De carne somos
Hoy en La Nación, me sorprendió encontrar una propaganda firmada por Presidencia de la Nación al pie de no una, ni dos, sino tres páginas. En la primera página relataba los récords de producción y exportación del sector agropecuario; en la segunda, el aumento de la rentabilidad y del valor de la tierra respecto de "los noventa", para pasar a la tercera en la que, con tono de terror y letras grandes, preguntaba "¿No será que quieren aumentar el precio del pan, la harina y la carne?".
Cuando empezó el paro, desde el Gobierno se salió a afirmar que no se toleraría ningún corte de ruta por parte del campo, anunciando incluso que esos cortes serían reprimidos. Así es: el mismo Gobierno que dice que "no criminalizará la protesta social" frente a los cortes de piqueteros, sindicalistas y asambleístas, promete reprimir los cortes del campo. Curioso giro: el Gobierno "descubrió" que los cortes de ruta son ilegales.
Todo esto va para demostrar que, por alguna razón, el gobierno encuentra intolerable que el campo le haga un paro. Incluso hasta el punto que tiene que lanzar una campaña de prensa y propaganda contra el paro.
La pregunta es ¿por qué el Gobierno tolera y justifica las tropelías de los piqueteros y las extorsiones de los sindicalistas (ej. Moyano) pero se pone duro contra el campo? Las posibilidades son dos: o el Gobierno no actúa frente a piqueteros y sindicalistas porque los considera irrelevantes (es decir, que lo que ellos hacen no les "pega" tanto al Gobierno como un paro del campo), o los tolera porque simpatiza con sus causas. Las dos alternativas son peligrosas. El Gobierno no puede decidir si aplica la ley o no basándose en la simpatía por las causas o por la gravedad del efecto que tienen las acciones.
Tampoco busco decir que el campo sea completamente inocente: es cierto que a sus dirigentes les parece bien el intervencionismo estatal cuando actúa a favor suyo pero lo repudian cuando afecta sus ingresos. Sin embargo, esto es un mal endémico del empresariado nacional, que está demasiado acostumbrado a que Papá Estado los salve de su propia ineficiencia y los proteja del mal de la libre competencia. Basta ver para eso a la Unión Industrial, que lloró y lloró hasta que les regalaron la devaluación.
El encontronazo se presta también a otras preguntas: ¿qué hay de malo con querer ganar dinero? ¿Por qué consideramos "inmoral" toda búsqueda de ganancias? ¿Quién le dió al Estado el poder de decidir cuánta plata tiene que ganar cada uno? Seamos sinceros: nadie se mete a trabajar o invertir por altruísmo, sino para hacer buena plata.
Creo que el Gobierno se arriesga a peores encontronazos con el campo si insiste en responder a sus reclamos con campañas de prensa y amenazas. Después de todo, no conviene al Gobierno enemistarse con uno de los sectores más rentables para su estrategia de "redistribución". La oportunidad se presenta para que haya un diálogo real entre Gobierno y entidades del campo en busca de alternativas, como podría ser enfocarse más en el papel que juegan los frigoríficos en la formación de precios.
Cuando empezó el paro, desde el Gobierno se salió a afirmar que no se toleraría ningún corte de ruta por parte del campo, anunciando incluso que esos cortes serían reprimidos. Así es: el mismo Gobierno que dice que "no criminalizará la protesta social" frente a los cortes de piqueteros, sindicalistas y asambleístas, promete reprimir los cortes del campo. Curioso giro: el Gobierno "descubrió" que los cortes de ruta son ilegales.
Todo esto va para demostrar que, por alguna razón, el gobierno encuentra intolerable que el campo le haga un paro. Incluso hasta el punto que tiene que lanzar una campaña de prensa y propaganda contra el paro.
La pregunta es ¿por qué el Gobierno tolera y justifica las tropelías de los piqueteros y las extorsiones de los sindicalistas (ej. Moyano) pero se pone duro contra el campo? Las posibilidades son dos: o el Gobierno no actúa frente a piqueteros y sindicalistas porque los considera irrelevantes (es decir, que lo que ellos hacen no les "pega" tanto al Gobierno como un paro del campo), o los tolera porque simpatiza con sus causas. Las dos alternativas son peligrosas. El Gobierno no puede decidir si aplica la ley o no basándose en la simpatía por las causas o por la gravedad del efecto que tienen las acciones.
Tampoco busco decir que el campo sea completamente inocente: es cierto que a sus dirigentes les parece bien el intervencionismo estatal cuando actúa a favor suyo pero lo repudian cuando afecta sus ingresos. Sin embargo, esto es un mal endémico del empresariado nacional, que está demasiado acostumbrado a que Papá Estado los salve de su propia ineficiencia y los proteja del mal de la libre competencia. Basta ver para eso a la Unión Industrial, que lloró y lloró hasta que les regalaron la devaluación.
El encontronazo se presta también a otras preguntas: ¿qué hay de malo con querer ganar dinero? ¿Por qué consideramos "inmoral" toda búsqueda de ganancias? ¿Quién le dió al Estado el poder de decidir cuánta plata tiene que ganar cada uno? Seamos sinceros: nadie se mete a trabajar o invertir por altruísmo, sino para hacer buena plata.
Creo que el Gobierno se arriesga a peores encontronazos con el campo si insiste en responder a sus reclamos con campañas de prensa y amenazas. Después de todo, no conviene al Gobierno enemistarse con uno de los sectores más rentables para su estrategia de "redistribución". La oportunidad se presenta para que haya un diálogo real entre Gobierno y entidades del campo en busca de alternativas, como podría ser enfocarse más en el papel que juegan los frigoríficos en la formación de precios.
1 Comentarios:
Pareciera que en el gobierno no tienen en cuenta algo que aumenta constantemente, y que es sumamente dañino puesto que daña las neuronas, las cuales no se regeneran. Me estoy refiriendo al tráfico y consumo drogas.
Con tantas cortinas de humo muchos perciben la realidad completamente desdibujada, y no se dan cuenta que con las políticas actuales, en unos pocos años tal vez nuestro país deba importar carne de Uruguay o Brasil.
Un abrazo!
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