La Argentina golpeada
Confieso que me resulta inexplicable el cómo puede ser que Cristina Fernández de Kirchner esté dada como la ganadora de las elecciones, tratándose no sólo de una candidata que no da conferencias de prensa ni se molesta en explicar su plan de gobierno (más allá de verbosidades incomprensibles que incluyen términos largos que suenan raro, generalmente pronunciadas ante auditorios pagados a tal efecto), sino que representa la apuesta para prolongarse en el poder que hace un gobierno acosado por denuncias de corrupción, irregularidades, manejos autoritarios, matonismo, obsesionado por controlarlo todo e ignorante patológico de todo lo que pueda parecer una traba a su poder.
Cuesta explicarlo, y cuesta entenderlo.
En este artículo, voy a lanzar una pequeña teoría que muy probablemente sea el rejunte de varias explicaciones que fui escuchando a lo largo del tiempo, pero que para mí sirve para comprender el comportamiento de una sociedad que de la boca para afuera exige comportamientos elevados y altos niveles de ética, pero que en la práctica parece dispuesta alegremente a seguir con un gobierno de matones de cortada.
Desde ya, les pido disculpas a quienes puedan ofenderse por lo que voy a decir.
La relación de la sociedad argentina con el Estado en general, y con el peronismo en particular (del cual, no nos engañemos, el kirchnerismo es sólo su última y más moderna mutación viral), es la misma relación enfermiza que tiene una mujer golpeada con el abusador con quien comparte su casa.
Vivimos con un Estado alrededor nuestro que tiene una sed insaciable de dinero y que no duda en arrancarlo de donde pueda verlo: retenciones, impuestos exorbitantes, corruptelas de todo tipo... y todo a cambio de servicios cada vez más precarios e ineficientes hacia la sociedad, gastando el resto de la misma manera que un esposo borracho podría hacerlo: la corrupción es el alcoholismo del Estado.
De igual manera, este Estado que padecemos nunca duda en golpear a la sociedad de la cual se nutre, siempre enfundado en algún principio sacrosanto que nos lanza a la cara como si debiéramos perdonarle todo: bajo el slogan de "con la democracia se come, se cura y se educa", el alfonsinismo nos llevó a la hecatombe hiperinflacionaria de 1989; prometiéndonos llegar al Primer Mundo, el menemismo robó a dos manos hasta que de la República Argentina no quedó nada; asegurándonos que con "más Alianza" íbamos a llegar a la pureza que nos prometían el Chacho y Fernández Meijide, el gobierno delarruista vivió en la desidia que acabó con el infarto colectivo de diciembre de 2001... y batiendo el parche de los derechos humanos, de una Argentina en serio que cada día parece más una joda y de un "proyecto nacional" del que nadie sabe nada, el kirchnerismo insiste en demoler todo rastro de una república, dejando a la Argentina convertida en el feudo de un matrimonio de psicópatas.
¿Qué diferencia hay entre nuestro Estado y el marido golpeador que todo lo justifica diciendo que él se mata trabajando por nosotros? ¿Qué diferencia hay entre nuestro estado y el manejo que hace de los asuntos públicos, y el ebrio abusivo que lleva a su casa a la ruina con cada día que pasa?.Cada día que pasa deja más en evidencia un Estado que en lugar de ser el administrador de lo que es común a todos y nuestro, se comporta como una manga de ignorantes y patoteros, sorprendiéndonos siempre con alguna guarangada nueva.
O mintiéndonos descaradamente e insultándonos si develamos la mentira, como lo haría un borracho que dice ir a buscar trabajo cuando en realidad se pasa el día en el bar de la otra cuadra con un Termidor en la mano.
Y a todo esto, la sociedad argentina, en la persona de sus sindicatos, de sus agrupaciones empresariales y de otras organizaciones no estatales, agacha de manera sumisa la cabeza y dice "Sí, Néstor", con la confianza suicida y derrotada de que si "no dice nada", si "demuestra que lo quiere", tal vez el marido abusivo recapacite y vuelva a ser el buen tipo que alguna vez fue para ganar nuestra confianza... en un acto de entrega suicida y autoconvencimiento de que "en el fondo, él nos quiere... él es bueno... él hace tanto por nosotros", sin entender que si nuestro Estado actual y el partido que se apoderó del Estado como si fuera un parásito hace algo bueno, queda sumergido en la maraña de bestialidades que nos inflige.
O quizás porque cree, producto de la necesidad de autojustificarse, en lo que el golpeador le dice para mantener su dominio: que sin él, que si se atreve a echarlo de la casa o cortar el vínculo enfermizo que los une, sólo vendrá el caos y el final de todo.
Yo creo que la sociedad argentina, o los retazos de ella que sobrevivieron a los innumerables colapsos, rodrigazos, brotes hiperinflacionarios, corruptelas, fraudes, corralitos y profundizaciones del cambio que nos lanzó la Historia, está definitivamente sometida a su abusador; está definitivamente entregada a la voluntad del Estado ebrio que la llevó a la ruina, y producto de todos los golpes, vive temerosa debajo de las apariencias, temiendo que el deshacerse del abusador que la domina resulte en la pérdida de lo poco que queda.
O que, de llegar a echar al abusador, éste termine regresando con una venganza, entrando a la casa de manera brutal y destrozando lo que aún se mantiene en pie para poder regresar a su lugar de dominio... tal y como ocurrió en 2001, tanto por obra y gracia del golpismo del conurbano como de la incompetencia imperdonable de la Alianza gobernante.
Y la sociedad está convencida de que sólo basta con maquillar las heridas para poder seguir por el mundo como si nada, como si lo que está pasando fuera el orden natural de las cosas... convencida de que, si le da al golpeador el capricho que pide y deja a su cómplice al frente de la casa, tal vez los golpes se hagan más suaves.
Será cuestión de ponernos firmes y darnos cuenta de que no tenemos por qué tolerar a un golpeador manejando nuestra casa, y que no tenemos que soportar que nuestro Estado se comporte con nosotros como el ebrio abusivo que ha sido hasta ahora. Tal vez, haya que echar al marido golpeador e internar a nuestro Estado en una clínica de desintoxicación; será duro y difícil, pero será necesario.
No nos quejemos después.
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