Socialismo a la europea
Como ya me hartan los Kirchner y todo lo que se pueda decir sobre la Ley de Medios ya lo ha dicho gente más capacitada y de mejor oratoria que yo, sin mencionar que ya me harta el matrimonio perverso y la banda de canallas e idiotas útiles que los siguen, los dejo con extractos de un muy buen artículo sobre la experiencia del socialismo europeo, que tanto admiran por estos lados y que tanto trabajan para imitarlo... alcanzando resultados bien latinoamericanos en el proceso.
Naturalmente, hay divergencias, pero por lo menos a mí, me resulta demasiado similar a lo que se ve en la Argentina. E insisto, agréguenle detallitos de insanía y sadomasoquismo latinoamericano y será una buena visión de Argentolandia.
Perdón por la traducción libre, el original estaba en inglés.
Naturalmente, hay divergencias, pero por lo menos a mí, me resulta demasiado similar a lo que se ve en la Argentina. E insisto, agréguenle detallitos de insanía y sadomasoquismo latinoamericano y será una buena visión de Argentolandia.
Perdón por la traducción libre, el original estaba en inglés.
El transporte público es fluido y barato, pero suele estar repleto y es ocasionalmente desagradable. El deseo ahogado de adquirir algo, sea una casa grande, un auto o tener una cuenta de depósito, no es totalmente destruido por el socialismo, pero se lo canaliza hacia una suerte de cinismo y enojo, generalmente resultante en un hedonismo de pocos hijos, cenas largas y demoradas, y discotecas abiertas hasta las primeras horas de la mañana.
Florece una multiplicidad de partidos políticos, cada uno con votantes apasionados por un único tema en especial. Los graffiti no son obra de pandillas, sino que son políticos y generalmente no tienen sentido. Los medios están divididos por facciones políticas; un diario de izquierda por aquí, una revista de derecha por allá. Los sindicatos controlan casi todos los servicios públicos. Y sin embargo, las distinciones de clase se mantienen firmes y la pedantería aristocrática es cada vez más visible.
Los tecnócratas que administran estos enormes Estados de Bienestar no sólo tienen buenos sueldos, sino que también pueden conseguir autos, viajes y departamentos de lujo como beneficios laborales exentos de impuestos. Si ser un capitalista de riesgo era lo que los veinteañeros aspirantes a entrar a Harvard buscaban en la década del '90, ser un ministro de fuste con oficina neoclásica, residencia oficial y Mercedes-Benz provisto por el Estado es el eterno equivalente europeo. Éste es un continente de empleados públicos, que llegan al éxito librándose de las cargas públicas que infligen a otros, y que ganan una vez más gracias a los contactos que tienen para repartir licitaciones a negocios de amigos.
¿Mi punto? Mientras más declama Europa que es igualitaria, más cínica y tramposa se vuelve su gente, casi como si el deseo humano de tener propiedad y labrar su propio destino no pudiera ser negado por el Estado, pero que por necesidad será canalizado hacia lo que el Estado condena como antisocial para la mayoría, pero que en realidad son beneficios para unos pocos.
El socialismo de seguro no hace que seamos más felices o estemos más contentos sabiendo que la sociedad resultante es de alguna manera más humana o compasiva. En vez de eso, cada facción está constantemente a punto de atacar al bien común. Siempre están "ellos", los malos, enemigos públicos fácilmente identificables entre los ricos y los aristocráticos que tienen que dar más a "quienes lo merecen". Los bancarios están en guerra permanente con los recolectores de basura que a su vez odian a los trabajadores sociales mientras éstos se quejan de bomberos y policías; cada grupo convencido de que el público debe darle más beneficios a ellos que a los demás.
Así como el Estado es necesario para hacer de niñera de todos (ganándose así tanto las demandas como el resentimiento de los que reciben su cuidado) también los Estados Unidos cumplen la misma función para Europa en general: se los odia y se los necesita al mismo tiempo.
Nunca he conocido a una beatífica persona surgida de la "igualdad de resultados". Por lo general, son amargados e iracundos guerreros decididos a corregir males de orden cósmico, siempre bien dispuestos a demonizar a aquellos que "tienen demasiado", y convencidos de que los fines divinos justifican los medios demoníacos.
El camino al socialismo no es natural. Debe ser pavimentado con el duro trabajo de la envidia de clases, la demonización de los exitosos, y la confusión de que cada nuevo programa de gastos masivos que aumente tanto impuestos como déficits debe ser aprobado inmediatamente, sin demora, "ahora o nunca", para escapar de hambrunas, plagas e inundaciones bíblicas.
Hasta la próxima.
Florece una multiplicidad de partidos políticos, cada uno con votantes apasionados por un único tema en especial. Los graffiti no son obra de pandillas, sino que son políticos y generalmente no tienen sentido. Los medios están divididos por facciones políticas; un diario de izquierda por aquí, una revista de derecha por allá. Los sindicatos controlan casi todos los servicios públicos. Y sin embargo, las distinciones de clase se mantienen firmes y la pedantería aristocrática es cada vez más visible.
Los tecnócratas que administran estos enormes Estados de Bienestar no sólo tienen buenos sueldos, sino que también pueden conseguir autos, viajes y departamentos de lujo como beneficios laborales exentos de impuestos. Si ser un capitalista de riesgo era lo que los veinteañeros aspirantes a entrar a Harvard buscaban en la década del '90, ser un ministro de fuste con oficina neoclásica, residencia oficial y Mercedes-Benz provisto por el Estado es el eterno equivalente europeo. Éste es un continente de empleados públicos, que llegan al éxito librándose de las cargas públicas que infligen a otros, y que ganan una vez más gracias a los contactos que tienen para repartir licitaciones a negocios de amigos.
¿Mi punto? Mientras más declama Europa que es igualitaria, más cínica y tramposa se vuelve su gente, casi como si el deseo humano de tener propiedad y labrar su propio destino no pudiera ser negado por el Estado, pero que por necesidad será canalizado hacia lo que el Estado condena como antisocial para la mayoría, pero que en realidad son beneficios para unos pocos.
El socialismo de seguro no hace que seamos más felices o estemos más contentos sabiendo que la sociedad resultante es de alguna manera más humana o compasiva. En vez de eso, cada facción está constantemente a punto de atacar al bien común. Siempre están "ellos", los malos, enemigos públicos fácilmente identificables entre los ricos y los aristocráticos que tienen que dar más a "quienes lo merecen". Los bancarios están en guerra permanente con los recolectores de basura que a su vez odian a los trabajadores sociales mientras éstos se quejan de bomberos y policías; cada grupo convencido de que el público debe darle más beneficios a ellos que a los demás.
Así como el Estado es necesario para hacer de niñera de todos (ganándose así tanto las demandas como el resentimiento de los que reciben su cuidado) también los Estados Unidos cumplen la misma función para Europa en general: se los odia y se los necesita al mismo tiempo.
Nunca he conocido a una beatífica persona surgida de la "igualdad de resultados". Por lo general, son amargados e iracundos guerreros decididos a corregir males de orden cósmico, siempre bien dispuestos a demonizar a aquellos que "tienen demasiado", y convencidos de que los fines divinos justifican los medios demoníacos.
El camino al socialismo no es natural. Debe ser pavimentado con el duro trabajo de la envidia de clases, la demonización de los exitosos, y la confusión de que cada nuevo programa de gastos masivos que aumente tanto impuestos como déficits debe ser aprobado inmediatamente, sin demora, "ahora o nunca", para escapar de hambrunas, plagas e inundaciones bíblicas.
Hasta la próxima.
1 Comentarios:
Sencillamente brillante.
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