El elenco autoritario (Primera Parte)
En todo sistema tiránico, autoritario y dictatorial de gobierno tienden a hacerse presentes ciertos patrones de conducta en sus elencos dirigentes, como si todos los que tienen la manija o están cerca de la manija tienden inevitablemente a ocupar un puesto determinado, a jugar un papel concreto en el aparato de poder.
Los papeles tienden a ser comunes, a repetirse en cada gobierno autoritario, sin importar que clame por la restauración del viejo orden o que se embandere con una Revolución de cualquier corte. O, como en el caso argentino que se desliza de una democracia imperfecta a un mamarracho deforme y conyugal, cuya única meta sea la instalación de una satrapía pedorra de acomodados.
De los Kirchner, claramente podemos decir que encajan en un paradigma curioso de autoritarios: la parejita.
Los selectos compañeros de Néstor y Cristina en esta categoría de los mandamases son, desde ya, Juan Domingo y la Eva, esos modelos que dicen seguir pero que imitan tan pobremente; Nicolae y Elena Ceausescu, y Ferdinand e Imelda Marcos. Mamarrachos todos, grotescos todos, pero que convierten al Estado en un bien ganancial sujeto a sus caprichos, y en el que encuentran a través de la autoglorificación ("el mejor gobierno de la historia", etc., cuando no se llenan de títulos, medallas y otras dignidades truchas) el reconocimiento que sus mediocres y tristes logros reales nunca merecerán.
Es improcedente comparar a los Kirchner con Hitler y Stalin, no sólo por la insignificancia de los primeros y la monstruosidad de estos últimos, sino porque ni el alemán ni el soviético eran tipos conyugales: Hitler se casó recién el día antes de suicidarse, y Stalin enviudó de sus dos esposas, aunque muy probablemente haya estrangulado a la segunda.
Hecha esta aclaración sobre los K, veamos ahora algunos de esos papeles que mencionábamos antes y sus ejemplos más notables, tanto en lo histórico como en el grotesco escenario local argento.
El Monje Negro: Nadie lo ve, casi nadie lo conoce, no abre la boca y los súbditos no le conocen la voz, pero el aparato no podría funcionar sin él. Generalmente tiene un título de poca importancia en lo formal, rara vez es un ministro, y generalmente se conforma con una humilde secretaría privada u despacho de otro tipo. Eso sí, lo suficientemente cerca del Jefe como para que este último no pueda hacer nada sin sus "servicios".
Ese era el papel que jugaba Martin Bormann en la Alemania hitleriana: el de secretario privado y puestero de peaje de todos los que iban a ver al Führer. No manejaba las SS ni controlaba al Ejército, pero era el nexo entre Hitler y el mundo exterior. No gobernaba más que la oficina privada de Hitler, pero eso le bastaba para controlar quién podía acercarse al Führer y quién no.
En Argentolandia, le toca a Carlos Zannini ser el Monje Negro. ¿Quién ha escuchado hablar al "Chino"? Nadie. Pero todos lo sentimos bien de cerca cada vez que se conoce alguna nueva locura emanada de la Rosada, porque al Secretario Legal y Técnico, destacado miembro de la mesa chica calafateña, le compete traducir los desvaríos del matrimonio presidencial al lenguaje de los decretos de necesidad y urgencia. No sale a dar la cara por sus locuras como Aníbal, o a metérselas al Congreso cual supositorio como Pichetto y Rossi, pero es él quien les da forma.
El Sátrapa: Naturalmente, están los que revolotean en torno al Capo para forrarse del vil metal. Y mientras más títulos acumulen, más responsabilidades metan bajo su órbita, más vil metal tendrán para ellos mismos. Quizás su inteligencia no les alcance a los Sátrapas para manejar eficazmente todo lo que en teoría deberían manejar, pero sí es suficiente para entender los ingresos que les reportan. Y para administrarlo como se les cante el culo.
Hermann Goering es el Sátrapa por excelencia. Mariscal del Reich, Comandante en jefe de la Luftwaffe, Ministro Presidente de Prusia, fundador de la Gestapo, Ministro del Aire, Plenipotenciario del Plan Cuatrienal, Comandante de los Guardias Forestales del Reich, y gerente de las Empresas Hermann Goering y quién sabe cuántos cargos más... en todos ellos fue mediocre hasta lo indecible, pero fueron los suficientes como para tener un guardarropas completo de uniformes, y para llenar de dinero que canalizó en una vida obscena, depravada y grotesca.
A Julio de Vido, por fortuna para él, no le apetece la ostentación o los vicios del morfinómano Goering, pero sí comparte con el obeso general alemán la acumulación de tantas responsabilidades que lo único que puede supervisar oficialmente es la plata que entra por todas ellas. Es demasiado pedirle a Julito que maneje las autopistas, las empresas eléctricas, el sector petrolero, las inversiones en obra pública, la gestión de los servicios de obras públicas y Dios sabe qué otras cosas más que entran en su "Ministerio de Planificación Federal". Lo menos que le podemos pedir es que maneje bien la plata que curra con cada agujero en donde tiene un dedo metido.
El Filósofo: Debe ser triste encontrarse con el poder casi absoluto y ver que en última instancia no es más que una patente de corso para afanar, prepotear y hacer lo que se les cante el culo. A muchos de quienes están metidos en la rosca no les gusta, y sienten la imperiosa necesidad de encontrar obscuros justificativos filosóficos y místicos, de formular curiosas teorías, de inventar sistemas de ideas que sólo ellos entienden, pero que les sirven de consuelo y que les calma la profunda angustia de saberse un miembro más de un club de ladrones. Y las proclaman por ahí, sintiéndose poseedores de una verdad revelada, mientras a su alrededor y a sus espaldas se les cagan de risa tanto amigos como enemigos.
Alfred Rosenberg era conocido en el círculo Nazi como el "filósofo del Reich". En su obsesión por darle una pátina intelectual al club de carniceros iletrados que era el nacionalsocialismo, Rosenberg logró un mérito dudoso: escribir un bodrio más soporífero e incomprensible que el Mein Kampf. A tal punto era un desastre su "Mito del Siglo XX", el supuesto compendio supremo de la filosofía nazi, que el propio Hitler confesó que eran "cosas que nadie entendía", mientras Goebbels se refería a los desvaríos de Rosenberg como "eructos filosóficos".
En Argentina, claro, tenemos a la variante modesta del rosenbergismo. Nos referimos a ese Federico Klemm de la intelectualidad, a José Pablo Feinmann, el odiador de blogs, promotor de encajar el pañuelo de las Madres en vez del Sol de la Bandera, columnista frecuente e incomprensible de cuanto pasquín kirchnerista ronde por ahí, y conductor de un micro en el canal Encuentro en el que habla de tantas boludeces que parecería que le pagan por palabra pronunciada. Seguramente Feinmann tiene un sistema bien clarito en el que el kirchnerismo encaja como una forma suprema de convivencia humana; el tema es que nadie más que él le da pelota a esas cosas.
El Comisario: Pariente o vecino del Monje Negro, al Comisario le interesa controlar la pureza de amigos y extraños. No le interesa ser amado; prefiere ser temido. En su celosa vigilancia de la ortodoxia y de la lealtad, el Comisario es quien maneja "la data" de todos, de tal manera de poder organizar mejor el contragolpe cuando un patito se sale de la fila.
Lavrenti Beria era el mandamás de la NKVD, la predecesora de la KGB, durante los últimos años de Stalin. Ese puesto lo convertía en el arquitecto de las purgas, y en el encargado de darle a Stalin las listas de víctimas a ejecutar cuando al monstruo georgiano le daba un ataque de paranoia. Si te desviabas de la línea, ahí se enteraba Beria para que con una firma suya y otra del Tío Joe te pusieran en el paredón para "enderezarte". Tanto fue el odio que se ganó y el miedo que supo crear en torno a sí mismo que, en cuanto murió Stalin, todo el resto de la dirigencia soviética hizo fila para agarrarlo y asegurarse de que el pelotón de fusilamiento lo dejara bien muerto, como Raid con sus parientes alados y chupasangres.
Beria podía tener a la NKVD y a todo el aparato represivo soviético; Horacio Verbitsky tiene que conformarse con sus columnas de Página/12 y la siempre servicial y amable colaboración de la SIDE de Icazuriaga y Larcher. Cada vez que un propio se sale del molde, o que un extraño escupe el asado kirchnerista, ahí va el "Perro" Verbitsky a hurgar un par de carpetas en las que de seguro va a encontrar algún antecedente inconveniente, de preferencia algún pariente militar en la familia, o alguna simpatía menemista, liberal o eclesiástica del molesto de turno; lo que sea, le viene bien para defenestrarlo en su columna dominical, a falta de los recursos de la NKVD o del aparato de Inteligencia de Montoneros.
El Inquisidor: A primera vista, este personaje puede confundirse con el del Comisario, pues ambos se ocupan de reprimir las desviaciones y liquidar a los intrusos. Sin embargo, hay una diferencia fundamental: el Comisario se mantiene guardado y mesurado en público cuando prepara la munición contra el enemigo, mientras que el Inquisidor se lanza cual perro rabioso para acabar por completo con el molesto. Al Inquisidor le gusta el espectáculo público, la humillación, la carnicería, disfruta con la destrucción de la dignidad de su blanco, y pocas cosas lo excitan más que la posibilidad de abalanzarse contra alguien odiable para acabarlo ante la vista de todos.
Uno de los más perfectos Inquisidores de la Historia reciente, si no el más perfecto de todos, fue Andrei Vyshinski. Como "Fiscal" de los Juicios de Moscú mediante los que Stalin se libró de sus opositores reales e imaginarios en una parodia de procedimiento judicial, Vyshinski no se privó de ningún golpe ni epíteto en su búsqueda de la humillación y la confesión pública de los acusados, siguiendo su principio de "la confesión del acusado es la reina de la evidencia". Otros podían darse el gusto del tiro en la nuca, pero a Vyshinski le bastaba con la destrucción pública, cuya sola idea le hacía salir espuma de la boca.
Un ejemplo de la calidad jurídica del fiscal Vyshinski es el siguiente "alegato" que profirió en uno de los juicios espectáculo de Moscú: "Dispárenles a estos perros rabiosos. ¡Muerte a esta pandilla que esconde del pueblo sus feroces dientes y sus garras de águila! ¡Abajo con ese buitre Trotsky, de cuya boca gotea un veneno sangriento que pudre los grandes ideales del marxismo! ¡Abajo con estos animales abyectos! ¡Acabemos de una vez por todas con estos miserables híbridos de zorros y cerdos, estos cadáveres apestosos! ¡Exterminemos a los perros locos del capitalismo, que quieren destrozar la flor de nuestra nueva nación soviética! ¡Hagámosles tragar el odio bestial que sienten por nuestros líderes!"
No sé mucho sobre la vida privada del amigo Vyshinski, pero sí sé que se hubiera llevado de maravillas con Diana Conti, la encargada de arremeter contra los blancos que Verbitsky señala. A la módica diputada kirchnerista, crucificadora de jueces en el Consejo de la Magistratura y envenenada defensora pública del kirchnerismo, tal vez no le salga espuma de la boca pero sí le brillan los ojitos chiquitos y oscuros cada vez que tiene a alguien a quien acabar en público. Mientras más insultante y violento sea el procedimiento, más está Conti en su salsa. Los argumentos y justificativos son delicadezas de las que puede prescindir si tiene a mano un insulto o una chicana barata y sanguinaria a mano. Decir que en sus defensas y ataques Conti se comporta como gato panza arriba es un insulto a los gatos.
En la próxima entrega de esta serie, cubriremos otros cinco puestos del elenco autoritario: el Verdugo, el Matón, el Megáfono, el Arriero y el Idiota Útil.
Gracias por vuestra paciencia, espero que lo hayan disfrutado y será hasta la próxima.
Los papeles tienden a ser comunes, a repetirse en cada gobierno autoritario, sin importar que clame por la restauración del viejo orden o que se embandere con una Revolución de cualquier corte. O, como en el caso argentino que se desliza de una democracia imperfecta a un mamarracho deforme y conyugal, cuya única meta sea la instalación de una satrapía pedorra de acomodados.
De los Kirchner, claramente podemos decir que encajan en un paradigma curioso de autoritarios: la parejita.
Los selectos compañeros de Néstor y Cristina en esta categoría de los mandamases son, desde ya, Juan Domingo y la Eva, esos modelos que dicen seguir pero que imitan tan pobremente; Nicolae y Elena Ceausescu, y Ferdinand e Imelda Marcos. Mamarrachos todos, grotescos todos, pero que convierten al Estado en un bien ganancial sujeto a sus caprichos, y en el que encuentran a través de la autoglorificación ("el mejor gobierno de la historia", etc., cuando no se llenan de títulos, medallas y otras dignidades truchas) el reconocimiento que sus mediocres y tristes logros reales nunca merecerán.
Es improcedente comparar a los Kirchner con Hitler y Stalin, no sólo por la insignificancia de los primeros y la monstruosidad de estos últimos, sino porque ni el alemán ni el soviético eran tipos conyugales: Hitler se casó recién el día antes de suicidarse, y Stalin enviudó de sus dos esposas, aunque muy probablemente haya estrangulado a la segunda.
Hecha esta aclaración sobre los K, veamos ahora algunos de esos papeles que mencionábamos antes y sus ejemplos más notables, tanto en lo histórico como en el grotesco escenario local argento.
El Monje Negro: Nadie lo ve, casi nadie lo conoce, no abre la boca y los súbditos no le conocen la voz, pero el aparato no podría funcionar sin él. Generalmente tiene un título de poca importancia en lo formal, rara vez es un ministro, y generalmente se conforma con una humilde secretaría privada u despacho de otro tipo. Eso sí, lo suficientemente cerca del Jefe como para que este último no pueda hacer nada sin sus "servicios".
Ese era el papel que jugaba Martin Bormann en la Alemania hitleriana: el de secretario privado y puestero de peaje de todos los que iban a ver al Führer. No manejaba las SS ni controlaba al Ejército, pero era el nexo entre Hitler y el mundo exterior. No gobernaba más que la oficina privada de Hitler, pero eso le bastaba para controlar quién podía acercarse al Führer y quién no.
En Argentolandia, le toca a Carlos Zannini ser el Monje Negro. ¿Quién ha escuchado hablar al "Chino"? Nadie. Pero todos lo sentimos bien de cerca cada vez que se conoce alguna nueva locura emanada de la Rosada, porque al Secretario Legal y Técnico, destacado miembro de la mesa chica calafateña, le compete traducir los desvaríos del matrimonio presidencial al lenguaje de los decretos de necesidad y urgencia. No sale a dar la cara por sus locuras como Aníbal, o a metérselas al Congreso cual supositorio como Pichetto y Rossi, pero es él quien les da forma.
El Sátrapa: Naturalmente, están los que revolotean en torno al Capo para forrarse del vil metal. Y mientras más títulos acumulen, más responsabilidades metan bajo su órbita, más vil metal tendrán para ellos mismos. Quizás su inteligencia no les alcance a los Sátrapas para manejar eficazmente todo lo que en teoría deberían manejar, pero sí es suficiente para entender los ingresos que les reportan. Y para administrarlo como se les cante el culo.
Hermann Goering es el Sátrapa por excelencia. Mariscal del Reich, Comandante en jefe de la Luftwaffe, Ministro Presidente de Prusia, fundador de la Gestapo, Ministro del Aire, Plenipotenciario del Plan Cuatrienal, Comandante de los Guardias Forestales del Reich, y gerente de las Empresas Hermann Goering y quién sabe cuántos cargos más... en todos ellos fue mediocre hasta lo indecible, pero fueron los suficientes como para tener un guardarropas completo de uniformes, y para llenar de dinero que canalizó en una vida obscena, depravada y grotesca.
A Julio de Vido, por fortuna para él, no le apetece la ostentación o los vicios del morfinómano Goering, pero sí comparte con el obeso general alemán la acumulación de tantas responsabilidades que lo único que puede supervisar oficialmente es la plata que entra por todas ellas. Es demasiado pedirle a Julito que maneje las autopistas, las empresas eléctricas, el sector petrolero, las inversiones en obra pública, la gestión de los servicios de obras públicas y Dios sabe qué otras cosas más que entran en su "Ministerio de Planificación Federal". Lo menos que le podemos pedir es que maneje bien la plata que curra con cada agujero en donde tiene un dedo metido.
El Filósofo: Debe ser triste encontrarse con el poder casi absoluto y ver que en última instancia no es más que una patente de corso para afanar, prepotear y hacer lo que se les cante el culo. A muchos de quienes están metidos en la rosca no les gusta, y sienten la imperiosa necesidad de encontrar obscuros justificativos filosóficos y místicos, de formular curiosas teorías, de inventar sistemas de ideas que sólo ellos entienden, pero que les sirven de consuelo y que les calma la profunda angustia de saberse un miembro más de un club de ladrones. Y las proclaman por ahí, sintiéndose poseedores de una verdad revelada, mientras a su alrededor y a sus espaldas se les cagan de risa tanto amigos como enemigos.
Alfred Rosenberg era conocido en el círculo Nazi como el "filósofo del Reich". En su obsesión por darle una pátina intelectual al club de carniceros iletrados que era el nacionalsocialismo, Rosenberg logró un mérito dudoso: escribir un bodrio más soporífero e incomprensible que el Mein Kampf. A tal punto era un desastre su "Mito del Siglo XX", el supuesto compendio supremo de la filosofía nazi, que el propio Hitler confesó que eran "cosas que nadie entendía", mientras Goebbels se refería a los desvaríos de Rosenberg como "eructos filosóficos".
En Argentina, claro, tenemos a la variante modesta del rosenbergismo. Nos referimos a ese Federico Klemm de la intelectualidad, a José Pablo Feinmann, el odiador de blogs, promotor de encajar el pañuelo de las Madres en vez del Sol de la Bandera, columnista frecuente e incomprensible de cuanto pasquín kirchnerista ronde por ahí, y conductor de un micro en el canal Encuentro en el que habla de tantas boludeces que parecería que le pagan por palabra pronunciada. Seguramente Feinmann tiene un sistema bien clarito en el que el kirchnerismo encaja como una forma suprema de convivencia humana; el tema es que nadie más que él le da pelota a esas cosas.
El Comisario: Pariente o vecino del Monje Negro, al Comisario le interesa controlar la pureza de amigos y extraños. No le interesa ser amado; prefiere ser temido. En su celosa vigilancia de la ortodoxia y de la lealtad, el Comisario es quien maneja "la data" de todos, de tal manera de poder organizar mejor el contragolpe cuando un patito se sale de la fila.
Lavrenti Beria era el mandamás de la NKVD, la predecesora de la KGB, durante los últimos años de Stalin. Ese puesto lo convertía en el arquitecto de las purgas, y en el encargado de darle a Stalin las listas de víctimas a ejecutar cuando al monstruo georgiano le daba un ataque de paranoia. Si te desviabas de la línea, ahí se enteraba Beria para que con una firma suya y otra del Tío Joe te pusieran en el paredón para "enderezarte". Tanto fue el odio que se ganó y el miedo que supo crear en torno a sí mismo que, en cuanto murió Stalin, todo el resto de la dirigencia soviética hizo fila para agarrarlo y asegurarse de que el pelotón de fusilamiento lo dejara bien muerto, como Raid con sus parientes alados y chupasangres.
Beria podía tener a la NKVD y a todo el aparato represivo soviético; Horacio Verbitsky tiene que conformarse con sus columnas de Página/12 y la siempre servicial y amable colaboración de la SIDE de Icazuriaga y Larcher. Cada vez que un propio se sale del molde, o que un extraño escupe el asado kirchnerista, ahí va el "Perro" Verbitsky a hurgar un par de carpetas en las que de seguro va a encontrar algún antecedente inconveniente, de preferencia algún pariente militar en la familia, o alguna simpatía menemista, liberal o eclesiástica del molesto de turno; lo que sea, le viene bien para defenestrarlo en su columna dominical, a falta de los recursos de la NKVD o del aparato de Inteligencia de Montoneros.
El Inquisidor: A primera vista, este personaje puede confundirse con el del Comisario, pues ambos se ocupan de reprimir las desviaciones y liquidar a los intrusos. Sin embargo, hay una diferencia fundamental: el Comisario se mantiene guardado y mesurado en público cuando prepara la munición contra el enemigo, mientras que el Inquisidor se lanza cual perro rabioso para acabar por completo con el molesto. Al Inquisidor le gusta el espectáculo público, la humillación, la carnicería, disfruta con la destrucción de la dignidad de su blanco, y pocas cosas lo excitan más que la posibilidad de abalanzarse contra alguien odiable para acabarlo ante la vista de todos.
Uno de los más perfectos Inquisidores de la Historia reciente, si no el más perfecto de todos, fue Andrei Vyshinski. Como "Fiscal" de los Juicios de Moscú mediante los que Stalin se libró de sus opositores reales e imaginarios en una parodia de procedimiento judicial, Vyshinski no se privó de ningún golpe ni epíteto en su búsqueda de la humillación y la confesión pública de los acusados, siguiendo su principio de "la confesión del acusado es la reina de la evidencia". Otros podían darse el gusto del tiro en la nuca, pero a Vyshinski le bastaba con la destrucción pública, cuya sola idea le hacía salir espuma de la boca.
Un ejemplo de la calidad jurídica del fiscal Vyshinski es el siguiente "alegato" que profirió en uno de los juicios espectáculo de Moscú: "Dispárenles a estos perros rabiosos. ¡Muerte a esta pandilla que esconde del pueblo sus feroces dientes y sus garras de águila! ¡Abajo con ese buitre Trotsky, de cuya boca gotea un veneno sangriento que pudre los grandes ideales del marxismo! ¡Abajo con estos animales abyectos! ¡Acabemos de una vez por todas con estos miserables híbridos de zorros y cerdos, estos cadáveres apestosos! ¡Exterminemos a los perros locos del capitalismo, que quieren destrozar la flor de nuestra nueva nación soviética! ¡Hagámosles tragar el odio bestial que sienten por nuestros líderes!"
No sé mucho sobre la vida privada del amigo Vyshinski, pero sí sé que se hubiera llevado de maravillas con Diana Conti, la encargada de arremeter contra los blancos que Verbitsky señala. A la módica diputada kirchnerista, crucificadora de jueces en el Consejo de la Magistratura y envenenada defensora pública del kirchnerismo, tal vez no le salga espuma de la boca pero sí le brillan los ojitos chiquitos y oscuros cada vez que tiene a alguien a quien acabar en público. Mientras más insultante y violento sea el procedimiento, más está Conti en su salsa. Los argumentos y justificativos son delicadezas de las que puede prescindir si tiene a mano un insulto o una chicana barata y sanguinaria a mano. Decir que en sus defensas y ataques Conti se comporta como gato panza arriba es un insulto a los gatos.
En la próxima entrega de esta serie, cubriremos otros cinco puestos del elenco autoritario: el Verdugo, el Matón, el Megáfono, el Arriero y el Idiota Útil.
Gracias por vuestra paciencia, espero que lo hayan disfrutado y será hasta la próxima.
9 Comentarios:
MAGNIFICO!!!
Una pregunta, después de la muerte de Stalin, ¿qué fue de Vyshinski?
Gracias Andy!
Vyshinski, dice Wikipedia, apenas sobrevivió un año y medio a Stalin: murió en 1954 en Nueva York mientras se desempeñaba como representante de la Unión Soviética ante la ONU. La causa oficial de muerte fue un infarto, pero alguien por ahí dice que se suicidó.
Después de ser la Diana Conti de Stalin, Vyshinski le fue útil como viceprimer ministro, ministro de Exteriores y miembro de la Academia Soviética de Ciencias, cuyo Instituto de Estado y Derecho llevó su nombre hasta que se lo cambiaron cuando Nikita Khrushchev le dio pa'delante con la "desestalinización".
Saludos!
En palabras de Mr. Burns, "Excelente!"
Maravilloso. Queremos la parte II !
Fantástico el post!!!!!. Me pregunto en donde caería la gorda D´Elia.
Genio! genio!
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Mayor Payne, lo tuyo es genialidad en serio. A los pocos días de escribir este post, aparece en TV la mismísima Diana Conti declarándose stalinista. Lo cual no hace otra cosa que confirmar lo que escribiste sobre ella en este post. No podías haber acertado mejor. Impresionante.
jajajja... muchas gracias, Fede, pero qué voy a ser genio yo, ojalá fuera genio así hago desaparecer a unos cuantos, como quiere la sexóloga tarada...
Fuera de joda, muchas gracias... no podía ni en mis más delirantes delirios imaginar que la Conti misma iba a decir que era stalinista...
Saludos!
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