Una historia paralela de la Argentina (Parte 9)
Aquí viene la parte nueve de esta historia alternativa de la Argentina, la cual cubre el período anterior a y el transcurso de la Primera Guerra Mundial... y esperando sea de su interés, pongo fin a esta introducción.
* * *
UNA HISTORIA PARALELA DE LA ARGENTINA (1806-2010)
9. Desafío y madurez (1906-1919)
UNA HISTORIA PARALELA DE LA ARGENTINA (1806-2010)
9. Desafío y madurez (1906-1919)
Los sucesivos gobiernos de Edmund MacInerney (1906-1909) y James Hewlett (1909-1913), pertenecientes al Partido Nacional y antiguos ministros de los gabinetes precedentes, continuaron sin mayores sobresaltos la obra dejada por Parish y Roca y gobernaron durante períodos de prosperidad, aunque bajaron el perfil a algunas de las iniciativas más audaces de sus predecesores para disminuir los conflictos con Londres. La tensión entre angloparlantes e hispanoparlantes se normalizó, a pesar de la persistencia de conflictos en materia idiomática y cultural.
En 1913 un prestigioso abogado bilingüe y miembro del Parlamento desde hacía quince años, Joseph Figueroa, llegó a la conducción del Partido Nacional y se convirtió en Primer Ministro tras las elecciones generales de ese año con las promesas de “seguir en la senda de la prosperidad y la felicidad nacional” y de “forjar una Argentina unida dentro de un gran Imperio Británico”. Sin embargo, a menos de un año de iniciado su gobierno llegaría un desafío que amenazaría con dar por tierra con algunos de los grandes logros del período precedente.
No figuraba en los planes de nadie, y menos del gobierno argentino, que el asesinato del príncipe heredero del Imperio Austrohúngaro, el archiduque Francisco Ferdinando, a manos de un ultranacionalista serbio en Sarajevo, iba a desatar un conflicto mundial que se prolongaría por cuatro largos años. Casi de la noche a la mañana el Imperio Británico, y la Argentina como parte del mismo, se encontró en guerra contra Alemania y Austria-Hungría, debiendo comprometer enormes cantidades de hombres y recursos para detener al ejército alemán en Bélgica y Francia en una campaña que no tardó en convertirse en un infierno interminable.
De la Argentina el Imperio esperaba tanto tropas para el frente como alimentos para sostener el esfuerzo de guerra, y si bien el gobierno argentino no tuvo problemas en asegurar a través de medidas especiales de emergencia el envío constante y sostenido de alimentos a la metrópoli, la cuestión de las tropas demostró ser mucho más espinosa. Aunque en un principio se presentaron unos quince mil voluntarios para el frente que se destacaron en las batallas del Marne y otros combates del frente occidental, la violencia de la guerra y los altos números de bajas hicieron necesario un debate en la Argentina sobre la conveniencia de implantar la conscripción universal.
El primer ministro Figueroa había sido miembro del Parlamento cuando Roca hizo sus infructuosos intentos de implantar el servicio militar obligatorio en tiempo de paz y en ese momento había estado a favor de la medida, pero conforme pasaban los meses de guerra y aumentaban las bajas, empezó a temer que apelar a la conscripción en ese momento sirviera únicamente para exacerbar las tensiones en la sociedad argentina e impulsar a los nacionalistas del Partido Cívico, que habían estado aumentando lenta pero progresivamente su caudal de votos y de escaños en el Parlamento.
Para junio de 1916, la situación de la guerra y la creciente presión británica dejaron a Figueroa en un callejón sin salida, y “con una profunda reticencia que ni la satisfacción de cumplir con mi patriótico deber puede calmar”, como dijo al Parlamento en un célebre discurso, presentó una “Ley para el Servicio Nacional” que habilitaba al gobierno a reclutar hombres de entre 18 y 26 años para el servicio en los regimientos de la milicia.
Casi de inmediato estalló una oleada de disturbios en las grandes ciudades, principalmente entre la comunidad hispanoparlante aunque también hubo una importante participación de los irlandeses y sus descendientes, que forzó al gobierno a decretar entre el 16 y el 19 de junio el estado de excepción en Buenos Aires, Rosario, Córdoba, Montevideo y Asunción y a desplegar a la milicia para contener la violencia. Aunque nunca hubo estimaciones exactas, se calcula que entre 800 y 1200 personas murieron durante los “disturbios de la conscripción”.
El debate que siguió en la Cámara de Representantes fue feroz, y ante la amenaza de una moción de censura impulsada no sólo por los partidos de la oposición sino por miembros descontentos del propio Partido Nacional, Figueroa debió modificar la norma para que en la misma quedara estipulado que los conscriptos fueran empleados mayormente “para la defensa del territorio argentino”, siendo enviados al frente occidental sólo los que se ofreciesen como voluntarios para ello o que aceptaran unirse a ciertos regimientos designados como “pertenecientes al cuerpo regular de la Milicia”.
Aprobada esta norma y con el consentimiento medianamente disgustado de Londres, Figueroa estuvo en condiciones de lograr lo que Roca no pudo: crear una fuerza armada nacional. Para dirigir su organización Figueroa nombró a un coronel hispanoparlante del Ejército Británico, Pablo Riccheri, como “Ministro de la Milicia”, quien a su vez eligió a un veterano oficial que se había distinguido en el frente occidental, el brigadier general William Delle Piane, como primer comandante de la Fuerza de Defensa Argentina.
Esta nueva institución tendría dos componentes bien distinguidos: una Fuerza Regular formada por regimientos voluntarios y unidades selectas de conscriptos que sería empleada para “misiones imperiales”, y la Milicia Nacional, integrada por regimientos conscriptos para la “defensa nacional”. Una vez conformada esta nueva institución, Figueroa estuvo en condiciones de enviar tres brigadas completamente equipadas al frente occidental, con lo que la Argentina pudo cumplir con sus obligaciones imperiales aún cuando a juicio de Londres no hubiera sido todo lo que se podía esperar.
Otro logro accidental para la Argentina fue el consentimiento de Londres para la organización de su propia marina de guerra. Aunque el evento que el gobierno argentino más usó en sus pedidos a Londres fue el fallido ataque de un escuadrón naval alemán a las islas Falkland a fines de 1914, el verdadero ímpetu vino a partir de la campaña submarina alemana contra el comercio británico, que para 1916 empezaba a representar una severa amenaza a los envíos regulares de alimentos desde Argentina hacia la metrópoli.
En tal sentido, a comienzos de 1917 el Parlamento británico reconoció a la Argentina la facultad para transformar al Servicio Naval en la Real Armada Argentina (Royal Argentine Navy, RArN), que a lo largo de la guerra se equiparía con un par de docenas de navíos de escolta para garantizar la protección del comercio marítimo en las aguas jurisdiccionales argentinas, que antes habían sido terreno fértil para las depredaciones alemanas. Además, la Argentina recibió autorización para organizar un “Cuerpo Aéreo Militar” que participó activamente de los combates en el frente occidental bajo el mando de su fundador y primer comandante, el coronel George Newbery.
Estas preparaciones militares llegaron justo a tiempo, ya que la Argentina debió enfrentar a fines de 1917 una amenaza militar inesperada de su vecino brasileño. De una manera similar a la que había tratado de llevar a cabo con México mediante el célebre “Telegrama Zimmermann”, el Imperio Alemán incentivó a Brasil a que persiguiera una política de “reivindicación” territorial tendiente a recuperar el territorio de las provincias argentinas de las Misiones y de Río Grande, o incluso la provincia del Uruguay de acuerdo con los más afiebrados nacionalistas brasileños. Un esfuerzo similar se había iniciado para persuadir a Chile y Atacama a “reclamar” el territorio de las provincias del Paraná y del Paraguay, aunque en este caso sólo se logró convencer a algunos pocos burócratas y militares sin peso político para influir en las decisiones de Santiago de Chile y Salta.
A diferencia del caso mexicano, del chileno y del atacameño, Brasil sí entró en acción y lanzó en diciembre de 1917 una modesta ofensiva contra la frontera norte de la Argentina. Aunque caótica en un principio, la reacción militar argentina fue efectiva y pudo contener a los brasileños en la provincia de Río Grande luego de algunas batallas de mediana escala, mientras que la poderosa Royal Navy mantenía a la marina brasileña encerrada en sus puertos, y la incipiente Real Armada Argentina se anotaba un triunfo épico cuando dos pequeños torpederos hundieron a un crucero brasileño frente a las costas de Montevideo. Tras dos meses de guerra, la presión británica y la fuerte reacción argentina forzó al gobierno brasileño a terminar con su intentona y a retirarse del territorio argentino.
Irónicamente, la breve guerra contra Brasil provocó una oleada de voluntarios para las nuevas fuerzas armadas argentinas y ayudó a consolidar la incipiente identidad nacional del país, permitiéndole llegar a las conferencias que marcaron el fin de la guerra europea con un importante grado de confianza en sí misma. Junto a los otros líderes de las naciones coloniales británicas, Joseph Figueroa firmó en 1919 el tratado de Versalles e impulsó la incorporación de la Argentina a la Sociedad de Naciones.
Sería el momento cumbre del gobierno de Figueroa tras los desafíos y conflictos de aquellos atribulados años, aunque también sería el canto del cisne de su carrera política.
En 1913 un prestigioso abogado bilingüe y miembro del Parlamento desde hacía quince años, Joseph Figueroa, llegó a la conducción del Partido Nacional y se convirtió en Primer Ministro tras las elecciones generales de ese año con las promesas de “seguir en la senda de la prosperidad y la felicidad nacional” y de “forjar una Argentina unida dentro de un gran Imperio Británico”. Sin embargo, a menos de un año de iniciado su gobierno llegaría un desafío que amenazaría con dar por tierra con algunos de los grandes logros del período precedente.
No figuraba en los planes de nadie, y menos del gobierno argentino, que el asesinato del príncipe heredero del Imperio Austrohúngaro, el archiduque Francisco Ferdinando, a manos de un ultranacionalista serbio en Sarajevo, iba a desatar un conflicto mundial que se prolongaría por cuatro largos años. Casi de la noche a la mañana el Imperio Británico, y la Argentina como parte del mismo, se encontró en guerra contra Alemania y Austria-Hungría, debiendo comprometer enormes cantidades de hombres y recursos para detener al ejército alemán en Bélgica y Francia en una campaña que no tardó en convertirse en un infierno interminable.
De la Argentina el Imperio esperaba tanto tropas para el frente como alimentos para sostener el esfuerzo de guerra, y si bien el gobierno argentino no tuvo problemas en asegurar a través de medidas especiales de emergencia el envío constante y sostenido de alimentos a la metrópoli, la cuestión de las tropas demostró ser mucho más espinosa. Aunque en un principio se presentaron unos quince mil voluntarios para el frente que se destacaron en las batallas del Marne y otros combates del frente occidental, la violencia de la guerra y los altos números de bajas hicieron necesario un debate en la Argentina sobre la conveniencia de implantar la conscripción universal.
El primer ministro Figueroa había sido miembro del Parlamento cuando Roca hizo sus infructuosos intentos de implantar el servicio militar obligatorio en tiempo de paz y en ese momento había estado a favor de la medida, pero conforme pasaban los meses de guerra y aumentaban las bajas, empezó a temer que apelar a la conscripción en ese momento sirviera únicamente para exacerbar las tensiones en la sociedad argentina e impulsar a los nacionalistas del Partido Cívico, que habían estado aumentando lenta pero progresivamente su caudal de votos y de escaños en el Parlamento.
Para junio de 1916, la situación de la guerra y la creciente presión británica dejaron a Figueroa en un callejón sin salida, y “con una profunda reticencia que ni la satisfacción de cumplir con mi patriótico deber puede calmar”, como dijo al Parlamento en un célebre discurso, presentó una “Ley para el Servicio Nacional” que habilitaba al gobierno a reclutar hombres de entre 18 y 26 años para el servicio en los regimientos de la milicia.
Casi de inmediato estalló una oleada de disturbios en las grandes ciudades, principalmente entre la comunidad hispanoparlante aunque también hubo una importante participación de los irlandeses y sus descendientes, que forzó al gobierno a decretar entre el 16 y el 19 de junio el estado de excepción en Buenos Aires, Rosario, Córdoba, Montevideo y Asunción y a desplegar a la milicia para contener la violencia. Aunque nunca hubo estimaciones exactas, se calcula que entre 800 y 1200 personas murieron durante los “disturbios de la conscripción”.
El debate que siguió en la Cámara de Representantes fue feroz, y ante la amenaza de una moción de censura impulsada no sólo por los partidos de la oposición sino por miembros descontentos del propio Partido Nacional, Figueroa debió modificar la norma para que en la misma quedara estipulado que los conscriptos fueran empleados mayormente “para la defensa del territorio argentino”, siendo enviados al frente occidental sólo los que se ofreciesen como voluntarios para ello o que aceptaran unirse a ciertos regimientos designados como “pertenecientes al cuerpo regular de la Milicia”.
Aprobada esta norma y con el consentimiento medianamente disgustado de Londres, Figueroa estuvo en condiciones de lograr lo que Roca no pudo: crear una fuerza armada nacional. Para dirigir su organización Figueroa nombró a un coronel hispanoparlante del Ejército Británico, Pablo Riccheri, como “Ministro de la Milicia”, quien a su vez eligió a un veterano oficial que se había distinguido en el frente occidental, el brigadier general William Delle Piane, como primer comandante de la Fuerza de Defensa Argentina.
Esta nueva institución tendría dos componentes bien distinguidos: una Fuerza Regular formada por regimientos voluntarios y unidades selectas de conscriptos que sería empleada para “misiones imperiales”, y la Milicia Nacional, integrada por regimientos conscriptos para la “defensa nacional”. Una vez conformada esta nueva institución, Figueroa estuvo en condiciones de enviar tres brigadas completamente equipadas al frente occidental, con lo que la Argentina pudo cumplir con sus obligaciones imperiales aún cuando a juicio de Londres no hubiera sido todo lo que se podía esperar.
Otro logro accidental para la Argentina fue el consentimiento de Londres para la organización de su propia marina de guerra. Aunque el evento que el gobierno argentino más usó en sus pedidos a Londres fue el fallido ataque de un escuadrón naval alemán a las islas Falkland a fines de 1914, el verdadero ímpetu vino a partir de la campaña submarina alemana contra el comercio británico, que para 1916 empezaba a representar una severa amenaza a los envíos regulares de alimentos desde Argentina hacia la metrópoli.
En tal sentido, a comienzos de 1917 el Parlamento británico reconoció a la Argentina la facultad para transformar al Servicio Naval en la Real Armada Argentina (Royal Argentine Navy, RArN), que a lo largo de la guerra se equiparía con un par de docenas de navíos de escolta para garantizar la protección del comercio marítimo en las aguas jurisdiccionales argentinas, que antes habían sido terreno fértil para las depredaciones alemanas. Además, la Argentina recibió autorización para organizar un “Cuerpo Aéreo Militar” que participó activamente de los combates en el frente occidental bajo el mando de su fundador y primer comandante, el coronel George Newbery.
Estas preparaciones militares llegaron justo a tiempo, ya que la Argentina debió enfrentar a fines de 1917 una amenaza militar inesperada de su vecino brasileño. De una manera similar a la que había tratado de llevar a cabo con México mediante el célebre “Telegrama Zimmermann”, el Imperio Alemán incentivó a Brasil a que persiguiera una política de “reivindicación” territorial tendiente a recuperar el territorio de las provincias argentinas de las Misiones y de Río Grande, o incluso la provincia del Uruguay de acuerdo con los más afiebrados nacionalistas brasileños. Un esfuerzo similar se había iniciado para persuadir a Chile y Atacama a “reclamar” el territorio de las provincias del Paraná y del Paraguay, aunque en este caso sólo se logró convencer a algunos pocos burócratas y militares sin peso político para influir en las decisiones de Santiago de Chile y Salta.
A diferencia del caso mexicano, del chileno y del atacameño, Brasil sí entró en acción y lanzó en diciembre de 1917 una modesta ofensiva contra la frontera norte de la Argentina. Aunque caótica en un principio, la reacción militar argentina fue efectiva y pudo contener a los brasileños en la provincia de Río Grande luego de algunas batallas de mediana escala, mientras que la poderosa Royal Navy mantenía a la marina brasileña encerrada en sus puertos, y la incipiente Real Armada Argentina se anotaba un triunfo épico cuando dos pequeños torpederos hundieron a un crucero brasileño frente a las costas de Montevideo. Tras dos meses de guerra, la presión británica y la fuerte reacción argentina forzó al gobierno brasileño a terminar con su intentona y a retirarse del territorio argentino.
Irónicamente, la breve guerra contra Brasil provocó una oleada de voluntarios para las nuevas fuerzas armadas argentinas y ayudó a consolidar la incipiente identidad nacional del país, permitiéndole llegar a las conferencias que marcaron el fin de la guerra europea con un importante grado de confianza en sí misma. Junto a los otros líderes de las naciones coloniales británicas, Joseph Figueroa firmó en 1919 el tratado de Versalles e impulsó la incorporación de la Argentina a la Sociedad de Naciones.
Sería el momento cumbre del gobierno de Figueroa tras los desafíos y conflictos de aquellos atribulados años, aunque también sería el canto del cisne de su carrera política.
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La historia continúa el próximo martes...
Etiquetas: Historia alternativa, Ucronías
3 Comentarios:
Excelente! Hasta ahora, el capítulo que más me gustó. Debe ser porque entró en acción con el resto del mundo.... y tiró un par de tiros en la primera guerra!
Jajajajajaja!!! Me alegro que te haya gustado!
En materia de conflictos internacionales, cabría esperar que las relaciones de esta Argentina con el resto del mundo fueran más normales y menos traumáticas que las de la verdadera, pero en esta historia paralela no hay tantos pruritos para intervenir cuando las papas queman...
Creo que esta argentina no disfrutará de "El Camino de las Ratas" cuando termine la segunda guerra.
Igual...no me adelanto.
Grande George Newbery!
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