sábado, 31 de octubre de 2009

Matrimonios y algo más

Ahora, como si no tuviéramos nada de qué ocuparnos en la Argentina, anda dando vueltas un proyecto para legalizar el matrimonio homosexual. Porque si algo sirve para sacar adelante a un país, es adoptar lo último en modas progres.

De paso, me sirve para hacer algunos comentarios al respecto, pero antes de empezar, quiero dejar bien claro desde donde parto.

Soy católico apostólico romano, de misa semanal, confesión no tan habitual como debería y de los que hacen la Señal de la Cruz cada vez que pasa frente a una parroquia. Creo en la existencia de un Dios como principio del Universo y creo que las enseñanzas de la Iglesia Católica son verdaderas. No seré ni por mucho un ejemplo de lo que debe ser un buen cristiano católico, pero ahí estoy.

Y por tanto, creo que el matrimonio es una institución sagrada, ordenada al establecimiento de una familia, y que sólo puede ser constituida por un hombre y una mujer que deciden libremente unirse y establecer una vida en común de manera perpetua. Naturalmente, cada religión tiene su propia concepción de lo que es un matrimonio, e incluso los que no sostienen fe religiosa alguna tienen una visión personal del mismo tema.

Partiendo de la base de que la sociedad en la que vivimos incluye a los practicantes y creyentes de varias religiones, y a los que no sostienen ninguna, creo que es claro que no tengo ningún derecho a exigir que los que no constituyen mi grupo religioso adopten sus principios, a menos que ellos por propia voluntad decidan hacerlo, y tampoco tengo derecho a exigir que el Estado intervenga para impulsar mis ideas religiosas, o la falta de ellas si fuera ateo.

De ahí se desprende que la neutralidad religiosa y la separación entre religión/no religión y Estado es el único principio que debe tener una sociedad política en lo referido a asuntos de fe, excepto cuando se trate de evitar la persecución a miembros de una comunidad religiosa o la violencia sectaria. Al Estado no le corresponde en absoluto imponer principios religiosos, sean éstos tomados de una religión existente o establecidos por el propio Estado.

Ya hablamos de la Iglesia y el Estado, ¿y el matrimonio? No soy abogado, pero afirmo esto: en la medida en que es un acuerdo libre y mutuamente consentido para convivir, con mutuas responsabilidades personales, legales y económicas desprendidas del mismo, podemos afirmar que en su constitución, formación y ejecución es un acto completamente privado y exclusivo de las partes.

En suma: casarse es una decisión que se toma entre los dos contrayentes. Punto. Incluso el Catecismo de la Iglesia Católica (para ponerles un ejemplo) lo ilustra claramente: "(l)os esposos, como ministros de la gracia de Cristo, manifestando su consentimiento ante la Iglesia, se confieren mutuamente el sacramento del matrimonio." No es el sacerdote quien casa a los novios, son ellos mismos los que se casan. El sacerdote sólo bendice.

Termino la digresión. Volviendo a la cuestión principal, sostengo entonces que la definición de la institución social matrimonial que debe adoptar la sociedad respetando la neutralidad religiosa se compone de dos partes esenciales y una tercera parte opcional:
  1. Una libre decisión de dos personas adultas de unirse y vivir en común, en los términos que ellas mismas fijan,
  2. con consecuencias legales y económicas derivadas del contrato celebrado,
  3. y que puede recibir la bendición de una institución religiosa.
El primer elemento de la definición es exclusivo de las personas que eligen casarse. En el sentido más elemental de la cuestión, la decisión de vivir en común no tiene absolutamente nada de distinto que la de constituir una sociedad comercial. Sólo las partes pueden decidir que están casados (siempre que haya libre consentimiento y voluntad), no le toca a nadie más decir que el acto fue real.

El tercer elemento, como creo que queda claro, es algo que hace a los propios contrayentes en la medida en que suscriban una fe religiosa. Si la tienen y desean casarse según el rito de su fe, es asunto estrictamente de ellos.

Al Estado le queda, en mi opinión, ocuparse única y exclusivamente de las consecuencias legales y económicas de la unión. Es decir, de la propiedad común, de la división de bienes en caso de ruptura del contrato matrimonial, y de la verificación del cumplimiento de las obligaciones libremente consentidas al momento de celebrar el contrato matrimonial.

¿A qué quiero ir con todo esto? A que al Estado no le compete en absoluto definir qué es o qué no es un matrimonio, porque quienes lo celebran y deciden vivir son los que eligen hacerlo bajo la definición de matrimonio con la que más estén ambos de acuerdo. El matrimonio civil, base de todo este maldito problema, es otro ámbito más en el que el Estado decide jugar a ser Dios y a imponer definiciones cuando no tiene por qué hacerlo en absoluto.

En el sistema matrimonial actual, hay que acomodar la unión matrimonial no sólo a lo que acuerdan las partes y a lo que las instituciones religiosas sostengan (si se las decide incorporar al asunto, que es una cuestión de voluntad libre), sino atarse a los dictados de una definición completamente innecesaria tomada por una institución que nada tiene que hacer ahí. Al Estado lo creamos para que sostenga nuestros derechos, no para que haga de Roberto Galán.

Repito: el Estado no tiene por qué sostener una definición de matrimonio siendo que decidir qué clase de vida en común quieren adoptar es una cuestión de exclusiva responsabilidad de los contrayentes. No debería haber más intervención estatal en la cuestión matrimonial que la que se le impone a las sociedades comerciales o de otro tipo para definir qué forma parte de su patrimonio común.

Si yo me caso, será un asunto exclusivo de mi futura esposa y de mí, y de Dios y la Iglesia porque nosotros aceptamos que formen parte del asunto. Yo me casaré de acuerdo al rito católico, las otras confesiones cristianas, los judíos, musulmanes, budistas, zoroastrianos y mormones lo harán según los suyos. Los ateos y agnósticos harán fiestas o lo que mejor les venga en gana cada quien según su propia y aceptada definición de matrimonio.

Y si dos homosexuales quieren ir vestidos los dos con traje blanco de novia y casarse, me importa poco y podría llegar a importarme menos; religiosamente diré que es un asunto que es sólo entre ellos y Dios, socialmente diré que no es asunto mío y que como adultos son libres para hacer lo que les parezca siempre que no jodan a los demás, y políticamente diré que lo único que le tiene que interesar al Estado es que paguen sus impuestos, cumplan las obligaciones legales y económicas que se desprenden de su caracter societario, y no acaben hiriéndose o matándose.

En suma: no creo que el matrimonio civil deba comprender a los homosexuales porque no creo que el matrimonio civil deba siquiera existir. El matrimonio es lo que las dos partes quieren que sea, y lo que las religiones bendicen en todo caso. Nada más.

Para mí no se trata de ampliar el matrimonio a los homosexuales o no. Para mí, la cuestión pasa por expulsar completamente al Estado de un área en la que no tiene nada que hacer, y en la que, como suele pasar cuando el Estado se mete en lo que no le incumbe, su intromisión termina por crear más problemas que los que eventualmente puede resolver.

sábado, 24 de octubre de 2009

Bienvenidas las armas

Esta semana tenía pensado escribir un post de un tema radicalmente distinto, pero ayer surgió algo que me hizo cambiar radicalmente el ángulo de la presente nota sabatina.

Como la semana pasada, les pediré que si tienen ganas de ir a tomar algo, vayan ahora, pues esto va para largo.

Verán, dando vueltas por un foro encontré un enlace que me hizo recalar en una columna del diario Crítica en donde cierto comentarista de tupido y curioso bigote proponía que las Fuerzas Armadas fueran disueltas por ser, en su progresista opinión, un "parásito arcaizante", entre otras cosas.

Repetía el señor todos los lugares comunes de aquella postura: que no hay guerras, que si las hay, no podríamos hacer nada contra las grandes potencias, que son un gasto innecesario cuando hay prioridades sociales, que siempre sirvieron para defender a "los ricos" frente al pueblo, etcétera, etcétera, etcétera. Aunque debo confesar que le encontró una vuelta novedosa y hippie al argumento, al sostener que disolver las FF.AA. es bueno porque "nada te legitima tanto frente a una situación de conflicto como no querer ningún conflicto".

Leer el artículo me llevó a pensar en la nota de hoy, en la que voy a defender la necesidad de las Fuerzas Armadas. En honor a la necesidad de exponer razonablemente la cuestión, haré el intento (ciertamente difícil para mí) de evitar los insultos hacia el autor del artículo original y a las ideas que sostiene, aunque al referirse a los combatientes de Malvinas como "una banda de inútiles mal preparados y peor equipados" incapaces de "abollar siquiera la carrocería de uno de los ejércitos potentes de este mundo" se ha hecho acreedor a todos los insultos habidos y por haber, no sólo por la falta de respeto por quienes dieron la vida por este país de ingratos, sino por el supino y absoluto desconocimiento de la historia que esa frase destila.

Le bastaría abrir cualquier libro sobre Malvinas para descubrir que la carrocería británica necesitó mucho tiempo en el chapista después de la guerra, mucho más que lo que ellos pensaban.

Pero en fin, de regreso al tema. Quiero arrancar con una pregunta para los lectores que puedan conducir o ser dueños de un auto: ¿Para qué necesitan el seguro del automóvil?

En serio, ¿para qué lo necesitan? Supongo que todos ustedes han de ser conductores prudentes, no unos locos que van a jugar al Need for Speed en el microcentro. Ninguno de ustedes es tan loco de querer chocar y matar a alguien, ¿verdad? Y si eso es verdad para ustedes, también ha de serlo para cualquier bien parido que conduzca como ustedes, ¿no? En ese caso, ¿para qué gastar alrededor de doscientos pesos por mes por un servicio que no necesitan, ya que ustedes no quieren ni van a chocar a nadie, y nadie decente los va a querer chocar a ustedes?

La respuesta es simple: porque los choques, a pesar de las mejores intenciones, ocurren. Porque no importa qué tan cuidadosos y prudentes seamos, basta con que el otro tipo piense que alcanza a cruzar antes de que el semáforo se ponga rojo, o que no vea bien antes de doblar la esquina, o que se distraiga cinco segundos para provocar una tragedia. Y cuando digo "el otro tipo" también hablo de ustedes.

¿Quién tuvo la razón o no? No importa. Lo que importa es que hubo una tragedia. Y que después hay que recuperarse, sea para pagar un nuevo auto, el auto de otro, o las costas judiciales.

Salvando las distancias de escala y de situación, siempre presentes en una analogía, la misión elemental de las Fuerzas Armadas no difiere de la del seguro del automóvil: ser el reaseguro que un Estado tiene de no sufrir pérdidas excesivas en el caso excepcional de una guerra internacional, con el agregado de que su existencia es un elemento que puede disuadir a un potencial agresor de emplear la violencia en contra nuestra.

La utilidad de las Fuerzas Armadas, como la del seguro del automóvil, o el seguro de incendio, o la de los mismos médicos por poner otro ejemplo, se verá únicamente cuando surja la circunstancia extraordinaria para la que todos esos instrumentos y profesiones fueron concebidos.

Claro, al igual que el seguro del auto, qué tipo de "cobertura" necesitamos de las Fuerzas Armadas dependerá de las necesidades e intereses nacionales. Así como una persona que saca el auto sólo para llevar a los chicos a la escuela no paga el mismo seguro que el que vive en las rutas de un lado a otro del país, no necesitarán la misma cobertura de defensa un país que aspira a ser potencia regional o mundial, y un país que busca apenas garantizar su propia seguridad. Los países que eligen no tomar una póliza militar lo hacen porque se resignaron a no ir por la calle en sus propios vehículos.

Los conflictos siempre existen y seguirán existiendo siempre que dos personas o grupos que sostengan objetivos e intereses mutuamente contrarios se crucen entre sí y sostengan la validez de su propia postura por sobre la del otro; la guerra es sólo el grado más extremo, tanto en escala como en intensidad, de un fenómeno en cuyo otro extremo están cosas tan tontas como discutir qué vamos a cenar esta noche.

Pretender declarar como inútiles a las Fuerzas Armadas porque "no hay guerras" es negar la posibilidad de la excepcionalidad sólo porque no se da todos los días. Culpar a las Fuerzas Armadas de la existencia de la guerra es igual a culpar a los sweaters por la existencia del frío.

Hay una gran divergencia entre la realidad de la guerra y la analogía con el seguro del automóvil, que de paso me servirá para refutar otro argumento comúnmente utilizado en estos casos. En la analogía del seguro, supusimos previamente que nadie quiere provocar un accidente. En la realidad de los conflictos internacionales, hay gente que quiere provocar guerras, sea por motivos religiosos, económicos o simplemente para distraer los problemas del frente interno.

Esa gente no actúa según la racionalidad que nosotros, cómodos occidentales, podemos tener, esa que nos dice que los conflictos se resuelven con diálogo, negociación y acuerdo; como la meta que se fijan estos seres no puede alcanzarse mediante los mecanismos racionales que empleamos, apelar a esos mismos mecanismos para detenerlos es un ejercicio inútil y trágico. La razón es sencilla: el ser humano no es una criatura racional.

¿Se puede parar con negociaciones y sanciones de la ONU a un loco musulmán que sueña con imponer el Califato Global a como dé lugar? ¿O a un enfermo que sueña con la superioridad racial de su nación por sobre todas las demás? ¿O a un ideólogo trasnochado que se ve a sí mismo como redentor de un continente frente al "imperialismo"? ¿Se pueden aplicar consideraciones de "pérdidas insostenibles de vidas y propiedades" a quien está dispuesto a sacrificar su propia vida, o peor, las de sus conciudadanos, en nombre de una causa?

La negociación, el diálogo y el acuerdo sólo son factibles y posibles cuando las dos partes tienen metas entre las que puede existir acuerdo y para las que la cooperación sea una vía factible. En todos los demás casos, ninguna negociación podrá tener éxito sin el uso, o la amenaza del uso, de la fuerza. Los tratados son válidos por sí mismos cuando todos les reconocen validez, pero cuando uno saca el pie del plato de manera consciente, el papel firmado no lo va a detener. Pregúntenles a los Kirchner y a todos los acuerdos que violaron por sus intereses.

¿Les parece que peco de paranoico? Pregunten cuántos conflictos pudo detener la ONU con la sola fuerza de sus sanciones, sin la amenaza implícita del uso de la fuerza detrás. La respuesta es tan deprimente como las el estado actual de las propias Naciones Unidas.

¿La "evolución humana" va a resolver este problema? Después de seis mil años de historia, todavía no podemos evitar que una persona codicie tanto lo que tiene otra como para arrebatárselo por la fuerza. O hacer que dos hermanos dejen de pelear por idioteces. Si no podemos resolver eso, menos vamos a pretender resolver los grandes problemas de la raza humana.

Me fui en esa explicación para demostrar que el conflicto es una realidad de la naturaleza humana, que puede variar en intensidad y escala desde la discusión interpersonal hasta el enfrentamiento violento internacional, que las motivaciones y comportamientos de las partes no necesariamente son racionales y que los instrumentos de solución y disuasión que no apelan a la fuerza sólo son válidos en situaciones donde los actores se comportan racionalmente.

En ese contexto, prescindir alegremente del seguro de riesgo de un Estado como propone el autor es un comportamiento suicida en extremo, pues presupone que las cosas "van a salir bien" por la "racionalidad" y buenas intenciones del ser humano.

Hay otras razones para mantener Fuerzas Armadas: la asistencia a la comunidad en caso de desastres, y la acción en favor de la política exterior de un país. No por nada el instrumento militar es, según una definición legal argentina, "el brazo armado de la política exterior". Los países que tienen peso en los asuntos mundiales no son los que se contentan con dar discursos de vez en cuando (como Argentina), sino los que ponen sus recursos en juego, sean éstos dinero, productos o personal militar en misiones de paz o de mantenimiento del orden.

Pocas cosas muestran mejor la decisión y la voluntad de ser parte de la comunidad internacional que estar dispuesto a enviar fuerzas armadas cuando sean necesarias. Pocas cosas muestran mejor la irrelevancia y la hipocresía de un Estado que declamar la paz mundial y el respeto a los tratados sin estar dispuesto a hacer valer ese compromiso con la fuerza si hace falta.

¿Disolver las Fuerzas Armadas? Una pretensión inútil, ilusa e ignorante de la realidad mundial, de la naturaleza humana y del sentido común, factible sólo en la paz y seguridad que da el vivir con la cabeza dentro de una maceta, soñando que la maldad, la ambición y la irracionalidad no existen sólo porque no queremos verlas.

"Si vis pacem, para bellum". "Si quieres la paz, prepárate para la guerra", decían los romanos. Para vivir en paz, es necesario estar preparado para defenderse contra aquellos que están dispuestos a turbar esa paz en favor de sus intereses. Una verdad tan válida hoy como en tiempos de los romanos.

Sepan por favor disculpar la extensión de esta nota y el ocasional agravio que se me escapó, pero este tema es uno que me interesa en grado sumo y que quería poner por escrito alguna vez, sólo que ahora el Tincho bigotudo me dio la oportunidad perfecta.

Hasta la próxima.

sábado, 17 de octubre de 2009

Merecer la República

Paciencia, por favor. Si necesitan tomar algo, vayan y vuelvan.

Aprovechando que hoy se celebra un nuevo aniversario de esa especie de "Putsch de la Cervecería" a la argentina que conocemos como "Día de la Lealtad", quería compartir con ustedes unas reflexiones que estuve madurando, que sin estar relacionadas con la efemérides pochista que conmemoramos hoy, considero tan deprimente como el hecho de que todavía tengamos entre nosotros una copia (en calidad borrador light, pero copia al fin) del fascismo.

Verán, había una época en que, en mi inocencia y esperanza, todavía creía que había límites que la clase política no podía cruzar sin arriesgarse a una brutal e inmediata reacción de indignación colectiva. No sé por qué pensaba eso. Quizás se deba a que empecé a tomar conciencia de la política allá por el segundo mandato de Menem, cuando las denuncias de corrupción eran cotidianas, la percepción de los abusos del poder estaba bien difundida, y realmente era posible pensar en combinar crecimiento y modernización (que se le reconocían al Turco) con respeto por la Constitución y las leyes (que se le reclamaban diariamente).

Cuando se fue el Turco, momento que muchos festejamos en aquel entonces (hasta los mocosos acneicos e inconscientes de 15 años como yo los tenía en diciembre del '99), no podíamos imaginarnos las cosas que vendrían después y que nos harían a muchos extrañar al célebre patilludo riojano.

¿Un racconto? Corralito, doble golpe de Estado civil, corralón, pesificación, devaluación, CER, piqueterismo, alineación con la zurda más demente del continente, concentración de poderes en el Ejecutivo, reescritura de la historia, aniquilación de las autonomías provinciales, hostigamiento a la oposición y la prensa, feudalismo familiar, "retenciones" confiscatorias, multimedios oficialistas, capitalismo de amigos, tramoyas electorales, candidaturas testimoniales, cambios de distritos, superpoderes, decretismo, desplantes al por mayor, revanchismo, resucitación de "esa gloriosa cegeté", borocotización a diestra y siniestra, el desplante elevado a política oficial, insultos por cadena nacional...

Seguro que me faltaron unos cuantos, pero bueno, van teniendo una idea.

Tan bajo estábamos (y estamos) cayendo que mi esperanza era ver en qué momento llegábamos al límite. Cuándo íbamos a bajar tanto en el pozo hediondo del kirchnerismo que sus prepotencias iban a provocar una reacción devastadora en su contra.

Pensé que ese momento llegó durante el conflicto del campo. Tenía todos los ingredientes correctos: una medida abusiva e injustificable, una reacción sectorial primero y social después en defensa del derecho de propiedad, y una contención institucional impecable y necesaria para los abusos del poder oficial. Después de esa madrugada alucinante del "voto no positivo", se podía pensar que habíamos dado vuelta la página.

Claro, mantener una esperanza en que este país aprenda es tan inútil como mantener una jubilación sin que te la afane la ANSeS, de modo que la realidad tuvo que dar las cachetadas de Aerolíneas, la estatización de las jubilaciones, la guerra de baja intensidad contra el campo, el adelantamiento de las elecciones, el cambio de distrito del Néstor, las candidaturas testimoniales y la fantochada de la efedrina antes de la noche gloriosa del 28 de junio, cuando pudimos ver al Néstor desencajado y con espuma en las comisuras escupiendo que había perdido "por dos puntitos nomás".

¿Estoy explayándome demasiado? Un poco de paciencia, por favor. Ya voy a llegar.

Ya no podía haber otra. Le habíamos ganado la elección a la tiranía constitucional más burda y evidente desde que el propio Pocho Perón llegó a la Rosada. A partir de entonces tenía que comenzar el desbande, la retirada. En la cabeza mía se sucedían retazos de "La Caída" en donde le ponía la cara del Néstor a Hitler y de la Kretina a Eva Braun... porque el clima de fin de reinado se olía en el horizonte.

¿Y qué pasó? Diálogo trucho. Borocotización a diestra y siniestra... otra vez. Extensión de los superpoderes.

Y la frutilla del postre: la Ley de Medios.

Si Carlos hubiera intentado hacer todo esto, o siquiera una de esas cosas, después de las elecciones del '97, le hubieran pegado un voleo en el toor como le hicieron a Fujimori.

Lo más descorazonador de todo el asunto no fue que hubieran aprobado la ley: de los Kirchner y de nuestros representantes moralmente ineptos del Congreso se puede esperar cualquier cosa. Lo descorazonador fue la completa impasibilidad de la sociedad y la complicidad de otros cuantos. ¿No le importaba a nadie que la democracia se estuviera yendo al carajo de la mano del derrotado en las elecciones?

Fue un par de días después de la aprobación de la ley que verdaderamente caí en la cuenta de lo terrible.

No era que no le importara a nadie que la democracia argentina se estuviera yendo a la mierda. Lo que no le importaba a nadie era la mismísima democracia argentina.

¿No me creen? Agarren al azar en la intersección de Corrientes y Florida a un argento común y silvestre y pregúntenle qué es una democracia. De seguro les dirá que es "el gobierno del pueblo" o "de la mayoría", o a lo sumo "el sistema donde elegimos a los que gobiernan". No se preocupen en preguntarle qué es "república"; lo seguro es que les diga que es el eufemismo usado para no decir "la reputa que los parió", así como "la conferencia" camufla "la concha de la lora".

Semejante concepción de la democracia y de la república es de un cretinismo cívico insuperable. Y es la raíz de lo que nos pasa.

Verán, vivir en una república no es para ovejitas. Sostener la división de poderes no es para gente con déficit de huevos. Ser un ciudadano no es solamente la condición a la que se alcanza si se llega vivo y con 37º de temperatura a cumplir 18 años (tema que da para otra apasionante discusión). El ejercicio de la responsabilidad cívica no es para superados que cada dos años van a las puteadas a las escuelas a poner su sobre en la urna y creen que con eso "debería ser suficiente".

Construir un poder legítimo y a la vez contenerlo para que no arrase con la vida, la libertad y las propiedades de las personas es un ejercicio constante, interminable y agotador que no puede cerrarse solamente cuando se hace el recuento de los votos. Implica vigilar permanentemente a nuestros "representantes" y meterles el temor de Dios a lo que les pueda pasar si se atreven a desviarse de la Constitución. Significa mantenerse informado, ser responsable ante uno mismo primero y ante la sociedad después, y luego elegir con conciencia y castigar con el voto cuando es necesario.

La república es inconciliable con el feudalismo y es enemiga mortal del caudillismo. Una república sólo es tal cuando sus ciudadanos se dan cuenta de que la prosperidad está primero en sus propias manos y en las instituciones, y jamás en las de un simpaticón que te sonríe cuando te pide el poder absoluto.

¿Ven algo de eso en la sociedad argentina, salvando honrosas excepciones? No. Todos se dan por bien servidos yendo a votar cada dos años, lo que para ellos es el límite absoluto de la ciudadanía. Lo demás, vigilar a los representantes y cuidarse de los abusos, es demasiado para ellos. Excede sus capacidades. Los llena de miedo primero por el clima de pozo ciego que tiene la política argentina, y segundo porque los aterra hacerse cargo de las cosas y de sus responsabilidades por lo que le pasa al país.

De ahí viene esa reacción inevitable, catártica y esquizofrénica, tan repetida que ya cansa, que tiene la sociedad de comportarse frente al poder como si hubiera bajado de un plato volador en lugar de subir por el voto ciudadano.

La libertad no es para los cobardes. El gobierno republicano y el sistema democrático no son derechos humanos como nos baten el parche todos los días; son privilegios que se conquistan con sangre, sudor y lágrimas. Deben ser merecidos para poder ser disfrutados, y una sociedad caudillista, rencorosa, cerrada y sobre todo completamente irresponsable como la Argentina dista mucho de merecer un sistema político que por otro lado no le interesa defender.

El gobierno republicano y el sistema democrático son para adultos que se saben mantener a sí mismos primero y que por eso tienen toda la autoridad para decidir cómo se han de administrar los asuntos comunes. La democracia a la argenta es un país de niños donde todos esperamos que papá Estado nos trate bien porque solitos no podemos.

En un país de adultos, la primera reacción ante un problema es "¿Qué podemos hacer?". En un país como Argentolandia, poblado de menores y mayores de edad que padecen idéntico pendejismo e inmadurez, la reacción automática es: "¿Por qué el Estado no intervino?".

Los amigos de El Opinador Compulsivo tienen una frase que debo confesar que me llena de depresión cada vez que la leo. Cada vez que se produce un nuevo abuso institucional, dicen: "Les encanta vivir así". Cada vez que la leo, siento la necesidad de buscar pruebas en contrario, pero como inevitablemente vuelvo con las manos vacías, cada vez me convenzo más de que es así.

Nos encanta vivir así.

Una vez, hablando con una compañera de estudios norteamericana, comparé a la Argentina con una mujer golpeada: tanto abuso ha hecho que ambas dejen de resistirse a futuros atropellos. Ahora siento que la comparación debe actualizarse, y no precisamente para bien.

La Argentina es más que una mujer golpeada: es una verdadera adicta al abuso, como aquellas pobres mujeres que se mueven en los infiernos de la sociedad a fuerza de palizas, droga y prostitución. Golpeada una y otra vez por quienes tenían la responsabilidad de cuidarla y hacerla respetar, drogada hasta el tuétano por la cultura estatista al punto de no poder sostenerse sola, la sociedad argentina se abraza a un caudillo prometedor y lo soba cuando las cosas van bien, aunque es inevitable que el cafishio de turno acabe fajándola más y humillándola de nuevas maneras.

Eventualmente la adicta se harta y manda al abusador a la mierda, pero no comprende la raíz del problema: no entiende que no se trata de que este o el anterior la hayan fajado y maltratado, sino de que ella busca ese abuso porque busca la "felicidad" que viene de no saber mantenerse por su cuenta. Ni hablemos de afrontar la adicción y someterse a la desintoxicación brutal que hace falta.

Así, ella acabará vagando en las calles por algunos días hasta que encuentra al próximo hijo de puta que la seducirá con algunas palabras lindas y más falopa estatal, y nuestra adicta se le colgará de los hombros, un poco más hecha mierda con cada nueva repetición del ciclo.

Y así sigue recorriendo el camino de la seducción pedorra y de los bifes, siempre soñando con el día en que encuentre a "alguien que nos saque de esto", persona que nunca llegará porque debe ser la propia sociedad quien se saque a sí misma adelante, y que después encomiende a gente responsable la gestión de sus asuntos, haciendo pender sobre ellos la espada de Damocles del voto castigo y de la sanción judicial por sus actos ilegales.

Cuando veo que la única pregunta que se hacen todos ante el ocaso de los Kirchner es "¿quién va a venir?" o "¿cuándo va a aparecer alguien que gobierne bien?", cuando nadie se plantea cómo evitar que el Congreso deje de ser no ya una escribanía sino un puticlub de cuarta y se convierta en un Poder de la República, cuando nadie concibe otra salida para la justicia que no pase por "rajar a todos los jueces", no me hago muchas ilusiones sobre el futuro que nos espera. Llámese Cobos, Macri, Duhalde o Mongo Aurelio, lo único seguro es que así seguiremos yendo para atrás, sin aprender.

No aprendemos nada porque seguimos viendo el problema equivocado. El problema verdadero somos nosotros. Y enfrentarnos a nuestros propios vicios es mucho más duro que verlos en los demás.

Perdón por el largo y hasta la próxima.

sábado, 10 de octubre de 2009

Hijos del fascismo

El fascismo, leí en cierta ocasión, es el paraíso de los mediocres.

El fascismo toma a los resentidos, a los fracasados y a los que por cualquier razón no encuentran su lugar en una sociedad no-fascista. Los lúmpenes, dirían los zurdos. Les da una justificación de su fracaso que siempre recae en la conspiración o maldad de los otros, en lugar de llamar a la reflexión y ofrecer una oportunidad para formar parte de la sociedad. Les promete poder y reivindicación, lo que es una forma encubierta de decir que les va a dar las herramientas para el revanchismo. Les cuenta una historia de buenos y malos, que despreciaríamos por simple y trillada si fuera el argumento de una película, pero que siempre consigue fanáticos cuando se la traspasa a la política.

Vean por ejemplo los adláteres de Hitler, ninguno de los cuales se caracterizaba por ser una luminaria o exitoso más allá de triunfos modestos y circunstanciales: el retardado de Rudolf Hess, el sociópata Reinhard Heydrich, el deforme Joseph Goebbels, el medroso Heinrich Himmler, el pornógrafo Julius Streicher, el desenfrenado Hermann Goering y tantos otros, todos ellos una colección de detritos humanos signados por la mediocridad, el fracaso y el resentimiento.

En una sociedad civilizada, bastante les hubiera costado a ellos no morir de cirrosis en un hospital público; en el paraíso resentido y vengativo del nazifascismo, esa colección de fracasados se dieron el lujo de vestirse con uniformes imponentes y ser señores de la vida y propiedad de millones.

En la Argentina, que se caracteriza por ser siempre una caricatura pedorra de cuanta ideología perversa anda dando vueltas, tenemos al fascismo de entrecasa que llamamos "peronismo". Los elencos estables del peronismo no padecerán las degeneraciones y perversiones de los nazis, pero comparten con aquellos personajes su mediocridad exasperante.

El resentido y el fracasado se siente en su casa en la Argentina peronista, cuya mascota nacional es aquel perro del hortelano que ni come ni deja comer al amo, que prefiere el fracaso ajeno al éxito propio sólo para darle un triunfo a su resentimiento, que vive del lloriqueo tanguero sobre la pobreza con la secreta esperanza de vivir de la limosna, que en lugar de trepar para salir del pozo se dedica a agarrar de los talones a los demás para que caigan con nosotros y que en lugar de analizar sus comportamientos para buscar errores solucionables prefiere creer que las cosas salen mal porque no nos quieren o porque los presidentes de EE.UU. desde Lincoln en adelante se levantan a las cuatro de la matina para ver cómo cagar a la Argentina.

Sin el peronismo en su cepa kirchnerista, mitología del revanchismo como pocas, es inexplicable el éxito y el poder que acumulan ignorantes como Luis D'Elía, matarifes como Aníbal Fernández, exponentes lombrosianos como Rudy Ulloa, víboras acomodaticias como Miguel Ángel Pichetto, alcohólicas como Nilda Garré, mafiosos como Hugo Moyano y bestias primitivas como Guillermo Moreno.

Piensen en esas figuras y en el resto de la corte real del cualquiercosismo kirchnerista. Imagínenlos en un país medianamente normal; no les hablo ya de Estados Unidos o Alemania sino de nuestros vecinos uruguayos o chilenos. En ninguno de esos países podrían aquellos sátrapas aspirar a participar siquiera de una cooperativa escolar, no hablemos ya de la gestión política en cualquiera de sus formas.

Pero ninguno más que Néstor Kirchner. Sólo en la Argentina peronista puede un hombre violento y psicópata como Néstor Kirchner, triste y pequeño gobernador de una triste y pequeña provincia, hombre tan limitado en sus capacidades intelectuales como inescrupuloso en sus comportamientos, alcanzar a convertirse en el amo y señor de cuarenta millones de personas.

Hasta Juan Manuel de Rosas tenía tras de sí éxitos militares y económicos antes de convertirse en el proto-Kirchner del siglo XIX. Hasta Juan Domingo Perón tenía ciertos méritos militares y una inteligencia y sagacidad por encima de la media.

Kirchner no. Quizás está convencido de que sabe y que le gana a los expertos, pero es tan pobre de ideas que habría que hacerle una colecta "más por menos" para que entienda lo que lee en el manual Kapelusz. No ve más allá de dos o tres semanas, y parece incapaz de comprender el concepto de "consecuencias a largo plazo".

Sus ideales, aquellos que prometió no dejar en la puerta de la Casa Rosada, son módicos y fácilmente canjeables; si las circunstancias lo apremian, sus principios tendrán la consistencia del proverbial pedo en la canasta. De vivir de los honorarios de la Circular 1050 y de hacer barrios y bases para ganar el voto militar en la despoblada Santa Cruz pasó a ponerse el pañuelo de Bonafini y a basurear a los militares para conquistar a la progresía boba de Buenos Aires.

Por el voto de una senadora correntina prometió hacer la vista gorda ante un asesinato político; por el voto de un senador tucumano ofreció mejorar las condiciones de encarcelamiento de un hombre al que su propia mitología pedorra colocaba como demonio; antes le había ofrecido a un senador riojano también sindicado como Satanás en su demonología mediocre la limpieza de sus muchas causas judiciales. Es impermeable a las contradicciones que sus acciones producen día tras día, cuando no se enorgullece de ellas.

La "astucia" que parece desplegar no es tal, sino una falta completa de límites, escrúpulos y respeto de las normas. En el ajedrez de la política Kirchner juega como si todas sus piezas fueran reinas, y amenaza con revolear el tablero a la mierda si alguien pretende ponerle un límite. Para Kirchner es fácil ganar partidos de fútbol pegándole a la pelota con la mano y barriendo a los contrarios por atrás mientras le pone una pistola en la espalda al árbitro y cambia a los jueces de línea por sus compañeros de asado.

Lo peor es que por debajo de las lamidas de medias de sus amigos y entenados, debajo de las loas que le cantan interesados y de los elogios de tanto Juan Carlos Pelotudo que tienen columnas en los pasquines de la prensa adikta, Néstor se sabe mediocre y miserable. Odia el éxito ajeno. No concibe iguales, sólo enemigos y esclavos. Y a los que ocasionalmente lo acompañan, los humilla y los ningunea, los trata como basura constantemente y sin respiro, no sea cosa que si los deja de pisotear por un segundo, alguno se atreva a notar en él su miseria y su pobreza intelectual y personal.

Un resentido, un pobre diablo, nada más. Un matón de escuela con fueros presidenciales. Un mocoso cruel que quema hormigas con la lupa del Estado Nacional. No deja de ser un pobre tipo, despreciable por sus actos y comportamientos, pero nada más. Es un digno hijo de la Argentina que creó ese fascismo de tercera marca llamado peronismo.

En el paraíso de los mediocres, Kirchner es el rey.

Mejor decir todo esto ahora. Después de hoy, tal vez no nos sea tan fácil poder hacerlo.

viernes, 9 de octubre de 2009

Pequeña refutación de un argumento pedorro

Trato de mantenerme alejado del vergonzoso tratamiento de la Ley de Medios K en el Senado, tanto por mi salud mental como por la continuidad de la existencia de los aparatos de televisión de mi casa, pero vengo de cruzarme con una reciente perla.

Resulta que ahora hablaba un senador del Frente para la Victoria's Secret llamado Eric Calcagno. El muchacho es senador por la Provincia de Buenos Aires en reemplazo de la Yegua Mayor cuando ésta pegó el salto a la Presidencia Conyugal de la Nación, y al hablar se le nota de tanto en tanto una "egge" de su paso como embajador en Francia.

En fin, para hacérselas corta, Calcagno largó diciendo que las catedrales del Medioevo fueron un sistema de medios audiovisuales diseñado para perpetuar la existencia de un orden social determinado (¿God Broadcasting Corporation?) y que los medios de comunicación audiovisual, desde aquella tierna infancia, crean la realidad en nuestros días.

En respuesta a su afirmación quiero dejar picando la siguiente duda:

Si los medios construyen la realidad, ¿eso significa que dejaría el senador Calcagno de ser un eminente pelotudo sólo porque la televisión no me lo muestre?

Adieu.

sábado, 3 de octubre de 2009

Una Ley de Medios para los políticos

Ahora que está tan en boca de todos la "democratización" de los medios que quiere imponer la parejita de crápulas, permítaseme presentar ante ustedes un ejercicio de imaginación en el que aplicamos el mismo corset que el cualquiercosismo gobernante desea para la comunicación a aquella noble corporación de abnegados servidores públicos y adalides de la democracia que llamamos "políticos". Después de todo, los monopolios son nefastos y hay que aniquilarlos con todo el peso de la democracia y la ley, ¿no?

He aquí entonces, ya sin más preámbulos, los principales puntos que creo debe tener la "LEY DE SERVICIOS DE REPRESENTACIÓN INSTITUCIONAL".
  1. Se establece un sistema de franquicias para los partidos políticos: la "franquicia municipal" habilitará al partido a presentarse únicamente para elecciones en el ámbito local, la "franquicia provincial" lo hará en el nivel provincial, y la "franquicia federal" permitirá que el partido se presente en más de una provincia. La participación política en la ciudad de Buenos Aires se hará a través de "franquicias urbanas" con alcance en toda la ciudad, y "franquicias comunales" para las distintas comunas de la capital.
  2. Ningún partido político con franquicia federal podrá presentarse, ejercer gobernación o tener diputados en más de 16 provincias (incluyendo la Capital Federal), ni podrá tener franquicias provinciales en las restantes para compensar esta limitación. Los partidos con franquicias provinciales podrán asociarse con otros de similar tendencia para constituir frentes, pero tampoco podrán presentarse en más de 16 provincias.
  3. Los partidos con franquicia federal no podrán tener más del 33% de las bancas de la Cámara de Diputados y del Senado de la Nación. Otro 33% estará reservado a los partidos con franquicia provincial y el 33% restante quedará pura y exclusivamente para representantes por fuera de los partidos políticos.
  4. Se establecerá una cuota de "representación extrapartidaria" del 33% en las legislaturas provinciales y del 50% en los Consejos Deliberantes de un municipio, que no podrá ser llenada por alguien que esté inscripto en un partido o cuya candidatura haya sido realizada o financiada desde un partido.
  5. Ningún partido político podrá tener un porcentaje de bancas en un cuerpo legislativo que sea superior al 35% del porcentaje de bancas que le esté reservado a los partidos del mismo tipo de franquicia política.
  6. Cada persona o partido político que desea ejercer la representación institucional deberá tener una licencia habilitante para ello, que será expedida por alguna de las delegaciones de la Autoridad Ciudadana de Supervisión Política en su distrito. Para ello deberá presentar declaraciones juradas, constancias de inscripción y documentación impositiva de los últimos veinte años, junto con una declaración de los "contenidos políticos" que quiera llevar a la práctica en el ejercicio de funciones legislativas o ejecutivas.
  7. Los miembros de la Autoridad Ciudadana de Supervisión Política serán sorteados de entre la población general mediante el sistema más random que se pueda imaginar.
  8. Las licencias habilitantes de representación institucional durarán diez años, pero serán sometidas cada dos años a revisiones técnicas para verificar que cumplan con las reglas establecidas, que no cometan delitos y controlar que en el ejercicio de la representación no se hayan apartado de los contenidos políticos presentados ante la Autoridad Ciudadana; para ello se valdrá la Autoridad de analizar los proyectos de legislación presentados por los representantes en cuestión y contrastarlos con la plataforma electoral y partidaria.
  9. Al finalizar el plazo de licencia (en el caso de los partidos) o el cargo público ejercido (en el caso de los representantes), se someterá a los mismos a una inspección general de su ejercicio por parte de una Autoridad Especial de Evaluación, que aplicará los mismos principios del punto anterior y que además de las inhabilitaciones correspondientes al punto inferior, podrá aplicar penas de prisión.
  10. Los incumplimientos serán penados con la pérdida de la licencia de representación institucional, el cese inmediato en los cargos ocupados por el partido en cualquiera de los niveles del Estado y la inhabilitación del partido y de sus afiliados a ocupar cargos públicos por los siguientes 10 años, sin que ésta pueda subsanarse mediante la afiliación a otro partido o la presentación de un nuevo pedido de licencia.
  11. No podrán ser titulares de licencias habilitantes de representación política aquellos que hubieren ocupado cargos públicos electivos en cualquiera de los niveles del Estado por un plazo superior a 15 años antes de la sanción de la ley, aquellos sancionados por delitos infamantes, aquellos que hubieren atentado contra la Constitución mediante actos terroristas, o los familiares en cualquier grado de relación consanguínea o política de otros titulares de licencias habilitantes.
  12. Se establecerá una "cláusula de desinversión política" mediante la cual los actuales partidos políticos, órganos ejecutivos y legislativos en todos los niveles del Estado tendrán un plazo no mayor a un año desde la sanción de la ley para ceder todos aquellos cargos y presencias que no se condigan con las estipulaciones de la ley.

Supongo que si un político cualunque elegido al azar llegara a leer esto se horrorizaría. Diría que va en contra de la libertad política, del sistema democrático y de la condición de partes fundamentales del sistema democrático que tienen los partidos políticos. Diría que es una barbaridad inaplicable, una monstruosidad que atenta contra los derechos adquiridos, que pone en juego la democracia, la libertad y el inalienable derecho a la participación en las instituciones democráticas.

Dirían tantas cosas...

Yo sólo diré una: ¡Qué lindo es ser político y meterle reglas a los demás sin tener que cumplirlas yo mismo!

Hasta la próxima.
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