sábado, 25 de junio de 2011

Demasiado Grande Para Ganar

Ustedes saben cómo viene la mano acá en LBP. Hay algunos sábados en los que no me alcanza la nafta para escribir algo coherente de mi parte, y es entonces cuando recurro a algún artículo que haya leído en otro lado y que me haya resultado de interés.

Bueno, hoy es uno de esos sábados.

Les dejo a continuación una traducción propia de un artículo de Mark Steyn que puede interesarle a aquellos con afición por los temas internacionales. Es largo, así que planeen escalas para ir al baño en algún momento.

DEMASIADO GRANDE PARA GANAR

¿Por qué Estados Unidos no puede ganar guerras? Han pasado dos terceras partes de siglo desde que vimos (como el presidente Obama tan vívidamente lo describió) al "Emperador Hirohito bajando a firmar una rendición ante MacArthur". Y si no es así como lo recuerdan, olvídense de la lista formal de invitados, olvídense del certificado de rendición, y traten de pensar en un sentido más básico de "ganar".

Los Estados Unidos están peleando actualmente, en mayor o menor grado, tres guerras. La de Irak (el pantano, la guerra "mala", la invasión que desató mil demostraciones antibélicas en Occidente e investigaciones oficiales y obras de teatro y películas contra Bush) es la que menos mal está yendo. Por ahora. Y eso salvando el hecho de que el principal legado geoestratégico de nuestro gentil protectorado es que un enemigo declarado de los Estados Unidos, Irán, ha sido capaz de incrementar vastamente su influencia en el país a costa nuestra.

¿Afganistán? La "guerra buena" es ahora "la guerra más larga de los Estados Unidos". Nuestras fuerzas han estado ahí más tiempo que lo que estuvo el Ejército Rojo. La estrategia de "corazones y mentes" está yendo tan bien que ahora las tropas norteamericanas están siendo asesinadas por los afganos que mejor los conocen. ¿Ser asesinado por soldados y policías que has pasado años entrenando cuenta como una muerte en combate? Tal vez sea por eso que los medios norteamericanos desdeñan la cobertura de estas muertes: en abril, en una reunión entre la policía fronteriza de Afganistán y sus capacitadores norteamericanos, un policía afgano mató a dos soldados norteamericanos. Bueno, es un país salvaje, una vez que llegas a la frontera con Turkmenistán. Unas semanas después, de regreso en Kabul, un piloto militar afgano mató a ocho soldados y un contratista civil norteamericano. El 13 de mayo, un "equipo mentor" de la OTAN se sentó a almorzar con policías afganos en Helmand cuando uno de sus protegidos abrió fuego y mató a dos de ellos. "Las acciones de este individuo no reflejan las acciones en general de nuestros socios afganos", dijo el mayor general James B. Laster, del Cuerpo de Infantería de Marina de los EE.UU. "Permanecemos comprometidos con nuestros socios y con nuestra misión aquí.”

¿Libia? La buena noticia es que hemos reducido considerablemente el tiempo que nos lleva empantanarnos. Creo que la campaña en Libia ya está en el Libro Guinness de los Records Mundiales como el empantanamiento más rápido registrado. En una acción inspirada, escogimos respaldar al único movimiento de liberación árabe incapaz de derrocar al mandamás local aún cuando les prestas todas las fuerzas aéreas de la OTAN. Pero no se preocupen: el Presidente Obama, como dijo un funcionario al New York Times, está "liderando desde atrás". Precisamente. ¿Qué podría ser más impecablemente multilateral que un caballo de pantomima de coalición compuesto enteramente por partes traseras? Aparentemente sería "ilegal" apuntarle al coronel Qaddafi, así que nuestro objetivo estratégico es matarlo por accidente. Hasta ahora hemos matado a un hijo y un par de niestos. Quizás para el momento en que lean esto hayamos agregado a una o dos tías solteronas a la colección de trofeos. No está precisamente claro el porqué matar al viejo travesti de la cara poceada sería una prioridad para los Estados Unidos ahora, pero esperemos que ocurra pronto, porque de otro modo no habrá forma de saber cuándo esta "guerra" estará "terminada".

De acuerdo a los gustos partidarios, se puede echar la culpa de este trío de desastres actuales a Bush o a Obama, pero en el gran esquema de las cosas son parte de un patrón de conducta que precede a cualquiera de los dos, y que se remonta a no-victorias grandes y pequeñas; Somalía, la Primera Guerra del Golfo, Vietnam, Corea. En la columna más definida del balance tenemos... veamos: Granada en 1983. Y dado que ese fue un pequeño asunto de limpieza post-colonial que Gran Bretaña debería haber atendido pero no quiso hacer, uno puede sostener que incluso ese solitario triunfo sostiene una narrativa más amplia de la endeblez occidental. De cualquier forma, el único triunfo militar sin ambigüedades de los Estados Unidos desde 1945 es una pequeña isla en el Caribe que tiene a la reina Isabel II como jefa de Estado. Para el 43% del gasto militar global, eso no es mucho retorno de inversiones.

El intervencionismo inconclusivo tiene consecuencias. Corea nos llevó a los norcoreanos con armas nucleares. Los helicópteros derribados en el desierto iraní nos llevaron a los mullahs con armas nucleares. La Primera Guerra del Golfo nos llevó a la Segunda Guerra del Golfo. Somalía nos llevó al 11 de Septiembre. Vietnam nos llevó a todo, en el esentido de que su trauma penetró tan profundamente en la psiquis colectiva norteamericana que erosionó la capacidad de pensar claramente en la guerra como una herramienta de propósito nacional.

Durante medio siglo, la Guerra Fría sirvió de encubrimiento. Al comienzo de la así llamada Era Americana, Washington escogió bajar el perfil de la hegemonía norteamericana y en su lugar creó y financió instituciones transnacionales en las que la superpotencia no-imperial se menospreciaba tanto a sí misma que infló de manera artificial la condición de todos los demás en una especie de programa de acción afirmativa geopolítica. En la esfera militar, esto fue la OTAN. Si las críticas contra el Consejo de Seguridad de la ONU es que no es más que el desfile de la victoria de la Segunda Guerra Mundial preservado en gelatina, la OTAN son los escombros de la Europa de postguerra preservados como sala de situación. En 1950, los Estados Unidos tenían una supremacía única sobre el "mundo libre" y podían darse el gusto de ser generosos, así que lo fueron: teníamos más dinero que el que podíamos usar, así que salvamos a nuestros aliados del costo de pagar su propia defensa.

Pero 1950 ya pasó. Las economías continentales se recuperaron, Europa se enriqueció y también lo hicieron Japón y los tigres asiáticos. Y en Washington nadie se dio cuenta: continuamos pagando, estableciendo guarniciones no en colonias remotas sino en algunas de las naciones más ricas de la historia. Gracias al bienestar militar norteamericano, la OTAN es una alianza militar compuesta por países que ya no tienen fuerzas armadas. En la Guerra Fría esto tenía una especie de lógica: Europa era el campo de batalla designado, así que aunque tuvieran o no tanques, ellos tenían literalmente el pellejo en juego. Pero la Guerra Fría terminó y la OTAN permaneció, evolucionando en una especie de Superamigos globales compuestos por tipos que ni son Super ni se aprecian demasiado. Al comienzo de la campaña afgana, Washington invirtió considerables esfuerzos diplomáticos en incitar a sus aliados a los gestos más simbólicos de participación en la guerra: la cumbre de la OTAN en 2004 fue elogiada como un hito exitoso luego de que los veintiséis miembros de la alianza se comprometieran a aportar seiscientas tropas y tres helicópteros extra. Esto representa en promedio 23,08 soldados por país, junto con casi la novena parte de un helicóptero. Media década de estancamiento después, Washington estaba invirtiendo todavía más esfuerzo en incitar a sus aliados a los gestos más simbólicos de transnacionalismo amariconado no combatiente: sabemos que, bajo reglas de empeñamiento cada vez más refinadas, ciertos aliados no saldrán de noche, o en la nieve, o en provincias en donde hay combate, así que para el aquelarre de la OTAN en 2010, Robert Gates se vio reducido a protestar porque los 450 "capacitadores" prometidos por los aliados para el Ejército Nacional Afgano no se habían materializado. Supuestamente 46 naciones contribuyen al esfuerzo aliado en Afganistán, así que eso sería unos diez "capacitadores" por país. Imagínense si la energía gastada en estos ridículas (y en algunos casos profundamente perniciosas) hojas de parra transnacionales hubieran sido dirigidas por canales más convencionales, digamos, identificar el interés nacional de los Estados Unidos e ir tras de él.

La Guerra Fría también deja otras sombras. En Corea, los EE.UU. se negaron incluso a cortar las líneas de suministros de sus enemigos chinos. No puedes ganar así. Pero en la era nuclear, la guerra total (una guerra con naciones reales, con fuerzas armadas en serio) era demasiado terrible como para considerar, así que incluso en las peleas de intermediarios en los rincones recónditos del Tercer Mundo la preocupación principal era tapar las cosas, aún al precio de la victoria. Y para el fin de la Guerra Fría, esa clase de pensamientos habían echado raíces. El enfrentamiento de disuasión nuclear entre los Estados Unidos y la Unión Soviética degeneró en un mundo unipolar de autodisuasión norteamericana. De no ser por los bravos pasajeros del Vuelo 93 y las peculiaridades del calendario social de la Oficina Oval, el cuarto avión del 11 de Septiembre hubiera logrado golpear la Casa Blanca, decapitando al gobierno, dejando una ruina humeante en el corazón de la capital y dejando la república en manos de Robert C. Byrd o algún otro capricho de la sucesión presidencial. Y sin embargo, al permitir que su rincón tóxico sea usado como base para el ataque extranjero más destructivo contra los Estados Unidos en dos siglos, o el mullah Omar descartó la posibilidad de la destrucción total y devastadora de su país, o no le importó.

Si es la primera opción, de seguro tenía razón. Luego de la batalla de Omdurman, Hillaire Belloc hizo un seco resumen de la ventaja tecnológica:

Pase lo que pase
Nosotros tenemos
La ametralladora Maxim
Y ellos no.

Pero supongamos que ellos saben que nunca usarás la ametralladora Maxim. En cierto nivel, la disuasión creíble depende de un enemigo creíble. La Unión Soviética se desintegró, pero el instinto de desescalar de la superpotencia sobreviviente se intensificó: en Kirkuk o en Kandahar, cada señor de la guerra liliputiense rápidamente comprendió que puedes provocar al Gulliver infiel con relativa impunidad. La Destrucción Mutua Asegurada cuajó en una Inconstancia Masivamente Aplicada.

Aquí me separo un poco de mis colegas del National Review que se preocupan por los inevitables recortes del presupuesto de defensa. Claramente, si una nación es responsable de casi la mitad del presupuesto militar del mundo, hay muchos que no hacen su aporte. El Pentágono gasta más que las fuerzas armadas de China, Gran Bretaña, Francia, Rusia, Japón, Alemania, Arabia Saudita, India, Italia, Corea del Sur, Brasil, Canadá, Australia, España, Turquía e Israel juntas. ¿Entonces por qué no se siente como si así fuera?

Bueno, precisamente por esa razón: si gastas más que todos los rivales serios juntos, entonces eres algo más que la fuerza militar de un estado nacional convencional. ¿Pero qué exactamente? En los noventa, a los franceses les gustaba quejarse de que la "globalización" era un eufemismo para la "norteamericanización". Pero se puede invertir fácilmente esa fórmula: "norteamericanización" es un eufemismo de "globalización", en la que el viejo forrado geopolítico está tan ocupado pagando la cuenta de los pedidos globales que pierde toda noción de interés nacional. Así como Hollywood hace ahora películas para el mundo, el Pentágono hace guerra para el mundo. Los lectores estarán cansadamente familiarizados con la tendencia de los íconos arraigados de la cultura pop de volverse transnacionales; la otra semana Superman se subió al podio de las Naciones Unidas para renunciar a su ciudadanía norteamericana basándose en que "la verdad, la justicia y el estilo norteamericano" ya no le alcanzaban. Mi favorito de los últimos años fue el intento de reinventar a G.I. Joe como un acrónimo multilateral con base en Bruselas, el Global Integrated Joint Operating Entity (Entidad Integrada Conjunta Global Operativa). Creo que ellos están manejando la operación en Libia.

Un ejército tiene que librar guerras en nombre de algo real. Para bien o para mal, "rey y país" es algo real y también, sobre todo para mal, lo son las lealtades tribales en las sangrientas guerras civiles africanas. Pero no sorprende que sea difícil ganar guerras libradas en nombre de algo tan quimérico como "la comunidad internacional". Si estás haciendo la guerra en nombre de un concepto ilusorio, ¿es siquiera posible tener objetivos de guerra? ¿Cuales son los nuestros? "(Nosotros) estamos en afganistán para ayudar al pueblo afgano", dijo el general Petraeus en abril. En algún lugar hay generaciones de imperialistas de la vieja escuela aullando de furia, y no sólo por el concepto de "pueblo afgano". Pero cuando eres la fuerza expedicionaria del parlamento de la humanidad, ¿qué otra cosa hay?

La guerra es el infierno, pero la tutoría global es el purgatorio. En ese sentido, la demorada liquidación de Osama bin Laden puede ser menos relevante estratégicamente que la reciente revelación que 60 Minutos hizo de "Tres Tazas de Té" de Greg Mortenson. Este es el libro best-seller que el Pentágono le da a oficiales destinados a Afganistán, cuyo célebre autor se ha reunido con nuestros máximos comandantes en varias oportunidades. Y es una farsa. A pesar de todo, ha tenido un profundo efecto de transformación cultural... en nosotros. "Es notable", me decía entre risas un diplomático indio. "En Afganistán, los norteamericanos toman más té ahora que los británicos. Y ni siquiera les gusta". En 2009, recordemos, el Pentágono representaba el 43% del gasto militar del planeta. A este paso, también representarán el 43% del consumo planetario de té en 2012.

La construcción nacional en Afganistán es el ne plus ultra de una cruzada de tontos. Pero aún si alguien estuviera dispuesto, la "construcción nacional" efectiva se hace según el interés nacional del constructor. Los británicos rehicieron a la India a su imagen, con un parlamento estilo Westminster, derecho anglosajón y un sistema educativo inglés. ¿A imagen de quién estamos construyendo Afganistán? Ocho meses después de que Petraeus anunciara su última idiotez, la iniciativa de la Policía Local Afgana, Oxfam reportó que la recién constituída PLA era un antro de tortura y pederastia. Casi todas las instituciones afganas lo son, claro. Pero durante la mayor parte de la historia humana se las han arreglado para practicar ambos hobbies sin subvenciones internacionales. El contribuyente norteamericano acepta agotado el costo de subsidiar los poetas cowboys de Nevada y las compañías de mimos de San Francisco, pero aún para esos generosos estándares de preservación cultural, es difícil ver por qué debería facilitar las tradicionales preferencias de los hombres pashtunes con el ojo puesto en "los niños bailarines de Kandahar”.

Lo que nos lleva de regreso a esas Tres Tazas de Té. Así que la Entidad Integrada Conjunta Global Operativa está construyendo escuelas en Afganistán. Gran cosa. El problema, tanto en Kandahar como en Kansas, no son los edificios sino lo que se enseña dentro de ellos, y no tenemos el estómago como para meternos en eso. Así que, ¿cuál es el punto de construir una mejor infraestructura para la infame cultura tribal de Afganistán? ¿Qué interés tenemos en el atraso de última generación?

La beneficencia transnacional es la correción política cuando sale de gira. Toma las presunciones relativistas del equipo multiculti y las aplica en lo geopolítico: la carga del hombre blanco se convierte en la culpa progresista. Ninguna nación rica y desarrollada debe tener un interés nacional, porque un interés nacional es un interés egoísta. Afganistán empezó de forma egoísta; una campaña militar audazmente original, brillantemente ejecutada, para quitar a tus enemigos del poder y matar a tantos tipos malos como fuera posible. Después los Estados Unidos se pusieron sobrios y llevaron a una sorprendente excepción nuevamente de acuerdo con la regla. En Libia o en Kosovo, la guerra sólo es legítima cuando no tienes ningún interés nacional concebible en cualquier conflicto que estés peleando. El hecho de que no tengas ninguna meta en él justifica que te metas en él. El razonamiento principal es que no hay ningún razonamiento, ¿y quién podría oponerse a eso?. Cuando se la aplica globalmente, la corrección política nos obliga a renunciar a la soberanía. Y una vez que haces eso, como lo preguntaron célebremente Country Joe y el Pez, es ¿un-dos-tres, por qué estamos peleando?

Cuando eres responsable de la mitad del gasto militar mundial y del 80% de la investigación y desarrollo militar, se pueden decir ciertas cosas con seguridad: nadie se va a meter en unja guerra nuclear con los Estados Unidos, o una batalla de tanques a gran escala, o incluso con una "pelea de perros" aérea. Eres el Microsoft, el Standard Oil de la guerra convencional: si les interesara competir en este campo, las potencias militares de segunda línea ya hubieran hecho una denuncia por actividad monopólica en el Departamento de Justicia. Cuando eres el único tipo en el pueblo con una raqueta de tenis, no te sorprendas de que nadie quiera ir contigo a jugar, o que haya provocadores buscando otros campos en los que jugar. En las primeras etapas de las guerras de este siglo, los DEI eran detonados mediante teléfonos celulares e incluso controles remotos de garage. Así que el Pentágono empezó a interferirlos. El enemigo se degradó a detonadores más primitivos: no puedes interferir un hilo. El año pasado, se informó que los Taliban habían desarrollado DEI libres de metal, que los hacían prácticamente indetectables: en vez de dos hojas de metal y vainas de artillería, empezaron a usar hojas de grafito y nitrato de amoníaco. Si tienes infantes uniformados y tanques y acorazados y cazas a reacción entonces eres demasiado débil para enfrentarte a la hiperpotencia. Pero, si tienes pastores analfabetos con hilos y hojas y fertilizante, puedes aferrarla durante una década. Un DEI es un dispositivo explosivo "improvisado". ¿Podemos todavía improvisar? ¿O acaso las fuerzas armadas más fastuosamente financiadas del mundo han asumido que se pueden dar el lujo de no adaptarse al mundo en el que viven?

En la primavera de 2003, en la autopista desierta entre la frontera jordana y el pueblo de Rutba, me encontré con mi primer tanque iraquí quemado, una chatarra chamuscada volteada sobre su costado. Estacioné, caminé alrededor de ella, y me puse a pensar sobre el destino de los hombres que estaban dentro. Parecía algo patético que, enfrentándose a una invasión de los Estados Unidos, estos conscriptos iraquíes se hayan tomado el trabajo de entrar y conducir esa cosa hacia donde fuera que estaban yendo cuando la muerte les cayó de las estrellas, o de Diego García, o de Missouri. Sin embargo, todavía entonces recordé las palabras del gran estratega de la guerra blindada, Basil Liddell Hart: "La destrucción de las fuerzas armadas del enemigo es sólo un medio, y no necesariamente uno inevitable o infalible, para lograr el objetivo real". El propósito de la guerra, escribió Liddell Hart, no es destruir los tanques del enemigo sino destruir su voluntad.

En vez de eso, los Estados Unidos han comprado la tesis de Thomas Friedman, promulgada por el gran pensador del New York Times en enero de 2002: "A pesar de toda la cháchara sobre los tan cacareados combatientes afganos, esta fue una guerra entre los Supersónicos y los Picapiedras, y los Supersónicos ganaron y los Picapiedras lo saben”.

Pero no lo hicieron. No sabían que habían sido derrotados. Porque no lo fueron. Porque no destruimos su voluntad, como destruimos la de los alemanes y japoneses hace dos tercios de siglo, y como de seguro no lo haríamos si estuviéramos peleando la Segunda Guerra Mundial hoy. Eso no es un argumento en favor de un ataque nuclear o de un bombardeo a gran escala, sino a favor de una visión clara y fría. Cuando se le preguntó cómo reaccionaría si el Ejército Británico invadiera Alemania, Bismark dijo que despacharía a la policía local para que lo arrestara: esa fue una aguda burla teutónica hacia el modesto tamaño de las fuerzas de Su Majestad Británica. Pero ese es el punto: los británicos lograron mucho con poco; en la cumbre del imperio, un número insignificante de anglo-celtas controlaron todo el subcontinente indio. Una cultura con confianza puede dominar a números mucho mayores de personas, como Inglaterra lo hizo durante buena parte de la historia moderna. En contraste, en una era de Inconstancia Masivamente Aplicada, gastamos una fortuna yendo a la guerra con una mano atada a la espalda. El Complejo Militar Industrial Global Operativo del Cuarenta y Tres Porciento no es demasiado grande como para fracasar, pero quizás es demasiado grande como para ganar, como lo entienden nuestros enemigos.

Y seguimos tropezando, con instituciones de la Guerra Fría, sensibilidades transnacionales, obsequiosidad políticamente correcta, construcción pseudo-nacional pedante y fraudulenta, cachivaches caros, poca voluntad y ningún objetivo bélico... pero con verdaderas vidas norteamericanas. "Estos Colores No Se Rinden", dice la camiseta. Pero a falta de un propósito nacional, se desangran hasta convertirse en una mancha gris en un horizonte distante. A sesenta y seis años de la victoria ante Japón, la forma de hacer la guerra de los Estados Unidos necesita ser reinventada de arriba a abajo.
Hasta el próximo sábado.

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