Sobre la crisis europea
Hago un posteo de mitad de semana para dejar una versión traducida de un artículo que leí en el Telegraph inglés, a cuento de los desastres que le pasan al mundo desarrollado. Espero que lo disfruten.
Si vamos a sobrevivir a la catástrofe que se avecina, necesitamos enfrentar la realidad
Por Janet Daley
¿Cuál de las siguientes es la pregunta más importante a hacer en medio de la presente crisis económica? ¿Cómo podemos promover el crecimiento? ¿Deberíamos pagar la deuda pública más o menos rápido? ¿Están los EE.UU. en problemas más graves que Europa? La respuesta: ninguna de las anteriores.
La pregunta verdaderamente fundamental que está en el corazón del desastre hacia el que corremos está siendo debatida sólo en los Estados Unidos: ¿es posible que una economía de libre mercado sostenga una sociedad democrática socialista? De este lado del Atlántico, el modelo de un sistema nacional de bienestar con amplios beneficios, pagado con la riqueza creada mediante el emprendimiento capitalista, ha sido aceptado (incluso por los partidos de la centroderecha) como la esencia del iluminismo político de posguerra.
Éste era el cielo en la tierra por el cual había luchado la democracia liberal: un sistema de redistribución de la riqueza que era misericordioso pero no marxista, y una garantía de seguridad económica y social de por vida para todos que no incluía un gobierno totalitario. Éste era el ideal para cuyo afianzamiento había sido diseñada la Unión Europea. Era el sueño del blairismo, que lo adoptó como reemplazo del socialismo de Estado del viejo laborismo. Y es la aspiración del presidente Obama y de sus demócratas progresistas, que quieren que los Estados Unidos se conviertan en una socialdemocracia al estilo europeo.
Pero los EE.UU. tienen una experiencia histórica muy distinta de la de los países europeos, con sus acumulaciones de remordimiento nacional y de culpa de clase: tiene una creencia mucho más fuerte y más resistente en el valor moral de la libertad y en los peligros del poder estatal. Esta es una crisis tan política como económica, pero no por las razones que cree el señor Obama. El barullo que casi paralizó la economía de los Estados Unidos la semana pasada, y que llevó a la pérdida de su clasificación AAA de Standard & Poor's, surgió como una confrontación en torno a los principios más básicos de la vida norteamericana.
Contrariamente a lo que afirmaron los demócratas de Obama, el enfrentamiento en el Congreso no significó que la política nacional fuera "disfuncional". La política de los EE.UU. funcionó precisamente como lo quisieron los Padres Fundadores: la legislatura actuaba como un freno al poder del ejecutivo.
La facción del Tea Party dentro del Partido Republicano exigía que, antes de que se tomaran pasos subsiguientes, hubiera un debate en torno a hacia donde estaba yendo todo. Habían visto el futuro hacia el que se los empujaba, y no funcionaba. Estaban convencidos de que la cultura asistencialista y los programas sociales que los Demócratas estaban decididos a preservar y expandir mediante aumentos impositivos sólo podían conducir a la disminución de aquella robusta libertad económica que había creado el milagro histórico norteamericano.
Y una vez más contra las nociones en boga, su punto de vista no era inocente y pueblerino: está corroborado por la experiencia europea. De por sí debería ser Europa la que esté inmersa en este debate, pero sus líderes están tan metidos en los textos sagrados de la socialdemocracia que no pueden admitir la fuerza de las contradicciones que ahora tratan desesperadamente de evadir.
No, no es sólo la naturaleza absurda del proyecto del euro la que está siendo expuesta (Fusionemos las monedas de un montón de países con condiciones económicas enormemente diferentes y fijémoslas todas en la tasa de interés de la más exitosa. ¿Qué podría salir mal?)
También está colapsando ante nuestros ojos el imán de la doctrina socialcristiana que sustentó la filosofía política de la Unión Europea: la idea de que una economía capitalista puede sostener un Estado de bienestar socialista en perpetua expansión.
Tal como la conducción de la UE está (casi) admitiendo ahora, el siguiente paso para asegurar la supervivencia del mundo tal como lo conocemos incluirá un avance hacia una economía dirigista, en la que los países individuales y sus electorados perderán grados significativos de libertad y autodeterminación.
Hemos llegado al final de juego de lo que era una doctrina insostenible: para pagar el asistencialismo que las poblaciones han llegado a esperar gracias a sus políticos, al sector creador de riqueza deben imponérsele contribuciones a un grado que hace casi imposible que pueda crear la riqueza que se necesita para pagar el asistencialismo que las poblaciones han llegado a esperar, etcétera, etcétera.
La única manera en la que los programas estatales de beneficios sociales puedan ser expandidos en la forma que se prevé para la población cada vez más envejecida de Europa es si el Gobierno se apodera de todas las palancas de la economía y produce toda la moneda sin valor (externo) que se necesite, al estilo de la vieja Unión Soviética.
He aquí el problema. Es tan profundo el desafío que plantea a la sabiduría heredada de la vida democrática occidental de posguerra que es imposible de ser pronunciado en los círculos de la UE en los que se toman las decisiones cruciales, o mejor dicho, donde no se toman.
La solución que se le ofrece al lado político del dilema es una oligarquía benigna. Ignorar las opiniones públicas nacionales y las minorías políticas turbulentas ha sido siempre por lo menos la mitad del golpe de estado burocrático de la UE. Pero eso no resuelve la situación económica.
¿Qué hay que hacer con todas esas promesas que los gobiernos han provisto por generaciones acerca de seguridad subsidiada por el Estado en la ancianidad, cobertura universal de salud (que en Gran Bretaña es, casi únicamente, completamente gratuita) y un nivel de vida garantizado para los desempleados?
Hemos estado pretendiendo, con declamaciones cada vez más maniáticas, que esto podía seguir para siempre. Aún cuando quedó claro que las pensiones públicas europeas (y el sistema de seguridad social de los EE.UU.) eran gigantescas pirámides de Ponzi en las que los beneficiarios actuales gastaban el dinero de la generación actual de contribuyentes, y que la provisión de salud estaba creando demandas imposibles para los ingresos impositivos, y que la dependencia de la asistencia pública se estaba convirtiendo en un sustituto del empleo generador de riqueza, la lección no sería aprendida. Hemos estado viviendo a base del tic-tac y del pensamiento mágico.
¿Entonces cuáles son las verdades más importantes que debemos asumir si queremos evitar, o sobrevivir, a la catástrofe que se avecina? Elevar las edades de jubilación en toda Europa (no sólo en Grecia) es imperativo, al igual que lo es elevar los umbrales para los beneficios asistencialistas de desempleo.
Bajar la carga impositiva tanto para los creadores de riqueza como para los consumidores es esencial. En Gran Bretaña, encontrar fuentes privadas de ingresos para la cobertura médica es una cuestión urgente.
Una corrección general del desbalance entre producción de riqueza y redistribución de riqueza es ahora una cuestión de necesidad básica, no una preferencia ideológica.
El obstáculo más duro de superar será la idea de que cualquiera que desafíe el consenso predominante de los últimos 50 años es un irracional y un irresponsable. Esto es lo que se está diciendo de los Tea Partiers. De hecho, lo irracional e irresponsable es la presunción de que podemos seguir tal como veníamos.
1 Comentarios:
Mayor Paine, excelente artículo una vez más. Tan bueno como el que posteaste en el blog de EOC.
¡Y cuán diferente parece Estados Unidos de Europa! Dado que cuando se habla de Occidente en su conjunto, se piensa que EE.UU. y Europa son casi lo mismo. A Europa le llegó la hora de la verdad, pero el tema es que insisten con seguir en la fiesta cuando la misma ya se terminó hace rato. Si Europa no se reforma, va camino a ser un gigantesco museo.
Como decía Sebastián Piñera (sí, justo este), "nada es gratis en la vida, alguien tiene que pagar". En Europa no es para nada gratis el descalabro que produjo el Estado benefactor en la sociedad en su conjunto. Ya hubo un indicio de esto en Francia con los disturbios de 2005, pero nadie había tomado nota.
Andrés
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