lunes, 19 de diciembre de 2011

Una historia paralela de la Argentina (Parte 14)

UNA HISTORIA PARALELA DE LA ARGENTINA (1806-2010)

14. Auge y declinación de Perón (1951-1956)

Al frente de un gabinete en el que dos tercios de los ministros eran laboristas y el resto cívicos, Juan Sebastián Perón no tardó en delinear un gran plan económico y social a ser implementado en los siguientes cinco años, con el fin de alcanzar “la justicia social en nuestro tiempo”.

El componente central del plan era una política de acción social sin precedentes en la historia argentina; en menos de un año, Perón logró que el Parlamento estableciera un sistema universal de seguridad social, un nuevo plan de cobertura médica estatal complementario de la medicina privada y un seguro nacional de desempleo, entre otras medidas literalmente revolucionarias para el país.

Esta política también se extendía a los servicios públicos, a los que el gobierno de Perón intentó nacionalizar en la medida de lo posible. Las grandes empresas ferroviarias del país fueron adquiridas y fusionadas con la antigua Imperial Railways Corporation para crear una única corporación nacional de transporte ferroviario: había nacido Argentine Railways. También se procuró la nacionalización de las empresas de electricidad y servicios de agua corriente, mientras que varias empresas dedicadas a la explotación petrolífera fueron adquiridas y fusionadas dentro de Argentine Petroleum.

En lo económico, el gobierno de Perón promovió un desarrollo industrial acelerado tendiente a sustituir en la medida de lo posible las importaciones extranjeras por productos de fabricación nacional. En ese sentido, la Argentina experimentó una explosión de inversiones en emprendimientos industriales que diversificarían considerablemente las capacidades productivas del país y pondrían muchas comodidades modernas al alcance de la población general, aunque muchos de estos emprendimientos tenían problemas para sostenerse sin la ayuda estatal.

Para sostener este vasto esquema, Perón estableció una política de fuertes subsidios y protecciones arancelarias que en parte eran financiadas por los ingresos provenientes de las exportaciones agropecuarias. Ya en el primer año de su gobierno, ciertas versiones que indicaban que el Primer Ministro pensaba nacionalizar el comercio exterior como parte de su plan de desarrollo industrial provocaron una reacción encendida entre los productores rurales del interior del país que encontraría eco sobre todo en el Senado, siempre sensible a lo que acontecía en las provincias menos pobladas.

La reacción de Perón ante ese estallido opositor fue maquiavélica: lejos de intentar desmentir las afirmaciones, Perón presentó al Parlamento un plan de nacionalización del comercio exterior más radical que lo que se había dado a conocer y que desató las más furiosas reacciones en todo el arco político. De manera predecible, sólo los parlamentarios laboristas votaron a favor de la medida, pues hasta los miembros del Partido Cívico, con el que simpatizaban muchos hispanoparlantes del interior, se sumaron al rechazo opositor.

Aprovechando las medidas impositivas que contenía el proyecto rechazado como prueba de que el Parlamento le había negado el uso de fondos públicos y por lo tanto lo había privado de la confianza legislativa, Perón solicitó al gobernador general Raymond Clarence la disolución de la Cámara de Representantes y el llamado a nuevas elecciones para el 15 de abril de 1953.

De esas elecciones, en las que galvanizó a sus seguidores hasta el paroxismo contra el “obstruccionismo” de los demás partidos, Perón emergería con una mayoría propia en la Cámara de Representantes, aunque el Senado le resultaría más esquivo. La coalición con el Partido Cívico se mantuvo aunque más no fuera para facilitarle al gobierno el control del Senado, pues en la Cámara de Representantes el laborismo podía sostenerse por su cuenta.

Con su posición política fortalecida, Perón prosiguió con su agenda económica, aunque curiosamente nunca volvió a presentar el proyecto de nacionalización del comercio exterior. Sin embargo, fue capaz de darle un fuerte sesgo proteccionista y redistribucionista a su política impositiva que le permitió financiar sus planes de desarrollo y el cada vez más extenso y completo sistema de cobertura social.

Otro cambio que Perón propuso y que fue aceptado fue la transformación de los territorios de Patagonia, Tehuelchia y Magellania en provincias integrantes de pleno derecho de la federación argentina, con lo que adquirirían participación igualitaria en el Senado, la posibilidad de constituir sus propias autoridades y el fin de su dependencia legal del gobierno federal. Por razones estratégicas y políticas respectivamente, los territorios de las Islas del Atlántico Sur y de la Capital se mantuvieron como tales y quedaron por fuera de la provincialización.

Fue en este período, en el que su apoyo público alcanzaba picos inimaginables en la historia argentina, que la estrella de Perón comenzó a decaer.

Uno de los grandes detonantes del cambio de fortuna que viviría el primer ministro Juan Sebastián Perón estuvo dado por la recepción que el público argentino hizo de su cada vez más evidente nacionalismo hispanoparlante. Perón nunca había ocultado sus simpatías nacionalistas, pero después de las elecciones de 1953 las llevó a un punto que comprometía quizás el mayor logro de la Argentina desde la Federación: la concordia entre las comunidades hispanoparlantes y angloparlantes del país.

Al principio el nacionalismo de Perón se manifestó de formas comprensibles, como lo fue la creación de Radio y Televisión Argentina (RTA) como división hispanoparlante de la Argentine Broadcasting Corporation, o el incremento en las horas de clase impartidas en castellano en las escuelas públicas. Dichas medidas obtuvieron un razonable respaldo de la sociedad, aunque en los sectores angloparlantes hubo algunas muestras de disgusto hacia estas medidas, cuyo anuncio por parte de Perón tenía ciertos visos de revanchismo nacionalista.

Pronto las muestras de nacionalismo del Primer Ministro se tornaron conflictivas y abrieron fisuras en la sociedad. Entre estas muestras estuvo la aplicación tácita de “cuotas hispanoparlantes” en todos los niveles del gobierno e incluso en la conducción militar, pero quizá el más controvertido episodio fue la inclusión de un retrato de Juan Manuel de Rosas, el polémico líder de la insurrección de 1845-1846, en una galería inaugurada por Perón en el palacio del Parlamento para a conmemorar a los “padres fundadores de la Argentina”; de ese episodio se derivaría un agrio debate sobre el significado de Rosas en la historia argentina en el que el gobierno no intervino de manera directa, aunque Perón no hacía ningún esfuerzo por ocultar su posición revisionista.

En enero de 1955 salió a la luz el llamado “escándalo de los ferrocarriles”, en el que se comprobó que muchos de los directores que el gobierno nombró en Argentine Railways habían recibido importantes sumas de dinero de las empresas adquiridas por el Estado. Ese fue tan sólo el primero de una seguidilla de escándalos de corrupción que pusieron al gobierno de Perón a la defensiva, y que envalentonaron a los opositores al punto de constituir una Comisión Investigadora en la Cámara de Representantes presidida por el nuevo líder del Partido Nacional, Peter Leonard.

La economía se convirtió en otro flanco débil para Perón y los laboristas. El mismo deterioro económico que había condenado a O’Donnal unos años antes persistía a pesar de los vastos planes sociales y económicos que Perón había puesto en marcha. Una mala cosecha en 1955 descalabró la balanza de pagos internacional y envió ondas de choque por toda la economía argentina, propiciando una disminución de la actividad industrial, un aumento del desempleo y un brusco salto de la inflación, que llegó a tasas del 7% mensual.

Ansioso de lograr una distracción pública, Perón puso sobre la mesa otra idea cara a sus sentimientos nacionalistas: una propuesta para desvincular a la Argentina de la Casa de Windsor y convertir al país en una república. Se trataba de un viejo anhelo del nacionalismo hispanoparlante, que siempre había guardado recelo hacia la Corona británica por razones históricas, lingüísticas e incluso de corte religioso, ya que la exigencia legal de que el monarca británico perteneciera a la comunión anglicana tornaba controvertida su situación como jefe de Estado de un país en el que casi el 60% de su población se declaraba católico.

El debate que se desató entre los sectores monarquistas (principalmente angloparlantes pero con un importante componente hispanoparlante) y los partidarios de una república constitucional (predominantemente hispanoparlantes de clases media y baja, aunque había una respetable cantidad de angloparlantes de tendencia liberal) dominó buena parte de los últimos meses de 1955 y de los primeros de 1956, mientras Perón ideaba formas de resucitar su alicaído gobierno y enfrentar las tensiones que surgían en la sociedad argentina.

Pero ni siquiera el debate sobre la conveniencia de transformar a la Argentina en una república pudo detener la ola de descontento que sobrevino en 1956 al empeorar la situación económica y salir a la luz nuevos escándalos gubernamentales. En medio del descontento estalló una nueva señal de alarma cuando varios sindicatos del sector industrial protagonizaron una huelga en Buenos Aires, White Bay y Córdoba; era la primera vez en la historia argentina que los sindicatos desafiaban abiertamente a la conducción del Partido Laborista con un paro.

En cuestión de pocos años, e incluso de meses, un gobierno que se perfilaba como arrollador e incontenible en su empuje se encontró acorralado y a la defensiva ante una sociedad conflictiva, una política en creciente tensión, una economía en estado crítico y una opinión pública cada vez más adversa. Aunque se barajaron tantas explicaciones para este sorprendente declive como opiniones hay sobre Perón, tal vez la más adecuada fue la que hizo Arturo Frondizi, por entonces un prominente parlamentario del Partido Cívico: “No sabremos nunca si Perón era un militar que no pudo adaptarse a la política, un supino incompetente, un genio incomprendido o un aspirante a tirano, pero lo que si tenemos perfectamente claro es que, sea lo que fuere que quería hacer, lo quiso hacer demasiado rápido”.

* * *

Continúa el próximo jueves...

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