sábado, 18 de junio de 2011

Saltar el tiburón

Este sábado vamos a hacer un alto sobre la corruptela y bancarrota moral del lobby derechohumanista. Todo lo que se pueda decir ya ha sido dicho, y si bien hace falta repetirlo y repetirlo hasta que no quede duda, el texto que les dejo a continuación me pareció demasiado bueno como para dejarlo pasar.

Es largo y está pensado para la situación de Estados Unidos, pero vale la pena y mucho porque en bastante pasajes nos describe demasiado bien... y en otros sólo hace falta un poquito de imaginación para ver las situaciones que describe ocurriendo bajo la Celeste y Blanca.

Se intitula "Cuando el Gobierno salta el tiburón", y su autor es Walter Russell Mead. El original en inglés se puede encontrar aquí.

Disfrútenlo y hasta la semana que viene.

Cuando el Gobierno "salta el tiburón"

Walter Russell Mead

En mi último post, escribí acerca del "Fanniegate", los escandalosos negociados hechos por demócratas bien conectados que arruinaron el sistema financiero del país. No es que los republicanos no se hayan sumado a la joda o que no hubiera maléficos republicanos de gran riqueza abusando la confianza pública de otras formas. El colapso moral e intelectual de la elite norteamericana es un asunto robustamente bipartidista y hay bastante barro para tirar por todos lados.

Pero Fannie Mae representa un problema especial para el Partido Demócrata y para los ideales demócratas. No es solamente una institución de vital importancia conducida por prominentes demócratas y parte de una amplia red de clientelismo demócrata; Fannie Mae es una de las instituciones originales del New Deal y la visión que buscaba servir está en el corazón de las preocupaciones del Partido Demócrata del Siglo XX.

La caída de Fannie Mae es mucho más que otro simple escándalo de políticos descontrolados. Se mantiene como una señal entre tantas de que nuestra forma de vida actual está llegando a su límite y que hay grandes cambios en el horizonte. La debacle del Fanniegate nos dice que el ideal progresista está en el proceso de "saltar el tiburón".

Saltar el tiburón, como lo saben muchos lectores, es una expresión del maravilloso mundo de la televisión. Cuando la premisa original de un programa se torna rancia, los productores tratan de recuperar el interés de la audiencia poniendo a personajes familiares en contextos inverosímiles donde les pasan cosas extrañas - notablemente, cuando Fonzie literalmente saltó por encima de un tiburón cuando "Los Días Felices" estaba en sus últimos años. Cuando algo salta el tiburón, la espiral de muerte se ha vuelto indetenible; el programa ya no tiene ningún lugar a donde ir excepto hacia abajo.

El ideal progresista de los últimos 100 años está llegando a ese punto. En su momento el ideal progresista era revolucionario e incluso noble. Una elite burocrática y profesional mediaría los conflictos sociales entre ricos y pobres, mejorando las vidas de los pobres a la vez que diseñaría las mejores soluciones administrativas posibles para los problemas sociales acuciantes. Una administración macroeconómica keynesiana aseguraría una prosperidad duradera; un sistema fiscal progresivo distribuiría los beneficios de la prosperidad de la manera más amplia posible. Los niveles de educación crecerían conforme más y más estadounidenses pasaran más y más años en la escuela.

El progresismo sostuvo la esperanza de que el capitalismo, la democracia y la historia misma pudieran todos ser domados por una administración profesional competente. El capitalismo victoriano había sido brutal, perturbador, competitivo. La sociedad se había tornado más desigual aún cuando los estándares de vida crecieran gradualmente. La democracia era irresistible, pero las masas carecían de educación. La era progresista moderna nació en tiempos de gran violencia y desorden. La Primera Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la Gran Depresión, el auge del fascismo, la Segunda Guerra Mundial, la invención de las armas nucleares y el comienzo de la Guerra Fría: es contra este contexto que los progresistas buscaron convertir la vida moderna en algo seguro y domesticado.

No puedo culpar a cuatro generaciones de intelectuales progresistas por querer hacer que la vida fuera un poco menos brutal e impredecible, ni deberíamos tampoco pasar por alto los éxitos que lograron. A pesar de todo, el Fonz ha dejado el edificio; hoy el paradigma progresista no puede servir como base de una política nacional sensata.

El ciclo vital de un paradigma político de gobierno es diferente del ciclo de una sitcom televisiva. Hace falta más para hundir una forma de vida que para hundir a una sitcom, y las consecuencias son mucho más desastrosas. Pero para comprender lo que significa decir que el progresismo está saltando el tiburón, veamos las etapas de la vida de un programa gubernamental progresista.

En la primera etapa de un programa gubernamental, existe un problema social terrible que tiene a las personas enloquecidas de preocupación. No hay suficientes chicos entrando a la universidad. Las familias de clase media no pueden conseguir hipotecas para sus casas. El río sigue inundando el pueblo. Ancianos enfermos que han trabajado toda su vida están comiendo comida para gatos en la jungla de los sin techo.

El gobierno ofrece una solución que arreglará el problema a un costo relativamente modesto. Es el héroe que desata a la heroína de las vías del ferrocarril mientras se acerca el tren. Es el Llanero Solitario cabalgando hacia el pueblo para ocuparse de los villanos. El programa de gobierno en esta etapa temprana es la Gran Esperanza Blanca: una vez que lo pongamos en marcha, cree la gente, la vida mejorará.

Suele ser así, y un programa gubernamental bien establecido y operativo se vuelve muy popular en la siguiente etapa. Los jubilados cobran cheques de la Seguridad Social, y el costo para aquellos que siguen trabajando es muy bajo. Familias con mejores condiciones crediticias están construyendo casas porque los administradores federales del mercado le permiten a los bancos prestar má; más casas significan más trabajos de construcción. La vida mejora, y la mayoría percibe que los beneficios claramente superan los costos. En esta segunda etapa de su vida, la Gran Esperanza Blanca se convierte en el Gran Padre Blanco en Washington, que distribuye benignamente los beneficios entre una población adoradora.

El programa gubernamental se ocupa de la necesidad que debía atender, y los ciudadanos ven a sus representantes con gratitud y afecto. Los granjeros cobran sus cheques de subsidios, los padres pobres usan sus vales de comida para alimentar a sus hijos, aquellos que tienen casa propia por primera vez consiguen hipotecas a bajo costo por monedas, y los ancianos resplandecen en el brillo de Medicare. Todo está bien.

Desafortunadamente, el ciclo continúa.

En esta tercera etapa, la ley de los retornos decrecientes se asienta. El Cuerpo de Ingenieros del Ejército ha construido todos los diques verdaderamente útiles para controlar las inundaciones, pero existe una enorme burocracia comprometida con construir más, y existe un enorme lobby de constructores de diques en el sector privado que quieren nuevos negocios. De manera perversa, conforme disminuye el valor de los nuevos proyectos, las fuerzas políticas que impulsan esos nuevos proyectos se tornan más fuertes. Los burócratas reescriben las guías de trabajo, los analistas de costos y beneficios empiezan a manipular los números para pintar bien a los malos proyectos, y el lobby de los diques presiona al Congreso para que el dinero siga fluyendo a pesar de esos llorones e insatisfechos que berrean sobre los problemas ambientales y otros perjuicios.

En este punto el programa entra en la tercera etapa de su vida: es ahora un Gran Elefante Blanco. Es un enorme y costoso programa que produce menos y menos bienes a un costo más y más alto. Fannie Mae deja de ayudar a los que realmente merecen créditos a que consigan hipotecas sostenibles mediante procesos simples y efectivos. La política habitacional federal se torna crecientemente compleja conforme se van agregando nuevas capas y niveles de subsidios y promociones. Mientras los incentivos se desordenan más y más, el país empieza a sobreinvertir en vivienda; los consumidores empiezan a comprar más casas que las que necesitan porque el apoyo gubernamental hace que el sector vivienda se convierta en una inversión atractiva.

El proceso del Elefante ocurre de muchas formas. Los programas de salud se inflan con adornos y agregados; los programas que originalmente debían proveer cuidados médicos básicos se hinchan gradualmente hasta convertirse en monstruosidades caras. ¿Hay que cubrir los tratamientos quiroprácticos? ¿Los psiquiátricos? ¿La acupuntura? Y ya que el gobierno paga por el cuidado, ¿no debería regular quién provee la cobertura médica mediante licencias? Los costos suben, los procedimientos se complejizan, los esfuerzos de control de costos desembocan en más papeleo.

Al crecer de manera pavorosa la expectativa de vida en los últimos sesenta años, la Seguridad Social pasó de ser un pequeño y modesto programa para ayudar a que las personas pasen los últimos años de su vida con algo de dignidad para convertirse en la idea de que veinte años de vida fácil y saludable deben ser un derecho social. Medicare empieza a cubrir más y más tratamientos para más y más personas por períodos de tiempo más y más largos.

Poco a poco, se asienta una expansión en los objetivos iniciales. Un poderoso conjunto de intereses se organiza en torno al programa gubernamental. El lobby inmobiliario busca formas de extender las garantías de Fannie Mae a más personas. Los programas y subsidios se tornan progresivamente más complejos y menos comprensibles. Sucesivas oleadas de "reformas" generalmente empeoran las cosas conforme los interees especiales se enfocan con creciente poder en alterar los programas para lograr sus propias necesidades y objetivos.

La cuarta etapa de vida llega cuando el Gran Elefante Blanco se metamorfosea en un Gran Tiburón Blanco: un terror de las profundidades y devorador de hombres que ataca impiadosamente a cualquiera que se interponga en su camino. En esta etapa el programa gubernamental deja de ser un desperdicio y se convierte en insostenible. Fannie Mae pasa de otorgar hipotecas a familias crediticiamente sostenible a otorgar vastas cantidades de hipotecas a hogares que no merecen créditos, envenenando el sistema financiero con préstamos tóxico. Medicare es insostenible a mediano plazo y enormemente caro en el día a día, aún mientras los procedimientos y regulaciones de Medicare distorsionan las decisiones de inversión en todo el sistema de salud.

Pero aún mientras estos programas se vuelven insostenibles, se han vuelto tan poderosos (hay tantos intereses e industrias que se enriquecen con estos programas, y tantas familias para las que estos programas se han vuelto los cimientos de la poca seguridad financiera que tienen) que no se los puede tocar. Una forma de darse cuenta cuándo un elefante se convierte en un tiburón: cuando los opinólogos y políticos empiezan a referirse a un programa gubernamental como un "tercer riel": si lo tocas, mueres.

El Gran Tiburón Blanco es una amenaza que no puede ser controlada. El programa se ha salido de control: el Cuerpo de Ingenieros del Ejército no está construyendo solamente diques inútiles. Construye malos diques. Los subsidios a la agricultura no sólo incentiva a los granjeros a plantar cosechas inútiles; al subsidiar el etanol están contribuyendo a una inflación en el precio de los alimentos que amenaza la estabilidad política de países como Egipto. Pero mientras los programas necesitan reformas más que nunca, las reformas se tornan imposibles. Si tratas de evitar que Fannie Mae tiente a los pobres residentes de las ciudades a tomar hipotecas ruinosas que los dejarán peor que antes a la vez que llevan a la economía global al borde de la ruina, el lobby racial (ayudado y sostenido por el lobby inmobiliario) te tildará de racista y de enemigo del Sueño Americano.

El problema hoy es que no estamos viendo solamente uno o dos programas gubernamentales que han sucumbido a la elefantiasis o que se han convertido en tiburones; el complejo progresista de políticas sociales y económicas en su conjunto ha alcanzado este punto. Hoy en día muchos de nuestros programas del New Deal o de la Gran Sociedad son o elefantes o tiburones. Hacen que o malgastemos recursos escasos de manera ineficaz o nos amenazan con la ruina al convertirse en asesinos presupuestarios políticamente intocables.

El progresismo en sí mismo, no sólo los programas gubernamentales individuales que prohíja, está moviéndose a lo largo del mismo ciclo vital. Los problemas sociales más urgentes que el progresismo se había propuesto resolver ya han sido atendidos. El trabajo infantil y los linchamientos ya no son habituales en los Estados Unidos. Los tesoros naturales y escenarios más grandiosos del país están protegidos mediante el sistema de Parques Nacionales. La comida ya no es tan peligrosa, los edificios se construyen de mejor manera, losautos son más seguros, el aire y el agua están en mejores condiciones y la megafauna carismática (los grandes animales interesantes) han sido salvados de la extinción. Mucha más gente tiene mucho másacceso a la educación hoy en día que hace cien años; lo mismo se puede decir sobre tratamientos médicos que salvan vidas.

La visión progresista ha mutado de Gran Esperanza Blanca y Gran Padre Blanco a Gran Elefante Blanco a lo largo de los años. Los primeros progresistas se ocupaban de la fruta que estaba en las ramas más bajas del árbol; atendían los problemas más importantes y más susceptibles a la intervención progresista. De manera creciente se tienen que quedar con enfoques más caros y menos efectivos para grandes problemas (como el caso de Obamacare), o la agenda deja de lado cuestiones de gran significado moral y político como la igualdad de derechos para los afroamericanos para ocuparse de cuestiones menos significativas como la aceptación social de los transexuales. Elevar el porcentaje de jóvenes norteamericanos que van a la universidad del 2 al 20 por ciento es un logro significativo; extenderlo del 40 por ciento al 60 por ciento de seguro costará mucho más y logrará mucho menos en términos de aumentar la productividad social.

Vemos ahora a la agenda progresista ocupándose de temas tales como los trenes de alta velocidad, donde las ganancias son tan escasas y las razones son tan pobres desde el comienzo que el programa es un elefante blanco antes de que se lo pueda implementar.

El feroz compromiso de los lobbies progresistas de hoy con instituciones y programas disfuncionales ha llevado las cosas a una etapa de crisis; el legado progresista está mutando de elefante a tiburón blanco. Los ataques feroces contra cualquiera que busque reformar instituciones que ya no funcionan se combinan con una devoción irracional por beneficios insostenibles. Los "progresistas" de hoy están demasiado determinados a lograr dos fines incompatibles: una expansión indefinida de los beneficios y merecimientos por un lado, y la preservación e incluso extensión de organizaciones y métodos ineficientes por el otro. Todos deben tener una educación universitaria, pero la arcaica e ineficiente organización de las universidades no puede ser tocada. Los servicios públicos deben ser ampliamente expandidos, pero cualquier esfuerzo por contener las jubilaciones y beneficios de los empleados públicos, o por recortar el tamaño de la fuerza laboral pública a través de una mayor eficiencia, debe ser combatido hasta el amargo final.

Desafortunadamente, el proceso no acaba aquí. Cuando suficientes programas progresistas se vuelven tanto insostenibles como intocables, entramos en la etapa final. Ya es bastante malo que un programa gubernamental se convierta en un tiburón; es mucho, mucho peor cuando un paradigma social completo va más allá de la etapa del tiburón. Un cúmulo de políticas e instituciones insostenibles pero intocables llega tarde o temprano al punto en el que ya no amenaza con llevar al país a la ruina en algún punto indefinido del futuro: la ruina inminente nos está mirando a la cara.

Esto es parte de lo que pasó en Irlanda, Grecia y Portugal, y lo que todavía puede ocurrir en Italia y España. Políticas gubernamentales desastrosas se volvieron políticamente blindadas aún mientras se tornaban más insostenibles hasta que de pronto no pudieron ser sostenidas más y todo el sistema se desmoronó.

Cuando eso pasa, lo que se desmorona no es sólo un programa. Todo un sistema, todo un contrato social se viene abajo. Y si los colapsos en esas economías periféricas de Europa estremecieron a la Unión Europea y a la economía mundial, un desmoronamiento a escala completa en los Estados Unidos podría ser un shock tan profundo como el colapso de 1929. No sería solamente un desastre económico para los Estados Unidos; probablemente sea un desastre histórico que lleve a la crisis, al desorden y a la guerra en todo el mundo.

La quinta y última etapa, que uno desearía que nunca viésemos, lleva la transformación un tenebroso paso más allá. Al dejar de ser un simple gran tiburón blanco, el ideal progresista se convertiría en un gran destructor, una figura mítica como la Gran Ballena Blanca en "Moby Dick". Perseguir a la ballena es una locura; el capitán Ahab, a pesar de las advertencias y presagios, persiste en su demencial cacería del ideal inalcanzable, de la bestia indomable. El desastre y la bancarrota acechan desde todos lados, pero el capitan sigue inexorable en su curso. Al final, cuando algo no puede seguir para siempre, llega a un alto. La ballena se vuelve contra el barco y lo destroza en pedazos en el mar.

El Fonz pudo saltar el tiburón y "Los Días Felices" moriría una muerte lenta conforme el aire se escapaba del programa. Cosas mucho más dramáticas ocurren cuando un paradigma social salta el tiburón. Hemos visto un vistazo de lo que eso es durante el colapso financiero; hemos visto otros buques despedazados por grandes ballenas en todo el mundo.

Esto no debe ocurrir en los Estados Unidos. No podemos tirar por la borda las esperanzas que nos fueron confiadas en un esfuerzo fútil por sostener programas insostenibles a la sombra de la bancarrota y del colapso.

Nos estamos acercando al momento en el que las falsas promesas ya no se pueden sostener. Hay algo de tiempo todavía. No hemos, creo yo, saltado el tiburón todavía. La reforma todavía es posible, aunque los grandes tiburones blancos que rodean nuestro barco son formidables y están hambrientos.

Todavía podemos actuar para conservar los logros esenciales de la era progresista mientras nos preparamos para dejarla atrás. Pero sólo una reforma agresiva y acelerada puede lograrlo. Tiene que empezar pronto. El dinero se está acabando.

Las batallas políticas para cambiar el curso y domar o matar a los tiburones enloquecidos serán duras, pero ganar esa batalla es mucho mejor que perderla, o que no lucharla por cobardía. "Tiburón" es una película que asusta, pero tiene un final mucho más feliz que "Moby Dick".

Los Estados Unidos deben domar y reformar los programas e ideas que se descontrolaron y que golpean las bandas de nuestro barco. Debemos imponer nuestra voluntad sobre el caos fiscal antes de que el caos imponga su voluntad sobre nosotros.

El gobierno de los Estados Unidos no debe saltar el tiburón.

1 Comentarios:

Anonymous Anónimo dijo...

Con tanta referencia cinematografica solo me queda decir que al menos en esto los yanquis en comparacion con nosotros son niños.
Nosostros vamos por Jumping the Shark III: The great white Penguin. Nuestros planes gubernamentales son parches sobre parches sobre agujeros que nunca existieron, igual que muchas de nuestras leyes.

8:17 p. m.  

Publicar un comentario

Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]

<< Página Principal

Más recientes›  ‹Antiguas