sábado, 23 de marzo de 2013

La Ley de Oxidación de la Oligarquía


El sociólogo alemán Robert Michels fue uno de los grandes teóricos políticos de principios del siglo XX y un referente intelectual de la socialdemocracia alemana. Su principal contribución al pensamiento político fue en el campo de la "teoría de las elites", en particular la formulación de lo que él dio en llamar la "Ley de Hierro de la Oligarquía".
En resumidas cuentas, la Ley de Hierro de la Oligarquía expresa que conforme una organización crece, se desarrolla y se expande, es inevitable que sus "necesidades tácticas y técnicas" la lleven a generar un núcleo dirigente y administrativo, un funcionariado, una burocracia, que a la larga o a la corta se apoderará del proceso de decisión de la organización y consolidará el poder en una élite, sin importar qué tan democrática, abierta o representativa sea en lo formal la organización. 
El crecimiento de las organizaciones lleva a la especialización de funciones, luego a la burocratización de las mismas y finalmente a la complejización de la toma de decisiones, lo que desemboca en que estas decisiones deban ser tomadas por quienes mejor entienden los temas a tratar. Ahí nace la élite. Este proceso se encuentra potenciado por un fenómeno que sólo empeora con el crecimiento de cada organización: la dicotomía entre eficiencia y democracia interna, entre darle a todos voz, voto y la posibilidad de complicar y demorar las cosas, o lograr que lo que es necesario se haga rápido. Inevitablemente la necesidad de la eficiencia se impone, y con ella se impone un liderazgo fuerte a costa de la democracia interna de la organización. 
Como frutilla del postre, el liderazgo fuerte termina siendo algo anhelado por las masas y la base de la organización a causa de su apatía, de su incapacidad para resolver problemas, su sentido de gratitud y su tendencia a caer en el culto a la personalidad. Las promesas de horizontalidad, de democracia interna, de participación de todo el mundo en la toma de decisiones, quedan entonces reducidas a una farsa en la que la gran masa de los miembros sólo participan del ritual de elegir de vez en cuando a los líderes de la organización, quienes concentran el poder real en sí mismos y sobre toda la estructura y la membresía.
Resumiendo en palabras del propio Michels: "es la organización la que origina el dominio de los elegidos sobre los electores, de los mandatarios sobre los mandantes, de los delegados sobre quienes delegan. Quien dice organización, dice oligarquía". 
Para nuestro sociólogo alemán, partidario de la visión rousseauniana de democracia como "gobierno del pueblo", semejante noción era desoladora, porque básicamente descartaba por imposible e inviable que la democracia representativa alcance la meta de eliminar el gobierno de las élites y las oligarquías, ya que las mismas surgen de manera inevitable y acaban por convertir a la democracia representativa en una fachada para legitimar el dominio oligárquico. Casi se puede sentir su desconsuelo cuando escribe que "la evolución histórica se burla de todas las medidas profilácticas que han sido adoptadas para prevenir la oligarquía".
Por supuesto, Michels veía el problema desde la perspectiva socialista y rousseauniana, así que se entiende que le provocara tanta tristeza descubrir que en la práctica los sueños del gobierno popular y de la democracia directa y participativa son inviables, excepto a muy pequeña escala y en organizaciones incipientes y faltas de desarrollo y estructura. 
Otros autores han criticado en su momento el juicio de Michels de dar por imposible a la democracia; por ejemplo, Giovanni Sartori asegura que no corresponde llegar a esa conclusión a partir del hecho necesario de las élites dirigentes, pues las masas cumplen una importantísima función democrática al oficiar como árbitros entre los distintos grupos de poder, quienes deben competir por ganar el apoyo de la sociedad en general para sus propuestas. La democracia no es algo que se dé hacia el interior de una organización, sino en la interacción entre las diversas organizaciones y la sociedad en general. 
Por otro lado, Joseph Schumpeter señala que lo que hace que una democracia sea democrática no es justamente el funcionamiento "democrático" dentro de las instituciones que Michels veía imposible, sino el hecho de que fuese la propia sociedad la encargada de seleccionar a las élites que la habrán de gobernar mediante un proceso abierto y competitivo, en el que las mismas élites deben entender que más allá de su poder propio su gobierno no será legítimo si no se muestran atentos y aptos para responder a las exigencias del electorado.
Así, entre Michels y sus críticos podemos ir puliendo un poco la agradable y fantasiosa idea de que la democracia es el gobierno del pueblo para acercarla más a lo que es en realidad: aquel sistema en donde las diversas élites disputan, alcanzan y conservan el poder apelando a la voluntad del electorado en un proceso abierto y competitivo que tiende a darle poder a la masa y a forzar a las élites a representar de manera adecuada los intereses de los electores si desean seguir participando del poder.
Todo sistema político, por tanto, tiene que proporcionar las siguientes cosas: un método de selección de las élites gobernantes, un proceso de traspaso ordenado del poder, un mecanismo de toma de decisiones, y un principio justificador del sistema. Esto es válido tanto para una república democrática como para el Papado, una monarquía absoluta o constitucional, o un régimen socialista, y se impone de la misma manera que lo hace la Ley de Hierro de la Oligarquía: habrá un presidente, un Papa, un rey, un emperador o un secretario general, y se gobernará en nombre de la voluntad popular, del derecho divino de los reyes, de la voluntad de Dios o de la Revolución, pero siempre habrá una burocracia, una Curia, unos mandarines o un Partido encaramado en la cima del sistema.
Pero hay un factor más que es esencial: para que un sistema político y una élite gobernante sean exitosos y perdurables, deben estar en condiciones de poder percibir adecuadamente las necesidades inmediatas y a largo plazo que aquejan a su sociedad, para poder resolverlas. Es que en el fondo todo sistema depende del consentimiento de sus gobernados (la diferencia fundamental de la democracia es que ese consentimiento es el principio justificador y está contemplado en el método de selección y en el proceso de traspaso, mientras que en los otros sólo se manifiesta cuando se pierde por completo el consentimiento y se llega al punto de ruptura de una revolución), y ese consentimiento dependerá por sobre todas las cosas de que se perciba que el sistema imperante y la élite dirigente pueden dar soluciones aceptables y efectivas a los desafíos de la hora.
Ahora bien: un requisito indispensable para una adecuada detección, comprensión y resolución de los problemas reales de la comunidad o de la organización es, a riesgo de caer en una verdad de Perogrullo, la experiencia real de sus dirigentes en el manejo de problemas reales, y para ello es indispensable que el método de selección de las élites y el proceso de traspaso del poder contemplen la posibilidad y la necesidad de incorporar a la élite a personas que cuenten con dicha experiencia. 
Tomemos por caso a los Estados Unidos: sus instituciones políticas están repletas de personas con experiencia militar, empresarial, agropecuaria, legal, científica y de diversas profesiones (incluyendo al ex actor de westerns Ronald Reagan), lo que le da a su sistema político una afinada capacidad de percibir problemas y de buscar soluciones apropiadas basadas en la experiencia. Otro tanto ocurre con el Reino Unido, en donde la Cámara de los Lores ha dejado de ser una institución de la aristocracia vieja para convertirse en un depósito de experiencia repleto de "nobles" que lo son en virtud de su experiencia en varios campos del quehacer humano y que sirven para proporcionar un consejo medido, sobrio y profesional a las iniciativas políticas.
¿A qué quiero llegar con todo este largo choclo pseudointelectual? A que el gran problema que está aquejando no sólo a nuestro sistema político sino a los de buena parte del mundo occidental es que se está perdiendo a pasos agigantados la facultad de incorporar a las élites gobernantes a personas con una experiencia que vaya más allá de la política y de los mecanismos propios del sistema político. Cada vez es más difícil encontrar gobernantes, legisladores, ministros o funcionarios de varios niveles que tengan experiencia profesional, o al menos que no hayan llegado a sus puestos luego de décadas sistemáticas de rosqueo, "militancia", chupamedismo y un consistente espíritu trepador dentro del partido de turno o de las instituciones.
Esto es serio, a tal punto que es dable afirmarlo en una especie de paralelo decadentista de la Ley de Hierro de la Oligarquía, una "Ley de Oxidación de la Oligarquía", si se quiere, que una organización entra en decadencia cuando su mecanismo de selección de élites es cada vez más incapaz de incorporar talento externo, reclutando de manera progresiva y endogámica en el seno de la propia organización, por lo general cuando se considera a la capacidad de sortear el mecanismo de selección como el único criterio aceptable para llegar al poder. 
Se trata de un proceso de carácter darwiniano, inevitable pero contenible siempre y cuando se lo perciba adecuadamente como una amenaza, en el cual se genera el equivalente a una especie adaptada para sobrevivir en la estructura de poder, y ocurre en todos los sistemas políticos: en las monarquías y aristocracias cuando a la nobleza sólo se le exige el pedigree de haber nacido de los padres apropiados, en los regímenes socialistas cuando el poder deja de estar en manos de los viejos militantes para quedar en las garras de la burocracia del Partido, en el Papado cuando la Curia se encierra en sí misma para concentrar el poder (y mal, como lo estamos viendo hoy en día), y en las democracias cuando lo único que se valora para llegar al poder es la habilidad para ganar elecciones, la lealtad partidaria y la "militancia".
El resultado de un sistema en el que todas las escalas del cursus honorum pasan por los distintos niveles del funcionariado estatal y de las burocracias partidarias y "militantes" es letal y lo podemos comprobar todos los días: el sistema pierde agilidad, capacidad de percepción, imaginación para formular soluciones y planes, se enrosca en sus competencias internas de poder, y literalmente pierde cualquier habilidad como para entender los problemas que ocurren en el mundo real sin leerlos en clave política y sin mirarlos a través de las anteojeras que consiguieron tras años o décadas de estar dentro del sistema. 
Esto es lo que lleva a que, en la Argentina de hoy en día, la respuesta al desafío de incorporar tecnologías modernas de computación, sistemas digitales e informatizar la sociedad pase por convertirla en un gueto tecnológico con tal de favorecer a los vivos que ponen plantas de montaje de telgopor en Tierra del Fuego y emplean a miles de personas haciendo packaging. Nuestra clase política bruta, endogámica, inmoral y encerrada en su propia y miserable experiencia, ya ni siquiera puede percibir la inconveniencia (la real, porque la conveniencia para ellos la tienen bien clara) de semejante estupidez.
¿Por qué piensan ustedes que a Macri o a De Narváez les caen con una bolsa de ladrillos los políticos de la corporación política? Precisamente porque no pertenecen a la corporación. Son de fuera. No empezaron pintarrajeando, poniendo afiches, mendigando bancas en un Concejo Deliberante o calentando sillas en una oficina del sector público como todos los políticos profesionales que tenemos. Vienen de afuera. El sistema los percibe como un elemento hostil y reacciona ante ellos de la misma manera que lo hacen los glóbulos blancos con una infección... sin importar que esos mismos glóbulos blancos hagan que el sistema en general sufra de una leucemia aguda y terminal.
Yendo más allá, podemos establecer un cronograma de la decadencia de la élite gobernante. 
Comienza cuando se instala la percepción dominante en la sociedad de que el camino más rápido y sencillo para alcanzar el poder pasa necesariamente por hacer carrera en el Partido o en el Estado, en lugar de meterse en política después de una carrera profesional fuera de ella. Cada vez importa menos la experiencia profesional, el mérito o el reconocimiento, y cada vez se tiene más en cuenta la "militancia", las conexiones partidarias o la capacidad de pelear y sobrevivir en la jungla política.
Se consolida cuando han pasado dos o tres generaciones en las que el carrerismo político es la vía de acceso de una mayoría tal de la clase dirigente que los que no lo han hecho son excepciones notables. Ya se considera "natural" que la política sea el campo de acción exclusivo y excluyente de los políticos, y a los que vienen de fuera se los toma como anomalías, rarezas o peculiaridades y modas del momento.
Y hace metástasis cuando el carrerismo político (o las pobres imitaciones del mismo) se convierte en el requisito fundamental para alcanzar el poder en las otras organizaciones de la sociedad, cuando deja de importar el ser un buen empresario, un militar a carta cabal, un sacerdote honesto y humilde o un sindicalista preocupado por las condiciones de trabajo de sus compañeros, para valorarse únicamente la habilidad de trenzar y rosquear como cualquier otro político.
Llegada esa última etapa, en la que no sólo el gobierno sino todas las organizaciones de la sociedad pierden la capacidad de evaluar objetivamente la situación y de entender la realidad en términos que excedan los de la política, el colapso está asegurado.
Como para pensarlo, ¿no?
Hasta la próxima.

3 Comentarios:

Anonymous Olegario dijo...

Muy de acuerdo. Por eso que estoy absolutamente convencido que la necesidad de la hora en una gran reforma política, con su capítulo electoral que vuelva a Joaquín V. González y a los distritos uninominales para la elección de los cargos legislativos, además de la boleta única, y por otra parte una reforma administrativa que cree una burocracia profesional y apartidista, donde todos los cargos de planta permanente en el Estado se cubran por rigurosos concursos de antecedetes y oposición.

Nunca pude entender por qué expresiones políticas que se presentan como nuevas, como el Pro, no se han legitimado socialmente poniendo a estas cosas como sus principales objetivos políticos.

11:25 a. m.  
Anonymous carancho dijo...

Completamente de acuerdo, Mayor. Desde hace años parece que tenemos la "suerte" de elegir a los màs incapaces.
La reforma es absolutamente necesaria.

6:03 p. m.  
Blogger San dijo...

Excelente artículo. Los burócratas no saben más que burocratizar y tratan de ir copando los aspectos de la vida privada cada vez más.

Y, por supuesto, la única forma de prosperar en esos sistemas es acomodarse en la estructura partidaria o ser amigo de algún acomodado.

10:55 p. m.  

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