La protesta del Nacional Buenos Aires
Hace unas semanas tuvimos unos cuantos posts referidos a la necesidad de cuidar las instituciones. En ese entonces la UBA vivía el estallido de una crisis por la ausencia de una autoridad reconocida por todos. Hoy aparece en el diario la protesta estudiantil en el Colegio Nacional Buenos Aires, nuevamente. No me voy a referir al caso de la universidad ni al de la democracia, pero en el caso del Nacional veo claramente la tensión entre institución y persona.
Suponiendo que la protesta está movida, en algún aspecto, por la necesidad de defender la propia integridad de la injusticia de las sanciones, entonces hay un elemento que hay que tener en cuenta. Las instituciones no se pueden defender por sobre la persona. La tradición, la costumbre, arrastran más vicios, carencias, que el reconocimiento de sí mismo que tienen las personas, los grupos y naciones. No hablo de una construcción racional a priori de un proyecto de colectividad, sino del conjunto existente y su percepción de sí mismo. Por eso, cuando defendemos las instituciones, hay que hacerlo con cuidado, porque es una forma fácil de no ver la opresión y quedarse cómodamente, con la conciencia ensordecida, con las formas vigentes.
Volviendo al caso del Colegio Nacional Buenos Aires, no estoy de acuerdo con la lectura que interpreta al hecho como un acto de rebeldía más que refleja la decadencia de nuestra cultura, la decadencia de la racionalidad, de lo civilizado. Veo un problema de identidad. Un grupo de estudiantes que necesita un otro en quien hallarse. No hablo de búsqueda de permisividad, sino de la existencia de un otro. En la familia, en el colegio, en la calle. Alguien que lo reconozca y confirme. El problema de disciplina en los colegios secundarios pasa por ese lado. Haciendo respetar las normas de la institución no se resuelve nada si no existe la relación interpersonal que permita la confirmación entre las personas que la componen.
Suponiendo que la protesta está movida, en algún aspecto, por la necesidad de defender la propia integridad de la injusticia de las sanciones, entonces hay un elemento que hay que tener en cuenta. Las instituciones no se pueden defender por sobre la persona. La tradición, la costumbre, arrastran más vicios, carencias, que el reconocimiento de sí mismo que tienen las personas, los grupos y naciones. No hablo de una construcción racional a priori de un proyecto de colectividad, sino del conjunto existente y su percepción de sí mismo. Por eso, cuando defendemos las instituciones, hay que hacerlo con cuidado, porque es una forma fácil de no ver la opresión y quedarse cómodamente, con la conciencia ensordecida, con las formas vigentes.
Volviendo al caso del Colegio Nacional Buenos Aires, no estoy de acuerdo con la lectura que interpreta al hecho como un acto de rebeldía más que refleja la decadencia de nuestra cultura, la decadencia de la racionalidad, de lo civilizado. Veo un problema de identidad. Un grupo de estudiantes que necesita un otro en quien hallarse. No hablo de búsqueda de permisividad, sino de la existencia de un otro. En la familia, en el colegio, en la calle. Alguien que lo reconozca y confirme. El problema de disciplina en los colegios secundarios pasa por ese lado. Haciendo respetar las normas de la institución no se resuelve nada si no existe la relación interpersonal que permita la confirmación entre las personas que la componen.
3 Comentarios:
Y esperar a que se resuelva ese problema de identidad antes de aplicar las reglas que garantizan la convivencia pacífica y el funcionamiento de los grupos humanos tampoco resuelve nada. Es más, evita que pueda existir y funcionar correctamente esa institución con la que se puede identificar alguien.
Vos decís que no se puede defender a una institución por sobre la persona. Para mí, no se puede exceptuar a todas las situaciones individuales del debido cumplimiento de las reglas generales. ¿Qué opresión hay en que le den a alguien 23 amonestaciones por violar reglas?
La ausencia de un otro, no es el cometido de las instituciones educativas como tal llenarla u ocuparla.
Aún en el caso de reconocer la ausencia de la familia.
Sino ocurre que transfomamos a la escuela en un comedor escolar, desvirtuando su rol principal, educar.
Por último, comparto la visión del Mayor en cuanto no es posible exceptuar las situaciones individuales en detrimento de las reglas generales; y agrego que tales circunstancias conducen a una sociedad más anómica y menos cohesionada.
No hablo de individuos, hablo de la dimensión personal del grupo, de la conciencia que tiene de sí como tal. No estoy justificando la caída de una institución por la violación de la dignidad de una persona, sino la legitimidad del reclamo que la lleva a la crisis que sufre porque, por su estructura, atenta contra la del grupo que la constituye.
Por otra parte, creo que la cuestión de la búsqueda de identidad del alumno en el colegio secundario es fundamental. La educación no se reduce a transmitir información. El acto educativo, en primer lugar, es un vínculo, una relación. Mediante ella el maestro busca el desarrollo integral del alumno. Ese vínculo, entonces, implica la existencia de un Tú educador que colabore para que el alumno se constituya como un Yo.
Tampoco considero que la convivencia pacífica se anteponga a la existencia de relaciones entre los miembros del colegio (aunque las últimas sean conflictivas). Uno puede convivir pacíficamente siendo indiferente al resto con un conjunto de reglas acordadas. Eso no es una institución que pontencie su humanidad (al contrario, lo adormece). Si el reclamo de los alumnos es encontrar un Tú con quien dialogar, obligarlos a respetar reglas para mantener la indiferencia va a violentarlos más (porque, justamente, es no escucharlos).
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