Por amor al capitalismo
El siguiente texto es una versión traducida al castellano que un lector hizo de un artículo original del sitio "Doctor Zero", que alguna vez he comentado acá. Se los dejo porque vale la pena y porque algunas de sus posturas (que marco en negrita) son provocativas, en particular para los que crecimos con el habitual discurso argento.
El Socialismo siempre parece tener una ventaja de difusión sobre el capitalismo. Esto no es sorprendente, porque el socialismo es una noción profundamente romántica: Un sueño peligrosamente seductor de prosperidad en función de la justicia, en el que los sabios redistribuyen las ganancias de los malvados para así cuidar de los necesitados. Las promesas del socialismo son tan tentadoras que cualquier cuestionamiento sobre su pobre performance es rechazado como grosero. Es una filosofía infantil, y, como cualquier niño equivocado, recibe un caudal ilimitado de perdón y segundas oportunidades.Hasta la próxima
El capitalismo raramente goza de tan maravillosa publicidad. Para el académico parece vulgar, mientras que el político halaga a sus votantes prometiéndoles que podrán elevarse por encima del burdo materialismo… poniendo las preocupaciones materiales en manos de los políticos. En verdad el capitalismo es el cincel que la gente libre usa para tallar sus sueños de la piedra de la historia. Sin él, somos “libres” solo para suplicar por el botín del Estado, y quejarnos cuando falla en la entrega. La Libertad es solo una teoría cuando carece de un medio práctico de expresión. La libertad de expresión sin propiedad nos deja haciendo garabatos en la arena en vez de tallar nuestra voluntad en piedra.
Deberíamos ser más vigorosos en declarar nuestro amor por el capitalismo. Debería ser un amor maduro, nacido del respeto por su poder y su virtud, no un romance embelesado. Por ejemplo, deberíamos agradecer que el capitalismo es despiadado. Podría parecer extraño el celebrar semejante cualidad, pero es la razón por la cual no hemos estado subsidiando la producción de látigos para carruajes de caballos o ampollas de vacío por décadas. Librado a su propia dinámica, el libre mercado no gasta energía apuntalando la producción de bienes no deseados solo por razones sentimentales… o porque los productores de dichos bienes tienen el suficiente poder político para extraer subsidios del bolsillo del público.
Deberíamos también agradecer que el capitalismo no tenga corazón. El sentimentalismo es costoso, especialmente cuando los impuestos de otros son usados para pagar por él. El gobierno acorde a la ley de una vasta nación requiere fría lógica y obediencia férrea a la disciplina constitucional. Los programas insostenibles desangrándonos en ruina fiscal fueron vendidos a los votantes usando atractivos emocionales. Los arquitectos del estado de derechos adquiridos no usan niños para sus campañas porque quieran que evalúes cuidadosamente sus propuestas.
La emoción es una terrible guía para la asignación de recursos. La herramienta esencial para atacar desastres o pobreza es la riqueza, que es creada por transacciones entre los ciudadanos. El dinero es la herramienta que hace nuestro tiempo valioso a los demás. Una nación rica puede darse el lujo de velar por los desafortunados y desarrollar bienes que hagan mejor la vida de todos. La “desalmada” eficiencia del capitalismo es la mejor manera de coordinar nuestras capacidades y recursos, produciendo la fuente de valor que a todos nos nutre.
El capitalismo merece alabanzas por ser despiadado. Uno de los fundamentales delirios de la Izquierda es creer que la creación de riqueza es fácil. Muchos políticos no han administrado jamás un emprendimiento económico en el sector privado. No aprecian cuanto duro esfuerzo toma construir una empresa rentable, o cuantas decisiones difíciles deben tomarse a lo largo del camino. La habilidad de aislarse a si mismos de la responsabilidad es una de las habilidades primarias de la clase política. La capacidad para desprender dicha aislación es un atributo clave en la administración de empresas exitosa. Las difíciles batallas de empresa dejan algunos competidores rotos en el campo, pero producen incontables victorias para los consumidores.
El capitalismo debería ser venerado por su caos. Los mercados son iluminados por el genio fortuito de competidores libres para apostar a millones de soluciones. La mohosa ideología del estatismo no está a la altura de semejante poder. Una economía politizada no puede ser genial porque encuentra demasiadas alternativas impensables. No puede inspirar progreso, porque trabaja hacia atrás desde las conclusiones de la ideología. Cuando el Estado nacionaliza una industria declara a un producto “por encima” del mezquino negocio… y un bien que no es transable pierde su valor. El socialista destruye el valor declarando que algo es “gratis”. No hay ninguna razón para esperar crecimiento en medio de esa destrucción bestial del valor.
Finalmente, el capitalismo debería ser apreciado por su ambición, que el socialismo falsamente clasifica como “codicia”. Codicia implica tomar riquezas de otros. Eso es lo que los socialistas hacen… y no debería escapar a la vista que los personajes más importantes en un gobierno socialista llevan estilos de vida de gran lujo, aun cuando gobiernan naciones atrapadas en la pobreza más desesperada.
La ambición es hambre de posibilidades, compartido por trabajadores de todo nivel y titanes de la industria por igual. Somos ricos cuando un banquete de posibilidades es servido ante nosotros. El Estado omnipresente representa la disolución de la posibilidad. Está definido por lo que le dice al pueblo que debe hacer, o lo que no puede hacer. Impuestos compulsivos, cobrados para financiar beneficios obligatorios, reducen tus opciones para invertir el resultado de tu trabajo. El Gobierno dilapidador que te impuso el ObamaCare está destruyendo el valor de tu tiempo. Nuestros hijos tendrán magras posibilidades en un futuro de deuda aplastante y derechos adquiridos en decadencia, en el que recibirán órdenes sobre qué es lo que deben consumir… y qué pueden esperar de sus vidas.
El espíritu de la libertad habita el duro, confuso, glorioso cuerpo del capitalismo. Jamás deberíamos permitirnos sentirnos culpables por él, pedir disculpas por él, o compararlo con la seductora ilusión proyectada sobre la lamentable realidad del socialismo. La prosperidad es un destino alcanzado solamente por hombres y mujeres libres, actuando de común acuerdo. A lo único que nos podemos obligar mutuamente es a ser pobres.
1 Comentarios:
El problema argentino nunca ha sido ni el socialismo, ni el capitalismo. Ya hemos pasado por ambos.
El problema argentino radica en llevar todo a los extremos.
Con el clásico estilo de hacer política en Argentina, ningún sistema va a ser funcional para el interés común del pueblo.
En la segunda década infame, la de los ‘90s, los grandes beneficiados fueron los concentrados grupos económicos. En la primer década de 2000, los beneficiados son los que no generan nada, aunque son mayoría. Ambos a costa de la clase media, la que labura de verdad, la que paga los impuestos y los servicios que utiliza.
En otras palabras llevamos, los últimos 20 años, sosteniendo al país gracias al “pelotudo” que trabaja todos los días y no le complica la vida a nadie.
Argentina es el único país del mundo que beneficia a extranjeros indocumentados con planes sociales. Extranjeros que no generan nada para el bien común y pueblan villas de emergencia o de miseria. Muchos de los cuales son responsables de actos de delincuencia nunca antes vista en estas tierras (y por favor, no me adjetivisen con lo de la –ya tan manoseada- “discriminación”).
No por nada a la Argentina, en el exterior, se la conoce como “El País del Reves”. Una frase más que acertada para sintetizar esta locura a la que nos arrastran nuestros parasitarios políticos.
Por otro lado, ya deberíamos haber aprendido que el socialismo (o comunismo light) y el capitalismo, son las caras de una misma moneda.
Socialismo = esclavitud del hombre por el estado.
Capitalismo = esclavitud del hombre por el hombre.
En unos pocos años pasamos del neoliberalismo más acérrimo, el de los ‘90s, a este engendro de “progresismo” (que nada tiene de eso), y ya hemos y estamos viendo las consecuencias tanto de uno como del otro.
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