¿Y si votamos menos seguido?
Viendo la especulación precoz que hay en todos lados respecto de los candidatos a las presidenciales de octubre, se me ocurrió pensar que uno de los grandes obstáculos que tenemos en Argentolandia para llegar a políticas de Estado, a la continuidad de la obra de gobierno y a un pensamiento sostenido a largo plazo es que tenemos demasiadas elecciones.
¿No me creen? Con las presidenciales cada cuatro años y las de mitad de mandato también cada cuatro pero intercaladas con las otras, cada año impar es un año electoral en este país. Tratar de mechar las elecciones provinciales y porteñas en un esquema coherente es invitar al surmenage. La Argentina que no tiene el lujo de desperdiciar nada se da el gusto de malgastar por lo menos uno de cada dos años en paralizarlo todo porque los señoritos políticos se fascinan con las elecciones y en huevadas asociadas tales como las primarias, los adelantamientos, los desdoblamientos y demás payasadas.
¿De qué sirve gastarse en pensar cosas de largo plazo que no van a dar resultado hasta dentro de tres o cuatro años si se nos vienen las elecciones se nos vienen? Más vale gastar los mangos que hay en arreglo de veredas, repartija de bicicletas, subsidios a la cría de ladillas o cualquier otra cosa que se pueda hacer rápido, barato y que pueda aparecer en los spots de campaña de las próximas elecciones.
Muchos citan a Uruguay o a Chile como ejemplos de países sudamericanos que lograron consensos y políticas de Estado a largo plazo. Bueno, Uruguay elige a su Presidente y Vice, a todo su Senado y a toda su Cámara de Representantes una vez cada cinco años. Las elecciones departamentales y municipales uruguayas se celebran seis meses después de las nacionales, pero también son cada cinco años. En el caso de Chile, tanto la Presidencia como la totalidad del Senado y de la Cámara de Diputados se eligen una vez cada cuatro años. En ninguno de estos países existen las elecciones de mitad de mandato tal como las conocemos acá.
No digo que a ellos les vaya fantástico porque desempolven las urnas una sola vez cada cuatro o cinco pirulos y a nosotros nos va mal porque vamos al cuarto oscuro año por medio, pero sí me parece que es un incentivo para que los políticos en ejercicio del cargo tengan logros más sólidos para mostrarle a la ciudadanía a la hora de los bifes, y para que los opositores piensen en algo un poquito más a largo plazo que en quedarse con las sillas.
Personalmente soy de la idea de que habría que reacomodar el sistema electoral para reducir el número y frecuencia de los comicios. Puede hacerse yendo a un modelo chileno o uruguayo de renovación ejecutiva y legislativa única y completa cada cuatro o cinco años, con segundas vueltas para todos los cargos. O también puede ser alargando el mandato presidencial a seis años (sin reelección, claro está) y elecciones legislativas cada tres años en donde se renueve medio Senado y toda la Cámara de Diputados, con lo que pasaríamos a tener elecciones cada tres años en vez de cada dos, que sería un mínimo progreso.
Puede argumentarse que se limita la posibilidad de expresar la voluntad popular disminuyendo la cantidad de elecciones, a lo que puede replicarse que existen otros instrumentos para manifestar el descontento con la clase política. En esto soy partidario de la revocación del mandato ejecutivo o legislativo, con limitaciones tales como que se pueda hacer sólo una o dos veces mientras dure el mandato del afectado, como así del sistema parlamentario para que las crisis políticas se resuelvan dándole al Legislativo la posibilidad de formar un nuevo gabinete. Todo esto sólo es cosa de pensar un poquito.
Quién sabe, tal vez con menos elecciones en el horizonte y con más tiempo entre voto y voto, los calientasillas de la Rosada y del Palacio del Congreso finalmente van a ganarse el sueldo que se les paga tan generosamente por tan pobres servicios que nos proporcionan.
¿No me creen? Con las presidenciales cada cuatro años y las de mitad de mandato también cada cuatro pero intercaladas con las otras, cada año impar es un año electoral en este país. Tratar de mechar las elecciones provinciales y porteñas en un esquema coherente es invitar al surmenage. La Argentina que no tiene el lujo de desperdiciar nada se da el gusto de malgastar por lo menos uno de cada dos años en paralizarlo todo porque los señoritos políticos se fascinan con las elecciones y en huevadas asociadas tales como las primarias, los adelantamientos, los desdoblamientos y demás payasadas.
¿De qué sirve gastarse en pensar cosas de largo plazo que no van a dar resultado hasta dentro de tres o cuatro años si se nos vienen las elecciones se nos vienen? Más vale gastar los mangos que hay en arreglo de veredas, repartija de bicicletas, subsidios a la cría de ladillas o cualquier otra cosa que se pueda hacer rápido, barato y que pueda aparecer en los spots de campaña de las próximas elecciones.
Muchos citan a Uruguay o a Chile como ejemplos de países sudamericanos que lograron consensos y políticas de Estado a largo plazo. Bueno, Uruguay elige a su Presidente y Vice, a todo su Senado y a toda su Cámara de Representantes una vez cada cinco años. Las elecciones departamentales y municipales uruguayas se celebran seis meses después de las nacionales, pero también son cada cinco años. En el caso de Chile, tanto la Presidencia como la totalidad del Senado y de la Cámara de Diputados se eligen una vez cada cuatro años. En ninguno de estos países existen las elecciones de mitad de mandato tal como las conocemos acá.
No digo que a ellos les vaya fantástico porque desempolven las urnas una sola vez cada cuatro o cinco pirulos y a nosotros nos va mal porque vamos al cuarto oscuro año por medio, pero sí me parece que es un incentivo para que los políticos en ejercicio del cargo tengan logros más sólidos para mostrarle a la ciudadanía a la hora de los bifes, y para que los opositores piensen en algo un poquito más a largo plazo que en quedarse con las sillas.
Personalmente soy de la idea de que habría que reacomodar el sistema electoral para reducir el número y frecuencia de los comicios. Puede hacerse yendo a un modelo chileno o uruguayo de renovación ejecutiva y legislativa única y completa cada cuatro o cinco años, con segundas vueltas para todos los cargos. O también puede ser alargando el mandato presidencial a seis años (sin reelección, claro está) y elecciones legislativas cada tres años en donde se renueve medio Senado y toda la Cámara de Diputados, con lo que pasaríamos a tener elecciones cada tres años en vez de cada dos, que sería un mínimo progreso.
Puede argumentarse que se limita la posibilidad de expresar la voluntad popular disminuyendo la cantidad de elecciones, a lo que puede replicarse que existen otros instrumentos para manifestar el descontento con la clase política. En esto soy partidario de la revocación del mandato ejecutivo o legislativo, con limitaciones tales como que se pueda hacer sólo una o dos veces mientras dure el mandato del afectado, como así del sistema parlamentario para que las crisis políticas se resuelvan dándole al Legislativo la posibilidad de formar un nuevo gabinete. Todo esto sólo es cosa de pensar un poquito.
Quién sabe, tal vez con menos elecciones en el horizonte y con más tiempo entre voto y voto, los calientasillas de la Rosada y del Palacio del Congreso finalmente van a ganarse el sueldo que se les paga tan generosamente por tan pobres servicios que nos proporcionan.
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