¿Qué nos está pasando?
Había una vez, allá al sur de Bolivia, una república donde los medios se las daban de independientes y no le dejaban pasar nada a los mandatarios de turno. Todos los escándalos de corrupción, desde la compra de pollos en mal estado, pasando por las secretarias con tapados de piel, las aduanas paralelas, las contrataciones de profesores de tenis en los ministerios y los sobornos en el Senado, tenían cobertura constante en la prensa escrita y televisiva. A los presidentes no se les dejaba pasar nada: a uno de ellos continuamos gastándolo porque anunció que para el año 2000 la Argentina iba a estar en la estratósfera, de otro seguimos riéndonos porque no encontraba el camino para salir de un estudio de televisión y de uno nos sorprendemos porque escribió, cual Inodoro Pereyra, la palabra "petrólio" en un pizarrón.
¿Qué fue de la vida de ese país?
Cada época de la historia argentina puede caracterizarse con una palabra. El gobierno de Alfonsín estuvo signado por la declamación: mucha cháchara y discurso, pero completa incompetencia. El menemato estuvo marcado por la ostentación: la pizza con champagne, el glamour y la corruptela. El período sonámbulo de De la Rúa fue sinónimo de inacción, en todos los sentidos.
En el país en que vivimos hoy, en el país del Pingüinato, la palabra clave es la desmesura. Todo es grotesco, todo es guarango, todo es bestial y desvergonzado.
El país que mencionábamos arriba tiene ahora un presidente que constantemente insulta y agravia a todo el mundo, cuyas mejores gracias consisten en decir "Minga", "de acá", hacer cortes de manga y agarrarse las bolas, que se da el gusto de apurar, apretar y humillar a los otros poderes e instituciones del Estado, que jamás da explicaciones sobre los hechos y asuntos turbios de su gobierno, que reclama el poder de juzgar la conducta pasada de los demás argentinos sin aclarar qué hizo él, y que además, como si lo anterior fuera poco, presta el país para que un presidente extranjero lo use como atril para insultar a otro.
Su señora esposa da cátedra de moralidad, "militancia" y "compromiso", mientras viaja por el mundo firmando tratados sin tener poder o autoridad para hacerlo, gastando sumas dignas de Zulemita Menem y cambiando la provincia a la que representa (pasando de Santa Cruz a Buenos Aires) como quien se cambia de remera.
Como si esto fuera poco, la política económica está teóricamente a cargo de un maniquí que siempre aparece sonriendo (de qué se ríe, nadie lo sabe), pero en realidad se halla regenteada por un matón de cuarta como es el secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno. La idea de "negociar" que tiene este hombre es la de recibir a sus interlocutores con una pistola sobre el escritorio; amenaza a sus subordinados con frases como “Vos te alineás o te quedás sólo con el apoyo de la Piba (la ministraFelisa Miceli). Y, en ese caso, Dios quiera que no le pase nada a tu familia.” Los diálogos que Jorge Lanata referencia en un artículo son realmente grotescos: la negociación de Moreno con los empresarios se basa exclusivamente en comparar la longitud de las partes nobles de los involucrados y en ladrar “Acá van a hacer lo que yo quiera…".
¿Qué nos pasa a los argentinos? ¿Cómo puede ser que, siendo tan selectivos como éramos con los demás presidentes, ahora toleremos así nomás las bajezas e inmundicias a las que nos acostumbran Néstor y sus secuaces? Hace diez años, en la tan demonizada década del noventa, a un ser como Guillermo Moreno lo hubieran defenestrado en todos los noticieros durante semanas. Su nombre hubiera pasado a ser sinónimo de corrupción y abuso, junto a los de María Julia, Alderete, Matilde Menéndez, Grosso, Barrionuevo, y tantos otros.
Soportamos que nuestro presidente (así, con minúscula) "preste" el país para que sirva como podio de un demente como Chávez. Soportamos que un ente como D'Elía marque el ritmo de la política nacional con sus quemas de comisarías, rupturas de tranqueras, manifestaciones de apoyo y excursiones a Irán, y que por sus vínculos jamás aclarados nuestro gobierno y nuestro país quede pegado a sus actos. Soportamos que todos los días nuestro presidente agravie a quien osa pensar contrario a él. Soportamos que un ser como Moreno amenace y humille gratuitamente (y encima, llamamos a eso "negociación). Soportamos que el abuso de poder no sólo sea extendido, sino que ahora es abierto y notorio. Y sus perpetradores no tienen vergüenza.
¿Por qué los medios no son tan incisivos como eran con otros presidentes? ¿Qué les pasa, acaso la propaganda oficial les es tan necesaria?
¿Será que finalmente nos han acostumbrado a la desmesura? ¿Será que, mientras que la economía anda bien (con cifras del INDEC), no nos importa lo que personajes como los que pueblan el régimen pingüinista hagan lo que se les cante?
¿O será que, como dicen las encuestas compradas a diez centavos la docena, a los argentinos realmente les gusta que sus dirigentes se comporten como matones de cortada?
¿Qué fue de la vida de ese país?
Cada época de la historia argentina puede caracterizarse con una palabra. El gobierno de Alfonsín estuvo signado por la declamación: mucha cháchara y discurso, pero completa incompetencia. El menemato estuvo marcado por la ostentación: la pizza con champagne, el glamour y la corruptela. El período sonámbulo de De la Rúa fue sinónimo de inacción, en todos los sentidos.
En el país en que vivimos hoy, en el país del Pingüinato, la palabra clave es la desmesura. Todo es grotesco, todo es guarango, todo es bestial y desvergonzado.
El país que mencionábamos arriba tiene ahora un presidente que constantemente insulta y agravia a todo el mundo, cuyas mejores gracias consisten en decir "Minga", "de acá", hacer cortes de manga y agarrarse las bolas, que se da el gusto de apurar, apretar y humillar a los otros poderes e instituciones del Estado, que jamás da explicaciones sobre los hechos y asuntos turbios de su gobierno, que reclama el poder de juzgar la conducta pasada de los demás argentinos sin aclarar qué hizo él, y que además, como si lo anterior fuera poco, presta el país para que un presidente extranjero lo use como atril para insultar a otro.
Su señora esposa da cátedra de moralidad, "militancia" y "compromiso", mientras viaja por el mundo firmando tratados sin tener poder o autoridad para hacerlo, gastando sumas dignas de Zulemita Menem y cambiando la provincia a la que representa (pasando de Santa Cruz a Buenos Aires) como quien se cambia de remera.
Como si esto fuera poco, la política económica está teóricamente a cargo de un maniquí que siempre aparece sonriendo (de qué se ríe, nadie lo sabe), pero en realidad se halla regenteada por un matón de cuarta como es el secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno. La idea de "negociar" que tiene este hombre es la de recibir a sus interlocutores con una pistola sobre el escritorio; amenaza a sus subordinados con frases como “Vos te alineás o te quedás sólo con el apoyo de la Piba (la ministraFelisa Miceli). Y, en ese caso, Dios quiera que no le pase nada a tu familia.” Los diálogos que Jorge Lanata referencia en un artículo son realmente grotescos: la negociación de Moreno con los empresarios se basa exclusivamente en comparar la longitud de las partes nobles de los involucrados y en ladrar “Acá van a hacer lo que yo quiera…".
¿Qué nos pasa a los argentinos? ¿Cómo puede ser que, siendo tan selectivos como éramos con los demás presidentes, ahora toleremos así nomás las bajezas e inmundicias a las que nos acostumbran Néstor y sus secuaces? Hace diez años, en la tan demonizada década del noventa, a un ser como Guillermo Moreno lo hubieran defenestrado en todos los noticieros durante semanas. Su nombre hubiera pasado a ser sinónimo de corrupción y abuso, junto a los de María Julia, Alderete, Matilde Menéndez, Grosso, Barrionuevo, y tantos otros.
Soportamos que nuestro presidente (así, con minúscula) "preste" el país para que sirva como podio de un demente como Chávez. Soportamos que un ente como D'Elía marque el ritmo de la política nacional con sus quemas de comisarías, rupturas de tranqueras, manifestaciones de apoyo y excursiones a Irán, y que por sus vínculos jamás aclarados nuestro gobierno y nuestro país quede pegado a sus actos. Soportamos que todos los días nuestro presidente agravie a quien osa pensar contrario a él. Soportamos que un ser como Moreno amenace y humille gratuitamente (y encima, llamamos a eso "negociación). Soportamos que el abuso de poder no sólo sea extendido, sino que ahora es abierto y notorio. Y sus perpetradores no tienen vergüenza.
¿Por qué los medios no son tan incisivos como eran con otros presidentes? ¿Qué les pasa, acaso la propaganda oficial les es tan necesaria?
¿Será que finalmente nos han acostumbrado a la desmesura? ¿Será que, mientras que la economía anda bien (con cifras del INDEC), no nos importa lo que personajes como los que pueblan el régimen pingüinista hagan lo que se les cante?
¿O será que, como dicen las encuestas compradas a diez centavos la docena, a los argentinos realmente les gusta que sus dirigentes se comporten como matones de cortada?
3 Comentarios:
Es difícil explicar todos esos interrogantes.
Lo que veo es un estado de decadencia feroz, donde se han perdido todos los valores que antes se respetaban.
¿Será que lo que vendrá será peor aún?
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
A mi entender la única alternativa es volver a la sabia constitución del año 1853, que ponía énfasis en los valores y la libertad como sistema político y de vida.
Sería muy bueno, que en las escuelas se les propusiera a los alumnos la lectura de los libros de Juan Bautista Alberdi y del resto de nuestro grandes próceres.
Saludos
Publicar un comentario
Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]
<< Página Principal