sábado, 6 de diciembre de 2008

Sarna con gusto no pica

Hoy se suponía que iba a escribir el artículo final de la serie "Una nueva Constitución", pero al margen de un caso feroz de pachorra sabatina, algunas reflexiones me hicieron desistir (por esta semana) de tal tarea.
Todo empezó cuando me puse a pensar en el tema del artículo, que era lo que hacía falta para que esas propuestas que estuve posteando en el blog desde hace meses pudieran convertirse en realidad en el hipotético y absurdo caso de que fueran adoptadas, y no convertirse en letra muerta como nuestra actual Constitución... y el resultado de ese esfuerzo fue, como mínimo, deprimente.
¿De qué sirve hablar de división de poderes cuando tanto en el Congreso como en la Justicia sólo hay apuro por congraciarse con el nuevo matón de turno y serle útil en lo que guste disponer?
¿De qué sirve hablar de elecciones limpias cuando la propia ciudadanía está demasiado gustosa por vender su voto a cambio de algún subsidio o plan social?
¿De qué sirve hablar de libertad de empresa y de privatización de la economía cuando lo que pasa por ser nuestra "clase empresaria" está muy cómoda con "modelos productivos" de devaluación, cierre de la economía, mercado cautivo y subsidios a rolete?
¿De qué sirve hablar de seguridad si parece que el consenso nacional sobre el tema es que "la pobreza" y "la exclusión" son suficiente excusa para salir a matar de formas cada vez más brutales?
¿De qué sirve hablar de federalismo si la autonomía de cada provincia dura hasta que al gobernador se le acaban los fondos propios y tiene que ir a mendigar al poder central?
¿De qué sirve pensar en el derecho a la propiedad cuando no sólo los políticos están convencidos de que es algo "liberal" sino que ni la propia gente piensa en defenderlo?
¿De qué sirve hablar de gobierno irresponsable cuando a la gente le gusta tener matones, maleducados y guarangos en la función pública?
Tocqueville dijo al finalizar su monumental trabajo sobre los Estados Unidos: “La República Americana perdurará hasta que los políticos se den cuenta de que pueden sobornar a la gente con su propio dinero.

En la Argentina nos hemos empeñado en darle la razón.
Como dirían los amigos de El Opinador Compulsivo en una frase que por mucho tiempo pensé que era deprimente pero que ahora me doy cuenta que es demasiado real: "Nos encanta vivir así".
¿De qué sirve calentarse por un país que tiene lo que merece?

Todavía no lo sé. Pero es preferible calentarse a acostumbrarse.

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