sábado, 27 de febrero de 2010

El valor de la ciudadanía

El escritor norteamericano de ciencia ficción Robert Heinlein, de quien ya nos ocupamos una vez, fue autor de un libro llamado Starship Troopers, el cual además de ser señero y creador de tendencia en el género de la ciencia ficción bélica (y de haber sido adaptado al cine de una manera criminal), plantea reflexiones más que interesantes para lo político.

Aunque el libro se enfoca mucho en el aspecto "militar", puede decirse que su base es inherentemente política: es un libro en el que se discute sobre el valor de la ciudadanía y la responsabilidad que un ciudadano debe tener hacia la sociedad a la que pertenece. En el hipotético gobierno mundial de la novela, la Federación Terrena, la ciudadanía completa,(el sufragio y la posibilidad de ser candidato) sólo se otorga a aquellos que prestan dos años de servicio público y que de esa manera demuestran estar dispuestos a hacer sacrificios para ser dignos de ejercer la autoridad política.

Como la novela se enfoca exclusivamente en una de las formas en que se presta este servicio, que es el enrolamiento en las Fuerzas Armadas, (y como en rigor de verdad Heinlein no hizo mención en el texto a su idea original de que la vasta mayoría de los "ciudadanos" eran veteranos del servicio civil) se acusó a la novela y al autor de ser fascistas, militaristas y otros insultos tan en boga. Al margen de eso y sabiendo que hay libros mejor escritos y más atractivos que este, creo que no hay muchos autores que se propongan cuestionar abiertamente si no se necesita algo más que llegar vivo a los 18 años para ser un buen ciudadano.

Aquí les dejo algunos de los extractos más jugosos que pude encontrar:
  • Si quisieras enseñarle una lección a un bebé, ¿le cortarías la cabeza? Por supuesto que no. Le darías nalgadas. Hay circunstancias en las que es tan idiota atacar una ciudad enemiga con una bomba de hidrógeno como darle nalgadas a un bebé con un hacha. La guerra no es pura y simple violencia y muerte; la guerra es violencia controlada para servir un propósito. El propósito de la guerra es apoyar las decisiones de tu gobierno por la fuerza. El propósito nunca es matar al enemigo por matarlo, sino hacer que haga lo que tú quieres hacer. No matar... pero sí una violencia controlada y con propósito. Pero no es su negocio ni el mìo decidir el propósito del control. Nunca es trabajo del soldado decidir cuándo o donde o cómo, o por qué, debe pelear; eso le corresponde a los estadistas y a los generales. Los estadistas deciden por qué y hasta qué punto; los generales se hacen cargo allí y nos dicen dónde y cuándo y cómo. Nosotros proveemos la violencia; otras personas, "cabezas más viejas y sabias" como les dicen, proveen el control. Que es como debe ser.
  • Hay una vieja canción que asegura que "las mejores cosas en la vida son gratuitas". ¡No es verdadero! ¡Es completamente falso! Esta fue la trágica falacia que causó la decadencia y colapso de las democracias del siglo veinte; esos nobles experimentos fracasaron porque las personas habían sido persuadidas de que podían simplemente votar para tener lo que sea que quisieran... y conseguirlo, sin esfuerzo, sin sudor, sin lágrimas.
  • Ah sí, los "derechos inalienables" [la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad]. Cada año hay alguien que recita esa magnífica poesía. ¿La vida? ¿Qué "derecho" a la vida tiene un hombre que se está ahogando en el Pacífico? El océano no se apiadará de sus gritos. ¿Qué "derecho" a la vida tiene un hombre que debe morir para salvar a sus hijos? Si elige salvar su propia vida, ¿lo hará por una cuestión de "derechos"? Si dos hombres están muriendo de hambre y el canibalismo es la única alternativa a la muerte, ¿el derecho de cuál de los dos es "inalienable"? ¿Y es un "derecho"? En cuanto a la libertad, los héroes que firmaron ese gran documento se comprometieron a comprar la libertad con sus propias vidas. La libertad nunca es inalienable; debe ser redimida regularmente con la sangre de los patriotas o siempre se desvanecerá. De todos los así llamados "derechos humanos" que han sido inventados, la libertad es el menos proclive a ser barato y nunca está libre de costo. ¿El tercer "derecho", la "búsqueda de la felicidad"? Es verdaderamente inalienable pero no es un derecho; es simplemente una condición universal que ni los tiranos pueden quitar ni los patriotas restaurar. Enciérrenme en un calabozo, quémenme en la hoguera, corónenme rey de reyes, y yo podré "buscar la felicidad" mientras mi cerebro viva, pero ni los dioses ni los santos, ni los hombres sabios ni las drogas sutiles, podrán garantizar que la encuentre.
  • Les he dicho que "delincuente juvenil" es un oxímoron. "Delincuente" significa "que falla en cumplir su deber". Pero el deber es una virtud adulta, y de hecho un joven se convierte en adulto cuando, y sólo cuando, adquiere un conocimiento del deber al que abraza por encima del amor propio con el que nació. Nunca hubo ni podrá haber un "delincuente juvenil". Pero por cada criminal juvenil siempre hay uno o más delincuentes adultos -personas de edad madura que o no conocen su deber o que, conociéndolo, fallan en cumplirlo.
  • Y esa fue la debilidad que destruyó lo que era en muchos aspectos una cultura admirable. Los gamberros juveniles que asolaban sus calles eran síntomas de una enfermedad mayor; sus ciudadanos (todos ellos eran ciudadanos entonces) glorificaron su mitología de los "derechos"... y se olvidaron por completo de sus deberes. Ninguna nación así constituida puede sobrevivir.
  • - Votar es tener autoridad; es la suprema autoridad de la que toda otra autoridad deriva, como por ejemplo la que tengo para hacer de sus vidas un infierno una vez al día. Es la fuerza, si así quieren llamarla - la ciudadanía es la fuerza, pura y desnuda, el poder de la vara y del hacha. Sea ejercida por diez hombres o por diez mil millones, la autoridad política es fuerza. Pero el universo consiste en dualidades. ¿Cuál es el reverso de la autoridad, señor Rico?
  • - La responsabilidad, señor.
  • - Un aplauso. Tanto por razones prácticas como morales, la autoridad y la responsabilidad deben ser iguales, o de lo contrario un rebalanceo tendrá lugar con la misma certeza con que una corriente fluye entre puntos de desigual potencia. Permitir la autoridad irresponsable es sembrar el desastre; hacer responsable a un hombre por lo que no controla es comportarse con idiotez ciega. Las democracias ilimitadas eran inestables porque sus ciudadanos no se hacían responsables de la manera en que ejercían su autoridad soberana... que no fuera mediante la trágica lógica de la historia. Este único "impuesto por votar" que debemos pagar era inaudito. No se hizo ningún intento por determinar si un votante era socialmente responsable por su literalmente ilimitada autoridad. Si votaba por lo imposible, el desastroso posible ocurría en su lugar, y la responsabilidad le era impuesta lo quisiera o no, y lo destruía tanto a él como a su templo sin cimientos.
  • En la superficie, nuestro sistema es sólo levemente diferente; tenemos una democracia sin limitaciones de raza, color, credo, nacimiento, riqueza, sexo o convicción, y cualquiera puede conseguir el poder soberano mediante un período de servicio usualmente breve y no muy arduo, nada más que un trabajo ligero en comparación con el de nuestros ancestros cavernícolas. Pero esa leve diferencia es la que hay entre un sistema que funciona, dado que está construido para ajustarse a los hechos, y uno que es inherentemente inestable. Dado que la franquicia soberana es lo último en autoridad humana, nos aseguramos de que todos aquellos que la ejerzan acepten lo último en responsabilidad social: exigimos que cada persona que desee ejercer control sobre el Estado ponga en juego su propia vida, y la pierda si es necesario, para salvar la vida del Estado. La máxima responsabilidad que un humano puede aceptar es por tanto equiparada con la máxima autoridad que un humano puede ejercer. Yin y yang, perfecta e igual."
¡Hasta la próxima!

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