sábado, 31 de enero de 2009

El gran repartidor

Si uno atiende el discurso político predominante en el país, pareciera ser que la prioridad absoluta nacional pasa por la "redistribución de la riqueza".

Según esta afirmación, es indispensable que "la riqueza" o mejor entendido los bienes, recursos y propiedades, sean "mejor" distribuídos entre los distintos miembros de la sociedad mediante la acción del Estado como forma de corregir "injusticias" sociales.

Existen dos mecanismos para asignar recursos entre los integrantes de una sociedad humana. El primero es el que los asigna mediante la libre interacción entre las personas, donde los que ofrecen bienes y servicios los negocian por su cuenta con los interesados en obtenerlos, según el propio interés personal de cada una de las partes.

El segundo mecanismo es aquel en donde una única persona o institución realiza la asignación de recursos o interviene fuertemente en la misma, siguiendo un criterio propio que considera superior a cualquier interés personal.

La triste realidad es que el objetivo declamado de la clase política argentina, la "corrección de las injusticias", va a fracasar bajo cualquiera de los dos mecanismos.

Con el primer mecanismo, los perdedores del sistema (es decir, los que en opinión de nuestros iluminados sufren las "injusticias") serán aquellos que no negocien bien en favor de sus intereses, los que no consiguen insertarse de manera satisfactoria en el intercambio de bienes y los que se vean superados por sus competidores.

Con el primer mecanismo, las injusticias caerán sobre aquellos que no tengan contactos bien fluidos con el Estado, aquellos que no caigan dentro de las clasificaciones que el Estado considere ideológicamente satisfactorias... o simplemente todos aquellos que por cualquier razón no sean del agrado del "redistribuidor" de turno.

La elección, entonces, no recae entre un Estado "bueno" y un mercado "malo", como afirma el discurso berreta que nos bombardea todos los días. La elección es entre dos mecanismos naturalmente imperfectos con resultados que no son satisfactorios al cien por ciento.

En una situación semejante, el criterio de selección es, como tiende a ser en la vida, elegir el sistema que nos de el mal menor.

Y los males de dejar que los bienes y servicios sean asignados mediante la libre interacción de los individuos son considerablemente menores que los que sobrevienen por confiar en que una institución supuestamente benevolente va a proveer el bienestar de todos a la perfección.

El primer error conceptual de la visión estatista, y la causa de casi todos los males de la misma, es creer que el burócrata y el funcionario público son seres de mejor calidad moral que el ciudadano y que sólo tienen en mente el interés colectivo. Quizás no lo digan tan abiertamente, pero esa es la fundamentación para la afirmación de que el Estado asigna los recursos con mayor justicia que los particulares; la idea de que quienes están en el Estado tienen por ese simple hecho una concepción moral superior a la de los "egoístas" individuos.

Error fundamental: los funcionarios son tan humanos como el que más, y el tener un cargo público no los exime de tener intereses propios, sino que por el contrario los potencia. Considerémonos a nosotros mismos: en aras de preservar y favorecer nuestros intereses, aprovechamos cualquier ventaja relativa que tenemos, ¿por qué un funcionario no habría de hacer lo mismo con su mayor ventaja relativa, es decir, el ocupar un cargo de poder e influencia en la sociedad?

Los resultados son por todos conocidos: corrupción, favoritismo y sistema prebendario. Muy lejos de la fantasía igualitaria, imparcial y justa que promete el estatismo.

El segundo mal es que la intervención del Estado en la economía por fuera de su papel de guardián de las reglas de juego distorsiona todo el sistema de una manera pasmosa. Al premiar con subsidios y castigar con impuestos a ciertas actividades según un criterio propio, lo que hace el Estado es estimular el crecimiento insostenible de un sector y desalentar el desarrollo de otro. Al bloquear el ingreso de productos extranjeros al mercado nacional, termina convirtiendo a los ciudadanos del país en cautivos de una industria mimada que no tiene ningún incentivo competitivo para mejorar su calidad y la calidad de los productos que vende.

Y esto si asumimos que ese criterio guarda una mínima relación con un bien objetivo; en la mayoría de los casos (la desesperantemente amplia mayoría de los casos en nuestro país), el criterio para favorecer o castigar a una actividad pasa por postulados ideológicos o, como ocurre hoy en día con el campo, con una vendetta estatal.

Peor aún, cuando la capacidad del Estado para premiar con fondos públicos, contratos y otras delicias es tan grande, los sectores de la economía tienden a considerar cada vez más que sus intereses pasan por mantener relaciones aceitadas con los burócratas de turno en lugar de buscar las ganancias en el mercado. Vean el caso de nuestra industria nacional, el altar ante el que todos debemos sacrificarnos: incapaz de competir contra los vecinos o de ganar nuevos mercados, sobrevive solamente gracias a sus contactos con el Estado y a lo que puede exprimir de él. Es decir, de todos nosotros.

El libre mercado no es la panacea para todos los males de la sociedad, sencillamente porque la panacea no existe. El libre mercado tuvo, tiene y tendrá pobres, perdedores y desfavorecidos, por el simple, cruel e indiscutible hecho de que la vida los tiene en todos los aspectos. Por cada campeón del torneo de fútbol existe un equipo que sale último; por cada número uno del ránking mundial de tenis existe uno que no mide en el amperímetro, por cada Schumacher que gana una carrera existe uno que ni la termina.

La promesa estatista se basa en asegurarnos que si dejamos todo en manos del Estado sabio, bueno y virtuoso, todos seremos campeones de fútbol al mismo tiempo. Aún si fuera verdad, aún si eso fuera factible, eso significaría que nadie sería campeón.

Un libre mercado con "injusticias" que son las mismas injusticias de la vida y con millones de personas de todos los comportamientos y actitudes es siempre preferible a un sistema en donde todo dependa de una entidad endiosada de la que esperamos que nos dé todo en la mano. Del Estado se puede decir, como afirmaba Ronald Reagan, que "un gobierno que es lo bastante grande para darte todo también lo es para quitarte todo".

El mismo Estado benevolente que te promete corregir las injusticias puede arruinarte la vida si de pronto te corrés del espacio que él halla ideológicamente aceptable o si simplemente le caés mal. Antes que lidiar con un único actor con semejante poder, prefiero arriesgarme a lo que pueda pasar con miles o millones de otros actores, más o menos poderosos, más o menos decentes, pero que al menos me dan la opción de elegir.

Y que son mucho mejores que el Estado a la hora de crear riqueza... y de distribuirla también.

Finalmente, los dejo con una pequeña reflexión. Hace casi setenta años, desde Perón, que el Estado Argentino acumula más y más poder en su afán de "redistribuir la riqueza"; hace casi setenta años que venimos viendo una decadencia sostenida de nuestro país en todos los aspectos... pero por sobre todas las cosas, vemos que la riqueza que se quiere redistribuir se achica cada vez más.

2 Comentarios:

Blogger Pablo dijo...

Mayor!! Como anda, tanto tiempo?? Queria mostrarte mi nuevo proyecto: www.pabloioe.blogspot.com . A ver que te parecen las ideas de mi campania! (hablando de distribucion de bienes y bien comun, jeje)

Se bueno y dejame tu apoyo, a pesar de nuestras diferencias ideologicas, jaja.

6:28 a. m.  
Blogger Pablo dijo...

heyy, gracias por el comentario en el blog! Vos en que andas, que es de tu vida? Hace mil que no escucho de vos. Un abrazo grande!

7:00 a. m.  

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