Una historia paralela de la Argentina (Parte 13)
UNA HISTORIA PARALELA DE LA ARGENTINA (1806-2010)
13. Posguerra (1945-1951)
13. Posguerra (1945-1951)
En una conferencia llevada a cabo en Mandeville Hall tres días después del anuncio del llamado a elecciones anticipadas, los principales líderes partidarios del país acordaron poner fin a la Coalición Nacional que los había unido desde 1930. Este segundo anuncio no provocó mayores inquietudes en la sociedad argentina, que al igual que el resto del mundo estaba todavía viviendo la euforia del fin de la guerra.
Durante la campaña, que se llevó a cabo con inusual calma, los partidos políticos hicieron hincapié en sus planes para devolver a la Argentina a la normalidad y adaptar las fuerzas nacionales empleadas para la guerra a los desafíos que exigía la paz reconquistada. Aunque la Coalición Nacional ya había sido disuelta, los distintos partidos acordaron poner en práctica ciertos principios comunes para el “retorno a la normalidad”, en particular en lo referido a la desmovilización militar e industrial.
Quizás por asociación con la figura de Christopher Glover, el Partido Nacional obtuvo una mayoría propia en la Cámara de Representantes y ungió a su nuevo líder y antiguo Ministro de Industria Nacional, Harold Townsend, como Primer Ministro. El Partido Cívico se convirtió en la oposición oficial, mientras que conservadores y laboristas alcanzaban una virtual paridad en cantidad de escaños.
El gobierno de Townsend anunció entonces su plan de “retorno a la normalidad”. Un complejo cronograma de desmovilización elaborado por el Ministerio de Guerra y Marina preveía el retorno a un nivel de fuerza correspondiente a las necesidades nacionales en tiempo de paz, en base al cual los conscriptos serían dados de baja del servicio paulatinamente de acuerdo a su edad y tiempo en servicio, y los regimientos de reserva que habían sido movilizados volverían a su situación previa. Se les dio prioridad especial a aquellos miembros de las fuerzas armadas que por sus capacidades y educación serían vitales para la reconversión nacional a una economía de paz. Al cabo de ocho meses, casi setecientos mil argentinos volvieron a la vida civil, dejando a las fuerzas armadas con un total combinado de ciento cincuenta mil efectivos.
En cuanto a la estructura de tiempos de paz de las Fuerzas Armadas, la misma puso énfasis en las capacidades que requería la Real Armada Argentina para controlar las aguas en torno al Cono Sur y el Pasaje de Drake, y garantizar la protección de las vitales vías de comunicación marítima de las que dependía el comercio exterior del país y el respaldo logístico y material de las tropas argentinas estacionadas en el Viejo Continente en caso de que la incipiente “guerra fría” entre Occidente y la Unión Soviética se tornara caliente. Aunque la vasta flota de tiempos de guerra pronto fue reducida, lo que quedó fue una fuerza cohesionada, profesional y tecnificada centrada en dos portaaviones ligeros y capaz de hacer valer su peso en el Atlántico Sur sin el cada vez más tenue apoyo de la Royal Navy británica.
No se descuidó al Ejército, que abandonó su tradicional concepto de milicia territorial complementaria del Ejército Británico para convertirse en una verdadera fuerza profesional con abundancia de medios blindados y mecanizados, aprovechando las lecciones duramente aprendidas durante la guerra, mientras que la Fuerza Aérea aprovechó el auge de la propulsión a chorro para reinventarse como una fuerza militar altamente capacitada en misiones de apoyo a las fuerzas de tierra, transporte estratégico y defensa aérea.
La desmovilización económica se realizó a través de devoluciones de los materiales y propiedades incautados para usos militares, de la venta de propiedades y bienes adquiridos y producidos para satisfacer las necesidades bélicas y de la disolución de numerosas empresas y corporaciones constituidas para ayudar al esfuerzo de guerra. A excepción del material bélico que se conservaría para el servicio militar en tiempos de paz, lo que no pudo reconvertirse para usos civiles fue puesto en reserva, vendido al extranjero como rezago o desmantelado.
La repentina irrupción en la fuerza laboral de los soldados desmovilizados, de los trabajadores de las antiguas industrias de guerra y de las mujeres que habían sido movilizadas para colaborar con el esfuerzo bélico provocó una verdadera revolución en la economía nacional, una que al principio amenazó con romper el delicado balance necesario para la reconversión.
En tal sentido, el gobierno de Townsend propuso al Parlamento una ley que, en la línea de la “G.I. Bill” norteamericana, garantizara a los militares desmovilizados el acceso a la educación universitaria o técnica de su elección y un seguro de desempleo de un año máximo de duración. Esta norma, junto al plan nacional de viviendas que aprobó el Parlamento, demostró su validez rápidamente, ya que en los años inmediatamente posteriores a la guerra se produjo una explosión demográfica que convirtió a una gran cantidad de los desmovilizados en padres de familia.
En materia diplomática, Townsend dio un fuerte apoyo a las Naciones Unidas al tiempo que propiciaba la colaboración militar de la Argentina en la ocupación de Alemania y Japón. Además, este gobierno dio comienzo a un gran viraje en la política exterior argentina, al perseguir una relación cercana y cooperativa con la gran potencia emergente de la guerra, los Estados Unidos, en detrimento de los lazos históricos de la Argentina con el Reino Unido.
Dentro de estos lineamientos políticos, la Argentina se convirtió en parte fundadora del naciente sistema interamericano y de la Organización de Estados Americanos, y al producirse en 1950 la invasión de Corea del Sur por sus vecinos comunistas del norte, el gobierno argentino dispuso el envío de tropas para que se integraran a las fuerzas de las Naciones Unidas en la península coreana.
A pesar de este clima de vuelta a la normalidad, ya estaban puestas las bases para un cambio significativo en la política argentina. La guerra y las medidas de posguerra habían traído aparejados cambios sociales radicales, que iban desde la irrupción incontenible de la mujer en el mundo laboral hasta la explosión de natalidad y una expansión sin precedentes de la población con educación universitaria. Por más “retorno a la normalidad” que Townsend y su gobierno impulsaran, la sociedad argentina jamás volvería a ser lo que fue hasta 1939.
Los partidos tradicionales de la sociedad argentina eran conscientes de estos cambios y comenzaron a surgir nuevos liderazgos que con mayor o menor éxito, dependiendo de las resistencias internas que debieran enfrentarse. Si bien se produjo entre 1948 y 1950 un recambio generacional significativo en todos los partidos políticos, en ninguno de ellos fue tan estruendoso como en el Partido Laborista, quien encontró por primera vez a un líder tanto carismático y movilizador como capaz de ganarse el apoyo de otros sectores además de los que tradicionalmente seguían al partido.
A primera vista, nada tenía que hacer en la dirigencia del Partido Laborista un militar retirado; las fuerzas militares eran vistas por el laborismo clásico como herramientas opresoras de la burguesía, mientras que si había un partido al que los militares argentinos veían con recelo, era el mismísimo laborismo. Sin embargo, nadie pudo intuir lo que ocurriría en las elecciones internas del laborismo que se celebraron a fines de 1948.
En esas internas se enfrentó a la hasta entonces todopoderosa línea de Henry Dickmann una nueva agrupación cuyos fundadores eran en su mayoría antiguos militantes del Partido Cívico desencantados con la Coalición Nacional, pero cuyo personaje más llamativo y relevante era el brigadier Juan Sebastián Perón, recientemente retirado del Ejército Argentino.
Perón era un nombre familiar para la sociedad argentina por sus hazañas en la Segunda Guerra Mundial, primero al frente del tercer batallón del Real Regimiento Argentino y luego como comandante de la Quinta Brigada de la FEA en el frente italiano, destacándose particularmente durante los brutales combates de Monte Cassino. Aunque la guerra consagró a muchos líderes militares en el imaginario público, Perón era uno de los pocos que podía presumir de haber combatido en el frente en lugar de dirigir la guerra desde un cuartel general.
A su retorno a la Argentina, Perón fue destinado como representante militar del plan de desmovilización, para lo cual debió visitar prácticamente cada acantonamiento de tropas argentinas disperso por el mundo e informar a los miembros de las Fuerzas Armadas sobre las medidas que el gobierno había tomado para facilitar su reinserción en la vida civil. Fue en cumplimiento de estas tareas que Perón se convirtió en el rostro visible de la vida que les esperaba a los cientos de miles de argentinos de uniforme que serían desmovilizados.
Con sus posibilidades de ascenso reducidas a causa de la vasta reducción de las Fuerzas Armadas a niveles apropiados para una situación de paz, el brigadier Perón pasó a retiro en 1948 e inmediatamente entró en contacto con figuras del Partido Cívico. A pesar de su imagen favorable, Perón no logró hacer pie en el partido tradicional de la comunidad hispanoparlante, que por entonces experimentaba una feroz lucha interna motivada en parte por el legado de la Coalición Nacional. Sin desanimarse, Perón reunió en torno suyo a muchos jóvenes descontentos del Partido Cívico y los condujo a la disputa interna del Partido Laborista.
En las internas laboristas Perón obtuvo un triunfo resonante y completamente inesperado, que muchos atribuyeron a su perfil como héroe de guerra, a su presencia pública y a su cercano vínculo con los cientos de miles de combatientes desmovilizados, lo que contrastaba con el tradicional liderazgo laborista que encarnaba el anciano líder Henry Dickmann.
Con Perón al frente, el Partido Laborista dio un giro copernicano en su plataforma política. Atrás quedaron las antiguas proclamas socialistas, reemplazadas por un discurso ajustado a la clase media que surgía de la posguerra, y la histórica afinidad con la Unión Soviética, país hacia el que Perón y los “jóvenes turcos” que lo rodeaban sentían una profunda desconfianza. La ideología personal de Perón era más nebulosa y presentaba un pragmatismo feroz, pero en líneas generales tenía reminiscencias del ideario de Juan Manuel de Rosas: nacionalismo hispanoparlante (aunque atemperado considerablemente), tradicionalismo católico, una concepción estatista de la economía e ideas de corte más norteamericano que británico en lo político.
De cualquier forma, el nuevo rostro que Perón logró imprimirle al laborismo y su carisma personal fueron determinantes para que el partido prácticamente duplicara su caudal de votos en las elecciones generales de 1949. En esos comicios el laborismo continuó ocupando el tercer lugar, pero estaba a sólo ocho escaños del Partido Cívico y había logrado impedir que el Partido Nacional obtuviera una mayoría por derecho propio, lo que forzó al nuevo líder nacional, Geoffrey O’Donnal, a labrar una difícil alianza con el Partido Conservador para poder convertirse en Primer Ministro.
La gestión de O’Donnal estuvo plagada de problemas desde el primer día. No sólo debía enfrentar a la formidable presencia de Perón en la oposición, sino que su propia coalición con los conservadores se vio dificultada por la reticencia de estos últimos hacia las políticas sociales puestas en marcha por el gobierno de Townsend. Las arduas negociaciones para la conformación del gabinete fueron sólo el comienzo de una compleja y difícil relación entre los dos socios de la coalición de gobierno.
Fue por decisión de O’Donnal que la Argentina envió tropas a la guerra de Corea, lo que Perón aprovechó para presentar al Primer Ministro como un belicista que no comprendía el deseo de paz de la sociedad argentina tras la Segunda Guerra Mundial, y mostrar al laborismo como un partido adecuado a los anhelos de la generación de posguerra.
El gobierno del Partido Nacional también debió lidiar con una brusca desaceleración de la economía a comienzos de 1950, una vez que el efecto de la readaptación a una economía de tiempo de paz quedó en el pasado y se acercaba el momento de pagar los considerables empréstitos contraídos durante la guerra. Esta compleja situación, sumada a los perjuicios provocados por una tasa de inflación que se mantenía constante desde el final de la guerra, erosionó la confianza de la ciudadanía en la capacidad de gestión del Partido Nacional.
O’Donnal no sólo debió enfrentar el desafío opositor, sino también las tensiones en la alianza con los conservadores e incluso el surgimiento de liderazgos alternativos dentro de su propio partido. Conforme el equilibrio de fuerzas en la Cámara de Representantes se tornaba más inestable, el programa legislativo del gobierno de O’Donnal sufrió trabas y demoras de todo tipo, llevando la situación del gobierno a un punto insostenible.
El final de la breve y vertiginosa agonía de Geoffrey O’Donnal llegó el 5 de marzo de 1951 cuando, con el voto de laboristas, cívicos y numerosos nacionales y conservadores disidentes, la Cámara de Representantes rechazó un proyecto para aumentar los aranceles a las exportaciones. En una repetición de las circunstancias que llevaron a la caída del gobierno de Hipólito Irigoyen 29 años antes, O’Donnal no tuvo más alternativa que acatar la tradición constitucional que fijaba que el rechazo parlamentario a un presupuesto o a una medida impositiva equivalía a un voto de censura contra el gabinete, al que se debía responder o presentando la renuncia o disolviendo el Parlamento y llamando a nuevas elecciones.
La decisión de O’Donnal fue disolver el Parlamento y convocar a elecciones anticipadas para el 28 de abril de 1951. La campaña de ese año fue el opuesto completo de la de 1945 y está considerada como una de las más agrias y conflictivas de la historia argentina, con ataques e idas y vueltas entre los candidatos que superaban cualquier tipo de respeto previo. Conforme se acercaba la fecha de las elecciones y crecía el laborismo, O’Donnal y el Partido Nacional actuaban con mayor nerviosismo, lo que les hizo cometer gravísimos errores como insinuar que Perón tenía simpatías nazis; en una respuesta que algunos dicen que le hizo ganar la elección y desacreditar por completo a O’Donnal, Perón mostró ante las cámaras las heridas que recibiera en Monte Cassino, explicando que los agujeros de bala eran “lo único nazi” que tenía en su cuerpo.
Los resultados de las elecciones fueron categóricos: el Partido Nacional había quedado tercero en cantidad de bancas, mientras que los conservadores apenas pudieron mantener un tercio de los escaños previos a la elección. Aunque no obtuvo suficientes bancas para alzarse con una mayoría absoluta, el Partido Laborista de Perón podía contar con el respaldo del Partido Cívico para tener un control indiscutido de la Cámara de Representantes. En el Senado, en cambio, la relación de fuerzas era más equilibrada, lo que le daba a nacionales y conservadores la posibilidad de complicar los planes del nuevo gobierno.
El 1 de mayo de 1951 el brigadier Juan Sebastián Perón fue juramentado como Primer Ministro de Argentina, convirtiéndose en el primer laborista en ocupar el máximo puesto del gobierno nacional.
* * *
Continúa el próximo martes.
Etiquetas: Historia alternativa, Ucronías
2 Comentarios:
Hello, Prime Minister!
Eso te pasa por invocarlo, jajaja... querías Perón, ahí tenés Perón...
Publicar un comentario
Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]
<< Página Principal