Meditando en el país de la locura
Lo admito, hay días en los que dan ganas de revolear todo y exclamar un contundente "¡Ma'sí!".
Ganas de rendirse ante lo que parece ineludible: que no existen cosas como el sentido común o la coherencia.
Que la única forma de no verse decepcionado es resignándose a que la ley y la decencia sean cartón pintado.
Que la única forma de hallar sosiego es encerrándose en el mundito cotidiano de los afectos y la rutina, a la espera del inevitable momento en que los K se acuerden de nosotros la próxima vez que se les vacíe la caja.
Que la única forma de evitar morirse de un infarto por el disgusto es encogerse de hombros y decir "así son ellos" o "así es este país", y tratar de seguir con su vida.
Hoy me convencí de que no sirve de nada hacer el esfuerzo intelectual de marcar las infinitas incoherencias y bestialidades que nos acostumbramos a escuchar de boca de nuestros dirigentes máximos.
Es peor ahora que los tenemos que soportar pidiendo cadena nacional cada vez que se les ocurre: antes uno podía tener esperanzas de hallar refugio radial en Astor Piazzolla, Ludwig van Beethoven, Queen o "Vision of Paradise" de Mick Jagger, pero ahora sólo queda colocarse a tiro del baño y esperar que acabe de hablar la tilinga.
Porque escuchar hablar a la Presidenta es hundirse en un universo de sinrazón y desquicio, donde dos más dos puede ser tres o cinco si así lo dispone la pareja real, donde lo que antes era bueno hoy pasa a ser reprobable, donde todo se tergiversa según convenga al humor con el que se levantaron hoy.
Donde palabras como "Constitución", "leyes" e "instituciones", que deberían significar algo en esta sociedad, son usadas en el mismo sentido que decía Jack Nicholson en "Cuestión de Honor": como el remate de un chiste.
Donde uno escucha lamentos sobre los derechos cercenados y el impedimento de trabajar, cuando se impone asueto forzado a toda la ciudad sólo para satisfacer el ego mancillado de la dama y su marido.
Donde se trata de hacer pasar por "apoyo popular" al espectáculo lamentable de miles de personas arreadas por $50 per cápita, o por el miedo a perder el trabajo o el plan social.
Donde la muerte de un pobre muchacho traido desde el interior a causa de los "preparativos" del acto no es suficiente causa para que la bruja y su consorte tengan un acto de decencia y suspendieran la payasada transmitida por cadena nacional.
Mejor no preguntarles qué pensaban de eso. Tal vez lo veían como un sacrificio a sus excelencias.
Escuchar a la Presidenta y pretender sacar algo con sentido de allí es pedir una habitación en el Borda.
No sirve de nada recordarle a la Presidenta que los dirigentes de las entidades fueron votados por sus afiliados para defender los intereses colectivos de su actividad.
No sirve de nada recordarle a la Presidenta que el voto mayoritario no es una patente de corso para hacer lo que se le cante, ni que eso es una mordaza puesta sobre las bocas de quienes osan no estar de acuerdo.
No sirve de nada decirle a la Presidenta que no le hace un favor a nadie y que no merece gratitud por hacer lo que debió hacer desde un principio: enviar el proyecto al Congreso.
No sirve de nada decirle a la Presidenta que la renta es de sus dueños y no una graciosa concesión que nos hace ella.
Menos cuando manda un proyecto que es un verdadero fuck you a los argentinos de bien, y que es una broma de mal gusto para un país que desde hace 100 días soporta los costos del capricho de ella y de su marido por llevarse lo que no les corresponde.
No sirve de nada decirle a la Presidenta, y a su marido que maneja los hilos como López Rega manejaba los de Isabelita, que no tiene derecho a hablar de "debate" cuando envía un proyecto ante el que sólo cabe decir "sí" o "no", y el cual espera que sea aprobado con los ojos cerrados. Porque para eso está la Escribanía.
En realidad, no sirve de nada recordarle cosas a la Presidenta porque ella no está para eso, ella está para jugar a que es Evita y crispar el puño a la vez que soba los micrófonos.
Al margen de eso, la cita de Marx es "Hegel dice que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal se producen dos veces. Pero se olvidó de agregar: la primera vez como tragedia y la segunda vez como farsa."
Le doy la razón a Hegel sobre su discípula: ella es la farsa de la historia. Una Isabel que se cree Evita.
Ella está para comprar toallas egipcias por seis mil euros y poner la cara visible de la cleptocracia que instaló su marido y que todavía regentea.
Es el marido el que nos llevó a esto, el que durante cuatro años plantó con cuidado y en silencio las semillas que hoy está cosechando su esposa y testaferro.
Es él quien instaló este reino de desquicio e insanía, esta república de levantamanos y aplaudidores, de superpoderes, caprichos y atriles, mientras la mayoría de los argentinos se contentaba con indicadores que cada día eran más falsos.
Y después de todo eso, me pongo a pensar más.
Y descubro que resignarse es darle el gusto a los tiranuelos.
Que resignarse a que no haya sentido común es en realidad participar de su sepelio. Convalidar la locura. Aceptar al cualquiercosismo como principio de vida.
Que aceptar que las leyes son maleables al gusto y piacere de la pareja es abdicar de la ciudadanía y reconocerlos como monarcas de este feudo devaluado que alguna vez se llamó Argentina.
Y que dejar de lado la razón y el sentido común a la espera de paz en el kirchnerato es aguardar la tocada de culo de la pareja real con una sonrisa en los labios y los pantalones bajos de antemano.
Y para no darles el gusto, para poder llegar con dignidad al día inevitable en que se vayan estos dos desgraciados y los entenados que están con ellos al tacho de la Historia, es que decido que hoy no voy a decir "¡Má'sí!".
Seguimos, nomás.
1 Comentarios:
Los peronistas, como decía Borges, son incorregibles. Aníbal Fernández tiene el tupé de tachar de nazis a quienes hacen escraches. Se olvida de dos cosas: una es que sus amigos y aliados se han pasado realizando todo tipo de escraches en los últimos años. Otra, es que pasa por alta el origen real del peronismo, surgido del golpe de Estado de junio de 1943, organizado por el GOU, grupo de coroneles y otros oficiales que simpatizaban precisamente con el nazismo y el fascismo, creían que el Eje iba a ganar la segunda guerra mundial, y que acaudillaba Juan Domingo Perón. De ese golpe surgió su movimiento, que se basó en la compra de voluntades de los dirigentes sindicales que aceptaron ser dirigidos desde la Secretaría de Trabajo y Previsión, de la que fue titular, y en el acuerdo con la Iglesia de aquel entonces y con el sector nacionalista de las Fuerzas Armadas. Al entrar el país en picada, tanto la Iglesia como el sector militar se abrieron del pacto y así se produjo el 16 de setiembre de 1955. Por otro lado, Perón había asistido a cursos militares y políticos en la Italia fascista desde 1939 a 1941, fue un ferviente admirador e imitador de Mussolini y para Hitler reservaba una crítica: "¿Cómo un hombre tan inteligente como el Führer pudo caer en el error de perseguir a los judíos?" Y lo decía no en defensa de estos, sino porque en su mente fascistoide los consideraba muy poderosos y por lo tanto había que tratar de "ganárselos". Por ello tuvo varios ministros y diputados de origen judío y trató de evitar que el antisemitismo fuera abierto. De toda esa historia de oportunismo y aberraciones se llegó a esta situación de ahora. El país necesita un sistema de partidos modernos y democráticos, sindicatos libres, empresarios que no dependan de los favores estatales. Es decir, democracia, cosa que no pueden realizar, por cierto, los herederos del coronel. Que ya protagonizaron otro drama en los años '60, cuando parte de ellos fueron utilizados como guerrilleros Montoneros, para ser luego condenados por el propio Perón, que eligió como fuerza de choque sucesiva a la Triple A. ¿De qué democracia hablan estos personajes?
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