jueves, 29 de diciembre de 2011

Una historia paralela de la Argentina (Parte 17)

UNA HISTORIA PARALELA DE LA ARGENTINA (1806-2010)

17. Torbellino político (1967-1974)

El escándalo de corrupción que había acabado con Ashley también arrastró a los socialdemócratas; su mayoría absoluta en la Cámara de Representantes se redujo a un 30% de los escaños, lo que lo colocaba por debajo de las bancas conseguidas por el Partido Nacional que, aunque vencedor, no tenía números suficientes para controlar la Cámara por su cuenta.

A diferencia de otras situaciones similares, no le fue posible al Partido Nacional concertar una alianza con los conservadores, ya que su política de rechazo al sistema republicano los había llevado a declarar que no formarían parte de ningún gobierno que no se comprometiera a reinstaurar la monarquía. Se produjo un impasse en el que la Argentina continuó bajo el gobierno provisorio de Ashley mientras se negociaba infructuosamente la formación de una coalición capaz de hacerse cargo del poder.

Tras tres semanas de negociaciones que no arrojaron el menor resultado el líder del Partido Nacional, Terrence Moore, dio por finalizadas las conversaciones con el Partido Conservador y anunció su intención de solicitarle a la presidente Braddock que le permitiera formar un gobierno aunque no tuviese una mayoría. La Presidenta accedió luego de una reunión con los principales líderes partidarios en la que los conservadores accedieron a regañadientes a “no oponerse” a la formación de un gobierno nacional de minoría.

Predeciblemente, el período de Moore como Primer Ministro estuvo plagado de tensión política. Aunque tanto socialdemócratas como conservadores persistieran en su “no oposición” al gobierno del Partido Nacional, apelaron a una política de obstruccionismo en el Parlamento que hizo virtualmente imposible la aprobación de cualquier legislación propuesta.

Para entonces los problemas empezaban a acumularse. La economía nacional entró en un ciclo recesivo, con importantes consecuencias para el comercio exterior, la estabilidad monetaria y las tasas de desempleo del país, situaciones que requerían de la atención urgente de un gobierno que se veía atascado en un Parlamento hostil.

Pero más peligrosa que la economía era el peligroso aumento de la violencia política, tanto de parte de movimientos extremistas de izquierda como los que por entonces comenzaban a azotar a los países de Sudamérica, como de ultranacionalistas hispanoparlantes. En el caso de estos últimos, se trataba de una consecuencia del breve coqueteo del gobierno de Perón con el nacionalismo hispanoparlante, que a pesar de terminar desde lo institucional con la destitución del líder laborista, había persistido en amplios sectores de la cultura y la intelectualidad.

Surgió entonces una corriente revisionista en la historia y la investigación académica, orientada a la reivindicación de figuras como Juan Castelli y Juan Manuel de Rosas, entre otras “figuras malditas” del nacionalismo hispanoparlante, y no tardaron en formarse grupos de orientación separatista que proponían la secesión de los territorios de mayoría hispanoparlante (como las provincias del Paraná, del Paraguay y de las Misiones) y la constitución de un Estado separado, o que abogaban por la “hispanización” de la Argentina y la depuración de los “elementos del imperialismo cultural británico”.

Ante el fracaso en suscitar apoyo de la comunidad hispanoparlante, mayoritariamente moderada, varios de estos grupos optaron por recurrir a la violencia. Lo que comenzó con ocasionales atentados explosivos contra entidades bancarias y estaciones de policía pronto se transformó en una oleada de ataques a policías, militares, funcionarios gubernamentales municipales y provinciales, y alcanzó difusión nacional con el secuestro, pedido de rescate y posterior asesinato de uno de los empresarios más prominentes del país, William Bourne, a manos de una organización que se hacía llamar “Frente de Liberación Hispana”.

Ante el pánico creciente en la sociedad por la ola terrorista, el gobierno de Moore intentó a comienzos de 1970 aprobar una ley de medidas de emergencia para poder ocuparse de los grupos extremistas. La propuesta desató una reacción furiosa en el Parlamento, en donde los bloques socialdemócratas y conservadores se aliaron para impulsar un voto de censura contra el gabinete. A pesar de todos sus esfuerzos, la moción fue aprobada y Moore debió pedir la disolución de la Cámara de Representantes a la vez que cedía la conducción del Partido Nacional a un encumbrado dirigente paranense llamado Rodolfo Sabbatini.

Casi como en un calco, las elecciones de 1970 repitieron el resultado de las de 1967, sin importar que los nacionales consiguieran algunos pocos escaños más; el principal cambio de la situación fue la notable pérdida de votos del Partido Conservador, al que se lo acusaba de promover la caída del gobierno de Moore por simple despecho, aunque las peculiaridades del sistema electoral argentino hicieron que los conservadores sufrieran sólo una modesta pérdida de escaños.

Basándose en el precedente de 1967, Sabbatini volvió a presentarse ante la presidente Braddock para solicitar su nombramiento como líder de un gobierno de minoría, un pedido al que la Presidente accedió no sin antes dirigir un mensaje a todo el país a través de las cámaras de la ARBC en el que reclamó “patriotismo y voluntad de superación” a una dirigencia política a la que con inusual dureza calificó de “mezquina” y e “incapaz de estar a la altura de las circunstancias”.

Braddock podía hablar sin temor a represalias; su mandato presidencial expiró en septiembre de 1970, siendo reemplazada como Jefe de Estado por un antiguo político del Partido Nacional y ex premier de la provincia del Plata, Héctor Cámpora. La designación de Cámpora no estuvo exenta de escándalo, pues en la sesión en la que se debía tratar su nominación, los senadores socialdemócratas y conservadores abandonaron el recinto sin presentar candidatos, dejando únicamente a la exigua mayoría nacional para escoger al siguiente Presidente de la República.

El gobierno de Sabbatini fue una repetición grotesca del de su predecesor. La hostilidad de los bloques opositores en el Parlamento dejó al gobierno sumido en una impotencia supina, mientras la economía continuaba en declinación y el terrorismo perpetraba golpes más audaces y violentos en distintos puntos del país.

Se multiplicaron las protestas en todo el país, en particular a través de un plan de lucha dispuesto por la principal central sindical del país que paralizó a la Argentina con tres huelgas generales en el mes de marzo de 1971 y numerosas manifestaciones que culminaron con la célebre “Marcha del Trabajo”, en la que ochocientos mil hombres y mujeres se movilizaron frente al Palacio del Parlamento en Rosario para exigir la renuncia del Gobierno.

Luego de casi dos años de agonía política sin remedio, llegaría el golpe de gracia a la golpeada administración de Sabbatini. En febrero de 1972 se produjeron fortísimos desbordes de los ríos Paraná y Uruguay que provocaron graves inundaciones en las ciudades ribereñas de las provincias del Paraná, de la Mesopotamia y del Uruguay. Entre las ciudades afectadas estuvo la mismísima Rosario, que fue puesta bajo ley marcial por disposición de Sabbatini (que había trasladado al gobierno y al Parlamento a Córdoba mientras durara la emergencia) durante tres semanas para contener los desórdenes y saqueos que empezaban a azotar a la capital.

A pesar de los mejores esfuerzos del personal militar y civil desplegado en las áreas afectadas, los operativos de defensa civil y de recuperación luego de las inundaciones adolecieron de graves fallas y se produjeron en medio de un tremendo desorden que provocaron furibundas críticas políticas y una indignación considerable en el público. Para cuando las aguas terminaron de bajar y se dio a conocer la cifra oficial de 545 muertos, el gobierno de Sabbatini estaba herido de muerte; el voto de censura que terminó con su gobierno el 18 de febrero de 1972 no fue más que una formalidad cuyo final era conocido antes de comenzar la sesión.

Las elecciones que se llevaron a cabo un mes después tuvieron la asistencia más baja de la historia argentina, pero bastaron para darle una pluralidad escasa al Partido Socialdemócrata, con lo que su nuevo líder, un veterano parlamentario llamado Ricardo Balbín, pudo convertirse en Primer Ministro.

Los gobiernos anteriores de Moore y Sabbatini habían estado plagados por la impotencia de su condición minoritaria a la hora de enfrentar los crecientes problemas nacionales; el de Balbín sufriría de demasiados problemas como para poder enfrentarlos de forma efectiva. La economía ya estaba en un descontrol notorio y la tasa de inflación alcanzaba niveles peligrosos. Los conflictos sindicales, principalmente motivados por reclamos de aumentos salariales para enfrentar la inflación rampante, se habían tornado endémicos a punto tal de paralizar de manera regular el normal funcionamiento de los servicios públicos.

Y la amenaza terrorista había escalado hasta convertirse en un verdadero riesgo para la seguridad nacional. Por debajo de las dos principales organizaciones terroristas, el nacionalista Frente de Liberación Hispana y las maoístas Milicias Rojas, había media docena de pequeños grupos dedicados al pillaje menor, a la colocación de bombas y al asesinato rutinario de personal policial. Aunque las acciones terroristas ocurrían en todo el país, las provincias más afectadas eran las del Paraná y del Paraguay, en donde para colmo de males habían surgido partidos políticos de ideología abiertamente separatista que fueron capaces de obtener representación en las legislaturas provinciales.

Fue en la provincia del Paraguay, la más hispanoparlante y rural del país, donde los terroristas hicieron su mayor apuesta. A través de sus organizaciones tapaderas y de los partidos políticos que simpatizaban con sus idearios, los grupos subversivos intentaron hacerse con el control de las instituciones provinciales, motorizando una serie de disturbios para forzar la caída del premier Gerardo Rodríguez. Sin embargo, ese intento sería abortado el 8 de agosto cuando el gobierno federal dispuso aplicar la Ley de Poderes de Emergencia en el territorio paraguayo, suspendiendo las garantías civiles y desplegando tropas para ayudar a la policía provincial a restaurar el orden. A pesar de algunas protestas menores en el Parlamento, la medida recibió luego la prórroga necesaria para permanecer en vigor por un período indefinido, en tanto que se daba caza a las organizaciones terroristas.

Mientras tanto se sucedían los hechos de violencia en el resto del país, que tendrían su epítome en el llamado “Verano de Furia”. Ese período, que fue de noviembre de 1972 a enero de 1973, estuvo caracterizado por una ola particularmente violenta de ataques terroristas contra estaciones policiales y cuarteles militares en todo el país, que a la vez sufría un durísimo plan de lucha de las centrales sindicales que llevó al país a la parálisis.

1973 fue una repetición interminable del caos del año previo en el que el primer ministro Balbín y su gobierno deambularon entre intentos tímidos de dureza política que nunca pudieron poner coto a los problemas políticos, económicos o de violencia social. Aquel fue el año en el que el terrorismo demostró mayor audacia y capacidad combativa, protagonizando golpes en todo el territorio nacional.

Tres episodios que conmocionaron a la Argentina en el transcurso de 1973 dieron cuenta de la capacidad de las organizaciones revolucionarias. El primero de ellos tuvo lugar el 22 de mayo, cuando una célula del FLH asesinó a balazos en la capital peruana de Lima al embajador argentino ante ese país, Michael O'Dell, tras un fallido intento de secuestro que fuera desbaratado por la custodia personal del embajador y por agentes de la Policía Nacional del Perú.

El 16 de septiembre, en lo que sería la operación de mayor envergadura de su historia, un centenar de terroristas intentaron tomar el control del cuartel militar de Auchmuty Heights, al sur de Rosario, para apoderarse de armamento, siendo repelidos únicamente tras una fuerte operación conjunta militar y policial ordenada por el jefe de Estado Mayor del Ejército, general Anthony Strossner, mientras Balbín y sus ministros permanecieron ocultos en un lugar desconocido por temor a un ataque directo contra las sedes gubernamentales en la capital.

El 22 de octubre, tres bombas estallaron en el aeropuerto internacional de Edgerton, en las cercanías de Buenos Aires, causando la muerte de treinta y ocho personas y dejando heridas a otras 63, además de provocar la suspensión de todas las operaciones en aquella terminal aérea y un consiguiente caos en el transporte aerocomercial del país.

Pero el ataque más espectacular ocurriría a días de comenzar 1974. El 26 de diciembre una célula de las Milicias Rojas, estratégicamente posicionada bajo la ruta de vuelo que le fue proporcionada por un simpatizante dentro de la Fuerza Aérea, abrió fuego con un misil antiaéreo portátil a un avión militar que viajaba desde la localidad costera de Chapel Cliff a Rosario. La aeronave fue completamente destruida en el aire doscientos kilómetros al sudeste de la capital.

A pesar de los esfuerzos de los equipos de rescate que fueron despachados a la primera señal de alarma, no hubo ningún sobreviviente entre los veintiocho tripulantes y pasajeros del malogrado vuelo. Entre estos últimos se encontraba el Presidente de la República de Argentina, Héctor Cámpora, su esposa y sus dos hijos, que volvían a la capital tras sus vacaciones en la residencia veraniega oficial de Chapel Cliff.

* * *

La historia sigue la próxima semana, específicamente el martes. Hasta entonces y espero que les esté pareciendo interesante.

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