Libertad y estatismo
En lugar de deprimirme hablando sobre la pseudo-amenaza de muerte que recibió la Yegua-Pescado (todavía me río de la imagen de tres o cuatro militares octogenarios retirados jodiendo con un walkie-talkie para agarrar la frecuencia del helicóptero presidencial y poner "Avenida de las Camelias", o sobre cómo Aníbal Fernández se cree más ducho en derecho que la Corte Suprema de Justicia de la Nación, voy a limitarme a acercarles extractos de un texto que leí por estos días, de un autor norteamericano llamado Victor Davis Hanson, que tiene la rara y apreciable virtud de la claridad en la exposición. La traducción del inglés original es mía.
Porque a veces, hace falta poner las cosas en los términos más claros y concretos posibles, y no dejarse llevar por los devaneos y sanatas típicas de intelectual francés desocupado a las que apelan los progres, y que lo único que hacen es revolver el río para que ellos ganen como pescadores.
Porque a veces, hace falta poner las cosas en los términos más claros y concretos posibles, y no dejarse llevar por los devaneos y sanatas típicas de intelectual francés desocupado a las que apelan los progres, y que lo único que hacen es revolver el río para que ellos ganen como pescadores.
La larga marcha de California a Copenhague
Todavía estamos en un gran debate público entre el capitalismo y el socialismo, la libertad individual versus el estatismo, algo extraño teniendo en cuenta que cientos de millones en todo el mundo han escapado de la pobreza en los últimos 30 años gracias a la difusión del libre mercado de inspiración occidental.
Muchos escogen su lado del debate en base a su propia situación. A veces los más independientes y seguros que han florecido con el capitalismo lo promueven, mientras que los más dependienes que no pudieron lo detestan.
En otras oportunidades es la mente realista enfrentada a la idealista. Y también podemos concebir la división como una dicotomía antigua entre la visión trágica y la terapéutica: o el hombre nace como una criatura lamentable y debe fortalecerse a sí mismo a través de la negación de los apetitos, o es por naturaleza maravilloso pero corrompido por las cargas que le impone la sociedad.
Por un lado, están aquellos que creen que la libertad personal y social le ganan al igualitarismo y a la fraternidad. Nah, no creen en dejar morir a los menos exitosos, pero buscan ayudar a quienes no les va tan bien en el escenario abierto mediante tres mecanismos:
1) un gobierno limitado que sólo en casos extremos ayudaría únicamente a los necesitados, a los enfermos, a los discapacitados y a los mayores de edad (no más asistencia social para la autoestima o becas estudiantiles de seis años);
2) confianza en la capacidad de emprendimiento, en la libertad de acción, y en la empresa privaa para llegar a un crecimiento económico real que agrande la torta en lugar de estar eternamente discutiendo por los pedazos de un todo que disminuye;
3) una cultura de la vergüenza que hace que los más exitosos ayuden a los menos en su familia, en su comunidad y en su nación a través de la filantropía y la donación privada.
Del otro lado están aquellos que desean un gran gobierno para asegurar la igualdad de resultados. Su noción es que la responsabilidad personal, el talento, el comportamiento, la suerte, el destino, etcétera, no determinan por sí mismos por qué a alguien le va bien y a otro no tanto. En lugar de eso, está la insidiosa opresión racial, de género y de clase en todos lados, siniestras fuerzas activas que conspiran para mantener abajo a aquellos que de existir un sistema justo florecerían.
Por lo tanto un gran gobierno paternalista, omnisciente y omnipotente debe entrar en escena, sofrenar a los caballos salvajes, domarlos y ponerles el arnés para que tiren de la carreta colectiva. Al final del día, aquellos que disfrutan trabajar muchas horas, comenzar nuevos negocios o asumir riesgos pueden seguir haciéndolo por el puro placer de hacerlo; mientras otros que eligen no hacerlo acabarán teniendo la misma casa, el mismo auto, la misma cobertura médica, la misma universidad y las mismas oportunidades de viaje. ¿Acaso el hijo al que le gusta estar tirado en casa los sábados a la mañana debe quedarse sin comer, sólo porque no ayuda a su hermano a cortar el césped? ¿Es más feliz por su vagancia, o mejor el otro por su esfuerzo?
Una clave para entender la mente estatista es el convencimiento de que la compensación es inherentemente injusta: ¿por qué un neurocirujano que extrae exitosamente 3 meningiomas por día debe cobrar más que el pobre empleado de limpieza que le pasa el trapo al linóleo entre las operaciones? El primero obtiene un mayor status de cualquier manera, ¿así que por qué profundizar la herida de la desigualdad dándole una paga desigual al otro?
(...)
En realidad, en cierta manera, la economía mundial depende diariamente de que algún ingeniero, granjero, arquitecto, vendedor de radiadores, camionero o plomero se levanten a las cinco de la mañana, vayan a trabajar, se esfuercen duro y produzcan verdadera riqueza para que un enjambre de burócratas, reguladores y redistribuidores puedan manejar la correcta asignación de buena parte de la riqueza natural producida.
Todo el sistema, desde California hasta Copenhague, seguirá funcionando mientras las clases productivas sientan que todavía hay incentivos para levantarse de la cama a las cinco de la mañana. Cuando no lo sientan más, se cortará la corriente que alimenta miles de engranajes y palancas, y el mundo se parecerá más a Ecuador o Somalía que a los Estados Unidos.
Muchos escogen su lado del debate en base a su propia situación. A veces los más independientes y seguros que han florecido con el capitalismo lo promueven, mientras que los más dependienes que no pudieron lo detestan.
En otras oportunidades es la mente realista enfrentada a la idealista. Y también podemos concebir la división como una dicotomía antigua entre la visión trágica y la terapéutica: o el hombre nace como una criatura lamentable y debe fortalecerse a sí mismo a través de la negación de los apetitos, o es por naturaleza maravilloso pero corrompido por las cargas que le impone la sociedad.
Por un lado, están aquellos que creen que la libertad personal y social le ganan al igualitarismo y a la fraternidad. Nah, no creen en dejar morir a los menos exitosos, pero buscan ayudar a quienes no les va tan bien en el escenario abierto mediante tres mecanismos:
1) un gobierno limitado que sólo en casos extremos ayudaría únicamente a los necesitados, a los enfermos, a los discapacitados y a los mayores de edad (no más asistencia social para la autoestima o becas estudiantiles de seis años);
2) confianza en la capacidad de emprendimiento, en la libertad de acción, y en la empresa privaa para llegar a un crecimiento económico real que agrande la torta en lugar de estar eternamente discutiendo por los pedazos de un todo que disminuye;
3) una cultura de la vergüenza que hace que los más exitosos ayuden a los menos en su familia, en su comunidad y en su nación a través de la filantropía y la donación privada.
Del otro lado están aquellos que desean un gran gobierno para asegurar la igualdad de resultados. Su noción es que la responsabilidad personal, el talento, el comportamiento, la suerte, el destino, etcétera, no determinan por sí mismos por qué a alguien le va bien y a otro no tanto. En lugar de eso, está la insidiosa opresión racial, de género y de clase en todos lados, siniestras fuerzas activas que conspiran para mantener abajo a aquellos que de existir un sistema justo florecerían.
Por lo tanto un gran gobierno paternalista, omnisciente y omnipotente debe entrar en escena, sofrenar a los caballos salvajes, domarlos y ponerles el arnés para que tiren de la carreta colectiva. Al final del día, aquellos que disfrutan trabajar muchas horas, comenzar nuevos negocios o asumir riesgos pueden seguir haciéndolo por el puro placer de hacerlo; mientras otros que eligen no hacerlo acabarán teniendo la misma casa, el mismo auto, la misma cobertura médica, la misma universidad y las mismas oportunidades de viaje. ¿Acaso el hijo al que le gusta estar tirado en casa los sábados a la mañana debe quedarse sin comer, sólo porque no ayuda a su hermano a cortar el césped? ¿Es más feliz por su vagancia, o mejor el otro por su esfuerzo?
Una clave para entender la mente estatista es el convencimiento de que la compensación es inherentemente injusta: ¿por qué un neurocirujano que extrae exitosamente 3 meningiomas por día debe cobrar más que el pobre empleado de limpieza que le pasa el trapo al linóleo entre las operaciones? El primero obtiene un mayor status de cualquier manera, ¿así que por qué profundizar la herida de la desigualdad dándole una paga desigual al otro?
(...)
En realidad, en cierta manera, la economía mundial depende diariamente de que algún ingeniero, granjero, arquitecto, vendedor de radiadores, camionero o plomero se levanten a las cinco de la mañana, vayan a trabajar, se esfuercen duro y produzcan verdadera riqueza para que un enjambre de burócratas, reguladores y redistribuidores puedan manejar la correcta asignación de buena parte de la riqueza natural producida.
Todo el sistema, desde California hasta Copenhague, seguirá funcionando mientras las clases productivas sientan que todavía hay incentivos para levantarse de la cama a las cinco de la mañana. Cuando no lo sientan más, se cortará la corriente que alimenta miles de engranajes y palancas, y el mundo se parecerá más a Ecuador o Somalía que a los Estados Unidos.
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¡Hasta la próxima y muy Feliz Navidad para todos ustedes!
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