martes, 22 de noviembre de 2011

Una historia paralela de la Argentina (Parte 6)

Acá va la sexta parte de esta historia paralela de la Argentina, con la esperanza de que sea de su agrado.

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UNA HISTORIA PARALELA DE LA ARGENTINA (1806-2010)

6. Pacificación y reorganización (1846-1870)

El efecto de la rebelión de Rosas en la política británica hacia sus colonias sudamericanas fue inmediato y devastador. Aún en medio de la euforia por una victoria que estuvo peligrosamente cerca de ser una derrota catastrófica, las autoridades coloniales empezaron a temer que el futuro próximo fuera testigo de nuevos y quizá más violentos alzamientos de la población colonial. Esta era una preocupación compartida por Londres, a tal punto que el Parlamento despachó una comisión de notables a las colonias de la Sudamérica Británica para que hicieran un extenso estudio de la situación que sirviera para planificar posibles cambios en la forma en que el Imperio manejaba sus posesiones australes.

Dicha comisión, que sería conocida como “Comisión Mandeville” por el nombre de su presidente, John Henry Mandeville, arribó a Buenos Aires el 4 de junio de 1847 e inmediatamente inició una serie de viajes y estudios en todas las colonias de la Sudamérica Británica que se prolongaron durante el resto de dicho año antes de elaborar un informe final al Parlamento sobre el estado de las colonias y las recomendaciones que consideraba apropiadas para prevenir una futura revuelta.

Las páginas del “Reporte Mandeville” informaron al Parlamento que las principales causas del descontento que había alimentado la revuelta de Rosas estaban en la tensión existente entre las comunidades angloparlante e hispanoparlante, contando esta última con el respaldo casi unánime de los inmigrantes de origen irlandés. Dicha tensión tenía, como en el caso de las colonias canadienses, potentes elementos culturales, lingüísticos y religiosos, que el reporte Mandeville consideraba como el caldo de cultivo perfecto para una rebelión contra el dominio británico.

Para paliar esta situación, Mandeville recomendó al gobierno británico que implementara reformas que por un lado permitieran una mayor inmigración británica a los territorios sudamericanos y una progresiva penetración de los valores británicos en la comunidad hispanoparlante, a cambio de aceptar una presencia mayor de los hispanoparlantes en los asuntos públicos y gubernamentales de las colonias como forma de integrarlos al orden existente y lograr una asimilación gradual al estilo de vida imperial, considerada como la única “cura segura” contra una futura insurrección.

El reporte también incluía recomendaciones en el campo religioso; tras reconocer que la presencia y relevancia cultural de la Iglesia Católica estaba demasiado firme y arraigada entre los hispanoparlantes y los irlandeses como para poder desplazarla con facilidad, Mandeville sugirió que se aceptara este hecho como un dato de la realidad y propuso que se le concediera a la Iglesia Católica una condición idéntica a la de la Iglesia de Inglaterra en lo que hacía a los beneficios y privilegios de una religión oficial.

Tras un furibundo debate que tuvo sus momentos más tensos durante la discusión de las recomendaciones religiosas, el Parlamento británico sancionó en 1848 un importante paquete de enmiendas a la British South America Act. Entre estas enmiendas se contaba la reforma de las instituciones parlamentarias coloniales y la apertura de las mismas a “aquellos súbditos de habla española” bajo condiciones concretas pero amplias, el reconocimiento de la Iglesia Católica como una religión con goce de ciertos privilegios “similares a la condición oficial” de la Iglesia de Inglaterra, y la creación del puesto de “Alto Comisionado de Su Majestad para la Sudamérica Británica”, que en la práctica se convertiría en un cargo de jerarquía virreinal colocado por encima de los gobernadores coloniales.

En reconocimiento a sus propuestas, o para alejarlo de los enemigos que las mismas le ganaron en Londres, Mandeville fue designado como el primer Alto Comisionado de las colonias sudamericanas. A su retorno a Buenos Aires, Mandeville trabajó en la implementación de sus propuestas en todas las colonias sudamericanas. Algunas de ellas, sobre todo la oficialización parcial de la Iglesia Católica y la apertura de las legislaturas coloniales a los hispanoparlantes, fueron recibidas con beneplácito por la mayoría de los pobladores, a excepción de algunos conservadores británicos que tenían un recuerdo demasiado vívido de Rosas y sus insurrectos.

Otras medidas de corte económico fueron más resistidas, mientras que un punto que Mandeville no había incluido en sus recomendaciones por temor a tentar su suerte se volvió un elemento fundamental en el descontento hispanoparlante de la segunda mitad del siglo XIX: la oficialización del idioma español.

A pesar de estas muestras de descontento y de la obstrucción que sufría a manos de los gobernadores y administradores coloniales, Mandeville tuvo un considerable éxito en la pacificación de la Sudamérica Británica y en la neutralización rápida del descontento local y de los ocasionales focos de rebelión. Sus políticas tuvieron como efecto la creciente aceptación por parte de la población hispanoparlante hacia el gobierno británico, por más que dicha aceptación fuera a regañadientes y sin el menor esfuerzo por disimular un rencor que el paso del tiempo prometía convertir en una rivalidad tolerable.

Atento a las experiencias que tenían lugar en Canadá, Mandeville comenzó a planear una nueva etapa de reformas tendientes a consagrar mayor autonomía a los gobiernos coloniales y a reducir la medida en que las colonias dependían de las decisiones de Londres, siempre dentro del marco de un imperio global encabezado por la monarquía y gobernado por el Parlamento. El mayor logro obtenido por Mandeville y sus partidarios llegaría en 1858 cuando por otra recomendación suya aceptada por Londres, se les concedió a las colonias del Plata y del Uruguay el derecho a un “gobierno responsable” similar al que ya regía en otras posesiones coloniales británicas.

Bajo el sistema de “gobierno responsable”, las autoridades ejecutivas coloniales (con la notoria excepción de los gobernadores y del propio Alto Comisionado, que continuaban ejerciendo su poder en nombre de la Corona) pasaron a ser responsables por el ejercicio de sus poderes ante las asambleas legislativas locales, en cuyas cámaras se permitió de manera explícita la elección de representantes de los súbditos de cada colonia. Idénticos estatutos fueron aprobados para el resto de las colonias en un período que transcurrió entre 1862 y 1868, consolidando el último gran logro de Mandeville como Alto Comisionado, ya que el mismo buque que en 1858 había traído a Buenos Aires la noticia y el texto completo de la ley de gobiernos responsables trajo además la orden de remoción de su cargo y a su sucesor designado.

Los sucesores de Mandeville en el cargo gozaron de los resultados de sus políticas: unas colonias políticamente pacificadas que encontraban una convivencia cultural tensa e incómoda pero tolerable y relativamente estable y que podían dedicar sus energías a intensificar su desarrollo económico y sus vínculos con la metrópoli. Además, la inmigración británica se intensificó, aunque esta vez la presencia irlandesa estuvo más acotada y pasaron a obtener singular primacía los colonos de origen galés, que se asentaron en el recientemente creado territorio de Tehuelchia.

Las décadas de 1860 y 1870 vieron un desarrollo sorprendente de las colonias sudamericanas, acompañado por una expansión progresiva hacia el sur que reducía la amenaza indígena a una mera molestia mucho más manejable y que incorporaba los vastos recursos australes al dominio británico en una proporción que crecía con cada año que pasaba.

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La próxima parte sale este jueves... por lo que será hasta entonces.

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