Zaffaroni, o cómo tener razón equivocándose por completo
El otro día que Zaffaroni habló sobre la necesidad de cambiar el sistema de gobierno actual por un modelo parlamentario, estuve en la extraña circunstancia de hallarme de acuerdo con lo que decía el evasor que llegó a juez de la Corte Suprema.
En lo personal creo que el parlamentarismo (o un sistema semiparlamentario) es un sistema de gobierno infinitamente preferible a la monstruosidad presidencialista que tenemos actualmente. Un sistema de gobierno que asigna tanto poder a una única persona como para que toda la estructura del Estado dependa de dicha persona sin que otras instituciones puedan controlarlo o limitarlo es naturalmente inestable y catastrófico para un país.
El parlamentarismo, en la medida en que exige que el Ejecutivo dependa del Legislativo para mantenerse en la administración y confiere al Legislativo mayores poderes y facultades, además de permitir recambios más sencillos y menos traumáticos de la cabeza del gobierno en caso de crisis, es un sistema preferible para un país de inestabilidad crónica como la Argentina, en donde cambiar a un Presidente antes del final de su mandato es un trauma nacional.
Hasta ahí, ningún problema con la opinión de Zaffaroni.
Después, sin embargo, y gracias a ciertos comentarios de los amigos de BlogBis, vi las cosas desde otro punto de vista.
Zaffaroni se equivoca y mucho si cree que las actuales payasadas que se cometen desde todos los lados del sector político por las elecciones de junio se deben a una natural evolución del comportamiento político argentino hacia principios parlamentarios. Se trata pura y simplemente del desprecio por las leyes vigentes (leyes que, por otro lado, el propio Zaffaroni y los demás Supremos deberían estudiar cuidadosamente) y una completa falta de escrúpulos respecto de la legalidad y de los mandatos constitucionales.
Néstor Kirchner no mandó adelantar las elecciones porque en el fondo quiera emular a Alemania, Canadá o Australia. Daniel Scioli no amaga con presentarse a diputado porque sienta que puede ser un Tony Blair o un Gordon Brown y tener banca y cargo ejecutivo a la vez. Se hacen estas cosas porque la Constitución Nacional y las leyes son vistas como papel higiénico.
Zaffaroni recae en su tradicional vicio de culpar a la ley por la violación de la misma. Nada garantiza además que si mañana reformamos la Constitución para instalar el parlamentarismo más perfecto, nuestra clase política no se la ingenie para pervertirlo hasta lo indecible.
Pero además, Zaffaroni razona fuera del recipiente en otras cuestiones.
Puede que el sistema parlamentario sea preferible para la Argentina, pero hay que preguntarse si la Argentina está lista para un sistema de esas características.
Primero: un sistema parlamentario funcional exige que haya partidos políticos organizados en condiciones de hacerse de una mayoría legislativa y de sostener al gobierno, o de fortalecerse para disputarle efectivamente la mayoría y el gobierno al partido oficialista. A falta de partidos que obtengan mayorías, que los partidos políticos sean lo bastante fuertes como para formar coaliciones estables y sostenibles en el tiempo.
Dos partidos controlan el Parlamento británico. Tres partidos controlan el Parlamento australiano. Cuatro partidos controlan el Parlamento canadiense. Cinco partidos controlan el Parlamento alemán. Los gobiernos que se forman en esos países son de un solo partido, o de coaliciones de pocos partidos.
¿Y Argentina?
19 partidos o bloques en el Senado. 15 bloques de más de dos miembros en Diputados... más 29 bloques unipersonales.
Esto tiene un nombre: receta para el caos.
Un sistema parlamentario implantado en un país donde la política es caudillista y donde los partidos políticos son sellos de goma construidos alrededor de un aspirante a "líder" es imposible.
Manejar semejante sistema obligaría a un Primer Ministro a ser un claudicador perpetuo o un dictador, porque formar un gobierno y sostenerlo en medio de semejante desquicio de caudillejos es una tarea imposible hasta la desesperación. ¿Se imaginan las maniobras que debería hacer un Primer Ministro para evitar que alguno de sus diputados se le vaya para formar un bloque parlamentario "unipersonal"? Seríamos un país que cambia de Gobierno cada dos o tres meses, dependiendo del humor de los políticos involucrados.
Ni hablar de la inexistencia de partidos que puedan obtener representaciones parlamentarias fuertes por su propia cuenta, por fuera del monstruo peronista.
Además, según nuestra actual Constitución, al Jefe de Gabinete se lo puede destituir con una moción de censura. ¿Alguien alguna vez consideró la opción?
En suma, Zaffaroni tiene una buena intención en este caso, pero la respalda con razones horrorosamente equivocadas. Si bien coincido con su apreciación sobre la preferencia parlamentaria, para mí es más importante que aprendamos a manejarnos por las reglas del presidencialismo antes de saltar a un sistema completamente nuevo.
En lo personal creo que el parlamentarismo (o un sistema semiparlamentario) es un sistema de gobierno infinitamente preferible a la monstruosidad presidencialista que tenemos actualmente. Un sistema de gobierno que asigna tanto poder a una única persona como para que toda la estructura del Estado dependa de dicha persona sin que otras instituciones puedan controlarlo o limitarlo es naturalmente inestable y catastrófico para un país.
El parlamentarismo, en la medida en que exige que el Ejecutivo dependa del Legislativo para mantenerse en la administración y confiere al Legislativo mayores poderes y facultades, además de permitir recambios más sencillos y menos traumáticos de la cabeza del gobierno en caso de crisis, es un sistema preferible para un país de inestabilidad crónica como la Argentina, en donde cambiar a un Presidente antes del final de su mandato es un trauma nacional.
Hasta ahí, ningún problema con la opinión de Zaffaroni.
Después, sin embargo, y gracias a ciertos comentarios de los amigos de BlogBis, vi las cosas desde otro punto de vista.
Zaffaroni se equivoca y mucho si cree que las actuales payasadas que se cometen desde todos los lados del sector político por las elecciones de junio se deben a una natural evolución del comportamiento político argentino hacia principios parlamentarios. Se trata pura y simplemente del desprecio por las leyes vigentes (leyes que, por otro lado, el propio Zaffaroni y los demás Supremos deberían estudiar cuidadosamente) y una completa falta de escrúpulos respecto de la legalidad y de los mandatos constitucionales.
Néstor Kirchner no mandó adelantar las elecciones porque en el fondo quiera emular a Alemania, Canadá o Australia. Daniel Scioli no amaga con presentarse a diputado porque sienta que puede ser un Tony Blair o un Gordon Brown y tener banca y cargo ejecutivo a la vez. Se hacen estas cosas porque la Constitución Nacional y las leyes son vistas como papel higiénico.
Zaffaroni recae en su tradicional vicio de culpar a la ley por la violación de la misma. Nada garantiza además que si mañana reformamos la Constitución para instalar el parlamentarismo más perfecto, nuestra clase política no se la ingenie para pervertirlo hasta lo indecible.
Pero además, Zaffaroni razona fuera del recipiente en otras cuestiones.
Puede que el sistema parlamentario sea preferible para la Argentina, pero hay que preguntarse si la Argentina está lista para un sistema de esas características.
Primero: un sistema parlamentario funcional exige que haya partidos políticos organizados en condiciones de hacerse de una mayoría legislativa y de sostener al gobierno, o de fortalecerse para disputarle efectivamente la mayoría y el gobierno al partido oficialista. A falta de partidos que obtengan mayorías, que los partidos políticos sean lo bastante fuertes como para formar coaliciones estables y sostenibles en el tiempo.
Dos partidos controlan el Parlamento británico. Tres partidos controlan el Parlamento australiano. Cuatro partidos controlan el Parlamento canadiense. Cinco partidos controlan el Parlamento alemán. Los gobiernos que se forman en esos países son de un solo partido, o de coaliciones de pocos partidos.
¿Y Argentina?
19 partidos o bloques en el Senado. 15 bloques de más de dos miembros en Diputados... más 29 bloques unipersonales.
Esto tiene un nombre: receta para el caos.
Un sistema parlamentario implantado en un país donde la política es caudillista y donde los partidos políticos son sellos de goma construidos alrededor de un aspirante a "líder" es imposible.
Manejar semejante sistema obligaría a un Primer Ministro a ser un claudicador perpetuo o un dictador, porque formar un gobierno y sostenerlo en medio de semejante desquicio de caudillejos es una tarea imposible hasta la desesperación. ¿Se imaginan las maniobras que debería hacer un Primer Ministro para evitar que alguno de sus diputados se le vaya para formar un bloque parlamentario "unipersonal"? Seríamos un país que cambia de Gobierno cada dos o tres meses, dependiendo del humor de los políticos involucrados.
Ni hablar de la inexistencia de partidos que puedan obtener representaciones parlamentarias fuertes por su propia cuenta, por fuera del monstruo peronista.
Además, según nuestra actual Constitución, al Jefe de Gabinete se lo puede destituir con una moción de censura. ¿Alguien alguna vez consideró la opción?
En suma, Zaffaroni tiene una buena intención en este caso, pero la respalda con razones horrorosamente equivocadas. Si bien coincido con su apreciación sobre la preferencia parlamentaria, para mí es más importante que aprendamos a manejarnos por las reglas del presidencialismo antes de saltar a un sistema completamente nuevo.
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