martes, 17 de abril de 2012

Un pasaje (post extemporáneo)

En momentos como los que vivimos hoy en día en la Argentina, tiendo a acordarme de un pasaje de una novela de ciencia ficción.

La novela en cuestión es "Echoes of Honor", el octavo título de la serie "Honor Harrington", escrita por el norteamericano David Weber y de la que ya hemos hablado por estos lares con anterioridad. En este libro, los protagonistas han logrado escapar del cautiverio en el que habían caído en el libro anterior, y junto con varios prisioneros de guerra logran apoderarse del gulag enemigo en el que habían ido a parar. Pero este pasaje no se relaciona con la historia principal, sino que versa sobre el encuentro de dos personajes menores pertenecientes a la República Popular de Haven, que en esta etapa de la serie es el estado enemigo de los protagonistas.

Uno de ellos, el comandante Warner Caslet, es un oficial naval decente, honorable y leal a su patria, pero que por varias causas ajenas a su control terminó embrollado con los protagonistas en su escape y posterior copamiento de la cárcel, mientras que el otro, el almirante Amos Parnell, alguna vez fue el máximo jefe militar de la República Popular, hasta que cayó en desgracia cuando el régimen al que servía fue derrocado por un golpe de Estado cuyos cabecillas lo sindicaron como chivo expiatorio, lo declararon públicamente como muerto y lo enviaron a pudrirse en el gulag.

A continuación transcribo el pasaje al que hacía referencia, traducido fatto in casa. Las negritas son mías.

* * *

Warner Caslet inhaló con fuerza, y Parnell se volvió para mirarlo fijamente una vez más. El hombre más joven abrió su boca, la volvió a cerrar, y Parnell sonrió con tristeza.

- La traición se hace difícil incluso ahora, ¿no es verdad, comandante? - preguntó con gentileza. - Aquí estoy, asistiendo y siendo cómplice con los enemigos de la República en tiempo de guerra, y eso lo decepciona. No esperaba eso de un almirante que hizo un juramento de defenderla, ¿verdad?

- Señor, sus decisiones deben ser sólo suyas - comenzó Caslet. Estaba pálido debajo de su bronceado, y su mirada estaba enturbiada. - Dios sabe que no tengo derecho a juzgarlo. Y por lo que acaba de decir, las personas que ahora dirigen la República son traidores, además de monstruos y asesinos en masa. No hice--- quiero decir, llegué a pensarlo. ¡Pero al igual que usted, hice un juramento, y es mi país, señor! Si reniego de mi fe en eso, reniego de mi fe en mí mismo... ¿y entonces qué me queda?

- Hijo, - dijo compasivamente Parnell - tú ya no tienes un país. Si alguna vez vuelves a casa, terminarías de vuelta aquí mismo, o muerto, lo que es más probable, porque nada de lo que puedas llegar a decir podría excusarte por haberte sentado en esta sala con esta gente... y conmigo. Y te diré algo más, comandante. Por lo que me acabas de decir, puedo decirte que eres mejor que lo que merece la República, porque sigues siendo leal a ella, y ella nunca ha sido leal contigo. No lo fue cuando la dirigían personas como yo, y por todos los diablos que no lo es ahora.

- No puedo aceptar eso, señor - dijo Caslet con voz hosca, pero Honor sintió el tormento dentro de él. El dolor y la desilusión y, todavía más que aquellos, la agónica sospecha de que podía aceptarlo. De hecho, que lo más íntimo de su ser ya lo había aceptado. Y esa sospecha aterrorizaba a Warner Caslet, porque si era cierta, lo conduciría inexorablemente hacia una decisión, lo forzaría a tomar el control y avanzar decididamente y a sabiendas en la dirección hacia la que hasta ahora sólo había ido a la deriva.

- Tal vez no puedas - dijo Parnell al cabo de un momento, permitiéndole aferrarse a la mentira, aunque sea por un instante, si así lo escogía. - Pero eso no invalida nada de lo que acabo de decir, comandante. A pesar de todo, supongo que un poco de ese mismo idealismo sigue aferrándose a mí también. Qué cosa sorprendente - sacudió la cabeza. - Cuarenta años de servicio naval, docenas de campañas a sangre fría en mi historial, ¡diablos, yo soy el que hizo los planes para comenzar esta guerra! Los arruiné, desde luego, pero por todos los diablos que fui yo quien los autorizó. Y ocho años aquí en Infierno, para coronarlo todo. Y todavía hay algo dentro mío que insiste en decir que la prostituta ebria y revolcada a la que serví es una gran y reluciente dama que merece que yo deje mi vida en su defensa.

Suspiró y volvió a sacudir su cabeza.

- Pero no lo es, hijo. Ya no lo es más. Tal vez algún día ella vuelva a serlo, y eso requerirá de hombres y mujeres como tú, personas que se mantengan leales a ella y luchen por ella desde adentro, para que así sea. Pero tendrán que ser personas como tú, comandante. Ya no podrás ser uno de ellos... y tampoco podré serlo yo. Porque a pesar de lo que podamos sentir hacia ella, nos matará en un instante si vuelve a ponernos sus manos encima.

Su voz se fue apagando (...)

- Piénsalo de esta forma, comandante - replicó Parnell con gentileza. - No sé exactamente cómo fue que diste a parar aquí, e Infierno dista de ser el lugar al que cualquier persona que yo conozca elija ir voluntariamente, pero hay algunas ventajas de estar aquí - Caslet lo miró, los ojos ensombrecidos con incredulidad, y el almirante legislaturista sonrió. - ¡Libertad de conciencia, comandante Caslet! - dijo, y se rió sonoramente ante la expresión de Caslet. - Estás metido en una mierda tan profunda que no hay forma de que se vuelva más profunda, hijo, - le dijo el ex Jefe de Operaciones Navales - así que la única cosa que importa ahora es lo que tú elijas hacer. Eso no era algo que los alentáramos a hacer cuando nosotros dirigíamos la República, y por todos los diablos que Pierre y su gente nunca jamás querrían que lo hicieran en este momento. Pero entre nos, te hemos arrinconado y te pusimos con la espalda contra la pared, y de alguna manera un hombre sin nada que perder tiene más libertad de escoger que cualquier otro en el universo. Así que usa lo que te hemos dado, comandante. - No había humor en su voz ahora, y se inclinó hacia adelante en su silla, con sus ojos pardos oscuros e intensos. - Has pagado un precio infernal por ella, y es un regalo que te puede matar en un instante, pero es tuyo ahora... todo tuyo. Toma tus propias decisiones, elige tu propio rumbo y tus propias lealtades, muchacho. Ese es todo el consejo que tengo para darte, pero tómalo... ¡y más te vale que escupas en el ojo de cualquiera que se atreva a criticar cualquier decisión que vayas a tomar!

* * *

¿Qué papel jugamos nosotros en la historia de lo que le pasa hoy a esta Argentina?

¿Conservamos las esperanzas aunque más no sea porque nos resistimos a perderlas y caer en el vacío?

¿Nos hacemos a la idea de que ya no es el país que fue y que no seremos nosotros quienes presenciemos su renacimiento?

¿O seguimos adelante, con la vaga y tímida esperanza de que haya otros allá afuera, de que haya personas decentes y dignas, que insistan en mantener la cabeza en alto y por encima del mar de mierda que nos ahoga, y que algún día realmente podrán dar vuelta la página?

Todo eso dependerá del uso que le demos a nuestra libertad de conciencia, porque por más que la horda de langostas y su banda de aplaudidores roben y depreden todo lo que tocan, esa libertad será lo último y más precioso que nos quede.

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