Palos en la rueda
(Ante todo, pido disculpas por la redacción general de este post. Las dos y media de la mañana no siempre es una buena hora para escribir)
"Palos en la rueda", repitió la Presidenta en varios de los discursos con los que nos anduvo aturdiendo desde que empezó el affaire Redrado.
Así llama ella a los controles que los poderes Legislativo y Ejecutivo pueden hacer de los actos de gobierno y de las decisiones presidenciales. Como si la Constitución existiera simplemente para amargarle la vida. Recursos de amparo, apelaciones, jueces de primera instancia y cámaras federales, comisiones bicamerales, cartas orgánicas, mociones de censura, todo entra en la definición de "palos en la rueda" que enarbola la abogada cuyo título nunca se dio a conocer.
Al principio, lo descarté todo como un simple eructo verbal de la imbécil. Ya quisiera yo todos los "palos en la rueda" que se le pueda aplicar al desgobierno de la bruta guaranga sexóloga de arrabal y corredora de cuatriciclos.
Pero basta con empezar a pensar las cosas un poco más.
"Palos en la rueda". Siempre es la misma historia, llámese Kirchner, Chávez, Hitler o Mongo Aurelio el mandatario de turno. Gobernar requiere rapidez de decisión, es indispensable que las decisiones se tomen ya, ahora, inmediatamente, sin dilación ni debate; y si llegara a haber debate, que no joda por mucho tiempo. Ahora, ahora mismo, que "la amenaza", "el peligro" y "los malos" son tan graves e inminentes que no podemos perder ni un segundo. No sea cosa que nuestros gobernantes pasen un minuto sin tener todo el poder en sus manos.
O si no, fíjense la manera en la que ya parece asumido que el buen gobierno es el gobierno sin trabas, sin límites, tajante en sus decisiones y expeditivo en su implementación. Con este ideal de "buen gobierno", las mayorías especiales, las instancias revisoras, la intervención judicial, los procedimientos complejos, son todos obstáculos a ser evitados, esquivados o directamente removidos.
Los apologistas del Estado, que deliberadamente son cultores de esta falsa idea de "buen gobierno", dicen que la complejidad del sistema y de los procedimientos resulta en pocas leyes, en procesos largos y complejos de negociación y debate, en requisitos exorbitantes en su cumplimiento, en parálisis gubernamental... en suma, impiden que el Gobierno gobierne rápidamente.
Aparentemente, eso estaría mal.
Y yo digo "todo eso es una mierda".
Vamos por partes.
La primera que trataremos es la cuestión de los "palos en la rueda". Si por los estatistas fuera, habríamos acabado con el concepto de división de poderes hace décadas por considerarlo "un escrúpulo liberal" o alguna otra pelotudez por el estilo. Después de todo, ¿cómo alguien puede osar poner límites a las decisiones de aquellos ungidos por la voluntad del pueblo? Si creen que exagero, los remito al constitucionalismo de mingitorio de Miguel Ángel Pichetto, según el cual para comprobar quién tiene razón y quién no, hay que ver a cuál de los dos eligieron mediante el voto.
Pero me estaba yendo de tema. Lo que estos pelmazos no se dan cuenta, o mejor aún, lo que ignoran consciente y maliciosamente, es que la razón principal de la existencia de la división de poderes y del sistema de frenos y contrapesos es precisamente evitar que el Ejecutivo sea capaz de decidir e implementar con rapidez.
Quienes concibieron el sistema republicano de gobierno consideraron en su enorme sabiduría que el mejor gobierno es el que menos puede hacer sin el control y contrapeso de los otros poderes del Estado, precisamente porque la posibilidad del abuso de poder es una realidad inmediata sin el menor freno o instancia de control de los deseos de quien tiene el poder. Sin el Legislativo para que legisle y controle, y sin el Judicial para que intervenga e imparta justicia, no queda otro límite más que
La libertad y los derechos individuales son demasiado frágiles y preciosos como para que el Estado esté en condiciones de atropellarlos (pues en última instancia eso es lo que hace el Estado: instrumentar limitaciones a la libertad y al ejercicio de los derechos individuales en aras de garantizar la paz, el orden y el mismo ejercicio de los derechos) sin que dicha decisión de atropellarlos no haya superado todas las instancias posibles de control y reversión.
Es más, pienso que debería haber más instancias de control. Procedimientos legislativos más complejos. Mayorías más exigentes. Pienso que un Congreso que sea capaz de sacar una ley en menos de tres meses es un mal Congreso.
Que las leyes que nos gobiernan a todos puedan ser aprobadas por la mitad más uno de la mitad más uno de los miembros totales de un cuerpo legislativo es una vergüenza y una puerta para el abuso. Debería exigirse para todas las leyes un mínimo de tres quintos del total de miembros del Legislativo. De todos ellos: si de 100 van 61, el proyecto se aprueba con 60 votos, no con 31 o con 37.
Si no concurren los suficientes, mala leche: a pensar un proyecto más consensuado. Si pierden por un voto, más mala leche, aguanten hasta la próxima y piensen una ley mejor. O directamente escuchen a los que pueden tener otra opinión, capaz que se fijaron en algo que a ustedes se les pasó, o capaz que pueden encontrar una manera para que ambos ganen el 60% o el 75% de lo que quieren y no perder el 100% seguro.
La ley es el conjunto de normas por el cual nos gobernamos. Independientemente de su sanción legal o no, la ley debe ser aceptada por la sociedad como legítima y nunca considerada como la herramienta de una mayoría circunstancial o incluso artificial para aplastar a la minoría de turno. Como la Ley de Medios, por ejemplo.
Como diría el escritor Robert Heinlein: "Si un proyecto es tan pobre que no logra el acuerdo de dos tercios de ustedes, ¿no harán bien en rechazarlo? Y si una ley es tan mala que hasta un tercio de ustedes está en su contra, ¿no harían bien en derogarla?" Sin llegar a los extremos de Heinlein, creo que da en la tecla: la ley injusta, la ley forzada, la ley parcial, la ley impuesta sobre una ciudadanía que no la acepta, es perversa y es mejor que estemos sin ella.
Una ley no puede pasar así nomás por un Rossiducto de mayorías automáticas y numéricamente ajustadas. Es demasiado preciosa e importante para eso. Una ley no puede entrar y salir pichettamente incólume y en tiempo récord. Es demasiado importante como para que se acepte una única visión y se le permita regir a una sociedad sin que todos los aspectos de la misma hayan sido considerados.
Dirán: ¿qué pasa en caso de guerra o de desastre? ¿No será un sistema con demasiados controles incapaz en esas circunstancias? Y yo les digo: si hay un desastre o una guerra, cabría esperar que sean lo bastante responsables y decentes como para reaccionar al instante. Quiero creer que si Buenos Aires se inunda o si hay un terremoto en Mendoza, y si los políticos tienen un mínimo de decencia humana, harán lo posible por decidir rápidamente.
Y después está la Justicia. La ley, la obra de gobierno, el decreto, la resolución, deben ser todos perfectos desde el punto de vista legal. No deben exceder las atribuciones de quien las dicta, no deben tener ni una coma objetable o sin sustento en la Constitución y en las leyes, no deben pisotear los derechos individuales cuya defensa es la razón de ser de un Estado. Si por un tecnicismo o por un error en un artículo una ley es inconstitucional, pues lo lamento por quienes la proponían; redáctenla mejor la próxima vez, porque una ley es demasiado preciosa e importante como para que quienes la redacten o conciban no la hagan lo más perfecta posible.
¿Qué conclusiones debemos sacar de todo esto? Lápiz y papel.
1) El mejor Gobierno no es el que hace el mayor bien sino el que puede hacer el menor mal con el poder que tiene.
2) La existencia de controles y contrapesos mutuos es la primera garantía de que los derechos de la ciudadanía no serán atropellados por el Estado.
3) El poder del Estado jamás puede tener por único límite la buena voluntad de quien circunstancialmente lo ejerce.
4) La multiplicidad de controles y requisitos a superar no obstruye la acción de gobierno, sino que la perfecciona.
Repitamos esas frases hasta en sueños, hagamos que los chicos las escriban cien veces todos los días desde los tres años hasta que salen de la secundaria, pongámoslas al dorso de los billetes.
Los palos en la rueda, le digo a la imbécil y mendaz maniática que nos desgobierna, son lo que nos salva a nosotros los ciudadanos de la voracidad de ustedes los políticos.
Si fueras una gobernante decente, una persona inteligente, una constructora de consensos, una estadista que mira más allá de su billetera, si fueras todo eso en vez de ser un mamarracho fraudulento y prepotente que, hundido en el delirio maníaco-depresivo al que te someten los psicofármacos, pretende dominarlo todo a fuerza de microfonitos manoseados, si tus leyes fueran justas, correctas, ajustadas a derecho y con los intereses de la Patria en mente, superarías todos los requisitos legislativos y judiciales que necesita una verdadera ley, más allá del número de levantamanos que Rossi y Pichetto pueden alinearte.
Y entonces te daría genuino orgullo ver cómo lo que proponés supera lo que llamás "palos en la rueda".
Porque esa es la mejor prueba de que hacés un buen trabajo.
"Palos en la rueda", repitió la Presidenta en varios de los discursos con los que nos anduvo aturdiendo desde que empezó el affaire Redrado.
Así llama ella a los controles que los poderes Legislativo y Ejecutivo pueden hacer de los actos de gobierno y de las decisiones presidenciales. Como si la Constitución existiera simplemente para amargarle la vida. Recursos de amparo, apelaciones, jueces de primera instancia y cámaras federales, comisiones bicamerales, cartas orgánicas, mociones de censura, todo entra en la definición de "palos en la rueda" que enarbola la abogada cuyo título nunca se dio a conocer.
Al principio, lo descarté todo como un simple eructo verbal de la imbécil. Ya quisiera yo todos los "palos en la rueda" que se le pueda aplicar al desgobierno de la bruta guaranga sexóloga de arrabal y corredora de cuatriciclos.
Pero basta con empezar a pensar las cosas un poco más.
"Palos en la rueda". Siempre es la misma historia, llámese Kirchner, Chávez, Hitler o Mongo Aurelio el mandatario de turno. Gobernar requiere rapidez de decisión, es indispensable que las decisiones se tomen ya, ahora, inmediatamente, sin dilación ni debate; y si llegara a haber debate, que no joda por mucho tiempo. Ahora, ahora mismo, que "la amenaza", "el peligro" y "los malos" son tan graves e inminentes que no podemos perder ni un segundo. No sea cosa que nuestros gobernantes pasen un minuto sin tener todo el poder en sus manos.
O si no, fíjense la manera en la que ya parece asumido que el buen gobierno es el gobierno sin trabas, sin límites, tajante en sus decisiones y expeditivo en su implementación. Con este ideal de "buen gobierno", las mayorías especiales, las instancias revisoras, la intervención judicial, los procedimientos complejos, son todos obstáculos a ser evitados, esquivados o directamente removidos.
Los apologistas del Estado, que deliberadamente son cultores de esta falsa idea de "buen gobierno", dicen que la complejidad del sistema y de los procedimientos resulta en pocas leyes, en procesos largos y complejos de negociación y debate, en requisitos exorbitantes en su cumplimiento, en parálisis gubernamental... en suma, impiden que el Gobierno gobierne rápidamente.
Aparentemente, eso estaría mal.
Y yo digo "todo eso es una mierda".
Vamos por partes.
La primera que trataremos es la cuestión de los "palos en la rueda". Si por los estatistas fuera, habríamos acabado con el concepto de división de poderes hace décadas por considerarlo "un escrúpulo liberal" o alguna otra pelotudez por el estilo. Después de todo, ¿cómo alguien puede osar poner límites a las decisiones de aquellos ungidos por la voluntad del pueblo? Si creen que exagero, los remito al constitucionalismo de mingitorio de Miguel Ángel Pichetto, según el cual para comprobar quién tiene razón y quién no, hay que ver a cuál de los dos eligieron mediante el voto.
Pero me estaba yendo de tema. Lo que estos pelmazos no se dan cuenta, o mejor aún, lo que ignoran consciente y maliciosamente, es que la razón principal de la existencia de la división de poderes y del sistema de frenos y contrapesos es precisamente evitar que el Ejecutivo sea capaz de decidir e implementar con rapidez.
Quienes concibieron el sistema republicano de gobierno consideraron en su enorme sabiduría que el mejor gobierno es el que menos puede hacer sin el control y contrapeso de los otros poderes del Estado, precisamente porque la posibilidad del abuso de poder es una realidad inmediata sin el menor freno o instancia de control de los deseos de quien tiene el poder. Sin el Legislativo para que legisle y controle, y sin el Judicial para que intervenga e imparta justicia, no queda otro límite más que
La libertad y los derechos individuales son demasiado frágiles y preciosos como para que el Estado esté en condiciones de atropellarlos (pues en última instancia eso es lo que hace el Estado: instrumentar limitaciones a la libertad y al ejercicio de los derechos individuales en aras de garantizar la paz, el orden y el mismo ejercicio de los derechos) sin que dicha decisión de atropellarlos no haya superado todas las instancias posibles de control y reversión.
Es más, pienso que debería haber más instancias de control. Procedimientos legislativos más complejos. Mayorías más exigentes. Pienso que un Congreso que sea capaz de sacar una ley en menos de tres meses es un mal Congreso.
Que las leyes que nos gobiernan a todos puedan ser aprobadas por la mitad más uno de la mitad más uno de los miembros totales de un cuerpo legislativo es una vergüenza y una puerta para el abuso. Debería exigirse para todas las leyes un mínimo de tres quintos del total de miembros del Legislativo. De todos ellos: si de 100 van 61, el proyecto se aprueba con 60 votos, no con 31 o con 37.
Si no concurren los suficientes, mala leche: a pensar un proyecto más consensuado. Si pierden por un voto, más mala leche, aguanten hasta la próxima y piensen una ley mejor. O directamente escuchen a los que pueden tener otra opinión, capaz que se fijaron en algo que a ustedes se les pasó, o capaz que pueden encontrar una manera para que ambos ganen el 60% o el 75% de lo que quieren y no perder el 100% seguro.
La ley es el conjunto de normas por el cual nos gobernamos. Independientemente de su sanción legal o no, la ley debe ser aceptada por la sociedad como legítima y nunca considerada como la herramienta de una mayoría circunstancial o incluso artificial para aplastar a la minoría de turno. Como la Ley de Medios, por ejemplo.
Como diría el escritor Robert Heinlein: "Si un proyecto es tan pobre que no logra el acuerdo de dos tercios de ustedes, ¿no harán bien en rechazarlo? Y si una ley es tan mala que hasta un tercio de ustedes está en su contra, ¿no harían bien en derogarla?" Sin llegar a los extremos de Heinlein, creo que da en la tecla: la ley injusta, la ley forzada, la ley parcial, la ley impuesta sobre una ciudadanía que no la acepta, es perversa y es mejor que estemos sin ella.
Una ley no puede pasar así nomás por un Rossiducto de mayorías automáticas y numéricamente ajustadas. Es demasiado preciosa e importante para eso. Una ley no puede entrar y salir pichettamente incólume y en tiempo récord. Es demasiado importante como para que se acepte una única visión y se le permita regir a una sociedad sin que todos los aspectos de la misma hayan sido considerados.
Dirán: ¿qué pasa en caso de guerra o de desastre? ¿No será un sistema con demasiados controles incapaz en esas circunstancias? Y yo les digo: si hay un desastre o una guerra, cabría esperar que sean lo bastante responsables y decentes como para reaccionar al instante. Quiero creer que si Buenos Aires se inunda o si hay un terremoto en Mendoza, y si los políticos tienen un mínimo de decencia humana, harán lo posible por decidir rápidamente.
Y después está la Justicia. La ley, la obra de gobierno, el decreto, la resolución, deben ser todos perfectos desde el punto de vista legal. No deben exceder las atribuciones de quien las dicta, no deben tener ni una coma objetable o sin sustento en la Constitución y en las leyes, no deben pisotear los derechos individuales cuya defensa es la razón de ser de un Estado. Si por un tecnicismo o por un error en un artículo una ley es inconstitucional, pues lo lamento por quienes la proponían; redáctenla mejor la próxima vez, porque una ley es demasiado preciosa e importante como para que quienes la redacten o conciban no la hagan lo más perfecta posible.
¿Qué conclusiones debemos sacar de todo esto? Lápiz y papel.
1) El mejor Gobierno no es el que hace el mayor bien sino el que puede hacer el menor mal con el poder que tiene.
2) La existencia de controles y contrapesos mutuos es la primera garantía de que los derechos de la ciudadanía no serán atropellados por el Estado.
3) El poder del Estado jamás puede tener por único límite la buena voluntad de quien circunstancialmente lo ejerce.
4) La multiplicidad de controles y requisitos a superar no obstruye la acción de gobierno, sino que la perfecciona.
Repitamos esas frases hasta en sueños, hagamos que los chicos las escriban cien veces todos los días desde los tres años hasta que salen de la secundaria, pongámoslas al dorso de los billetes.
Los palos en la rueda, le digo a la imbécil y mendaz maniática que nos desgobierna, son lo que nos salva a nosotros los ciudadanos de la voracidad de ustedes los políticos.
Si fueras una gobernante decente, una persona inteligente, una constructora de consensos, una estadista que mira más allá de su billetera, si fueras todo eso en vez de ser un mamarracho fraudulento y prepotente que, hundido en el delirio maníaco-depresivo al que te someten los psicofármacos, pretende dominarlo todo a fuerza de microfonitos manoseados, si tus leyes fueran justas, correctas, ajustadas a derecho y con los intereses de la Patria en mente, superarías todos los requisitos legislativos y judiciales que necesita una verdadera ley, más allá del número de levantamanos que Rossi y Pichetto pueden alinearte.
Y entonces te daría genuino orgullo ver cómo lo que proponés supera lo que llamás "palos en la rueda".
Porque esa es la mejor prueba de que hacés un buen trabajo.
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