El corazón de la oscuridad
-A veces deseo que se vayan rápido, ¿sabés? -Ahora tenía un cierto dolor en la mirada. Volvió a rascar el borde la mesa con el canto de su mano-. Así vos y yo podemos volver a hablar de libros y de minas, como antes. ¿Te acordás?
Los odio.
Me siento a escribir esto, tengo el bloc de notas abierto frente a mí, suspiro y lo reconozco: los odio.
Debo hacer el sinceramiento, aunque sea para mí mismo.
Y no sólo los odio a ellos, al matrimonio, a Él y a Ella, a la Parejita Perversa. Y mi odio, que los tiene a ellos como foco, se desparrama a toda la telaraña que los rodea. Odio a su círculo íntimo, odio a sus familiares, odio a sus operadores, odio a sus aliados cómplices, odio a sus asociados, odio a sus voceros, odio a sus apologistas, odio a sus simpatizantes. Del primero al último, los odio.
Va más allá del desacuerdo personal con sus políticas, de la crítica a su corrupción, del rechazo a sus métodos. Eso ya fue, quedó atrás, es algo que se podía sentir, como lo sentía yo, respecto de Menem, de De la Rúa, de Duhalde. Eso es algo que que podía haberse dicho de los Kirchner en el 2006. Lo de hoy, abril de 2010, es odio en toda la regla.
Y no es usar la palabra "odio" como una expresión. Es odio en serio, del que te hace sentir capaz de las peores cosas si tuvieras la oportunidad de aplicárselo en persona. Del que te hace bloquear Canal Siete de tu televisor para no sentir el anhelo irrefrenable de destruir el aparato cada vez que aparece 6, 7, 8 o Visión Siete, o Hebe de Bonafini.
¿Por qué los odio?
Hace siete años que vengo escuchando de ellos que yo, como parte de todos aquellos que no pensamos como ellos, somos golpistas, destituyentes, resentidos, que nuestras ideas no merecen ser tenidas en cuenta, que somos tan idiotas que votamos "contra nuestros propios intereses".
Me dicen permanentemente que por no pensar como ellos no tengo derecho a hablar, que la democracia no me incluye, que tengo que pedir permanentemente perdón por no estar de acuerdo y tener mis propias ideas, que no formo parte de la verdadera Argentina, que soy un cuerpo tolerado en la Patria "nacional y popular", pero que si Cristina quisiera y fuera una genia, me haría desaparecer junto con unos cuantos.
Para ellos, los que no pensamos como ellos sólo tenemos que callarnos, agachar la cabeza, pagar nuestros impuestos y nada más.
Cada discurso que dan es un insulto hacia lo que soy, lo que siento, lo que pienso y lo que creo. Y me levantan el dedito y me dan clases de moral.
Me hablan de los derechos humanos y me levantan el dedito, aquellos que en la puta vida se calentaron por los derechos humanos, que tan mal la pasaron en el gobierno militar que abrieron su estudio de abogados y se llenaron de guita hipotecando a insolventes, que hicieron los negocios que se les cantaron y se sacaron fotos con cuanto general daba vueltas por Santa Cruz.
Me hablan de la década del '90 con lágrimas y me levantan el dedito, aquellos que eran los mejores alumnos de Menem, que le aplaudían todo, que compartieron Dios sabe cuántas boletas electorales con el Cotur, que iban de convencionales en el '94 para meter la reelección y los decretos de necesidad y urgencia en la Constitución.
Me maldicen el capitalismo y la riqueza, esa pareja de millonarios y usureros de patrimonio tan explosivo como ilegal.
Me dicen que estoy loco, que la inflación es una "tensión momentánea de precios" cuando ya los aumentos se empiezan a notar con semanas de diferencia, cuando el billete de diez pesos con el que antes me podía pagar un almuerzo rápido ahora con suerte me sirve para un café choto.
Me dicen que estoy loco, que no existe inseguridad, sólo "consecuencias de la pobreza", mientras chorros dopados hasta los párpados con paco y todas las otras porquerías imaginables matan, acribillan, acuchillan y violan por un par de zapatillas o por veinte pesos en el bolsillo. Y me dicen que soy facho, que soy intolerante, que soy "mano dura" por querer que se les ponga fin de una vez a esas barbaridades.
Me miran a la cara, me sonríen con sorna, me levantan el dedito y me dicen que estoy loco, que estoy equivocado, que lo que siento no es verdadero, que lo que pienso no es aceptable, que lo que me pasa no es verdad, que los medios me llenan la cabeza, que mi opinión no cuenta.
Me venden un país en el que no existo, en el que apenas soy un contribuyente de impuestos, en el que no se me respeta nada si a ellos no les conviene.
Y me levantan el dedito. En todo momento. Me levantan el dedito y lo agitan en frente mío.
Y sé que es mutuo. Ellos me odian a mí, junto a los que no piensan como ellos. Chorrea su odio en sus discursos, en los chistecitos y sarcasmos que tiran desde 6, 7, 8 y las columnas de El Argentino, en el desprecio de sus diputados y filósofos, en las sonrisitas sobradoras de sus amigos y entenados. A Hebe de Bonafini y Luis D'Elía se los puee criticar por muchas cosas, pero no por poner en los términos más claros y crudos posibles el odio que los Kirchner y sus acólitos sienten por los que estamos del otro lado.
¿Cómo no los voy a odiar después de eso?
Lo peor es que no quiero sentir esto. No quiero odiar a nadie de este país, ni a mi gobierno ni a mis compatriotas. Ni siquiera los quiero odiar a ellos. Sería tanto más fácil mi vida sin el odio que me inspiran, que hasta podría decirse que los odio más por llevarme a odiarlos.
Tengo amigos, parientes, gente a la que aprecio y quiero mucho, que están del otro lado de la vereda y con la que he tenido discusiones maravillosas y enriquecedoras, siempre desde nuestros puntos de vista, sabiendo que no nos vamos a convencer de pensar distinto de lo que creemos, pero que al menos vamos a entendernos.
Sé que es posible no odiar, que se puede vivir en la Argentina en paz con los que no coinciden con nosotros, y que es más fácil de lo que parece. Y por eso los odio todavía más a los Kirchner, porque nos han llevado por el camino contrario, el del odio, el resentimiento, la venganza y el desprecio. ¿Y en nombre de qué? ¿Qué les da derecho a los Kirchner a partirnos al medio, a llevarnos al odio entre compatriotas?
¿Es en nombre de los derechos humanos que en la puta vida les importaron hasta que llegaron al gobierno? ¿De la distribución de la riqueza que siempre termina en sus manos? ¿De un "proyecto nacional" que sólo existe para mantenerlos en el poder y por el que un día pueden condenar al FMI mientras al día siguiente le pagan toda la deuda?
Al final de la historia, cuando todo esto termine, cuando finalmente se vayan, mi odio hacia ellos, y el odio de quienes los siguen hacia nosotros, el odio entre hermanos argentinos que como gobernantes debieron haber ayudado a curar en vez de incitar e incentivar, será la mayor condena que pesará sobre los Kirchner.
Los odio.
Me siento a escribir esto, tengo el bloc de notas abierto frente a mí, suspiro y lo reconozco: los odio.
Debo hacer el sinceramiento, aunque sea para mí mismo.
Y no sólo los odio a ellos, al matrimonio, a Él y a Ella, a la Parejita Perversa. Y mi odio, que los tiene a ellos como foco, se desparrama a toda la telaraña que los rodea. Odio a su círculo íntimo, odio a sus familiares, odio a sus operadores, odio a sus aliados cómplices, odio a sus asociados, odio a sus voceros, odio a sus apologistas, odio a sus simpatizantes. Del primero al último, los odio.
Va más allá del desacuerdo personal con sus políticas, de la crítica a su corrupción, del rechazo a sus métodos. Eso ya fue, quedó atrás, es algo que se podía sentir, como lo sentía yo, respecto de Menem, de De la Rúa, de Duhalde. Eso es algo que que podía haberse dicho de los Kirchner en el 2006. Lo de hoy, abril de 2010, es odio en toda la regla.
Y no es usar la palabra "odio" como una expresión. Es odio en serio, del que te hace sentir capaz de las peores cosas si tuvieras la oportunidad de aplicárselo en persona. Del que te hace bloquear Canal Siete de tu televisor para no sentir el anhelo irrefrenable de destruir el aparato cada vez que aparece 6, 7, 8 o Visión Siete, o Hebe de Bonafini.
¿Por qué los odio?
Hace siete años que vengo escuchando de ellos que yo, como parte de todos aquellos que no pensamos como ellos, somos golpistas, destituyentes, resentidos, que nuestras ideas no merecen ser tenidas en cuenta, que somos tan idiotas que votamos "contra nuestros propios intereses".
Me dicen permanentemente que por no pensar como ellos no tengo derecho a hablar, que la democracia no me incluye, que tengo que pedir permanentemente perdón por no estar de acuerdo y tener mis propias ideas, que no formo parte de la verdadera Argentina, que soy un cuerpo tolerado en la Patria "nacional y popular", pero que si Cristina quisiera y fuera una genia, me haría desaparecer junto con unos cuantos.
Para ellos, los que no pensamos como ellos sólo tenemos que callarnos, agachar la cabeza, pagar nuestros impuestos y nada más.
Cada discurso que dan es un insulto hacia lo que soy, lo que siento, lo que pienso y lo que creo. Y me levantan el dedito y me dan clases de moral.
Me hablan de los derechos humanos y me levantan el dedito, aquellos que en la puta vida se calentaron por los derechos humanos, que tan mal la pasaron en el gobierno militar que abrieron su estudio de abogados y se llenaron de guita hipotecando a insolventes, que hicieron los negocios que se les cantaron y se sacaron fotos con cuanto general daba vueltas por Santa Cruz.
Me hablan de la década del '90 con lágrimas y me levantan el dedito, aquellos que eran los mejores alumnos de Menem, que le aplaudían todo, que compartieron Dios sabe cuántas boletas electorales con el Cotur, que iban de convencionales en el '94 para meter la reelección y los decretos de necesidad y urgencia en la Constitución.
Me maldicen el capitalismo y la riqueza, esa pareja de millonarios y usureros de patrimonio tan explosivo como ilegal.
Me dicen que estoy loco, que la inflación es una "tensión momentánea de precios" cuando ya los aumentos se empiezan a notar con semanas de diferencia, cuando el billete de diez pesos con el que antes me podía pagar un almuerzo rápido ahora con suerte me sirve para un café choto.
Me dicen que estoy loco, que no existe inseguridad, sólo "consecuencias de la pobreza", mientras chorros dopados hasta los párpados con paco y todas las otras porquerías imaginables matan, acribillan, acuchillan y violan por un par de zapatillas o por veinte pesos en el bolsillo. Y me dicen que soy facho, que soy intolerante, que soy "mano dura" por querer que se les ponga fin de una vez a esas barbaridades.
Me miran a la cara, me sonríen con sorna, me levantan el dedito y me dicen que estoy loco, que estoy equivocado, que lo que siento no es verdadero, que lo que pienso no es aceptable, que lo que me pasa no es verdad, que los medios me llenan la cabeza, que mi opinión no cuenta.
Me venden un país en el que no existo, en el que apenas soy un contribuyente de impuestos, en el que no se me respeta nada si a ellos no les conviene.
Y me levantan el dedito. En todo momento. Me levantan el dedito y lo agitan en frente mío.
Y sé que es mutuo. Ellos me odian a mí, junto a los que no piensan como ellos. Chorrea su odio en sus discursos, en los chistecitos y sarcasmos que tiran desde 6, 7, 8 y las columnas de El Argentino, en el desprecio de sus diputados y filósofos, en las sonrisitas sobradoras de sus amigos y entenados. A Hebe de Bonafini y Luis D'Elía se los puee criticar por muchas cosas, pero no por poner en los términos más claros y crudos posibles el odio que los Kirchner y sus acólitos sienten por los que estamos del otro lado.
¿Cómo no los voy a odiar después de eso?
Lo peor es que no quiero sentir esto. No quiero odiar a nadie de este país, ni a mi gobierno ni a mis compatriotas. Ni siquiera los quiero odiar a ellos. Sería tanto más fácil mi vida sin el odio que me inspiran, que hasta podría decirse que los odio más por llevarme a odiarlos.
Tengo amigos, parientes, gente a la que aprecio y quiero mucho, que están del otro lado de la vereda y con la que he tenido discusiones maravillosas y enriquecedoras, siempre desde nuestros puntos de vista, sabiendo que no nos vamos a convencer de pensar distinto de lo que creemos, pero que al menos vamos a entendernos.
Sé que es posible no odiar, que se puede vivir en la Argentina en paz con los que no coinciden con nosotros, y que es más fácil de lo que parece. Y por eso los odio todavía más a los Kirchner, porque nos han llevado por el camino contrario, el del odio, el resentimiento, la venganza y el desprecio. ¿Y en nombre de qué? ¿Qué les da derecho a los Kirchner a partirnos al medio, a llevarnos al odio entre compatriotas?
¿Es en nombre de los derechos humanos que en la puta vida les importaron hasta que llegaron al gobierno? ¿De la distribución de la riqueza que siempre termina en sus manos? ¿De un "proyecto nacional" que sólo existe para mantenerlos en el poder y por el que un día pueden condenar al FMI mientras al día siguiente le pagan toda la deuda?
Al final de la historia, cuando todo esto termine, cuando finalmente se vayan, mi odio hacia ellos, y el odio de quienes los siguen hacia nosotros, el odio entre hermanos argentinos que como gobernantes debieron haber ayudado a curar en vez de incitar e incentivar, será la mayor condena que pesará sobre los Kirchner.
3 Comentarios:
El odio es un ácido que corroe al envase que lo contiene...
Por lo tanto, hay que saber dirigir el chorro...
Siento igual que vos, pero sabés qué?, cuando estos hijos de un vagón cargado de putas dominicanas se vayan, van a venir otros del mismo partido (que ahora son de la supuesta oposición), y como en el manejo del poder los peronchos la tienen no clara, sino RECONTRA RE CLARIIIIIIIISIMA, se van a nutrir de muchos de los actuales acólitos de la parejita (cuaros políticos, creo que les dicen) y van a formar gobierno con ellos. Algunos de ellos, mediáticos, y otros, simplemente anónimos chupaculos de turno o levantamanos desconocidos que actualmente pueden ser diputados o senadores (así con minúscula). Y como el 99% del electorado de nuestro país no tiene ni la más reputa idea de quiénes son nuestros representantes, vamos a estar muy contentos con la "renovación política postkirchnerista", cuando en realidad vamos a estar con mas o menos los mismos mierdas que antes. Soy un poquitín pesimista, pero creo que nuestra querida patria, gracias a su gran pueblo argentino (salud) no va a mejorar, sino que vamos a paso cada vez mas apresurado, hacia un futuro de berretización símil Somalia. Pongo mis pelotas en juego a que en 25 o 30 años (y soy generoso), vamos a estar como en ese mal experimento de país que acabo de nombrar. Me desahoué, hice catársis. Gracias maestro.
Te leo siempre y la verdad que pienso cien por ciento igual a vos. Lamentablemente siento que una gran parte de la poblacion sigue como dormida, hipnotizada con las mentiras y el discurso oficialista. Ultimamente trato de evitar hablar de politica para no terminar peleandome con personas que aprecio. Te felicito por tus comentarios y tu forma de pensar. Saludos.
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