sábado, 19 de abril de 2008

Un fracaso en puerta

Desde comienzos de mes, el Gobierno y la dirigencia de las cuatro grandes organizaciones del sector rural (Sociedad Rural, Federación Agraria, Confederaciones Rurales y Coninagro) están en un proceso de negociaciones que más se parece a un verseo permanente con miras a quitarle las castañas del fuego al Gobierno.
Hasta donde puede verse, el Gobierno no está dispuesto a ceder en el único punto que quizás le garantizaría un final tranquilo a la crisis, es decir, la derogación de los aumentos en las retenciones. Desde distintos niveles de la conducción política ha habido un claro mensaje en ese sentido: las retenciones llegaron para quedarse. Al no aceptarse ni siquiera la posibilidad de reveer la medida, el Gobierno está inconscientemente alimentando la intransigencia de los sectores rurales, quienes ya han dicho que el fin del nuevo, absurdo y confiscatorio esquema de retenciones móviles es indispensable para poner fin al conflicto.
Las ofertas que han recibido los sectores rurales hasta la fecha son pobres e insuficientes. El esquema de reintegros que Cristina, Alberto Fernández y Lousteau proponen como la gran solución no sólo no resuelve nada (¿para qué sacar si después van a devolver?), sino que encubre la verdadera intención del Gobierno: convertir al pequeño sector rural en dependiente de subsidios estatales que aseguren su subordinación al proyecto kirchnerista. Aún si esto no fuera así, existen serias dudas sobre la transparencia y efectividad del mecanismo de reintegros como para que el campo la considere una propuesta posible.
Como pocas cosas en los pasados cinco años, la crisis con el campo ha dejado al descubierto (e incluso fortaleció) las fracturas en el poder kirchnerista, que hasta ahora parecía ser monolítico e indestructible. Las caras visibles de esta explosiva interna son el impotente ministro de Economía, Martín Lousteau, y el mafioso secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, en teoría subordinado a Lousteau pero en la práctica un ministro de Economía paralelo dotado del poder que no tiene el ministro formal.
Detrás de Lousteau y Moreno, sin embargo, están los grandes contendientes de esta lucha de poder: Alberto Fernández y Julio de Vido, enfrascados en una interna asesina casi desde los primeros años del mandato de Néstor I. En efecto, el jefe de gabinete es el que más sostiene al deshilachado ministro de Economía frente a los embates que Moreno hace en nombre del sector "pingüino" cuyo máximo exponente por debajo del mismo Pingüino Emperador es el propio De Vido.
Pero aún más: en esta puja descontrolada, Alberto Fernández representa las pocas posibilidades que tiene el gobierno de Cristina de seguir una línea independiente de la voluntad de Néstor, quien se vale de De Vido y de Moreno para seguir marcando el rumbo de una gestión que es suya en todo excepto en el titular oficial.
Y he aquí el gran problema con las negociaciones del campo: Néstor es quien no quiere arreglo, sino aplastar al sector rural por su presunta maniobra de "desestabilización". Es Néstor quien manda a Moreno a hacer aprietes en el Mercado de Liniers o a prepotear a los negociadores rurales mientras Fernández corre para darle credibilidad y oxígeno a un Gobierno que perdió ambas cosas en apenas 100 días. Es Néstor quien alinea a la fiel tropa pingüinista para respaldar a la testaferro... y para recordarle que es él quien en última instancia tiene la manija del asunto.
Cristina podrá querer arreglar con el campo (asumiendo que de verdad quiera hacerlo), pero no podrá conseguir nada mientras Néstor no lo quiera.
Pero aún en el hipotético y muy poco probable caso de que el Gobierno sea capaz de formular una propuesta que satisfaga a las entidades rurales, las posibilidades de que el campo acepte dicha propuesta son escasas; en efecto, mal haría la dirigencia rural en aceptar la propuesta de un Gobierno que ha probado estar dividido entre un ala dialoguista insincera y un ala intransigente capaz de torpedear las iniciativas oficiales, porque nada garantiza que el Gobierno se atenga a su lado de un hipotético acuerdo.
Para poner un ejemplo: el Gobierno puede prometer la liberación de las exportaciones de carne, pero nada le impide a Guillermo Moreno prohibirlas una vez más si así se le canta.
La intención definitiva de Néstor Kirchner pasa por debilitar al sector rural y disgregarlo, siguiendo el clásico "divide y reinarás", apostando para eso a seducir al sector pequeño y castigar al grande, además de minar en la medida de lo posible el respaldo de las grandes ciudades al reclamo del campo. Hasta ahora, la medida le está saliendo groseramente mal: las propuestas para los pequeños productores no sólo no convencen a sus "beneficiarios" sino que los han radicalizado en su oposición a la política oficial.
Pero peor aún, con su apuesta al fracaso de las negociaciones Kirchner está complicándose a sí mismo. Un fracaso en los acuerdos con el Gobierno dejaría a las cuatro entidades sin otra alternativa más que plegarse a nuevas medidas de fuerza para poder sobrevivir y conservar su preeminencia en el sector rural, y fortalecería a los intransigentes y autoconvocados que no responden a nadie, y que por lo tanto no pueden ser convocados y apretados como lo exige el manual kirchnerista.
Por otro lado, los sectores urbanos no sólo no se han plegado al Gobierno como Néstor lo esperaba con sus spots publicitarios y "operaciones", sino que responden a cada aparición pública de un funcionario con renovado disgusto y crítica (véase nomás las críticas que despierta Romina Picolotti cada vez que abre la boca por estos días)... mientras que los medios de comunicación, que todavía resienten el intento de patoteada del Observatorio de Medios impulsado por el Gobierno, el INADI y la Facultad de Sociales de la UBA, están redescubriendo los pecadillos oficialistas que se habían guardado durante los pasados cinco años.
En suma y para ir concluyendo, creo que las posibilidades de llegar a una solución satisfactoria y conciliadora en la crisis del campo son muy escasas... y que lo que puede llegar a pasar más adelante deberá ser cargado a la cuenta de un Gobierno fracturado, incoherente y con demasiados ánimos de controlarlo todo, pero que no puede ver que sus esfuerzos están alimentando la disolución de su propio poder y el acrecentamiento de las tendencias opositoras.
Las próximas semanas prometen ser interesantes.

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