sábado, 19 de junio de 2010

Se acaba el tiempo de la joda

En los últimos dos años de kirchnerismo hemos pasado de situaciones en las que el gobierno parecía noqueado y al borde del colapso, con una derrota prácticamente cantada, a otras en las que, como un zombi recién reanimado, se lanzaba con furia y energía desconocida a poner en fuga a sus oponentes.

Quizás no estemos ni ante un colapso inminente del kirchnerato ni ante una resurrección imparable de la Parejita. Quizás la verdad, como suele suceder, está en el medio de ambas posiciones.

Quizás lo que haga falta para que una de esas dos posiciones llegue a convertirse en realidad es la energía, voluntad e inteligencia que para ello pongan quienes piensan que esa posición es la que necesita la Argentina. Es por eso que en mi condición de antikirchnerista, me preocupa mucho la forma en que la oposición encara la actual coyuntura.

Pareciera ser que la oposición se dio por vencedora después de las elecciones del año pasado y después decidió hacer la plancha, como si estuvieran seguros sus dirigentes de que "el curso de la Historia" o alguna otra clase de destino manifiesto los había favorecido y que ya no hacía falta ningún esfuerzo más. Confiaron en el hartazgo social (un hartazgo que sigue existiendo por más Bicentenario y Mundial que haya) y se dedicaron a pensar en candidaturas presidenciales como si no hiciera falta más por hacer.

Y naturalmente, terminaron siendo ensartados por el kirchnerismo, esta vez con el agravante de que después de proclamarse como "nueva mayoría" en el Congreso, le tocaba a la oposición el desafío de hacer algo en vez de limitarse a practicar el cómodo arte la denunciología.

Creo que fue un político italiano el que dijo "nada es más desgastante que no tener el poder" o algo así, y la oposición lo viene descubriendo a fuerza de bifes y decepciones desde febrero. Claro, siempre se puede decir que el problema fue que pusimos demasiadas expectativas y esperanzas en el cambio de situación en el Congreso y eso sería totalmente cierto; la cuestión, sin embargo (y esto no excusa de ninguna manera lo que acabo de escribir) es quiénes fueron los que vendieron la imagen irreal de una oposición monolítica que controlaría el Congreso.

Pienso además que la oposición todavía no cae en la cuenta de que la denunciología, que es meritoria y necesaria frente a este gobierno de ladrones e ignorantes de cuarta, ya alcanzó lo máximo que podía llegar a lograr, es decir, el triunfo en las legislativas de 2009.

No le queda otra opción a la oposición más que reconocer que todavía faltan 14 meses para las presidenciales, y que lo mejor que puede hacer ahora es emprolijarse, consolidarse y resistir los embates de un gobierno inescrupuloso, que no tiene ningún asco en recurrir a los métodos más bajos y rastreros para currar un puntito más, y que no conoce de límites.

La casa tiene que ponerse en orden; en 2011 se elegirá un gobierno, no un coro de denunciantes. Y eso es precisamente lo que el Gobierno quiere para la oposición: que aparezca como una manga de denunciantes, una Armada Brancaleone de tipos unidos por el espanto sin nada que ofrecer.

Es necesario que la oposición se dé una buena ducha de manejo del poder en estos meses que le quedan y que vaya definiendo además qué es lo que le propone a la sociedad argentina. Si lo único que tiene para proponer es kirchnerismo más prolijo y despingüinizado, me temo que el electorado va a votar al original en lugar de a la segunda marca.

Porque puesta ante la disyuntiva de elegir entre un grupo de buenas personas que ni saben para qué tienen el poder ni cómo usarlo, y un ejército perverso que tiene perfectamente claro qué es lo que quiere y qué va a hacer para obtenerlo, es notable cómo la sociedad puede llegar a preferir a este último.

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