Elecciones por jurados
El otro día me crucé con un artículo del satirista político norteamericano P. J. O'Rourke llamado "I Think We Lost the Election" ("Creo que perdimos la elección") en el que postula que quizás le haría bien a la democracia que los candidatos a cargos públicos, o por lo menos los precandidatos en primarias e internas, sean elegidos mediante un sistema de jurados, es decir, sorteados de entre la población general.
La nota en sí, que se las traduzco más o menos fielmente acá abajo, es satírica, claro está, pero tiene algunos puntos que valen la pena; el principal es el riesgo que representa el tener en el poder a gente a la que le gusta el poder, y que quizás lo mejor sería ser gobernados por gente que no tuviera interés alguno en la función pública.
Bueno, acá va, espero que la disfruten.
Creo que perdimos las elecciones el 2 de noviembre. Todas las contiendas fueron ganadas por políticos. Cierto, elegimos a algunos locos enojados. Esos son preferibles antes que los políticos comunes. Su enojo provoca honestidad, y su enfermedad mental impide que la honestidad se vea oscurecida por el encanto. También elegimos algunos políticos amateurs. Sin embargo, la política es como la vivisección: perturbadora como carrera y alarmante como hobby. Y tal vez hemos elegido a algunos políticos reticentes. Pero no lo bastante reticentes.
Habremos ganado una elección cuando todos los escaños en la Cámara y en el Senado y la silla detrás del escritorio en la Oficina Oval y todas las bancas de la Corte Suprema estén ocupados por personas que desearían no estar allí.
En un país libre el gobierno es una responsabilidad aburrida y costosa. Es una reunión entre padres y maestros. El maestro es un imbécil pomposo. Nuestro hijo es una molestia indolente. Sobrellevamos esta obligación social con agotadora reticencia. Y sólo lo hacemos porque el maestro (la autoridad política) merece miradas frías, preguntas difíciles y tal vez un despido, y porque el alumno (esa porción de la sociedad que, desgraciadamente, necesita ser gobernada) merece ser castigada sin televisión, con acceso supervisado a Internet y la mensualidad retenida.
Los funcionarios electos y designados de los Estados Unidos deberían anhelar el volver a sus vidas personales e intereses privados. Deberían sentirse abrumados por sus poderes, irritados por sus responsabilidades, y avergonzados por su prominencia ante el ojo de la sociedad. Cuando dicen que desearían pasar más tiempo con sus familias, deberían querer decirlo en serio.
¿Pero cómo podemos obtener una cofradía de ciudadanos valiosos que se estremezcan de infelicidad por sus honores y dignidades? Dado que la política tiene todavía más en común con la guerra que con la vivisección, podríamos reclutarlos. Esto funcionó bastante bien en la Segunda Guerra Mundial. Los miembros jóvenes y hábiles de la Generación Más Grande seleccionados al azar desempeñaron sus deberes de manera admirable. Claro que en Vietnam, no anduvo tan bien con los miembros de la subsiguiente Generación Notanbuena. O, debería decirse, funcionó bien para los nordvietnamitas.
Tal vez podríamos usar nuestras loterías estatales, que son populares. El gran ganador recibiría millones de dólares por escoger bien, y el gran perdedor recibiría una banca en el Senado por elegir mal. El problema es que la gente que juega a la lotería no es conocida precisamente por sus habilidades matemáticas.
De hecho, tenemos una solución a nuestros problemas y la hemos tenido desde hace décadas. Un jurado de nuestros padres es la institución más antigua de libertad política. Seamos gobernados por un jurado. Esto no es una solución rápida o infalible. Le tomó a un par de jurados algunos años para meter a O. J. Simpson en la cárcel. Pero los jurados trabajan lo bastante bien como para haber subsistido desde la época de la Carta Magna, mientras que las campañas políticas son más bien breves.
¿Serían mejores los jurados que los políticos? ¿Preferiría usted enfrentarse a una selección miscelánea de los perros de sus vecinos o a una jauría de Rottweilers criados durante generaciones para atacar la libertad y custodiar el privilegio?
Los miembros de un jurado serían menos experimentados que los actuales ocupantes de cargos públicos. ¿Pero qué experiencia que la gente común y corriente no haya tenido es necesaria para reconocer lo bueno y lo malo?
Los jurados serían ignorantes respecto de las cuestiones legislativas y regulativas. ¿Pero no lo somos todos? ¿Quién exactamente de entre todos los miembros del actual Congreso y de la Casa Blanca ha leído las 906 páginas de la Ley de Protección al Paciente y Cuidado Sostenible? Imaginen una audiencia en el Congreso en la que los legisladores se callaran y escucharan y realmente quisieran aprender algo.
Ciertos individuos en los jurados serían inocentes y fácilmente manipulables por intereses especiales. Podrían hasta ser ladrones. Esto ya ha pasado en Washington. ¿Pero quién es más peligroso como ladrón, el ladrón que sabe todo acerca de tus bienes y dónde los escondés o el ladrón que nunca ha estado en tu casa antes?
Por supuesto, no existen las reformas fáciles a un sistema político afianzado desde hace tiempo, excepto ésta. Los principios de la selección por jutados son lo bastante simples como para aplicarlos a la democracia representativa, al menos en lo que hace a nuestros funcionarios electos. No tendríamos que cambiar la Constitución, sino sólo los procesos de nominación de candidatos en los partidos Demócrata y Republicano, que ya son tan desastrosos que cualquier cambio acarreraría ínfimas controversias.
Hay un registro de jurados en cada distrito político. Llamemos a miembros de ese registro para tareas de jurado, es decir, de precandidato. Que los votantes en las primarias hagan de fiscales, abogados defensores y jueces, excusando a algunos y retirando a otros. Cuando el listado haya sido purgado hasta un tamaño razonable, entonces los votantes de la elección general elegirían al que quisieran. Nada impediría que los políticos comunes y corrientes se presenten por terceros partidos o campañas personales. Pero se los identificaría fácilmente por lo que son: políticos.
Entonces sabremos que ganamos una elección: sabremos que ganamos cuando cada candidato elegido comience su discurso de aceptación diciendo: "¡Oh, m---da!"
La nota en sí, que se las traduzco más o menos fielmente acá abajo, es satírica, claro está, pero tiene algunos puntos que valen la pena; el principal es el riesgo que representa el tener en el poder a gente a la que le gusta el poder, y que quizás lo mejor sería ser gobernados por gente que no tuviera interés alguno en la función pública.
Bueno, acá va, espero que la disfruten.
Creo que perdimos las elecciones el 2 de noviembre. Todas las contiendas fueron ganadas por políticos. Cierto, elegimos a algunos locos enojados. Esos son preferibles antes que los políticos comunes. Su enojo provoca honestidad, y su enfermedad mental impide que la honestidad se vea oscurecida por el encanto. También elegimos algunos políticos amateurs. Sin embargo, la política es como la vivisección: perturbadora como carrera y alarmante como hobby. Y tal vez hemos elegido a algunos políticos reticentes. Pero no lo bastante reticentes.
Habremos ganado una elección cuando todos los escaños en la Cámara y en el Senado y la silla detrás del escritorio en la Oficina Oval y todas las bancas de la Corte Suprema estén ocupados por personas que desearían no estar allí.
En un país libre el gobierno es una responsabilidad aburrida y costosa. Es una reunión entre padres y maestros. El maestro es un imbécil pomposo. Nuestro hijo es una molestia indolente. Sobrellevamos esta obligación social con agotadora reticencia. Y sólo lo hacemos porque el maestro (la autoridad política) merece miradas frías, preguntas difíciles y tal vez un despido, y porque el alumno (esa porción de la sociedad que, desgraciadamente, necesita ser gobernada) merece ser castigada sin televisión, con acceso supervisado a Internet y la mensualidad retenida.
Los funcionarios electos y designados de los Estados Unidos deberían anhelar el volver a sus vidas personales e intereses privados. Deberían sentirse abrumados por sus poderes, irritados por sus responsabilidades, y avergonzados por su prominencia ante el ojo de la sociedad. Cuando dicen que desearían pasar más tiempo con sus familias, deberían querer decirlo en serio.
¿Pero cómo podemos obtener una cofradía de ciudadanos valiosos que se estremezcan de infelicidad por sus honores y dignidades? Dado que la política tiene todavía más en común con la guerra que con la vivisección, podríamos reclutarlos. Esto funcionó bastante bien en la Segunda Guerra Mundial. Los miembros jóvenes y hábiles de la Generación Más Grande seleccionados al azar desempeñaron sus deberes de manera admirable. Claro que en Vietnam, no anduvo tan bien con los miembros de la subsiguiente Generación Notanbuena. O, debería decirse, funcionó bien para los nordvietnamitas.
Tal vez podríamos usar nuestras loterías estatales, que son populares. El gran ganador recibiría millones de dólares por escoger bien, y el gran perdedor recibiría una banca en el Senado por elegir mal. El problema es que la gente que juega a la lotería no es conocida precisamente por sus habilidades matemáticas.
De hecho, tenemos una solución a nuestros problemas y la hemos tenido desde hace décadas. Un jurado de nuestros padres es la institución más antigua de libertad política. Seamos gobernados por un jurado. Esto no es una solución rápida o infalible. Le tomó a un par de jurados algunos años para meter a O. J. Simpson en la cárcel. Pero los jurados trabajan lo bastante bien como para haber subsistido desde la época de la Carta Magna, mientras que las campañas políticas son más bien breves.
¿Serían mejores los jurados que los políticos? ¿Preferiría usted enfrentarse a una selección miscelánea de los perros de sus vecinos o a una jauría de Rottweilers criados durante generaciones para atacar la libertad y custodiar el privilegio?
Los miembros de un jurado serían menos experimentados que los actuales ocupantes de cargos públicos. ¿Pero qué experiencia que la gente común y corriente no haya tenido es necesaria para reconocer lo bueno y lo malo?
Los jurados serían ignorantes respecto de las cuestiones legislativas y regulativas. ¿Pero no lo somos todos? ¿Quién exactamente de entre todos los miembros del actual Congreso y de la Casa Blanca ha leído las 906 páginas de la Ley de Protección al Paciente y Cuidado Sostenible? Imaginen una audiencia en el Congreso en la que los legisladores se callaran y escucharan y realmente quisieran aprender algo.
Ciertos individuos en los jurados serían inocentes y fácilmente manipulables por intereses especiales. Podrían hasta ser ladrones. Esto ya ha pasado en Washington. ¿Pero quién es más peligroso como ladrón, el ladrón que sabe todo acerca de tus bienes y dónde los escondés o el ladrón que nunca ha estado en tu casa antes?
Por supuesto, no existen las reformas fáciles a un sistema político afianzado desde hace tiempo, excepto ésta. Los principios de la selección por jutados son lo bastante simples como para aplicarlos a la democracia representativa, al menos en lo que hace a nuestros funcionarios electos. No tendríamos que cambiar la Constitución, sino sólo los procesos de nominación de candidatos en los partidos Demócrata y Republicano, que ya son tan desastrosos que cualquier cambio acarreraría ínfimas controversias.
Hay un registro de jurados en cada distrito político. Llamemos a miembros de ese registro para tareas de jurado, es decir, de precandidato. Que los votantes en las primarias hagan de fiscales, abogados defensores y jueces, excusando a algunos y retirando a otros. Cuando el listado haya sido purgado hasta un tamaño razonable, entonces los votantes de la elección general elegirían al que quisieran. Nada impediría que los políticos comunes y corrientes se presenten por terceros partidos o campañas personales. Pero se los identificaría fácilmente por lo que son: políticos.
Entonces sabremos que ganamos una elección: sabremos que ganamos cuando cada candidato elegido comience su discurso de aceptación diciendo: "¡Oh, m---da!"
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