sábado, 3 de marzo de 2007

Viaje a la mente del Pingüino Emperador

El acto de barrabrava que ocurrió en el Congreso este último jueves, cuando se inauguró el período de sesiones ordinarias de la Escribanía Nacional (ex Congreso de la Nación), con todas sus desmesuras, insultos, chiquilinadas y ordinarieces, dejó al desnudo y a la vista de todos la personalidad infantil de Néstor Kirchner.

Las dos horas y cuarto de discurso, una monstruosidad digna de Castro o de su admirado Hugo Chávez, le sirvieron a nuestro Pingüino Emperador para ventilar todo el odio y el resentimiento que lleva dentro. Y para que encima la claque lo aplauda y le tire papelitos, mientras se retransmitían sus graznidos a todo el país en una especie de cadena nacional armada de apuro por el Comfer, normalmente lento e inútil hasta para agarrar el control remoto.

La conclusión fundamental que se puede sacar del triste espectáculo es que Néstor Kirchner, el temible macho patagónico, es un chiquilín inmaduro. O a lo sumo un adolescente, pero igual de inmaduro.

Tal vez un psicólogo o un psiquiatra podrían analizar las palabras y gestos del Presidente. A falta de eso, vamos a hacer un pequeño intento.

Detrás del Presidente macho que desde la tribuna se burla de los opositores y críticos "dignos y brillantes de las escuelas económicas" "que tienen unos títulos bárbaros" por sus errores de pronósticos, se puede todavía escuchar la carcajada del chico que se ríe cuando el traga de la clase se equivoca en una respuesta, como si fuera un Nelson Muntz de Los Simpson ("Ha Ha!") con banda presidencial.

Es como si Néstor quisiera remarcar todo el tiempo que los títulos y los estudios no sirven para nada y se estrellan frente al voluntarismo del "tesón pingüino", como dijo en otro discurso. Quizás lo que dijo Jorge Vanossi en respuesta a una anterior gansada pingüinista (aquella de "estudió para ser presidente, pero parece que se fue a marzo") nos pueda aclarar algo. En respuesta a esa gansada, Vanossi dijo que "Kirchner es el menos indicado para hablar de aplazos, porque cuando estudió en la Universidad de La Plata sacó una docena de bochazos, entre ellos un cero en economía política". Casi podemos escuchar al joven pingüino que, al cabo de cada bochazo, se consuela pensando "después de todo, ¿para qué me va a servir estudiar?" para después ahogar sus broncas jugando a ser montonero.

Ni hablemos de la necesidad constante de Kirchner de ser el centro de atención. El tristemente famoso "de acá" que largó en el discurso ya se suma a otras famosas guarangadas presidenciales, como el "¡Minga!" o la agarrada de huevos durante la jura de Menem como senador. Es que, fiel a su personalidad de nene malcriado, tiene la necesidad constante de hacer nuevas gracias para mantener la atención de todos. Porque si nadie lo ve, el pobre Nestítor se siente triste e ignorado.

Pasa que Néstor necesita ser siempre el centro de atención de todos, quienes además deben estar festejándolo constantemente para que no se resienta su personalidad baja en autoestima. Por eso le gusta tanto la claque aplaudidora, o que lo reciban con una lluvia de papelitos como si fuera la Selección entrando a un estadio (Pregunta: ¿Habrá allí algún sueño frustrado de ser jugador de fútbol?). Por eso mismo le revuelve tanto las tripas (y el colon irritable) cuando alguien critica lo que hace, a lo que invariablemente responde con berrinches de mocoso conocidos como "estilo K". La crítica constructiva es la que más le duele, porque lleva la posibilidad de que el otro tenga razón. Y por eso es a la que peor responde.

Como cuando se le critica su pobre calidad institucional. El Presidente de la Nación tuvo la caradurez increíble de burlarse de los reclamos que le exigen un respeto a la independencia del Congreso y la Justicia, un manejo transparente de los fondos públicos, un ejercicio responsable de sus poderes y el fin de las presiones y situaciones irregulares que todos los días se viven en el Estado (como el affaire Indec). Pero para él, calidad institucional es "acuerdos entre amigos para tratar de forzar y salvar intereses de unos pocos contra los intereses de muchos". Casi, casi lo que hace él desde el Estado.

El "de acá" de Kirchner, que él presentó como la respuesta a una sugerencia del poco simpático Club de París, pareciera demostrar en nuestro líder una tendencia a resolver los problemas con métodos violentos, como si no pudiera pensar otra solución. Esto se ajusta al comportamiento presidencial: si algún personaje amenaza hacerle sombra, lo descalifica; si una institución le trae inconvenientes, la purga o la insulta; si un ministro o funcionario se convierte en un obstáculo sea por lo que fuere, lo echa; si la inflación no se queda en los límites que él fijó, se las agarra con los técnicos del Indec. Jamás una respuesta creativa. Para justificarse, dirá siempre que su manera de hacer las cosas es la mejor, porque es directa y "sincera"; todo lo demás, desde las buenas maneras hasta la diplomacia, son mariconeadas o esconden intereses.

Pero lo verdaderamente monumental es la capacidad de proyección que tiene Kirchner. "Proyección" es un concepto de la psicología. Es un mecanismo de defensa del individuo mediante el cual atribuye a los demás motivos, deseos y emociones que él lleva dentro pero que juzga como incorrectos. Su discurso es una muestra constante de la capacidad de proyectar en los demás los comportamientos que él tiene pero que no le gustan:
  • Constantemente en sus discursos, Kirchner habla de "buenos" (los que están con él, los transversales, los plurales) y "malos" (los "intereses", los que están en su contra). Pero para él, la política no se trata de "una cuestión maniqueísta de buenos y malos".
  • Sus discursos son una sarta de insultos y agresiones contra cualquier enemigo de turno, pero le reclama a la oposición que "es fundamental que establezcamos el debate de ideas, sin la agresión y sin la descalificación".
  • Agrede constantemente a los que estuvieron contra los montoneros en la década del '70, presenta una historia tuerta que ignora los crímenes de su bando, reabre constantemente heridas y humilla en todas las formas posibles a sus contrarios (como el "episodio del banquito" del general Bendini), pero "este Gobierno no está contra la reconciliación ni busca la venganza" y "Yo no quiero venganza, yo no tengo rencores contra nadie".
  • Se burla constantemente de los que tienen educación y lo critican, y ante todos los temas ataca con la ignorancia del caradura, pero a quienes lo critican les exige que "tienen que estudiar, tienen que investigar; tienen que estudiar no solamente los que van a asumir cargos públicos y políticos, tienen que estudiar los periodistas (...)"
  • Kirchner no negocia. Impone, presiona, reclama y exige a los demás que se sometan a su voluntad. Pero cuando encuentra del otro lado a alguien que no cede a sus demandas, como es el caso del gobierno uruguayo que reclama el levantamiento de los cortes como condición previa a la negociación en el tema de las papeleras, le dice a su colega Tabaré en tono de educador que "negociar es otorgar", para luego reclamar que "Negociar haciendo solamente lo que ustedes creen que hay que hacer, por más buena fe que tengan, es acatar, no es negociar, dialogar. Quisiera ver cómo reaccionaría Kirchner si otro presidente le exigiera comportamientos a la vez que mantiene cortados los pasos hacia la Argentina. Temblaría el atril de la Rosada.
Sus palabras y actos muestran a un maniqueo, agresivo, rencoroso, ignorante y caprichoso. Pero para él, sus rivales, críticos, opositores y contrarios de siempre y de turno son todos maniqueos, agresivos, rencorosos, ignorantes y caprichosos.

Ojalá que nunca más se dé en la Argentina el espectáculo lamentable de un Presidente que usa el Congreso para ventilar sus inseguridades y chiquilinadas. O, por lo menos, que no lo haga en el grado espantoso que hace Kirchner.

Ojalá.

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