sábado, 15 de octubre de 2011

Sobre los indignados yanquis

Ahora que el tema de los dizque "indignados" en los Estados Unidos está siendo recibido y tratado por la prensa y la sociedad argentina con esa mezcla tan nuestra de Schadenfreude (alegría por la desgracia ajena, en alemán) y resentimiento de conventillo, nunca está de más leer algunas cosas que se escriben al respecto y que pueden no coincidir con los lugares comunes con los que se suele tratar la cuestión.

A tal efecto, dejo una columna de Mark Steyn sobre el tema, traducida por un servidor:

Los jóvenes "ocupantes" comparten los supuestos de sus abuelos
Por Mark Steyn

Cuando los muchachos de los think tanks cavilan sobre la "declinación", tienden a verla en términos geopolíticos. Las grandes potencias que se ven gradualmente excluidas del escenario mundial tienen dificultades crecientes a la hora de salirse con la suya: las pequeñas operaciones coloniales de policía en polvorientos y destartalados puestos de avanzada se prolongan durante años y languidecen sin un final evidente. Si esto les suena vagamente familiar, bueno, el Departamento de Estado informó el mes pasado que la última iglesia cristiana en Afganistán había sido demolida en 2010. Este dato trivial e intrigante estaba enterrado bien profundo dentro de su "Informe de Libertad Religiosa Internacional". No es, bajo ningún sentido de esa palabra, "internacional": durante la última década, Afganistán ha sido un Estado cliente de los EE.UU.; su repulsivo y corrupto líder se mantiene vivo sólo gracias a las armas de la OTAN; de acuerdo con el Banco Mundial, la presencia militar y humanitaria de Occidente representa el 97% de la economía del país. Los contribuyentes estadounidenses ya han gastado la mayor parte de medio billón de dólares y perdido a varios valientes guerreros en esa tierra ensombrecida, y todo lo que podemos mostrar como resultado es un régimen que desprecia abiertamente al viejo adinerado que lo creó y lo sostiene. En otro Estado cliente de los EE.UU., el gobierno iraquí apoya públicamente al matón asesino de Siria y lo apoya con asistencia esencial en su intento de preservar su dictadura. Sus dólares de impuestos en acción.

Mientras los EE.UU. se hunden en un pozo negro de deudas multibillonarias, es fascinante escuchar a tantos de mis amigos en la derecha inquietarse acerca de posibles recortes en el presupuesto del Pentágono. El problema en Irak y Afganistán no es que no gastamos el dinero suficiente, sino que tanto de ese dinero ha sido completamente desperdiciado. Las potencias dominantes suelen terminar con tareas ingratas, pero el truco es mantenerlas dentro del presupuesto: Londres administró el vasto, expandido y conflictivo tiradero tribal de Sudán con alrededor de 200 funcionarios públicos británicos durante lo que, en retrospectiva, fueron los dos tercios de siglo menos malos en la historia de ese país. En estos días dudo que doscientos funcionarios públicos sean suficientes para la oficina local típica del Departamento Federal de Solicitudes de Subvenciones para Organizadores Comunitarios. Tanto en el extranjero como en casa, los Estados Unidos necesitan urgentemente empezar a aprender a hacer más con menos.

Como dije, estos son síntomas más o menos convencionales de la declinación geopolítica: las grandes potencias siguen comportándose como siempre pero son cada vez más ineficaces. Pero lo que los tipos del Consejo de Relaciones Exteriores suelen pasar por alto es que, para el hombre común y corriente, la declinación puede ser muy placentera.

En Gran Bretaña, Francia, España y los Países Bajos, el ciudadano promedio vive mejor que lo que jamás pudo durante el apogeo del imperio. Los europeos de hoy en día viven vidas más confortables, tienen una mejor salud y toman más vacaciones que sus abuelos. El estado habrá entrado en declinación, pero sus súbditos disfrutaron de una movilidad ascendente inmensa. Se puede perdonar a los estadounidenses por concluir que, si esto es la "declinación", entonces que venga.

Pero no va a ser así para los Estados Unidos: a diferencia de Europa, la declinación geopolítica y la movilidad descendente masiva irán de la mano.

De hecho, ya están en camino. Cada vez que la economía se va al diablo, los expertos hablan de la "burbuja" inmobiliaria, la "burbuja" tecnológica, la "burbuja" crediticia. Pero la verdadera burbuja es el "momento americano" de 1950, y nuestro fracaso en entender que tales momentos no son permanentes. Los Estados Unidos emergieron de la Segunda Guerra Mundial como la única potencia industrial con fábricas intactas y ciudades que no habían sido reducidas a escombros, y supuso que esta preeminencia sin precedentes duraría para siempre: siempre estaríamos tan adelantados y tan pletóricos de dinero que podríamos hacer cualquier cosa y gastar lo que fuera, y seguiríamos siendo el número uno. Ese fue el pensamiento de las automotrices de Detroit cuando se dieron cuenta de que podían comprar a los sindicatos. La locomotora industrial de 1950 es hoy un páramo plagado de delincuencia con una tasa de alfabetización funcional equivalente a la de los casos perdidos de África Occidental. Y sí, Detroit es una excepción, pero piensen en los supuestos que tuvieron sus líderes, y después pregúntense si va a parecer una excepción en el futuro.

Tomen por ejemplo las quejas de los jóvenes norteamericanos que actualmente "ocupan" Wall Street. Muchos manifestantes les han dicho a reporteros comprensivos que "es nuestra Primavera Árabe". Hagan a un lado las diferencias entre brutales dictaduras totalitarias y una república con elecciones cada dos años, y simplemente considérenlo en términos económicos: en las protestas de "ocupación", estudiantes universitarios no tan jóvenes exigen que se les perdonen las deudas en sus matrículas. En Egipto, la mitad de la población vive en la pobreza; el país impota más trigo que cualquier otra nación en el planeta, y los fondos para eso se agotarán en un par de meses. Se preocupan por la hambruna, no por cómo financiar media década de Estudios Cualquiercosistas en la Universidad de la Complacencia.

Uno tiende a simpatizar. Cuando las matrículas universitarias cuestan 50.000 dólares al año, no puedes "trabajar para pagarte la universidad" - porque, después de todo, un chico de 18 años que gane 50 lucas al año no necesitaría ir a la universidad, ¿verdad? Sin embargo, su situación no es la misma que la de un tipo que vive junto al Nilo con dos dólares al día: una es una crisis de la economía, la otra es una crisis de decadencia. Y por lo general, las primeras son mucho más fáciles de resolver.

Mi colega Rich Lowry señala correctamente que muchas de las atribuladas familias que declaran en los sitios web de "Somos el 99%" tienen problemas de verdad. Sin embargo, el movimiento de "Ocupación" no tiene soluciones reales, excepto más gobierno, más gasto, más regulación, más burocracia, más pseudouniversidades letárgicas e insostenibles sin retorno de inversiones, más, más y más de lo que nos metió en este pozo. De hecho, a pesar de sus jóvenes semblantes, los manifestantes están tan enlodados en el momento de posguerra de los EE.UU. como sus abuelos: una de sus demandas es usar un billón de dólares para "restauración ambiental". Hey, ¿por qué no? Es sólo un billón.

Por debajo del idealismo presuntamente juvenil hay supuestos llenos de telas de araña acerca de la permanencia de la sociedad. Los agitadores del "Otoño Americano" piensan que tales demandas son razonables por ninguna otra razón excepto que les tocó nacer en los Estados Unidos, y expectativas que ninguna otra sociedad en la historia humana ha tenido jamás son sólo parte de su derecho inherente. Pero una sociedad sólo puede vivir del capital acumulado de una gloriosa herencia por un tiempo limitado. Y en tal sentido, esta revolución insípida y sin sangre es sólo un frente algo más apestoso del status quo esclerótico.

La clase media de los EE.UU. está muriendo ante nuestros ojos: el mercado laboral no tiene pulso, las cuotas universitarias se disparan a los cielos, y Obamacare ya está haciendo que las previsiones médicas sean más caras y más restrictivas. Esto no nos deja mucho más, aunque no tengan duda de que en cuanto lo encuentren, los estatistas lo arreglarán también. Como más y más norteamericanos de clase media empiezan a notar, viven vidas más precarias y vulnerables que las de sus padres y abuelos de cuello azul que no gozaron de "educación" universitaria y "beneficios" de salud. Para los norteamericanos más pobres, los prospectos son aún más tétricos, aumentados por estadísticas cada vez más desalentadoras acerca de obesidad, diabetes infantil y tantas otras cosas. Potencialmente, esto no es una declinación, sino un derrumbe rápido y devastador, mucho más allá que lo que la Gran Bretaña y la Europa de posguerra vieron y más cerca de la Argentina peronista en una escala romana.

Sería alentador si más candidatos presidenciales entendieran la urgencia. Pero hay una extraña falta de audacia en la mayoría de sus propuestas. Ellos también parecen víctimas de ese momento de 1950, y de los supuestos de su permanencia.

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