sábado, 8 de mayo de 2010

Pesimismo

"El hombre es lo que es: un animal salvaje con voluntad de sobrevivir y (hasta ahora) con la capacidad necesaria para enfrentarse a cualquier competencia. A menos que uno lo acepte así, todo lo que se diga sobre la moral social, la guerra, la política - lo que sea - es pura tontería. La moral correcta surge de saber lo que el hombre es, y no lo que a esas viejas solteronas, a esos hombres de buenas intenciones y deseosos de obrar bien, les gustaría que fuera."

Starship Troopers, de Robert A. Heinlein

Hay comportamientos, ideologías, posturas frente al hombre y a la vida que sólo se entienden si vemos a sus promotores como portadores de un utopismo a prueba de balas. Desde creer que una persona carece de intereses propios por el simple hecho de ser funcionario público (como me lo dijo en la cara un conocido progre cuando se lo planteé como objeción al estatismo) hasta pensar que las armas son el único obstáculo para la paz mundial. Desde creer que para que no haya más terrorismo hay que sentarse a dialogar con los terroristas hasta intentar acabar con el crimen y la inseguridad haciendo que la policía sea buenita, desarmada y conciliadora.

Esas ideas, y otras similares en su óptica y en su total falta de sentido, siempre van a estar rondando en una sociedad. Y es comprensible que así sea, porque es lindo creer en eso. Es más agradable y reconfortante que la alternativa. Y por eso estas ideas, este utopismo, siempre va a tener mejor prensa y apologistas más vocales que aquellos que insistimos en el escepticismo, en la desconfianza y en la prevención.

Y lo peor que se puede hacer es sancionar leyes y gobernar una sociedad basándose en el utopismo. Cualquier ley estatizante se basa en la idea de que el Estado, que es una organización tan humana y falible como una empresa, es por naturaleza más bondadoso y moral que una corporación. Todos los tratados de desarme y propuestas del pacifismo surgen de la creencia de que el ser humano es naturalmente bueno y que las armas lo hacen violento, en una lógica similar a pensar que el frío es consecuencia de la existencia de los sweaters.

Y así podemos seguir y seguir, pero los resultados son los mismos: todos estos experimentos, todas estas ideas, todos estos esfuerzos de lograr la utopía chocan contra la naturaleza humana. Ahí viene el llanto y el rechinar de dientes, las tragedias y los desastres, la repartida de culpas y la búsqueda de culpables, y la infaltable defensa de la idea original basándose en sus intenciones en vez de sus resultados. Porque si falla, nunca puede ser debido a que la idea era mala. Siempre fue porque alguien no la supo aplicar o no la quiso poner en práctica porque es "malo".

El utopismo fracasa porque ignora lo que el ser humano es en realidad. Así de simple.

El ser humano es agresivo. El ser humano es violento. El ser humano es codicioso. El ser humano tiende naturalmente a perseguir su propio interés. El ser humano busca siempre su ventaja. El ser humano no es racional. El ser humano no nace responsable, sino que se le debe inculcar. El ser humano quiere ganar como sea. Siempre.

Toda virtud, sea el altruismo, la solidaridad, el desapego, la honestidad, es valiosa por lo rara que es entre las personas, no por lo común que pueda ser. Ninguna ley o conjunto de buenas intenciones va a poder cambiar esto.

Dictar leyes o redactar normas sin otra precaución contra su posible violación excepto presuponer que por lo buena que es la gente no se las va a violar es una idiotez mayúscula. Darle poder a una persona y no prevenirse contra el abuso de ese poder es suicida. La confianza se gana, no se regala; se le da en cuentagotas al que demuestra merecerla, no se la presupone basándose en lo que el otro dice.

La ley, la política, la economía y la moral no deben partir de lo que el hombre debe ser como si ya lo fuera, sino asumir lo que el ser humano es, y desde allí encauzar y limitar su comportamiento para que no caiga en excesos que sean destructivos para sí mismo y para la sociedad en general.

Cada vez que alguien intentó desmentir las expresiones "hijos del rigor" y "hecha la ley, hecha la trampa", los resultados fueron siempre los mismos: un fracaso rotundo.

¿Que si es un punto de vista oscuro y triste? Claro que sí. Desafortunadamente, no veo que las alternativas sean factibles. Soy un pesimista; ni la historia ni la política ni el comportamiento diario de la gente me dan razones para no serlo. Por eso pienso lo que pienso.

Hasta la próxima.

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