De cara al 2010
OK, llegamos al año del Bicentenario. Ya estamos en el 2010. Qué momento, señores.
Veamos un poco cómo empezamos, hasta dónde llegamos y en donde estamos ahora.
En 1810, nuestra tierra de promisión (copyright Raquel Reznik, Blogbis) era el territorio más remoto, pobre y primitivo del imperio español en América, prácticamente insignificante en comparación con las grandes y ricas colonias en Perú y México. Era una enorme extensión despoblada, desierta, sujeta a las depredaciones de los indios y al capricho de sus incipientes caudillos, un yermo improductivo cuya capital no dejaba de ser una fortaleza alrededor de la que había crecido un refugio de contrabandistas y mercaderes dudosos. Era menos que nada: era la última frontera de la civilización en América del Sur.
En 1910, ese yermo desierto era la séptima potencia del mundo, con una economía pujante, un nivel de vida relativamente decente a pesar de ciertos problemas que se veían, y un desarrollo que, con sus matices y cuestionamientos, superaba ampliamente al de cualquier otro país de este continente. La Argentina era un país prometedor, en el que no sólo los argentinos sino los millones de inmigrantes que lo eligieron como su nuevo hogar podían confiar razonablemente en que el futuro iba a depararles mejores cosas y destinos. Había problemas, desencuentros y conflictos, pero existía la posibilidad y la creencia en que serían superados y resueltos, mientras el país continuaba su marcha hacia el futuro.
Y en 2010... en 2010, la Argentina es una colección retrasada de feudos grandes y pequeños, copado por una clase política, empresarial y sindical caníbal, iletrada y orgullosa de su ignorancia y atraso, decidida a chupar todo lo que puedan chupar y a ser lo más prebendarios posibles, mientras la infraestructura del país se cae a pedazos y su gente vive sumida en la apatía, la desidia y el bandolerismo, y sus instituciones son una farsa que existe para servir a los intereses de los dueños de todo, que constituyen un matrimonio criminal rodeado de chupamedias y serviles.
Es triste comprobar lo bajo que hemos caído en comparación con lo alto que supimos alcanzar. Es triste ver que vamos alegremente y a toda máquina hacia el atraso. Y es triste ver que la única lección que los argentinos hemos aprendido en estos 200 años es que la única ley universal es el "sálvese quien pueda", porque tanto el Estado como nuestros conciudadanos están siempre al acecho de lo que nos queda.
Caimos bajo, de eso no hay duda.
La buena noticia es que podemos recuperarnos.
Ya una vez construimos un país sobre la base de la nada que era esto en tiempos de la colonia. Ahora, mal que mal, hay algo en pie. Todavía.
Pero no se trata de una cuestión de infraestructura o de desarrollo económico, o siquiera de buenos números en la economía. En mis 25 años ya vi varias recesiones y dos colapsos nacionales, una etapa de crecimiento y desarrollo astronómicos, y períodos de relativa bonanza. La Argentina tiene lo que hace falta.
El problema somos nosotros.
Para empezar, somos un desastre. Somos una sociedad que colectivamente no pasaría el nivel de preescolar en lo que se refiere a convivencia cívica. Somos una sociedad que no concibe que lo que no está prohibido no necesariamente está permitido. Somos una sociedad que en su comportamiento no se diferencia del nene que se come todas las galletitas porque ni vio un cartel que diga que está prohibido, ni le dijeron que no podía comérselas todas.
¿Qué posibilidad tenemos de respetar las leyes si nosotros, como sociedad, no entendemos que hay cosas que sencillamente no podemos hacer? Somos una nación de pendejos y apendejados, a los que nos hubiera venido bien una buena cachetada de nuestros padres
Una sociedad sólo puede funcionar cuando todos sus miembros comparten un consenso sobre lo permitido, lo aceptable y lo prohibido que trasciende lo que dicen las leyes por escrito. Cuando todos los miembros de una sociedad operan con la creencia de que mientras no se los agarre y mientras no lo prohiba alguna ley, todo es posible, la sociedad misma está condenada.
En este sentido se encuadra uno de los legados más perversos de los Kirchner: su tendencia a pervertir la ley mediante el expediente de ir siempre al límite de lo prohibido. ¿Había alguna ley que prohibiera efectivamente las candidaturas testimoniales? No la había, porque nadie en su sano juicio podía pensar que hubiera candidatos que ya de entrada adelantaran que no asumirían sus bancas. Siempre jugando al borde, siguiendo el eterno impulso del argentino a hacer todo lo que la ley no prohibe, pero que sí lo prohibe la decencia.
Romper esos límites, destruir en el inconsciente colectivo la percepción de que hay líneas que no se pueden cruzar, consagrar la idea de que en pos de la victoria todo es posible siempre que no se viole la letra de la ley aunque se abuse de su espíritu, es uno de los daños más perversos que los K le han hecho a la sociedad argentina.
Y es un daño que nos llevará años revertir, y que hasta que no lo revirtamos, no podremos salir adelante.
Veremos si la sociedad argentina logra salir adelante y empezar a caminar hacia arriba en vez de seguir barranca abajo. No sólo en la economía, sino en lo institucional y en nuestra relación con lo público y las leyes. Quisiera ser optimista, pero nada me hace pensar que pueda serlo.
Aunque ya una vez pudimos hacer algo grande de este país. La posibilidad está, y la historia nos confirmó que es posible.
Está en nuestras manos.
Muy feliz 2010 para todos ustedes.
Veamos un poco cómo empezamos, hasta dónde llegamos y en donde estamos ahora.
En 1810, nuestra tierra de promisión (copyright Raquel Reznik, Blogbis) era el territorio más remoto, pobre y primitivo del imperio español en América, prácticamente insignificante en comparación con las grandes y ricas colonias en Perú y México. Era una enorme extensión despoblada, desierta, sujeta a las depredaciones de los indios y al capricho de sus incipientes caudillos, un yermo improductivo cuya capital no dejaba de ser una fortaleza alrededor de la que había crecido un refugio de contrabandistas y mercaderes dudosos. Era menos que nada: era la última frontera de la civilización en América del Sur.
En 1910, ese yermo desierto era la séptima potencia del mundo, con una economía pujante, un nivel de vida relativamente decente a pesar de ciertos problemas que se veían, y un desarrollo que, con sus matices y cuestionamientos, superaba ampliamente al de cualquier otro país de este continente. La Argentina era un país prometedor, en el que no sólo los argentinos sino los millones de inmigrantes que lo eligieron como su nuevo hogar podían confiar razonablemente en que el futuro iba a depararles mejores cosas y destinos. Había problemas, desencuentros y conflictos, pero existía la posibilidad y la creencia en que serían superados y resueltos, mientras el país continuaba su marcha hacia el futuro.
Y en 2010... en 2010, la Argentina es una colección retrasada de feudos grandes y pequeños, copado por una clase política, empresarial y sindical caníbal, iletrada y orgullosa de su ignorancia y atraso, decidida a chupar todo lo que puedan chupar y a ser lo más prebendarios posibles, mientras la infraestructura del país se cae a pedazos y su gente vive sumida en la apatía, la desidia y el bandolerismo, y sus instituciones son una farsa que existe para servir a los intereses de los dueños de todo, que constituyen un matrimonio criminal rodeado de chupamedias y serviles.
Es triste comprobar lo bajo que hemos caído en comparación con lo alto que supimos alcanzar. Es triste ver que vamos alegremente y a toda máquina hacia el atraso. Y es triste ver que la única lección que los argentinos hemos aprendido en estos 200 años es que la única ley universal es el "sálvese quien pueda", porque tanto el Estado como nuestros conciudadanos están siempre al acecho de lo que nos queda.
Caimos bajo, de eso no hay duda.
La buena noticia es que podemos recuperarnos.
Ya una vez construimos un país sobre la base de la nada que era esto en tiempos de la colonia. Ahora, mal que mal, hay algo en pie. Todavía.
Pero no se trata de una cuestión de infraestructura o de desarrollo económico, o siquiera de buenos números en la economía. En mis 25 años ya vi varias recesiones y dos colapsos nacionales, una etapa de crecimiento y desarrollo astronómicos, y períodos de relativa bonanza. La Argentina tiene lo que hace falta.
El problema somos nosotros.
Para empezar, somos un desastre. Somos una sociedad que colectivamente no pasaría el nivel de preescolar en lo que se refiere a convivencia cívica. Somos una sociedad que no concibe que lo que no está prohibido no necesariamente está permitido. Somos una sociedad que en su comportamiento no se diferencia del nene que se come todas las galletitas porque ni vio un cartel que diga que está prohibido, ni le dijeron que no podía comérselas todas.
¿Qué posibilidad tenemos de respetar las leyes si nosotros, como sociedad, no entendemos que hay cosas que sencillamente no podemos hacer? Somos una nación de pendejos y apendejados, a los que nos hubiera venido bien una buena cachetada de nuestros padres
Una sociedad sólo puede funcionar cuando todos sus miembros comparten un consenso sobre lo permitido, lo aceptable y lo prohibido que trasciende lo que dicen las leyes por escrito. Cuando todos los miembros de una sociedad operan con la creencia de que mientras no se los agarre y mientras no lo prohiba alguna ley, todo es posible, la sociedad misma está condenada.
En este sentido se encuadra uno de los legados más perversos de los Kirchner: su tendencia a pervertir la ley mediante el expediente de ir siempre al límite de lo prohibido. ¿Había alguna ley que prohibiera efectivamente las candidaturas testimoniales? No la había, porque nadie en su sano juicio podía pensar que hubiera candidatos que ya de entrada adelantaran que no asumirían sus bancas. Siempre jugando al borde, siguiendo el eterno impulso del argentino a hacer todo lo que la ley no prohibe, pero que sí lo prohibe la decencia.
Romper esos límites, destruir en el inconsciente colectivo la percepción de que hay líneas que no se pueden cruzar, consagrar la idea de que en pos de la victoria todo es posible siempre que no se viole la letra de la ley aunque se abuse de su espíritu, es uno de los daños más perversos que los K le han hecho a la sociedad argentina.
Y es un daño que nos llevará años revertir, y que hasta que no lo revirtamos, no podremos salir adelante.
Veremos si la sociedad argentina logra salir adelante y empezar a caminar hacia arriba en vez de seguir barranca abajo. No sólo en la economía, sino en lo institucional y en nuestra relación con lo público y las leyes. Quisiera ser optimista, pero nada me hace pensar que pueda serlo.
Aunque ya una vez pudimos hacer algo grande de este país. La posibilidad está, y la historia nos confirmó que es posible.
Está en nuestras manos.
Muy feliz 2010 para todos ustedes.
2 Comentarios:
LA B. POLITICA.
Presente.
A su disposición las herramientas para cambiar la forma de gobierno en México.
Por favor visite los sitios de internet siguientes:
http://constituyentecivil-mexico2010.blogspot.com
http://gacetacontituyente-mexico2010.blogspot.com
Saludos.
Alfredo Loredo.
San Luis Potosi. México.
Muy buen articulo, bien expresado, un grave problema tambien de nuestro pueblo, ya que los KK salieron de nosotros.Estos Frankestein los creamos nosotros y años de desviar la vista para otro lado porque total para mi no es.-Todo llega, veremos si un pueblo que hace quince cuadras de cola por la muerte de un cantante, se levantará para defender su pais.abrazos y felicitaciones
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