Bienvenidas las armas
Esta semana tenía pensado escribir un post de un tema radicalmente distinto, pero ayer surgió algo que me hizo cambiar radicalmente el ángulo de la presente nota sabatina.
Como la semana pasada, les pediré que si tienen ganas de ir a tomar algo, vayan ahora, pues esto va para largo.
Verán, dando vueltas por un foro encontré un enlace que me hizo recalar en una columna del diario Crítica en donde cierto comentarista de tupido y curioso bigote proponía que las Fuerzas Armadas fueran disueltas por ser, en su progresista opinión, un "parásito arcaizante", entre otras cosas.
Repetía el señor todos los lugares comunes de aquella postura: que no hay guerras, que si las hay, no podríamos hacer nada contra las grandes potencias, que son un gasto innecesario cuando hay prioridades sociales, que siempre sirvieron para defender a "los ricos" frente al pueblo, etcétera, etcétera, etcétera. Aunque debo confesar que le encontró una vuelta novedosa y hippie al argumento, al sostener que disolver las FF.AA. es bueno porque "nada te legitima tanto frente a una situación de conflicto como no querer ningún conflicto".
Leer el artículo me llevó a pensar en la nota de hoy, en la que voy a defender la necesidad de las Fuerzas Armadas. En honor a la necesidad de exponer razonablemente la cuestión, haré el intento (ciertamente difícil para mí) de evitar los insultos hacia el autor del artículo original y a las ideas que sostiene, aunque al referirse a los combatientes de Malvinas como "una banda de inútiles mal preparados y peor equipados" incapaces de "abollar siquiera la carrocería de uno de los ejércitos potentes de este mundo" se ha hecho acreedor a todos los insultos habidos y por haber, no sólo por la falta de respeto por quienes dieron la vida por este país de ingratos, sino por el supino y absoluto desconocimiento de la historia que esa frase destila.
Le bastaría abrir cualquier libro sobre Malvinas para descubrir que la carrocería británica necesitó mucho tiempo en el chapista después de la guerra, mucho más que lo que ellos pensaban.
Pero en fin, de regreso al tema. Quiero arrancar con una pregunta para los lectores que puedan conducir o ser dueños de un auto: ¿Para qué necesitan el seguro del automóvil?
En serio, ¿para qué lo necesitan? Supongo que todos ustedes han de ser conductores prudentes, no unos locos que van a jugar al Need for Speed en el microcentro. Ninguno de ustedes es tan loco de querer chocar y matar a alguien, ¿verdad? Y si eso es verdad para ustedes, también ha de serlo para cualquier bien parido que conduzca como ustedes, ¿no? En ese caso, ¿para qué gastar alrededor de doscientos pesos por mes por un servicio que no necesitan, ya que ustedes no quieren ni van a chocar a nadie, y nadie decente los va a querer chocar a ustedes?
La respuesta es simple: porque los choques, a pesar de las mejores intenciones, ocurren. Porque no importa qué tan cuidadosos y prudentes seamos, basta con que el otro tipo piense que alcanza a cruzar antes de que el semáforo se ponga rojo, o que no vea bien antes de doblar la esquina, o que se distraiga cinco segundos para provocar una tragedia. Y cuando digo "el otro tipo" también hablo de ustedes.
¿Quién tuvo la razón o no? No importa. Lo que importa es que hubo una tragedia. Y que después hay que recuperarse, sea para pagar un nuevo auto, el auto de otro, o las costas judiciales.
Salvando las distancias de escala y de situación, siempre presentes en una analogía, la misión elemental de las Fuerzas Armadas no difiere de la del seguro del automóvil: ser el reaseguro que un Estado tiene de no sufrir pérdidas excesivas en el caso excepcional de una guerra internacional, con el agregado de que su existencia es un elemento que puede disuadir a un potencial agresor de emplear la violencia en contra nuestra.
La utilidad de las Fuerzas Armadas, como la del seguro del automóvil, o el seguro de incendio, o la de los mismos médicos por poner otro ejemplo, se verá únicamente cuando surja la circunstancia extraordinaria para la que todos esos instrumentos y profesiones fueron concebidos.
Claro, al igual que el seguro del auto, qué tipo de "cobertura" necesitamos de las Fuerzas Armadas dependerá de las necesidades e intereses nacionales. Así como una persona que saca el auto sólo para llevar a los chicos a la escuela no paga el mismo seguro que el que vive en las rutas de un lado a otro del país, no necesitarán la misma cobertura de defensa un país que aspira a ser potencia regional o mundial, y un país que busca apenas garantizar su propia seguridad. Los países que eligen no tomar una póliza militar lo hacen porque se resignaron a no ir por la calle en sus propios vehículos.
Los conflictos siempre existen y seguirán existiendo siempre que dos personas o grupos que sostengan objetivos e intereses mutuamente contrarios se crucen entre sí y sostengan la validez de su propia postura por sobre la del otro; la guerra es sólo el grado más extremo, tanto en escala como en intensidad, de un fenómeno en cuyo otro extremo están cosas tan tontas como discutir qué vamos a cenar esta noche.
Pretender declarar como inútiles a las Fuerzas Armadas porque "no hay guerras" es negar la posibilidad de la excepcionalidad sólo porque no se da todos los días. Culpar a las Fuerzas Armadas de la existencia de la guerra es igual a culpar a los sweaters por la existencia del frío.
Hay una gran divergencia entre la realidad de la guerra y la analogía con el seguro del automóvil, que de paso me servirá para refutar otro argumento comúnmente utilizado en estos casos. En la analogía del seguro, supusimos previamente que nadie quiere provocar un accidente. En la realidad de los conflictos internacionales, hay gente que quiere provocar guerras, sea por motivos religiosos, económicos o simplemente para distraer los problemas del frente interno.
Esa gente no actúa según la racionalidad que nosotros, cómodos occidentales, podemos tener, esa que nos dice que los conflictos se resuelven con diálogo, negociación y acuerdo; como la meta que se fijan estos seres no puede alcanzarse mediante los mecanismos racionales que empleamos, apelar a esos mismos mecanismos para detenerlos es un ejercicio inútil y trágico. La razón es sencilla: el ser humano no es una criatura racional.
¿Se puede parar con negociaciones y sanciones de la ONU a un loco musulmán que sueña con imponer el Califato Global a como dé lugar? ¿O a un enfermo que sueña con la superioridad racial de su nación por sobre todas las demás? ¿O a un ideólogo trasnochado que se ve a sí mismo como redentor de un continente frente al "imperialismo"? ¿Se pueden aplicar consideraciones de "pérdidas insostenibles de vidas y propiedades" a quien está dispuesto a sacrificar su propia vida, o peor, las de sus conciudadanos, en nombre de una causa?
La negociación, el diálogo y el acuerdo sólo son factibles y posibles cuando las dos partes tienen metas entre las que puede existir acuerdo y para las que la cooperación sea una vía factible. En todos los demás casos, ninguna negociación podrá tener éxito sin el uso, o la amenaza del uso, de la fuerza. Los tratados son válidos por sí mismos cuando todos les reconocen validez, pero cuando uno saca el pie del plato de manera consciente, el papel firmado no lo va a detener. Pregúntenles a los Kirchner y a todos los acuerdos que violaron por sus intereses.
¿Les parece que peco de paranoico? Pregunten cuántos conflictos pudo detener la ONU con la sola fuerza de sus sanciones, sin la amenaza implícita del uso de la fuerza detrás. La respuesta es tan deprimente como las el estado actual de las propias Naciones Unidas.
¿La "evolución humana" va a resolver este problema? Después de seis mil años de historia, todavía no podemos evitar que una persona codicie tanto lo que tiene otra como para arrebatárselo por la fuerza. O hacer que dos hermanos dejen de pelear por idioteces. Si no podemos resolver eso, menos vamos a pretender resolver los grandes problemas de la raza humana.
Me fui en esa explicación para demostrar que el conflicto es una realidad de la naturaleza humana, que puede variar en intensidad y escala desde la discusión interpersonal hasta el enfrentamiento violento internacional, que las motivaciones y comportamientos de las partes no necesariamente son racionales y que los instrumentos de solución y disuasión que no apelan a la fuerza sólo son válidos en situaciones donde los actores se comportan racionalmente.
En ese contexto, prescindir alegremente del seguro de riesgo de un Estado como propone el autor es un comportamiento suicida en extremo, pues presupone que las cosas "van a salir bien" por la "racionalidad" y buenas intenciones del ser humano.
Hay otras razones para mantener Fuerzas Armadas: la asistencia a la comunidad en caso de desastres, y la acción en favor de la política exterior de un país. No por nada el instrumento militar es, según una definición legal argentina, "el brazo armado de la política exterior". Los países que tienen peso en los asuntos mundiales no son los que se contentan con dar discursos de vez en cuando (como Argentina), sino los que ponen sus recursos en juego, sean éstos dinero, productos o personal militar en misiones de paz o de mantenimiento del orden.
Pocas cosas muestran mejor la decisión y la voluntad de ser parte de la comunidad internacional que estar dispuesto a enviar fuerzas armadas cuando sean necesarias. Pocas cosas muestran mejor la irrelevancia y la hipocresía de un Estado que declamar la paz mundial y el respeto a los tratados sin estar dispuesto a hacer valer ese compromiso con la fuerza si hace falta.
¿Disolver las Fuerzas Armadas? Una pretensión inútil, ilusa e ignorante de la realidad mundial, de la naturaleza humana y del sentido común, factible sólo en la paz y seguridad que da el vivir con la cabeza dentro de una maceta, soñando que la maldad, la ambición y la irracionalidad no existen sólo porque no queremos verlas.
"Si vis pacem, para bellum". "Si quieres la paz, prepárate para la guerra", decían los romanos. Para vivir en paz, es necesario estar preparado para defenderse contra aquellos que están dispuestos a turbar esa paz en favor de sus intereses. Una verdad tan válida hoy como en tiempos de los romanos.
Sepan por favor disculpar la extensión de esta nota y el ocasional agravio que se me escapó, pero este tema es uno que me interesa en grado sumo y que quería poner por escrito alguna vez, sólo que ahora el Tincho bigotudo me dio la oportunidad perfecta.
Hasta la próxima.
Como la semana pasada, les pediré que si tienen ganas de ir a tomar algo, vayan ahora, pues esto va para largo.
Verán, dando vueltas por un foro encontré un enlace que me hizo recalar en una columna del diario Crítica en donde cierto comentarista de tupido y curioso bigote proponía que las Fuerzas Armadas fueran disueltas por ser, en su progresista opinión, un "parásito arcaizante", entre otras cosas.
Repetía el señor todos los lugares comunes de aquella postura: que no hay guerras, que si las hay, no podríamos hacer nada contra las grandes potencias, que son un gasto innecesario cuando hay prioridades sociales, que siempre sirvieron para defender a "los ricos" frente al pueblo, etcétera, etcétera, etcétera. Aunque debo confesar que le encontró una vuelta novedosa y hippie al argumento, al sostener que disolver las FF.AA. es bueno porque "nada te legitima tanto frente a una situación de conflicto como no querer ningún conflicto".
Leer el artículo me llevó a pensar en la nota de hoy, en la que voy a defender la necesidad de las Fuerzas Armadas. En honor a la necesidad de exponer razonablemente la cuestión, haré el intento (ciertamente difícil para mí) de evitar los insultos hacia el autor del artículo original y a las ideas que sostiene, aunque al referirse a los combatientes de Malvinas como "una banda de inútiles mal preparados y peor equipados" incapaces de "abollar siquiera la carrocería de uno de los ejércitos potentes de este mundo" se ha hecho acreedor a todos los insultos habidos y por haber, no sólo por la falta de respeto por quienes dieron la vida por este país de ingratos, sino por el supino y absoluto desconocimiento de la historia que esa frase destila.
Le bastaría abrir cualquier libro sobre Malvinas para descubrir que la carrocería británica necesitó mucho tiempo en el chapista después de la guerra, mucho más que lo que ellos pensaban.
Pero en fin, de regreso al tema. Quiero arrancar con una pregunta para los lectores que puedan conducir o ser dueños de un auto: ¿Para qué necesitan el seguro del automóvil?
En serio, ¿para qué lo necesitan? Supongo que todos ustedes han de ser conductores prudentes, no unos locos que van a jugar al Need for Speed en el microcentro. Ninguno de ustedes es tan loco de querer chocar y matar a alguien, ¿verdad? Y si eso es verdad para ustedes, también ha de serlo para cualquier bien parido que conduzca como ustedes, ¿no? En ese caso, ¿para qué gastar alrededor de doscientos pesos por mes por un servicio que no necesitan, ya que ustedes no quieren ni van a chocar a nadie, y nadie decente los va a querer chocar a ustedes?
La respuesta es simple: porque los choques, a pesar de las mejores intenciones, ocurren. Porque no importa qué tan cuidadosos y prudentes seamos, basta con que el otro tipo piense que alcanza a cruzar antes de que el semáforo se ponga rojo, o que no vea bien antes de doblar la esquina, o que se distraiga cinco segundos para provocar una tragedia. Y cuando digo "el otro tipo" también hablo de ustedes.
¿Quién tuvo la razón o no? No importa. Lo que importa es que hubo una tragedia. Y que después hay que recuperarse, sea para pagar un nuevo auto, el auto de otro, o las costas judiciales.
Salvando las distancias de escala y de situación, siempre presentes en una analogía, la misión elemental de las Fuerzas Armadas no difiere de la del seguro del automóvil: ser el reaseguro que un Estado tiene de no sufrir pérdidas excesivas en el caso excepcional de una guerra internacional, con el agregado de que su existencia es un elemento que puede disuadir a un potencial agresor de emplear la violencia en contra nuestra.
La utilidad de las Fuerzas Armadas, como la del seguro del automóvil, o el seguro de incendio, o la de los mismos médicos por poner otro ejemplo, se verá únicamente cuando surja la circunstancia extraordinaria para la que todos esos instrumentos y profesiones fueron concebidos.
Claro, al igual que el seguro del auto, qué tipo de "cobertura" necesitamos de las Fuerzas Armadas dependerá de las necesidades e intereses nacionales. Así como una persona que saca el auto sólo para llevar a los chicos a la escuela no paga el mismo seguro que el que vive en las rutas de un lado a otro del país, no necesitarán la misma cobertura de defensa un país que aspira a ser potencia regional o mundial, y un país que busca apenas garantizar su propia seguridad. Los países que eligen no tomar una póliza militar lo hacen porque se resignaron a no ir por la calle en sus propios vehículos.
Los conflictos siempre existen y seguirán existiendo siempre que dos personas o grupos que sostengan objetivos e intereses mutuamente contrarios se crucen entre sí y sostengan la validez de su propia postura por sobre la del otro; la guerra es sólo el grado más extremo, tanto en escala como en intensidad, de un fenómeno en cuyo otro extremo están cosas tan tontas como discutir qué vamos a cenar esta noche.
Pretender declarar como inútiles a las Fuerzas Armadas porque "no hay guerras" es negar la posibilidad de la excepcionalidad sólo porque no se da todos los días. Culpar a las Fuerzas Armadas de la existencia de la guerra es igual a culpar a los sweaters por la existencia del frío.
Hay una gran divergencia entre la realidad de la guerra y la analogía con el seguro del automóvil, que de paso me servirá para refutar otro argumento comúnmente utilizado en estos casos. En la analogía del seguro, supusimos previamente que nadie quiere provocar un accidente. En la realidad de los conflictos internacionales, hay gente que quiere provocar guerras, sea por motivos religiosos, económicos o simplemente para distraer los problemas del frente interno.
Esa gente no actúa según la racionalidad que nosotros, cómodos occidentales, podemos tener, esa que nos dice que los conflictos se resuelven con diálogo, negociación y acuerdo; como la meta que se fijan estos seres no puede alcanzarse mediante los mecanismos racionales que empleamos, apelar a esos mismos mecanismos para detenerlos es un ejercicio inútil y trágico. La razón es sencilla: el ser humano no es una criatura racional.
¿Se puede parar con negociaciones y sanciones de la ONU a un loco musulmán que sueña con imponer el Califato Global a como dé lugar? ¿O a un enfermo que sueña con la superioridad racial de su nación por sobre todas las demás? ¿O a un ideólogo trasnochado que se ve a sí mismo como redentor de un continente frente al "imperialismo"? ¿Se pueden aplicar consideraciones de "pérdidas insostenibles de vidas y propiedades" a quien está dispuesto a sacrificar su propia vida, o peor, las de sus conciudadanos, en nombre de una causa?
La negociación, el diálogo y el acuerdo sólo son factibles y posibles cuando las dos partes tienen metas entre las que puede existir acuerdo y para las que la cooperación sea una vía factible. En todos los demás casos, ninguna negociación podrá tener éxito sin el uso, o la amenaza del uso, de la fuerza. Los tratados son válidos por sí mismos cuando todos les reconocen validez, pero cuando uno saca el pie del plato de manera consciente, el papel firmado no lo va a detener. Pregúntenles a los Kirchner y a todos los acuerdos que violaron por sus intereses.
¿Les parece que peco de paranoico? Pregunten cuántos conflictos pudo detener la ONU con la sola fuerza de sus sanciones, sin la amenaza implícita del uso de la fuerza detrás. La respuesta es tan deprimente como las el estado actual de las propias Naciones Unidas.
¿La "evolución humana" va a resolver este problema? Después de seis mil años de historia, todavía no podemos evitar que una persona codicie tanto lo que tiene otra como para arrebatárselo por la fuerza. O hacer que dos hermanos dejen de pelear por idioteces. Si no podemos resolver eso, menos vamos a pretender resolver los grandes problemas de la raza humana.
Me fui en esa explicación para demostrar que el conflicto es una realidad de la naturaleza humana, que puede variar en intensidad y escala desde la discusión interpersonal hasta el enfrentamiento violento internacional, que las motivaciones y comportamientos de las partes no necesariamente son racionales y que los instrumentos de solución y disuasión que no apelan a la fuerza sólo son válidos en situaciones donde los actores se comportan racionalmente.
En ese contexto, prescindir alegremente del seguro de riesgo de un Estado como propone el autor es un comportamiento suicida en extremo, pues presupone que las cosas "van a salir bien" por la "racionalidad" y buenas intenciones del ser humano.
Hay otras razones para mantener Fuerzas Armadas: la asistencia a la comunidad en caso de desastres, y la acción en favor de la política exterior de un país. No por nada el instrumento militar es, según una definición legal argentina, "el brazo armado de la política exterior". Los países que tienen peso en los asuntos mundiales no son los que se contentan con dar discursos de vez en cuando (como Argentina), sino los que ponen sus recursos en juego, sean éstos dinero, productos o personal militar en misiones de paz o de mantenimiento del orden.
Pocas cosas muestran mejor la decisión y la voluntad de ser parte de la comunidad internacional que estar dispuesto a enviar fuerzas armadas cuando sean necesarias. Pocas cosas muestran mejor la irrelevancia y la hipocresía de un Estado que declamar la paz mundial y el respeto a los tratados sin estar dispuesto a hacer valer ese compromiso con la fuerza si hace falta.
¿Disolver las Fuerzas Armadas? Una pretensión inútil, ilusa e ignorante de la realidad mundial, de la naturaleza humana y del sentido común, factible sólo en la paz y seguridad que da el vivir con la cabeza dentro de una maceta, soñando que la maldad, la ambición y la irracionalidad no existen sólo porque no queremos verlas.
"Si vis pacem, para bellum". "Si quieres la paz, prepárate para la guerra", decían los romanos. Para vivir en paz, es necesario estar preparado para defenderse contra aquellos que están dispuestos a turbar esa paz en favor de sus intereses. Una verdad tan válida hoy como en tiempos de los romanos.
Sepan por favor disculpar la extensión de esta nota y el ocasional agravio que se me escapó, pero este tema es uno que me interesa en grado sumo y que quería poner por escrito alguna vez, sólo que ahora el Tincho bigotudo me dio la oportunidad perfecta.
Hasta la próxima.
3 Comentarios:
"¿Para qué sirve el Ejército? Para nada, salvo cuando todo depende de él."
(Gral. Charles De Gaulle)
Clarísimo. Muy buen post.
A mi me encantaría que los popes de la progresía expliquen por qué países sin aparentes conflictos en vista, y que son por los que el progre típico se babea (Suecia, Dinamarca, por ejemplo) mantienen FFAA equipadas con la mejor tecnología, y entrenadas como para entrar en acción mañana a la mañana.
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