vez que un funcionario del Gobierno propone modificar la composición de algún organismo "para garantizar que responda a la voluntad de la mayoría" -el caso del Consejo de la Magistratura-, cada vez que algún personaje cercano al Gobierno justifica alguna acción sólo basándose en la "mayoría electoral", cada vez que se defiende la estrategia presidencial de sólo hablar -e insultar- desde un atril "porque se comunica directamente con el pueblo" (el pueblo toma aquí la forma de los invitados al Salón Blanco de la Casa Rosada, cuidadosamente seleccionados, no vaya a ser que se cuele alguien que pueda contestarle al Presidente o, Dios no lo quiera, no lo aplauda).
En primer lugar, pareciera que "tener pueblo" es más importante que cualquier otra responsabilidad que pudiera tener el gobierno, como la de manejar los asuntos públicos de acuerdo a las leyes y garantizando calidad en los servicios. En segundo lugar, el "tener pueblo" o "mayoría electoral" es interpretado como una patente de corso para hacer cualquier cosa, sin importar las leyes o los principios en los que se fundan las instituciones (El caso del Consejo de la Magistratura es claro en esto: su función no es designar a los jueces de acuerdo con mayorías electorales -que casualmente favorecen al Presidente-, sino garantizar la transparencia del proceso y justamente evitar la discrecionalidad).
Pero volviendo a lo de Braga Menéndez, la frase arriba citada es de una gravedad terrible: la calidad institucional es algo secundario e incluso despreciable frente a tener el apoyo del "pueblo". El hecho de que Braga Menéndez sea uno de los creadores de la imagen presidencial y una de las principales espadas defensoras del Presidente en los medios demuestra que esta preferencia que tiene es, para él, una de las "cualidades" del producto que trata de vender.
La calidad institucional no es un capricho de gente que quiere vivir en el Primer Mundo, sino una necesidad de toda sociedad que quiere progresar. La calidad institucional es, simplemente, el buen funcionamiento de las instituciones de acuerdo a las leyes y los fines. Un gobierno que da cuenta del gasto que hace de los fondos públicos, un gobierno que respeta las leyes e instituciones y no las modifica a su gusto y conveniencia, un gobierno que hace cumplir las leyes sin dobles estándares para favorecer a sus amigos, todo eso contribuye a la calidad institucional.
Tratando de ser un poco más conciliador, no necesariamente son conceptos contrapuestos. Se puede garantizar la calidad institucional y mantener mayorías. No digo que no obligue, en ciertos momentos, a priorizar una sobre la otra, pero sí que a largo plazo y cuando el humor social cambie (como siempre cambia en la Argentina), el respaldo de la mayoría va a estar en función de los resultados, y los resultados van a estar en función del buen manejo de la cosa pública y de la calidad institucional.
Creo que la frase expone el punto de vista extremo de cierta tendencia que tenemos los argentinos a poner conceptos ideales como "pueblo" por encima de todo, incluso por encima de las leyes. Voy a dejar la cuestión de la existencia o no del "pueblo" para otra oportunidad (adelantando que yo no creo que exista algo llamado "pueblo", al menos como una entidad con voluntad propia), pero sí quisiera decir por mi parte que prefiero un gobierno que me garantice el mejor uso posible de los impuestos y que respete las leyes antes que un gobierno que corre detrás de las opiniones mayoritarias, que jamás se caracterizaron por su constancia en el tiempo.
5 Comentarios:
Concuerdo, Mayor Payne. Lo que pasa muchas veces es que erroneamente se asocia "calidad institucional" con orden, ergo, autoritarismo, coacción de libertades. como si pretender tener una sociedad ordenada fuera sinonimo de dictadura, como si fuera "cosa de fachos". Cuando en realidad, deberia ser la base de la accion social...
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