Volver al Pasado
En varias oportunidades, el tema de la revisión actual de la década de los '70 apareció en esta columna de La Bestia Política, traído a colación de otros temas, especialmente aquellos relacionados con la temática militar o los problemas de seguridad.
En esta oportunidad, la revisión de la década de los '70 es el tema principal.
Resulta tedioso y bastante desagradable tener que escribir sobre este tema. Sería mejor y más productivo escribir sobre cuestiones que realmente hagan al bienestar y progreso de la Argentina en lugar de gastar espacio y tiempo en la inacabable historia de la década del '70.
Pero cuando en vez de construir el futuro se reabre obsesivamente el pasado doloroso, cuando las expresiones de ambos lados son cada vez más duras, cuando el único tema político de la semana es la búsqueda de un testigo en un caso reabierto a partir de la revisión de la década de los '70 y cuando los medios no paran de buscar paralelismos y conexiones cada vez más rebuscadas con ese período, es necesario que pensemos, que hagamos un esfuerzo de reflexión sobre el camino que estamos transitando, hacia donde vamos y cuál es el posible resultado de esta campaña de revisión y revanchismo permanente.
Antes de que Néstor Kirchner llegara al Gobierno, las cuestiones relativas a la década de los '70 habían salido del esquema de preocupaciones del argentino promedio, quedando como tema principal sólo para aquellos situados en los extremos del arco político. A la gente le interesaba bastante poco el problema; después de todo ¿en qué modificaba la vida cotidiana que tal o cual viejito estuviera en la cárcel o no? ¿A quién le importaba? Los odios parecían irse apagando y parecía que el tiempo iba cicatrizando lentamente las heridas.
Entonces llegó el "país en serio".
Y de pronto, los "derechos humanos" se volvieron política de Estado. Empezamos a escuchar todos los días algún nuevo incidente relacionado, alguna nueva decisión política de reabrir la cuestión. Comenzamos a escuchar discursos cada vez más virulentos. Se empezó a hablar de un "Museo de la Memoria", vinieron las purgas en las FF.AA. y la policía, y toda la realidad argentina pasó a ser considerada a través del prisma torcido de un lado del conflicto. Se anularon leyes, se reabrieron causas viejas y dormidas, se inventaron feriados. Para todos los problemas del país se le empezó a encontrar un origen en la "nefasta dictadura militar", ignorando que entre esa dictadura y el presente pasaron 23 años de gobiernos constitucionales que poco hicieron por resolver esos problemas.
Peor aún, se adoptó y se impuso como "historia oficial" el cuento de hadas de un grupo de militares malos que llegaron al poder en un país pacífico y empezaron a matar a gusto y piacere, mientras un grupo de jóvenes idealistas intentaron resistir, por medios violentos pero necesarios. Un cuento de hadas de mal gusto, mentiroso y envenenado. Mentiroso porque falta totalmente a la verdad; envenenado porque sólo sirve para perpetuar el odio en una nueva generación.
La memoria colectiva construida sobre la distorsión del pasado y la satanización del otro mientras se tapan convenientemente los horrores de los amigos no es memoria: es propaganda.
Esta así llamada "revisión del pasado" sólo trajo división, discordia y agresión. Los debates sobre el tema se volvieron más violentos y agresivos; las posturas revanchistas, anteriormente reducidas a los extremos, empiezan a ser adoptadas por sectores más moderados. Las Fuerzas Armadas, finalmente profesionalizadas y dedicadas a su misión, se vieron de pronto agredidas gratuitamente y sin poder contestar, sufriendo ataques y agravios de parte de sus supuestos líderes civiles. Incluso volvieron los rumores de malestar militar, resucitando así el triste prospecto del cuartelazo cuando las provocaciones sean insoportables para el sector militar que menos capacidad de resistencia tenga.
Reabrir las heridas después de veinte años, reinstalar las divisiones entre los argentinos, revivir los odios en una sociedad que iba dejando el problema atrás y contaminar a nuevas generaciones con los rencores de las viejas es ya destructivo por sí solo. Que se haga como "política de Estado" es simplemente criminal. No sólo por el odio que está reviviendo, sino porque desvía los esfuerzos del Estado en concentrarse en el pasado cuando el presente tiene sus propios problemas. Problemas que son mucho más graves y urgentes que las ganas de venganza de un conjunto de resentidos que se las ingeniaron para sobrevivir, sin explicar jamás cómo lo hicieron.
Hacer todo esto por convicción sería casi comprensible. Después de todo, la venganza es una parte real, si bien terrible, de la naturaleza humana. Pero es imperdonable cuando se hace por cálculo político, como forma de construir un espacio político. O peor aún, como cortina de humo para tapar los eternos problemas que jamás se resuelven o los "negociados de siempre" que pasan de gobierno a gobierno.
Cuando termine este gobierno y (esperemos) la moda setentista desaparezca, veremos qué nos quedó de tanta revisión.
Los chicos seguirán saliendo de las escuelas con pocos conocimientos y a vecer sin leer bien, pero todos van a haber visto "La Noche de los Lápices", leído el "Nunca Más" (con prólogo actualizado de la era K, obviamente) y celebrado los actos del 24 de marzo.
La política de seguridad seguirá siendo improvisada, los asaltos serán más violentos y la policía y la justicia serán igual de ineficientes para combatir el delito, pero tendremos las cárceles llenas de viejitos septuagenarios.
Volveremos a los apagones programados y a la escasez de energía, pero tendremos un Museo de la Media Memoria de lujo, con torres residenciales construidas en el mismo complejo gracias a un gran negocio inmobiliario.
Los presupuestos jamás alcanzarán para nada, pero seguiremos regalando indemnizaciones a los abuelos, tíos, sobrinos, cuñados y perros de los militantes, cuando no a los "ex-desaparecidos" (categoría delirante que sólo puede tener sentido en la Argentina). Obviamente que sólo a los de un lado.
Seguirán muriendo militares por obsolescencia del material y falta de mantenimiento, tendremos Fuerzas Armadas arcaicas y policías que tengan que comprarse sus chalecos con sus propios sueldos, pero vamos a estar mejor por el sólo hecho de no tener cuadros de Videla y Bignone colgados en el Colegio Militar, mientras se hacen purgas "preventivas" a cualquier uniformado que haya siquiera estado en esa época, algo que en cualquier otro lugar se llamaría "despido sin causa".
El presente será igual, pero estaremos peleándonos entre nosotros y divididos por conflictos del pasado.
Tal vez lleguemos un día a descubrir que, mientras estuvimos corriendo a los fantasmas del pasado, el futuro se nos escapó. Y nos va a quedar solamente el presente que nunca mejora, un presente que se va a parecer cada vez más a ese pasado que todos decimos odiar, pero que parece fascinarnos morbosamente.
Excepto para los vivos de siempre y para los que lucran con el cuentito de hadas de la década del '70.
En esta oportunidad, la revisión de la década de los '70 es el tema principal.
Resulta tedioso y bastante desagradable tener que escribir sobre este tema. Sería mejor y más productivo escribir sobre cuestiones que realmente hagan al bienestar y progreso de la Argentina en lugar de gastar espacio y tiempo en la inacabable historia de la década del '70.
Pero cuando en vez de construir el futuro se reabre obsesivamente el pasado doloroso, cuando las expresiones de ambos lados son cada vez más duras, cuando el único tema político de la semana es la búsqueda de un testigo en un caso reabierto a partir de la revisión de la década de los '70 y cuando los medios no paran de buscar paralelismos y conexiones cada vez más rebuscadas con ese período, es necesario que pensemos, que hagamos un esfuerzo de reflexión sobre el camino que estamos transitando, hacia donde vamos y cuál es el posible resultado de esta campaña de revisión y revanchismo permanente.
Antes de que Néstor Kirchner llegara al Gobierno, las cuestiones relativas a la década de los '70 habían salido del esquema de preocupaciones del argentino promedio, quedando como tema principal sólo para aquellos situados en los extremos del arco político. A la gente le interesaba bastante poco el problema; después de todo ¿en qué modificaba la vida cotidiana que tal o cual viejito estuviera en la cárcel o no? ¿A quién le importaba? Los odios parecían irse apagando y parecía que el tiempo iba cicatrizando lentamente las heridas.
Entonces llegó el "país en serio".
Y de pronto, los "derechos humanos" se volvieron política de Estado. Empezamos a escuchar todos los días algún nuevo incidente relacionado, alguna nueva decisión política de reabrir la cuestión. Comenzamos a escuchar discursos cada vez más virulentos. Se empezó a hablar de un "Museo de la Memoria", vinieron las purgas en las FF.AA. y la policía, y toda la realidad argentina pasó a ser considerada a través del prisma torcido de un lado del conflicto. Se anularon leyes, se reabrieron causas viejas y dormidas, se inventaron feriados. Para todos los problemas del país se le empezó a encontrar un origen en la "nefasta dictadura militar", ignorando que entre esa dictadura y el presente pasaron 23 años de gobiernos constitucionales que poco hicieron por resolver esos problemas.
Peor aún, se adoptó y se impuso como "historia oficial" el cuento de hadas de un grupo de militares malos que llegaron al poder en un país pacífico y empezaron a matar a gusto y piacere, mientras un grupo de jóvenes idealistas intentaron resistir, por medios violentos pero necesarios. Un cuento de hadas de mal gusto, mentiroso y envenenado. Mentiroso porque falta totalmente a la verdad; envenenado porque sólo sirve para perpetuar el odio en una nueva generación.
La memoria colectiva construida sobre la distorsión del pasado y la satanización del otro mientras se tapan convenientemente los horrores de los amigos no es memoria: es propaganda.
Esta así llamada "revisión del pasado" sólo trajo división, discordia y agresión. Los debates sobre el tema se volvieron más violentos y agresivos; las posturas revanchistas, anteriormente reducidas a los extremos, empiezan a ser adoptadas por sectores más moderados. Las Fuerzas Armadas, finalmente profesionalizadas y dedicadas a su misión, se vieron de pronto agredidas gratuitamente y sin poder contestar, sufriendo ataques y agravios de parte de sus supuestos líderes civiles. Incluso volvieron los rumores de malestar militar, resucitando así el triste prospecto del cuartelazo cuando las provocaciones sean insoportables para el sector militar que menos capacidad de resistencia tenga.
Reabrir las heridas después de veinte años, reinstalar las divisiones entre los argentinos, revivir los odios en una sociedad que iba dejando el problema atrás y contaminar a nuevas generaciones con los rencores de las viejas es ya destructivo por sí solo. Que se haga como "política de Estado" es simplemente criminal. No sólo por el odio que está reviviendo, sino porque desvía los esfuerzos del Estado en concentrarse en el pasado cuando el presente tiene sus propios problemas. Problemas que son mucho más graves y urgentes que las ganas de venganza de un conjunto de resentidos que se las ingeniaron para sobrevivir, sin explicar jamás cómo lo hicieron.
Hacer todo esto por convicción sería casi comprensible. Después de todo, la venganza es una parte real, si bien terrible, de la naturaleza humana. Pero es imperdonable cuando se hace por cálculo político, como forma de construir un espacio político. O peor aún, como cortina de humo para tapar los eternos problemas que jamás se resuelven o los "negociados de siempre" que pasan de gobierno a gobierno.
Cuando termine este gobierno y (esperemos) la moda setentista desaparezca, veremos qué nos quedó de tanta revisión.
Los chicos seguirán saliendo de las escuelas con pocos conocimientos y a vecer sin leer bien, pero todos van a haber visto "La Noche de los Lápices", leído el "Nunca Más" (con prólogo actualizado de la era K, obviamente) y celebrado los actos del 24 de marzo.
La política de seguridad seguirá siendo improvisada, los asaltos serán más violentos y la policía y la justicia serán igual de ineficientes para combatir el delito, pero tendremos las cárceles llenas de viejitos septuagenarios.
Volveremos a los apagones programados y a la escasez de energía, pero tendremos un Museo de la Media Memoria de lujo, con torres residenciales construidas en el mismo complejo gracias a un gran negocio inmobiliario.
Los presupuestos jamás alcanzarán para nada, pero seguiremos regalando indemnizaciones a los abuelos, tíos, sobrinos, cuñados y perros de los militantes, cuando no a los "ex-desaparecidos" (categoría delirante que sólo puede tener sentido en la Argentina). Obviamente que sólo a los de un lado.
Seguirán muriendo militares por obsolescencia del material y falta de mantenimiento, tendremos Fuerzas Armadas arcaicas y policías que tengan que comprarse sus chalecos con sus propios sueldos, pero vamos a estar mejor por el sólo hecho de no tener cuadros de Videla y Bignone colgados en el Colegio Militar, mientras se hacen purgas "preventivas" a cualquier uniformado que haya siquiera estado en esa época, algo que en cualquier otro lugar se llamaría "despido sin causa".
El presente será igual, pero estaremos peleándonos entre nosotros y divididos por conflictos del pasado.
Tal vez lleguemos un día a descubrir que, mientras estuvimos corriendo a los fantasmas del pasado, el futuro se nos escapó. Y nos va a quedar solamente el presente que nunca mejora, un presente que se va a parecer cada vez más a ese pasado que todos decimos odiar, pero que parece fascinarnos morbosamente.
Excepto para los vivos de siempre y para los que lucran con el cuentito de hadas de la década del '70.
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