Hijos del fascismo
El fascismo, leí en cierta ocasión, es el paraíso de los mediocres.
El fascismo toma a los resentidos, a los fracasados y a los que por cualquier razón no encuentran su lugar en una sociedad no-fascista. Los lúmpenes, dirían los zurdos. Les da una justificación de su fracaso que siempre recae en la conspiración o maldad de los otros, en lugar de llamar a la reflexión y ofrecer una oportunidad para formar parte de la sociedad. Les promete poder y reivindicación, lo que es una forma encubierta de decir que les va a dar las herramientas para el revanchismo. Les cuenta una historia de buenos y malos, que despreciaríamos por simple y trillada si fuera el argumento de una película, pero que siempre consigue fanáticos cuando se la traspasa a la política.
Vean por ejemplo los adláteres de Hitler, ninguno de los cuales se caracterizaba por ser una luminaria o exitoso más allá de triunfos modestos y circunstanciales: el retardado de Rudolf Hess, el sociópata Reinhard Heydrich, el deforme Joseph Goebbels, el medroso Heinrich Himmler, el pornógrafo Julius Streicher, el desenfrenado Hermann Goering y tantos otros, todos ellos una colección de detritos humanos signados por la mediocridad, el fracaso y el resentimiento.
En una sociedad civilizada, bastante les hubiera costado a ellos no morir de cirrosis en un hospital público; en el paraíso resentido y vengativo del nazifascismo, esa colección de fracasados se dieron el lujo de vestirse con uniformes imponentes y ser señores de la vida y propiedad de millones.
En la Argentina, que se caracteriza por ser siempre una caricatura pedorra de cuanta ideología perversa anda dando vueltas, tenemos al fascismo de entrecasa que llamamos "peronismo". Los elencos estables del peronismo no padecerán las degeneraciones y perversiones de los nazis, pero comparten con aquellos personajes su mediocridad exasperante.
El resentido y el fracasado se siente en su casa en la Argentina peronista, cuya mascota nacional es aquel perro del hortelano que ni come ni deja comer al amo, que prefiere el fracaso ajeno al éxito propio sólo para darle un triunfo a su resentimiento, que vive del lloriqueo tanguero sobre la pobreza con la secreta esperanza de vivir de la limosna, que en lugar de trepar para salir del pozo se dedica a agarrar de los talones a los demás para que caigan con nosotros y que en lugar de analizar sus comportamientos para buscar errores solucionables prefiere creer que las cosas salen mal porque no nos quieren o porque los presidentes de EE.UU. desde Lincoln en adelante se levantan a las cuatro de la matina para ver cómo cagar a la Argentina.
Sin el peronismo en su cepa kirchnerista, mitología del revanchismo como pocas, es inexplicable el éxito y el poder que acumulan ignorantes como Luis D'Elía, matarifes como Aníbal Fernández, exponentes lombrosianos como Rudy Ulloa, víboras acomodaticias como Miguel Ángel Pichetto, alcohólicas como Nilda Garré, mafiosos como Hugo Moyano y bestias primitivas como Guillermo Moreno.
Piensen en esas figuras y en el resto de la corte real del cualquiercosismo kirchnerista. Imagínenlos en un país medianamente normal; no les hablo ya de Estados Unidos o Alemania sino de nuestros vecinos uruguayos o chilenos. En ninguno de esos países podrían aquellos sátrapas aspirar a participar siquiera de una cooperativa escolar, no hablemos ya de la gestión política en cualquiera de sus formas.
Pero ninguno más que Néstor Kirchner. Sólo en la Argentina peronista puede un hombre violento y psicópata como Néstor Kirchner, triste y pequeño gobernador de una triste y pequeña provincia, hombre tan limitado en sus capacidades intelectuales como inescrupuloso en sus comportamientos, alcanzar a convertirse en el amo y señor de cuarenta millones de personas.
Hasta Juan Manuel de Rosas tenía tras de sí éxitos militares y económicos antes de convertirse en el proto-Kirchner del siglo XIX. Hasta Juan Domingo Perón tenía ciertos méritos militares y una inteligencia y sagacidad por encima de la media.
Kirchner no. Quizás está convencido de que sabe y que le gana a los expertos, pero es tan pobre de ideas que habría que hacerle una colecta "más por menos" para que entienda lo que lee en el manual Kapelusz. No ve más allá de dos o tres semanas, y parece incapaz de comprender el concepto de "consecuencias a largo plazo".
Sus ideales, aquellos que prometió no dejar en la puerta de la Casa Rosada, son módicos y fácilmente canjeables; si las circunstancias lo apremian, sus principios tendrán la consistencia del proverbial pedo en la canasta. De vivir de los honorarios de la Circular 1050 y de hacer barrios y bases para ganar el voto militar en la despoblada Santa Cruz pasó a ponerse el pañuelo de Bonafini y a basurear a los militares para conquistar a la progresía boba de Buenos Aires.
Por el voto de una senadora correntina prometió hacer la vista gorda ante un asesinato político; por el voto de un senador tucumano ofreció mejorar las condiciones de encarcelamiento de un hombre al que su propia mitología pedorra colocaba como demonio; antes le había ofrecido a un senador riojano también sindicado como Satanás en su demonología mediocre la limpieza de sus muchas causas judiciales. Es impermeable a las contradicciones que sus acciones producen día tras día, cuando no se enorgullece de ellas.
La "astucia" que parece desplegar no es tal, sino una falta completa de límites, escrúpulos y respeto de las normas. En el ajedrez de la política Kirchner juega como si todas sus piezas fueran reinas, y amenaza con revolear el tablero a la mierda si alguien pretende ponerle un límite. Para Kirchner es fácil ganar partidos de fútbol pegándole a la pelota con la mano y barriendo a los contrarios por atrás mientras le pone una pistola en la espalda al árbitro y cambia a los jueces de línea por sus compañeros de asado.
Lo peor es que por debajo de las lamidas de medias de sus amigos y entenados, debajo de las loas que le cantan interesados y de los elogios de tanto Juan Carlos Pelotudo que tienen columnas en los pasquines de la prensa adikta, Néstor se sabe mediocre y miserable. Odia el éxito ajeno. No concibe iguales, sólo enemigos y esclavos. Y a los que ocasionalmente lo acompañan, los humilla y los ningunea, los trata como basura constantemente y sin respiro, no sea cosa que si los deja de pisotear por un segundo, alguno se atreva a notar en él su miseria y su pobreza intelectual y personal.
Un resentido, un pobre diablo, nada más. Un matón de escuela con fueros presidenciales. Un mocoso cruel que quema hormigas con la lupa del Estado Nacional. No deja de ser un pobre tipo, despreciable por sus actos y comportamientos, pero nada más. Es un digno hijo de la Argentina que creó ese fascismo de tercera marca llamado peronismo.
En el paraíso de los mediocres, Kirchner es el rey.
Mejor decir todo esto ahora. Después de hoy, tal vez no nos sea tan fácil poder hacerlo.
El fascismo toma a los resentidos, a los fracasados y a los que por cualquier razón no encuentran su lugar en una sociedad no-fascista. Los lúmpenes, dirían los zurdos. Les da una justificación de su fracaso que siempre recae en la conspiración o maldad de los otros, en lugar de llamar a la reflexión y ofrecer una oportunidad para formar parte de la sociedad. Les promete poder y reivindicación, lo que es una forma encubierta de decir que les va a dar las herramientas para el revanchismo. Les cuenta una historia de buenos y malos, que despreciaríamos por simple y trillada si fuera el argumento de una película, pero que siempre consigue fanáticos cuando se la traspasa a la política.
Vean por ejemplo los adláteres de Hitler, ninguno de los cuales se caracterizaba por ser una luminaria o exitoso más allá de triunfos modestos y circunstanciales: el retardado de Rudolf Hess, el sociópata Reinhard Heydrich, el deforme Joseph Goebbels, el medroso Heinrich Himmler, el pornógrafo Julius Streicher, el desenfrenado Hermann Goering y tantos otros, todos ellos una colección de detritos humanos signados por la mediocridad, el fracaso y el resentimiento.
En una sociedad civilizada, bastante les hubiera costado a ellos no morir de cirrosis en un hospital público; en el paraíso resentido y vengativo del nazifascismo, esa colección de fracasados se dieron el lujo de vestirse con uniformes imponentes y ser señores de la vida y propiedad de millones.
En la Argentina, que se caracteriza por ser siempre una caricatura pedorra de cuanta ideología perversa anda dando vueltas, tenemos al fascismo de entrecasa que llamamos "peronismo". Los elencos estables del peronismo no padecerán las degeneraciones y perversiones de los nazis, pero comparten con aquellos personajes su mediocridad exasperante.
El resentido y el fracasado se siente en su casa en la Argentina peronista, cuya mascota nacional es aquel perro del hortelano que ni come ni deja comer al amo, que prefiere el fracaso ajeno al éxito propio sólo para darle un triunfo a su resentimiento, que vive del lloriqueo tanguero sobre la pobreza con la secreta esperanza de vivir de la limosna, que en lugar de trepar para salir del pozo se dedica a agarrar de los talones a los demás para que caigan con nosotros y que en lugar de analizar sus comportamientos para buscar errores solucionables prefiere creer que las cosas salen mal porque no nos quieren o porque los presidentes de EE.UU. desde Lincoln en adelante se levantan a las cuatro de la matina para ver cómo cagar a la Argentina.
Sin el peronismo en su cepa kirchnerista, mitología del revanchismo como pocas, es inexplicable el éxito y el poder que acumulan ignorantes como Luis D'Elía, matarifes como Aníbal Fernández, exponentes lombrosianos como Rudy Ulloa, víboras acomodaticias como Miguel Ángel Pichetto, alcohólicas como Nilda Garré, mafiosos como Hugo Moyano y bestias primitivas como Guillermo Moreno.
Piensen en esas figuras y en el resto de la corte real del cualquiercosismo kirchnerista. Imagínenlos en un país medianamente normal; no les hablo ya de Estados Unidos o Alemania sino de nuestros vecinos uruguayos o chilenos. En ninguno de esos países podrían aquellos sátrapas aspirar a participar siquiera de una cooperativa escolar, no hablemos ya de la gestión política en cualquiera de sus formas.
Pero ninguno más que Néstor Kirchner. Sólo en la Argentina peronista puede un hombre violento y psicópata como Néstor Kirchner, triste y pequeño gobernador de una triste y pequeña provincia, hombre tan limitado en sus capacidades intelectuales como inescrupuloso en sus comportamientos, alcanzar a convertirse en el amo y señor de cuarenta millones de personas.
Hasta Juan Manuel de Rosas tenía tras de sí éxitos militares y económicos antes de convertirse en el proto-Kirchner del siglo XIX. Hasta Juan Domingo Perón tenía ciertos méritos militares y una inteligencia y sagacidad por encima de la media.
Kirchner no. Quizás está convencido de que sabe y que le gana a los expertos, pero es tan pobre de ideas que habría que hacerle una colecta "más por menos" para que entienda lo que lee en el manual Kapelusz. No ve más allá de dos o tres semanas, y parece incapaz de comprender el concepto de "consecuencias a largo plazo".
Sus ideales, aquellos que prometió no dejar en la puerta de la Casa Rosada, son módicos y fácilmente canjeables; si las circunstancias lo apremian, sus principios tendrán la consistencia del proverbial pedo en la canasta. De vivir de los honorarios de la Circular 1050 y de hacer barrios y bases para ganar el voto militar en la despoblada Santa Cruz pasó a ponerse el pañuelo de Bonafini y a basurear a los militares para conquistar a la progresía boba de Buenos Aires.
Por el voto de una senadora correntina prometió hacer la vista gorda ante un asesinato político; por el voto de un senador tucumano ofreció mejorar las condiciones de encarcelamiento de un hombre al que su propia mitología pedorra colocaba como demonio; antes le había ofrecido a un senador riojano también sindicado como Satanás en su demonología mediocre la limpieza de sus muchas causas judiciales. Es impermeable a las contradicciones que sus acciones producen día tras día, cuando no se enorgullece de ellas.
La "astucia" que parece desplegar no es tal, sino una falta completa de límites, escrúpulos y respeto de las normas. En el ajedrez de la política Kirchner juega como si todas sus piezas fueran reinas, y amenaza con revolear el tablero a la mierda si alguien pretende ponerle un límite. Para Kirchner es fácil ganar partidos de fútbol pegándole a la pelota con la mano y barriendo a los contrarios por atrás mientras le pone una pistola en la espalda al árbitro y cambia a los jueces de línea por sus compañeros de asado.
Lo peor es que por debajo de las lamidas de medias de sus amigos y entenados, debajo de las loas que le cantan interesados y de los elogios de tanto Juan Carlos Pelotudo que tienen columnas en los pasquines de la prensa adikta, Néstor se sabe mediocre y miserable. Odia el éxito ajeno. No concibe iguales, sólo enemigos y esclavos. Y a los que ocasionalmente lo acompañan, los humilla y los ningunea, los trata como basura constantemente y sin respiro, no sea cosa que si los deja de pisotear por un segundo, alguno se atreva a notar en él su miseria y su pobreza intelectual y personal.
Un resentido, un pobre diablo, nada más. Un matón de escuela con fueros presidenciales. Un mocoso cruel que quema hormigas con la lupa del Estado Nacional. No deja de ser un pobre tipo, despreciable por sus actos y comportamientos, pero nada más. Es un digno hijo de la Argentina que creó ese fascismo de tercera marca llamado peronismo.
En el paraíso de los mediocres, Kirchner es el rey.
Mejor decir todo esto ahora. Después de hoy, tal vez no nos sea tan fácil poder hacerlo.
2 Comentarios:
Verdades puras, amigo. El único consuelo de todo esto es la ley universal que dice que a toda accion le sigue su reacción correspondiente.
Y que toda esta miseria sirva de aprendizaje de una buena vez!!
Excelente. Creo que es lo mejor que leí en bastante tiempo.
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