martes, 29 de noviembre de 2011

Una historia paralela de la Argentina (Parte 8)

Sale en esta oportunidad la octava parte de esta historia alternativa de la Argentina. Esta es la primera parte que va más allá del período cubierto en mi post original del año pasado, con lo que entramos de lleno en la parte "nueva" de la historia, por así decirle.

Esperando que sea de su agrado, los dejo en compañía de ella.

* * *

UNA HISTORIA PARALELA DE LA ARGENTINA (1806-2010)

8. La construcción de la nación (1887-1906)

En su discurso inaugural ante el Parlamento, el flamante primer ministro de Argentina, Thomas Henry Parish, consideró que la principal prioridad de su gobierno debía ser el consolidar la nueva unión política y lograr una progresiva unidad cultural que dotara de estabilidad y perspectivas de futuro a la nueva nación. Como símbolo más visible (y más polémico en el seno de la coalición mayoritariamente angloparlante que lo había impulsado) de esta disposición, Parish nombró a argentinos hispanoparlantes para la tercera parte de las carteras de su gabinete, siendo la más notoria de estas designaciones la de Julio B. Roca como Ministro del Interior.

La política de “construcción de nacionalidad” iniciada por Parish no se limitó exclusivamente a los gestos simbólicos. A través de Roca y de los otros ministros hispanoparlantes, Parish fue capaz de desarrollar una política coherente y abarcadora que tendría como misión superar la perdurable y constante tensión entre las comunidades de habla inglesa y castellana del nuevo país.

Esta política se manifestó principalmente a través de una creciente tolerancia e incorporación de la cultura hispanoparlante en la vida pública argentina y en los esfuerzos del nuevo gobierno de mantener una relación fluida con instituciones culturalmente significativas de la comunidad hispanoparlante, en particular con la Iglesia Católica. Aunque hubo reticencias a ambos lados, los esfuerzos del primer gobierno argentino permitieron que durante los primeros años se pudiera limitar el nacionalismo hispanoparlante y la resistencia angloparlante a sectores más extremos de la sociedad argentina, mientras que las instituciones políticas, culturales y religiosas llevaban a la gran masa moderada de la población hacia una mutua y concertada tolerancia.

Hubo también importantes esfuerzos en otras áreas igualmente críticas. Conscientes de que el caldo de cultivo del nacionalismo se hallaba en las economías relativamente más precarias de las provincias predominantemente hispanoparlantes, los líderes de los primeros gobiernos argentinos adoptaron una política de incentivos al desarrollo económico, principalmente a través de la apertura de nuevas oportunidades comerciales e industriales en provincias como las de Paraná, Paraguay y Río Grande, además de dar un mayor fomento al tendido de redes ferroviarias que facilitaran el movimiento de bienes y servicios y permitieran una mayor vinculación del territorio argentino.

Otro aspecto al que se le dio un gran énfasis fue a la inmigración europea, ya que la administración de Parish estaba convencida de que la recepción de importantes masas de inmigrantes ayudaría a diluir las tradicionales divisiones de la sociedad argentina. Sumado a la definitiva pacificación de los territorios del sur, que permitió ampliar la oferta de tierras y oportunidades, esta política proinmigratoria ayudó a que en la década de 1890 casi tres millones de personas eligieran asentarse en la Argentina.

Si bien había un importante componente de origen británico en esta nueva oleada inmigratoria, también hubo una considerable inmigración de origen italiano, alemán, español y escandinavo, y en menor medida griego, portugués y francés. De esta segunda etapa inmigratoria surgiría un nuevo perfil de la sociedad argentina en el que aunque persistían las divisiones idiomáticas, culturales y religiosas entre angloparlantes e hispanoparlantes, éstas no representarían un escollo insalvable para la estabilidad y progreso del país.

Tras ocho años de gobierno, Parish fue sucedido en 1895 como Primer Ministro por Julio B. Roca, quien se convertiría en el primer gobernante hispanoparlante de aquellas tierras desde la conquista británica. Al frente de una variopinta y por momentos inestable coalición, conformada por los sectores angloparlantes de mayor predominio económico y de las clases medias y altas hispanoparlantes más afines con el sistema vigente, que eventualmente se transformaría en el Partido Nacional, Roca continuó las políticas de su predecesor, aunque le dio a la misma un perfil propio caracterizado por una audacia y astucia que le harían ganar el mote de “el Zorro”.

Su habilidad para manipular y cohesionar tanto a los intereses moderados que lo seguían como a los que se le oponían le permitió a Roca gobernar frente a una oposición disgregada en tres partidos separados y mutuamente excluyentes: el Partido Conservador, rabiosamente anglófilo y circunscrito a los segmentos más recalcitrantes de la población angloparlante; el Partido Cívico, que de la mano de su líder, Bartolomé Mitre, representaba a los ámbitos más reticentes de la comunidad hispanoparlante, y el pequeño pero creciente Partido Laborista, cuyo peso empezaba a hacerse sentir entre las comunidades inmigrantes.

Roca también supo atraer el interés británico a la Argentina de tal modo de darle una mayor relevancia en los asuntos imperiales. Además del tradicional interés que representaba para el Imperio la producción agropecuaria argentina, Roca y sus partidarios en Londres fueron capaces de convencer al gobierno británico, y de manera especial a la Royal Navy, de la importancia estratégica de la Argentina como país desde el que se podía controlar el comercio marítimo entre el Atlántico y el Pacífico.

Fue así que durante el gobierno de Roca habría un fuerte impulso de parte de Londres al desarrollo de una infraestructura militar importante en la Argentina, en especial en lo referido a la construcción de puertos, faros, astilleros y estaciones carboneras a lo largo de las costas argentinas, que además de su relevancia militar ayudarían a potenciar las capacidades económicas y de transporte del país.

Otros planes más ambiciosos, sin embargo, quedaron sin ser completamente llevados a la práctica. Entre las medidas que Roca consideraba vitales para fomentar la cohesión de la nueva nación estaban la enseñanza obligatoria del inglés y del castellano en todas las escuelas públicas y un servicio militar obligatorio y universal a ser cumplido en instituciones militares propias del Gobierno argentino.

La enseñanza bilingüe obligatoria encontró fuertes críticas en ambas cámaras del Parlamento, incluso entre los miembros menos audaces del Partido Nacional, lo que obligó a Roca a “provincializar” la cuestión y dejar que cada provincia a través de sus propias legislaturas decidiera sobre la conveniencia de implementar la enseñanza de los dos idiomas en su territorio. El único premio consuelo que Roca obtuvo fue el reconocimiento del Parlamento de que sí podía instaurarse la educación bilingüe en los territorios nacionales, cosa que fue puesta en práctica casi de inmediato.

En la cuestión militar, en cambio, la mayor resistencia provino de Londres. Durante los primeros años de la existencia de la Argentina como estado unificado, la defensa militar del país estuvo en manos británicas, quedando bajo la autoridad formal del gobierno argentino algunos pocos regimientos de voluntarios locales (la llamada “Milicia”) que servían de refuerzo y reserva para las fuerzas regulares británicas, y un “Servicio Naval” formado por buques livianos y escasamente armados que apenas servía como guardia costera para la poderosa presencia de la Royal Navy en las bases navales de Montevideo, White Bay, Port Stanley y Talcahuano. Incluso la autoridad del gobierno argentino sobre esas escasas fuerzas regía exclusivamente en tiempos de paz, ya que en caso de guerra pasaban a estar automáticamente bajo órdenes imperiales.

Sin poder olvidar todavía la revuelta de Rosas, el gobierno británico temía que la conscripción universal ayudara a capacitar militarmente a los miembros de una insurrección futura y que la organización de fuerzas armadas nacionales sirviera para formar un ejército paralelo y potencialmente hostil. Los repetidos pedidos de Roca a Londres fueron rechazados, debiendo el gobierno argentino conformarse con crear nuevos regimientos de la Milicia y aceptar que al personal del Servicio Naval se le otorgaran comisiones especiales como reservistas de la Royal Navy.

A partir de 1898, Roca y sus socios políticos encontraron a la vez una oportunidad de probar su modesta fuerza militar y un problema de orden doméstico al estallar en Sudáfrica una guerra entre el Imperio Británico y las repúblicas independientes de los afrikaners. Como parte del Imperio, Argentina envió soldados a combatir a Sudáfrica, aunque la oposición de la población hispanoparlante a dicha guerra hizo que el gobierno argentino se limitara a enviar solamente tres batallones de la fuerza regular, argumentando a Londres que era imperioso conservar tropas en el territorio argentino en prevención de cualquier “posible desorden”, lo cual fue aceptado por el gobierno británico.

Esta medida, sumada a ciertas concesiones de orden económico y políticas de emergencia instrumentadas por Roca, logró que el descontento hispanoparlante no se manifestara excepto a través de modestos disturbios en algunas ciudades y permitió que una vez superado el escollo de la guerra sudafricana sin mayores traumas, la Argentina consolidara su evolución política y continuara desarrollándose económica y socialmente. Para cuando Roca dejó el gobierno en 1906, la Argentina podía considerarse como uno de los países más prósperos y pujantes del Imperio Británico.

* * *

La parte nueve, el próximo jueves... hasta entonces.

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