sábado, 30 de marzo de 2013

Decálogo


Estamos en año electoral y como viene sucediendo con desesperante frecuencia, asistimos a las interminables tramoyas de los "dirigentes" "opositores" (ambas palabras van entre comillas por separado porque es bien discutible que sean dirigentes y que sean opositores) para armar rejuntes bizarros que les permitan rasquetear votos y aspirar a algo más que liderar "espacios políticos" con bloques unipersonales en las Cámaras.
Lo triste es que las discusiones entre estos opositores de cuarta que tenemos, que sólo tienen energías para matarse entre ellos y demostrar su buena y sumisa voluntad hacia el régimen, no tienen nada que ver con ideas, principios o propuestas, sino por disputas mutuas respecto del poco y miserable poder que tienen.
Pero de todas maneras, si realmente es como ellos dicen y los separan "ideas", pues acá va un decálogo de sencillas propuestas que dudo que los opositores (si realmente lo son) vayan a desaprobar, y que pueden servir como un sencillo, concreto y contundente plan común de acción para estas elecciones.
  1. Derogación de las facultades extraordinarias de reasignación de partidas presupuestarias que le fueron conferidas al Jefe de Gabinete en 2006, permitiendo que de una vez por todas el país vuelva a tener un Presupuesto creíble en lugar de un dibujo de buenas intenciones susceptible en todo momento de ser retocado y pervertido según las necesidades del Ejecutivo.
  2. Derogación de la "reforma" del Consejo de la Magistratura y vuelta al status quo anterior, para diluir el peso que el oficialismo y el Poder Ejecutivo adquirieron para manejar a dedo la designación y remoción de jueces y preservar a impresentables y corruptos como Oyarbide en sus tribunales.
  3. Denuncia inmediata del "memorándum de entendimiento" con Irán e interpelación urgente al canciller Timerman por parte de ambas cámaras.
  4. Disponer la normalización inmediata del INDEC y poner fin a la "intervención" morenista en el sistema nacional de estadísticas.
  5. Disponer el cumplimiento inmediato, regular y constante de lo que manda el Artículo 101 de la Constitución Nacional ("El jefe de gabinete de ministros debe concurrir al Congreso al menos una vez por mes, alternativamente a cada una de sus Cámaras, para informar de la marcha del gobierno, sin perjuicio de lo dispuesto en el artículo 71.") y en caso de incumplimiento hacer valer las medidas que dicho artículo prescribe ("Puede ser interpelado a los efectos del tratamiento de una moción de censura, por el voto de la mayoría absoluta de la totalidad de los miembros de cualquiera de las Cámaras, y ser removido por el voto de la mayoría absoluta de los miembros de cada una de las Cámaras.")
  6. Modificación inmediata del régimen de decretos de necesidad y urgencia para eliminar la aberración impulsada por el kirchnerismo que establece que basta con que una de las Cámaras del Congreso apruebe un DNU para que se mantenga en vigor y volver a exigir la aprobación de ambas Cámaras en un plazo lo más breve posible para que el DNU conserve vigencia.
  7. Promover el rol fiscalizador y de control de las comisiones legislativas mediante pedidos de informes, inspecciones y visitas constantes a los ministerios y organismos del Poder Ejecutivo y de la Administración Pública, y a través de convocatorias periódicas a ministros y secretarios para que expongan y se sometan a preguntas. Como es evidente que el régimen no cumplirá en absoluto, promover mecanismos efectivos de sanción ante cualquier incumplimiento.
  8. Derogación del Artículo 161 de la Ley de Medios (la "cláusula de desinversión") para que se respeten los plazos de las licencias concedidas, inmediata anulación de las licencias otorgadas a empresas y empresarios que sean contratistas del Estado, y reforma del AFSCA para convertirlo realmente en una autoridad independiente.
  9. Instauración del sistema electoral de boleta única en todo el país.
  10. Creación de una Autoridad Electoral Independiente como la tienen los países serios del mundo, en lugar de seguir con el mamarracho de una autoridad electoral dependiente del Ministerio del Interior.

No me hago ninguna ilusión de que en el hipotético caso de ser adoptadas por un Congreso opositor surgido de estas elecciones, estas propuestas vayan a sortear el bloqueo y el veto de la Encarnación de Keops, pero al menos sería una grandiosa señal de que la "oposición" estaría dispuesta a hacer algo aparte de dejarse sodomizar por el régimen y correr a demostrar qué tan buenos son con el kirchnerato.
Me dirán que hay poco de "propuesta" y mucho de "oposición" en esto. Queridos, la verdad es que si estamos como estamos es porque muchos "opositores" se ocuparon más de resaltar sus coincidencias con el régimen que en tener pelotas y evidenciar algún principio moral o concepción real del deber que implica oponerse a un gobierno que está dispuesto a llevarse todo por delante para "ir por todo".
Claro, todo esto requeriría que tuviesen una vocación real de poder y que pusiesen algún valor por encima de su obsesión caníbal por ser cabezas de ratón, cosa que no creo muy probable.

sábado, 23 de marzo de 2013

La Ley de Oxidación de la Oligarquía


El sociólogo alemán Robert Michels fue uno de los grandes teóricos políticos de principios del siglo XX y un referente intelectual de la socialdemocracia alemana. Su principal contribución al pensamiento político fue en el campo de la "teoría de las elites", en particular la formulación de lo que él dio en llamar la "Ley de Hierro de la Oligarquía".
En resumidas cuentas, la Ley de Hierro de la Oligarquía expresa que conforme una organización crece, se desarrolla y se expande, es inevitable que sus "necesidades tácticas y técnicas" la lleven a generar un núcleo dirigente y administrativo, un funcionariado, una burocracia, que a la larga o a la corta se apoderará del proceso de decisión de la organización y consolidará el poder en una élite, sin importar qué tan democrática, abierta o representativa sea en lo formal la organización. 
El crecimiento de las organizaciones lleva a la especialización de funciones, luego a la burocratización de las mismas y finalmente a la complejización de la toma de decisiones, lo que desemboca en que estas decisiones deban ser tomadas por quienes mejor entienden los temas a tratar. Ahí nace la élite. Este proceso se encuentra potenciado por un fenómeno que sólo empeora con el crecimiento de cada organización: la dicotomía entre eficiencia y democracia interna, entre darle a todos voz, voto y la posibilidad de complicar y demorar las cosas, o lograr que lo que es necesario se haga rápido. Inevitablemente la necesidad de la eficiencia se impone, y con ella se impone un liderazgo fuerte a costa de la democracia interna de la organización. 
Como frutilla del postre, el liderazgo fuerte termina siendo algo anhelado por las masas y la base de la organización a causa de su apatía, de su incapacidad para resolver problemas, su sentido de gratitud y su tendencia a caer en el culto a la personalidad. Las promesas de horizontalidad, de democracia interna, de participación de todo el mundo en la toma de decisiones, quedan entonces reducidas a una farsa en la que la gran masa de los miembros sólo participan del ritual de elegir de vez en cuando a los líderes de la organización, quienes concentran el poder real en sí mismos y sobre toda la estructura y la membresía.
Resumiendo en palabras del propio Michels: "es la organización la que origina el dominio de los elegidos sobre los electores, de los mandatarios sobre los mandantes, de los delegados sobre quienes delegan. Quien dice organización, dice oligarquía". 
Para nuestro sociólogo alemán, partidario de la visión rousseauniana de democracia como "gobierno del pueblo", semejante noción era desoladora, porque básicamente descartaba por imposible e inviable que la democracia representativa alcance la meta de eliminar el gobierno de las élites y las oligarquías, ya que las mismas surgen de manera inevitable y acaban por convertir a la democracia representativa en una fachada para legitimar el dominio oligárquico. Casi se puede sentir su desconsuelo cuando escribe que "la evolución histórica se burla de todas las medidas profilácticas que han sido adoptadas para prevenir la oligarquía".
Por supuesto, Michels veía el problema desde la perspectiva socialista y rousseauniana, así que se entiende que le provocara tanta tristeza descubrir que en la práctica los sueños del gobierno popular y de la democracia directa y participativa son inviables, excepto a muy pequeña escala y en organizaciones incipientes y faltas de desarrollo y estructura. 
Otros autores han criticado en su momento el juicio de Michels de dar por imposible a la democracia; por ejemplo, Giovanni Sartori asegura que no corresponde llegar a esa conclusión a partir del hecho necesario de las élites dirigentes, pues las masas cumplen una importantísima función democrática al oficiar como árbitros entre los distintos grupos de poder, quienes deben competir por ganar el apoyo de la sociedad en general para sus propuestas. La democracia no es algo que se dé hacia el interior de una organización, sino en la interacción entre las diversas organizaciones y la sociedad en general. 
Por otro lado, Joseph Schumpeter señala que lo que hace que una democracia sea democrática no es justamente el funcionamiento "democrático" dentro de las instituciones que Michels veía imposible, sino el hecho de que fuese la propia sociedad la encargada de seleccionar a las élites que la habrán de gobernar mediante un proceso abierto y competitivo, en el que las mismas élites deben entender que más allá de su poder propio su gobierno no será legítimo si no se muestran atentos y aptos para responder a las exigencias del electorado.
Así, entre Michels y sus críticos podemos ir puliendo un poco la agradable y fantasiosa idea de que la democracia es el gobierno del pueblo para acercarla más a lo que es en realidad: aquel sistema en donde las diversas élites disputan, alcanzan y conservan el poder apelando a la voluntad del electorado en un proceso abierto y competitivo que tiende a darle poder a la masa y a forzar a las élites a representar de manera adecuada los intereses de los electores si desean seguir participando del poder.
Todo sistema político, por tanto, tiene que proporcionar las siguientes cosas: un método de selección de las élites gobernantes, un proceso de traspaso ordenado del poder, un mecanismo de toma de decisiones, y un principio justificador del sistema. Esto es válido tanto para una república democrática como para el Papado, una monarquía absoluta o constitucional, o un régimen socialista, y se impone de la misma manera que lo hace la Ley de Hierro de la Oligarquía: habrá un presidente, un Papa, un rey, un emperador o un secretario general, y se gobernará en nombre de la voluntad popular, del derecho divino de los reyes, de la voluntad de Dios o de la Revolución, pero siempre habrá una burocracia, una Curia, unos mandarines o un Partido encaramado en la cima del sistema.
Pero hay un factor más que es esencial: para que un sistema político y una élite gobernante sean exitosos y perdurables, deben estar en condiciones de poder percibir adecuadamente las necesidades inmediatas y a largo plazo que aquejan a su sociedad, para poder resolverlas. Es que en el fondo todo sistema depende del consentimiento de sus gobernados (la diferencia fundamental de la democracia es que ese consentimiento es el principio justificador y está contemplado en el método de selección y en el proceso de traspaso, mientras que en los otros sólo se manifiesta cuando se pierde por completo el consentimiento y se llega al punto de ruptura de una revolución), y ese consentimiento dependerá por sobre todas las cosas de que se perciba que el sistema imperante y la élite dirigente pueden dar soluciones aceptables y efectivas a los desafíos de la hora.
Ahora bien: un requisito indispensable para una adecuada detección, comprensión y resolución de los problemas reales de la comunidad o de la organización es, a riesgo de caer en una verdad de Perogrullo, la experiencia real de sus dirigentes en el manejo de problemas reales, y para ello es indispensable que el método de selección de las élites y el proceso de traspaso del poder contemplen la posibilidad y la necesidad de incorporar a la élite a personas que cuenten con dicha experiencia. 
Tomemos por caso a los Estados Unidos: sus instituciones políticas están repletas de personas con experiencia militar, empresarial, agropecuaria, legal, científica y de diversas profesiones (incluyendo al ex actor de westerns Ronald Reagan), lo que le da a su sistema político una afinada capacidad de percibir problemas y de buscar soluciones apropiadas basadas en la experiencia. Otro tanto ocurre con el Reino Unido, en donde la Cámara de los Lores ha dejado de ser una institución de la aristocracia vieja para convertirse en un depósito de experiencia repleto de "nobles" que lo son en virtud de su experiencia en varios campos del quehacer humano y que sirven para proporcionar un consejo medido, sobrio y profesional a las iniciativas políticas.
¿A qué quiero llegar con todo este largo choclo pseudointelectual? A que el gran problema que está aquejando no sólo a nuestro sistema político sino a los de buena parte del mundo occidental es que se está perdiendo a pasos agigantados la facultad de incorporar a las élites gobernantes a personas con una experiencia que vaya más allá de la política y de los mecanismos propios del sistema político. Cada vez es más difícil encontrar gobernantes, legisladores, ministros o funcionarios de varios niveles que tengan experiencia profesional, o al menos que no hayan llegado a sus puestos luego de décadas sistemáticas de rosqueo, "militancia", chupamedismo y un consistente espíritu trepador dentro del partido de turno o de las instituciones.
Esto es serio, a tal punto que es dable afirmarlo en una especie de paralelo decadentista de la Ley de Hierro de la Oligarquía, una "Ley de Oxidación de la Oligarquía", si se quiere, que una organización entra en decadencia cuando su mecanismo de selección de élites es cada vez más incapaz de incorporar talento externo, reclutando de manera progresiva y endogámica en el seno de la propia organización, por lo general cuando se considera a la capacidad de sortear el mecanismo de selección como el único criterio aceptable para llegar al poder. 
Se trata de un proceso de carácter darwiniano, inevitable pero contenible siempre y cuando se lo perciba adecuadamente como una amenaza, en el cual se genera el equivalente a una especie adaptada para sobrevivir en la estructura de poder, y ocurre en todos los sistemas políticos: en las monarquías y aristocracias cuando a la nobleza sólo se le exige el pedigree de haber nacido de los padres apropiados, en los regímenes socialistas cuando el poder deja de estar en manos de los viejos militantes para quedar en las garras de la burocracia del Partido, en el Papado cuando la Curia se encierra en sí misma para concentrar el poder (y mal, como lo estamos viendo hoy en día), y en las democracias cuando lo único que se valora para llegar al poder es la habilidad para ganar elecciones, la lealtad partidaria y la "militancia".
El resultado de un sistema en el que todas las escalas del cursus honorum pasan por los distintos niveles del funcionariado estatal y de las burocracias partidarias y "militantes" es letal y lo podemos comprobar todos los días: el sistema pierde agilidad, capacidad de percepción, imaginación para formular soluciones y planes, se enrosca en sus competencias internas de poder, y literalmente pierde cualquier habilidad como para entender los problemas que ocurren en el mundo real sin leerlos en clave política y sin mirarlos a través de las anteojeras que consiguieron tras años o décadas de estar dentro del sistema. 
Esto es lo que lleva a que, en la Argentina de hoy en día, la respuesta al desafío de incorporar tecnologías modernas de computación, sistemas digitales e informatizar la sociedad pase por convertirla en un gueto tecnológico con tal de favorecer a los vivos que ponen plantas de montaje de telgopor en Tierra del Fuego y emplean a miles de personas haciendo packaging. Nuestra clase política bruta, endogámica, inmoral y encerrada en su propia y miserable experiencia, ya ni siquiera puede percibir la inconveniencia (la real, porque la conveniencia para ellos la tienen bien clara) de semejante estupidez.
¿Por qué piensan ustedes que a Macri o a De Narváez les caen con una bolsa de ladrillos los políticos de la corporación política? Precisamente porque no pertenecen a la corporación. Son de fuera. No empezaron pintarrajeando, poniendo afiches, mendigando bancas en un Concejo Deliberante o calentando sillas en una oficina del sector público como todos los políticos profesionales que tenemos. Vienen de afuera. El sistema los percibe como un elemento hostil y reacciona ante ellos de la misma manera que lo hacen los glóbulos blancos con una infección... sin importar que esos mismos glóbulos blancos hagan que el sistema en general sufra de una leucemia aguda y terminal.
Yendo más allá, podemos establecer un cronograma de la decadencia de la élite gobernante. 
Comienza cuando se instala la percepción dominante en la sociedad de que el camino más rápido y sencillo para alcanzar el poder pasa necesariamente por hacer carrera en el Partido o en el Estado, en lugar de meterse en política después de una carrera profesional fuera de ella. Cada vez importa menos la experiencia profesional, el mérito o el reconocimiento, y cada vez se tiene más en cuenta la "militancia", las conexiones partidarias o la capacidad de pelear y sobrevivir en la jungla política.
Se consolida cuando han pasado dos o tres generaciones en las que el carrerismo político es la vía de acceso de una mayoría tal de la clase dirigente que los que no lo han hecho son excepciones notables. Ya se considera "natural" que la política sea el campo de acción exclusivo y excluyente de los políticos, y a los que vienen de fuera se los toma como anomalías, rarezas o peculiaridades y modas del momento.
Y hace metástasis cuando el carrerismo político (o las pobres imitaciones del mismo) se convierte en el requisito fundamental para alcanzar el poder en las otras organizaciones de la sociedad, cuando deja de importar el ser un buen empresario, un militar a carta cabal, un sacerdote honesto y humilde o un sindicalista preocupado por las condiciones de trabajo de sus compañeros, para valorarse únicamente la habilidad de trenzar y rosquear como cualquier otro político.
Llegada esa última etapa, en la que no sólo el gobierno sino todas las organizaciones de la sociedad pierden la capacidad de evaluar objetivamente la situación y de entender la realidad en términos que excedan los de la política, el colapso está asegurado.
Como para pensarlo, ¿no?
Hasta la próxima.

sábado, 16 de marzo de 2013

Habemus Papam



Tenía pensado escribir otra cosa este sábado, pero seamos honestos: el que haya sido elegido un argentino para conducir la Iglesia Católica Apostólica Romana rompe con todos los esquemas y no iba a dejar precisamente en paz mis planes de posteo en este humilde rincón de la red comido por las telarañas.
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Mucho se ha hablado de que quizás el papa Francisco tenga en el populismo cualquiercosista que campea en el continente sudamericano el mismo impacto que tuvo Juan Pablo II con los regímenes comunistas de Europa Oriental. Sin que eso deje de ser un deseo personal de parte mía, es necesario tener en cuenta primero que Jorge Bergoglio llegó al papado a una edad mucho mayor que la que tenía Karol Wojtyla, que parece tener preeminencia la resolución de los problemas internos que pusieron a la Iglesia en crisis y que (todavía) los regímenes cualquiercosistas de la región no tienen el grado de violencia inherente que sí tenían las tiranías comunistas del Bloque Oriental.
Sin embargo, y a juzgar por la reacción destemplada y desubicada de buena parte del kirchnerismo (incluyendo la sequedad, frialdad y disgusto evidente de la propia Yegua), tengo la convicción de que no la van a tener tan fácil durante el papado de Francisco. 
Esperemos que sea así: la Argentina y el continente lo necesitan.
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En una época en la que la Argentina parecía destacarse únicamente por producir "líderes" tan mediocres y cobardes como intransigentes y delirantes de megalomanía, y por tener como distintivos la soberbia, la incompetencia y la corrupción, el que un hombre humilde, sencillo y pacífico como el cardenal Bergoglio haya sido elegido para conducir a la Iglesia Católica es no sólo motivo de orgullo sino también fuente de esperanza de que podemos ser mejores y que no estamos condenados a hundirnos en nuestras miserias.
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Pensémoslo de esta manera: nunca en la Historia de la humanidad ha habido un argentino con tanto poder como Jorge Mario Bergoglio. El miércoles 13 de marzo de 2013 se convirtió en el compatriota que más lejos y más alto ha llegado en este mundo. 
De un plumazo, relegó a un segundo plano (que igual sigue siendo demasiado bueno para ellos) a aquellos que para vergüenza de los argentinos decentes y de buena voluntad habían sido las caras y nombres emblemáticos de nuestro país ante el mundo. Llegó más lejos que Perón con su inteligencia aplicada para el mal, que Eva Duarte con su energía dedicada al resentimiento, que Maradona con su habilidad malgastada en el exceso y la soberbia y que el Che Guevara con su dedicación pervertida por su fanatismo y crueldad.
Hasta borraron a Chávez de los titulares, qué cosa.
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No es cuestión de pensar que el Papa es un hombre infalible, perfecto y libre de culpas. Nadie lo es. Pensar que alguien es la perfección encarnada y tomarlo por un dios en la tierra es cosa de débiles, aduladores, personas con alma de esclavos y kirchneristas. Y como nos lo está mostrando el Papa Francisco, estamos para cosas más grandes.
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Por sus frutos los conoceréis.
Y las declaraciones resentidas e iracundas de varios figurones del régimen fueron fruto suficiente para confirmar que Verbitsky es un ególatra perverso e hipócrita que se sienta a juzgar teniendo las manos llenas de sangre; que D'Elía es un energúmeno; que la Lubertino es una ignorante desubicada; que Agustina Kämpfer tiene una grave disonancia cognitiva si se avergüenza de que un argentino de bien llegue al Papado cuando ella no es más que la concubina trepadora de un chorro y desfalcador serial; y que Estela de Carlotto es una víbora siniestra.
Y a pesar de todo, qué pequeños y miserables se ven a la luz del gran hecho de la semana que termina.
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El hecho de que la reacción rabiosa de aquellos ideólogos, matones y salames oficialistas que salieron a refritar boludeces acerca del Papa haya llevado a personajes como Adolfo Pérez Esquivel y Graciela Fernández Meijide (a quien no se les puede acusar de ser "fachos" o "chupacirios") a refutar las calumnias y defender públicamente a Bergoglio, o que incluso María Julia Oliván (la primera conductora de 6-7-8) haya declarado en una columna de opinión: "Estoy harta de que me susurren al oído las letra del manual del pequeño progre ilustrado. No siempre la realidad se lee con una lógica bipolar de buenos y malos", es notable y sorprendente hasta para un recalcitrante como yo.
Que la elección de Bergoglio al Papado haya llevado a varios progres a un reencuentro con el sentido común y la decencia bien podría ser el primer milagro de su pontificado.
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Me gusta este estilo de respuesta, sobre todo porque incluso en su soberbia le ha de gustar ni un poquito a Pravda/12 haber sido escrachado por lo que es ante todo el mundo.
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La debilidad, impotencia, rabia y miseria que demostró la kakidad tras conocerse la elección del cardenal Bergoglio como Papa, esa antología de bajezas y calumnias que acá son tan poderosas como para mantener callados a quienes tienen el deber de resistir sus atropellos y que ante el Papa son tan patéticas e inútiles como lo fueron durante los diez años que estuvieron tratando de esmerilar a Bergoglio como pudieron, bien pueden llevarnos a los creyentes a recordar el pasaje del Evangelio en el que, según los católicos, Jesús instituyó la Iglesia:  "Y yo te digo: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella»." (Evangelio según San Mateo, capítulo 16, versículo 18)
Si el poder de la Muerte no habrá de derrotarla, menos lo harán las bandas de orcos de la Yegua.
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Es un testimonio triste del mal que le ha hecho el kirchnerismo y su obsesión por dividir y enfrentar a los argentinos el que algo que debería ser un motivo de sorpresa y alegría genuina incluso para muchos no creyentes sea tomado como otra cosa más por la cual pelearnos y agredirnos. Insisto: por sus frutos los conoceréis, y qué frutos podridos de mierda vienen siendo.
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En última instancia, existe un elemento de justicia poética (no me atrevo a decir "justicia divina" porque no me corresponde en absoluto y caminaría por la cornisa de la blasfemia si lo hiciera) en la elección de Bergoglio, habida cuenta de que la primera reacción de la Yegua ante la noticia de la renuncia de Benedicto XVI a su cargo de Papa haya sido decirle en público a un sacerdote, con esa soberbia insufrible y violenta que la caracteriza y la pinta de cuerpo entero: "Decí que no hay papisa... si no te estoy disputando algún lugar".
Debe ser muy duro para la Señora saber que otro argentino llegó a ser jefe de Estado en este mundo, que su autoridad y poder serán mayores y de más impacto que lo que puede aspirar ella, y que encima de todo tiene más y mejores contactos con la divinidad que los que ella se suele arrogar sin motivo alguno.
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A modo de cierre y de respuesta a las miserias de miserables como D'Elía, Verbitsky, Lubertino y Carlotto, vaya esta expresión en el latín chapucero al que puedo acceder con el traductor de Google (y que si algún lector que sepa latín en serio quiere corregir, es bienvenido a hacerlo): 
Habetis eam intrinsecus, permane sugentem.

sábado, 9 de marzo de 2013

Tras la partida del Mico Mandante


Un amigo mío me decía el otro día que si para que Chávez "pase a la inmortalidad" es necesario embalsamarlo, es porque no dejó ni hizo nada de valor que valga la pena recordar o preservar.
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Es una extraña paradoja la que ataca a los "grandes hombres" en los últimos momentos de su vida. 
Por un lado tenemos a Chávez, el hombre que fue el sinónimo y la cara de Venezuela durante catorce años, el "comandante" que le pasaba revista a grandes ejércitos, que en cadena nacional decidía el futuro de negocios y emprendimientos como una trola tinellista que muestra las tetas en televisión, que jugaba al ajedrez con países y personas, que se creyó llamado a hacer vaya uno a saber qué cosa.
Por otro lado tenemos a Chávez, el desahuciado que pasó sus últimos meses en este mundo convertido en un bulto inválido que era movido de aquí para allá, de Caracas a La Habana de ida y vuelta, atado a máquinas, vigilado día y noche por enfermeros y médicos, sometido a la voluntad de quienes le habían chupado las medias en Venezuela y quienes vivían de sus favores en Cuba, inflado de drogas, incapaz de hablar, meneado en público y escondido en privado, convertido primero en una ficha a jugar según las conveniencias de Maduro y de Raúl Castro y luego en una carcaza rellena a ser exhibida en público, habiéndosele privado de la dignidad de descansar bajo tierra.
¿Tanto poder, tanto faraonato, tanto exhibicionismo, para acabar así, desprovisto de cualquier facultad de decisión sobre la propia vida?
Qué miserable es el poder y qué miserables son los que no saben, no pueden o no quieren dejarlo a tiempo antes de que los aniquile.
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Los últimos segundos de vida consciente que pasó Chávez en esta tierra los usó para pedir que no lo dejen morir. Al final, el gran capitán bolivariano, el azote del Imperio, el macho cabrío de la Patria Grande, que durante catorce años rigió los destinos de su país y pudrió mentes y espíritus en todo el continente para satisfacer su capricho, dejó este mundo como lo haría cualquier hijo de vecino: pidiendo que ese no sea el fin y que no lo dejen morir.
Qué duro ha de ser para alguien que se creyó un icono tener que morir como un humano.
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No sé cuántos de ustedes serán de leer la Biblia, pero les quería dejar un pasaje que siempre me viene a la mente cuando crepa alguno de estos que se creyeron poco menos que dioses en la Tierra:
Y les dijo: «Mirad y guardaos de toda codicia, porque, aun en la abundancia, la vida de uno no está asegurada por sus bienes.» Les dijo una parábola: «Los campos de cierto hombre rico dieron mucho fruto; y pensaba entre sí, diciendo: "¿Qué haré, pues no tengo donde reunir mi cosecha?" Y dijo: "Voy a hacer esto: Voy a demoler mis graneros, y edificaré otros más grandes y reuniré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años. Descansa, come, bebe, banquetea." Pero Dios le dijo: "¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma; las cosas que preparaste, ¿para quién serán?" Así es el que atesora riquezas para sí, y no se enriquece en orden a Dios.» (Evangelio según san Lucas, capítulo 12, versículos 15 al 21)
Como detalle que no se me va a ir nunca de la memoria, ese fue el Evangelio que leyeron en las misas del domingo anterior a la muerte de Kirchner.
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Mis condolencias para los venezolanos. Hace casi cuarenta años que enterramos al Pocho y todavía seguimos soportándolo. La que les espera.
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Curioso ver cómo la kaka que no soporta ni el olor de un uniforme militar ahora se hace pis encima, habla del "comandante" y hace patéticas venias ante el mamarracho venezolano.
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¿Así que Nuestra Presidenta, tan bolivariana y leal ella, se rajó de Caracas antes del acto final de la farsa para no cruzarse con Ahmadinejad y dejar que una foto de los dos selle y sea símbolo de la apertura de gambas que hacemos ante los iraníes? ¿Y encima dice que se debió a una de sus tantas y oportunas "lipotimias"?
Cagona de mierda que nos mete en semejante balurdo y no tiene la cara para aceptar las consecuencias en su propia persona. Lo digo y lo repito: cagona de mierda.
"Presidenta Coraje", my fascist ass.

sábado, 2 de marzo de 2013

Año Cero


Originalmente el post de hoy iba a ser una diatriba contra la atrocidad oratoria que perpetró la Vaca Estúpida ayer ante el auditorio acostumbrado de militontos, cómplices del desfalco y salamines opositores, pero antes de que pudiera arrancar con eso Internet acudió en mi auxilio.
Hay un autor y comentarista llamado Richard Fernandez que escribe en el sitio PJ Media y cuya lectura recomiendo de manera enfática por más que escriba solo en inglés. Fernandez es muy hábil a la hora de tomar ejemplos del día a día y ponerlos en el contexto de procesos que comenzaron antes que nosotros y que seguirán incluso después de nuestras muertes, y aunque en muchos casos su punto de partida es la realidad de los EE.UU., también suele partir de lo que sucede en otros lugares del mundo para explayarse sobre las corrientes y realidades que le están dando forma a este mundo en el que vivimos.
Por ejemplo, la pieza que hallé hoy parte de dos situaciones muy concretas y circunscritas, los escándalos de mala praxis y de muertes de pacientes mayores en el sistema socializado de salud del Reino Unido y las estadísticas de desempleo juvenil en varios países de Europa, para construir a partir de allí un panorama que no deja de ser escalofriante: la catástrofe que aqueja a ambos extremos de la humanidad (la devastación laboral de los jóvenes y el desamparo criminal de los ancianos) son simplemente heraldos de la catástrofe mayor que le espera al Estado de Bienestar en primer lugar, y sucesivamente a quienes lo apoyaron, a los políticos que se beneficiaron de él y al resto de nosotros.
Escribe Fernández (y yo traduzco según mi leal saber y entender):
"La actual elite ha abusado el poder de la confianza de una manera que muy pocas elites en el pasado lo han hecho. Han tomado la legitimidad construida por generaciones de aptitud y la usaron para tapizar la mediocridad y la locura. La confianza que tenían que desperdiciar era inmensa y la desperdiciaron.
"Cuando ocurra el colapso la desilusión será tremenda. No será la clase de desilusión que lleva a derrotas electorales o a la caída de un gobierno. Será la clase de disgusto que hunde a una civilización. La clase que derribará al mundo del Sr. Bloomberg y del Sr. Obama a tal extremo que pasarán cien años antes de que los sobrevivientes puedan siquiera reflexionar de manera objetiva al respecto. En "Suave Es La Noche", F. Scott Fitzgerald entendió la inmensidad de la tragedia en los términos de su propia era. Los líderes de su mundo habían malgastado mucho más que las vidas de una generación. Habían destruido el amor, la verdad, la fe y el hogar.
"Esta tierra de aquí costó veinte vidas por pie en ese verano.
Mira ese pequeño arroyo; podríamos caminar y llegar a él en dos minutos. Le tomó a los británicos un mes caminar hacia él; todo un imperio caminando muy pero muy despacio, muriendo por delante y empujando por detrás. Y otro imperio caminó muy lentamente hacia atrás unas pocas pulgadas por día, dejando a los muertos como si fueran un millón de felpudos sangrientos. Ningún europeo volverá a hacer lo mismo en esta generación.
Este asunto del Frente Occidental no podrá ser repetido, no por mucho tiempo. Los jóvenes piensan que pueden hacerlo pero no pueden. Pudieron pelear la Primera Batalla del Marne una vez más pero no esto. Esto demandó religión y años de abundancia y de enormes certidumbres y la relación exacta que existía entre las clases. A los rusos y a los italianos no les fue nada bien en este frente. Tenías que tener un bagaje sentimental del tamaño de tu alma que se remontara más atrás de lo que pudieras recordar. Tenías que recordar la Navidad, y las postales del Príncipe Heredero y su prometida, y los pequeños cafés de Valence y las cervecerías de la Unter den Linden, y los casamientos en la municipalidad, y las idas al Derby, y los mostachos de tu abuelo."
Ni Bloomberg ni Obama entenderán jamás todo lo que desperdiciaron, y por qué poco lo malgastaron."
¿Por qué cito este artículo? Porque temo que algo muy similar nos estará esperando cuando acabe el régimen de la Vaca Estúpida y con él caigan todas las mentiras, los delirios y las fantasías que lo sostuvieron, y eso va a ser mucho más serio que cualquier prostitución de la Justicia.
Los últimos cien años de historia argentina han sido el proceso descrito por Fernandez pero en cámara lenta. En este siglo maldito de Dios y de los hombres los argentinos hemos consumido no sólo la confianza, sino también el respeto por las leyes, el patriotismo, las virtudes del trabajo y del esfuerzo, la prudencia y tantas otras cosas, hasta no dejar más que cenizas y decepción.
Aniquiladas las virtudes y los méritos, el kirchnerismo y el cristinismo se sustentaron en lo único que quedó en pie: los defectos y las miserias de la argentinidad. La arrogancia, el patoterismo, la corrupción, la desidia, el facilismo, la "viveza criolla", el resentimiento, el revanchismo y todos los otros comportamientos turbulentos que fuimos creando a la par de la demolición de las virtudes, todo eso fue lo que alimentó esta década de locura absoluta cuyas consecuencias podían verse desde el primer día, aunque muchos optaron por cerrar los ojos y darle para adelante. Yendo por todo. Nunca menos.
Lo bueno es que cuando por el peso de su propia incompetencia y despotismo se venga abajo el régimen de la Yegua, también colapsarán todas las miserias humanas que lo sustentaron de la misma manera en que los anteriores fracasos nacionales se llevaron puestos a sus propios pilares, siguiendo la tesis de Fernandez. Lo malo es que lo que va a quedar después va a ser tierra arrasada; la locura y la mediocridad al aire libre ya sin ningún tapiz que lo disimule, ni siquiera los torpes colgajos que usaba el kirchnerismo para taparlos.
Y en esa desolación, desnudos por completo y sin más relato que impida ver la tierra arrasada, vamos a quedar todos nosotros. Los que odiamos al régimen y los que mamaron de su teta. Los decentes y los corrompidos. Todos nosotros en una ruina, con todos los principios morales aniquilados, con la confianza exterminada y con las ilusiones pisoteadas.
Ruina para todos.
Será un mundo en donde tendremos que explicarles a muchos que el Fútbol Para Todos no es ni por puta un derecho, sino un capricho ridículo que demasiada plata consumió y demasiadas mentes ayudó a pudrir mediante la difusión de la basura propagandística del régimen, y de paso empiezan a hacerse a la idea de que pagar quince o veinte centavos de dólar por un pasaje subsidiado hasta las tetas fue una gracia que no volverá más porque no hay forma de bancarlo.
Será un mundo en donde van a tener que desengañarse por las malas numerosos pendejos camporitas que pensaron que lo natural en la vida era ocupar un cargo en la administración pública o en el imperio empresarial del Estado y cobrar sueldos de varias decenas de miles de pesos al mes cuando su experiencia profesional y personal e incluso su edad no los habilitaba para algo más que repartir volantes o sentarse en un call center a atender llamadas en castellano neutro.
Será un mundo en donde a mucha pero mucha gente le va a entrar una resaca feroz después de diez años de borrachera, y encima va a ser la única resaca de la que no van a poder escapar, porque no los va a obligar a hacerlo alguien interesado en que la transición sea delicada y llevadera, sino la mismísima realidad, diciéndoles que no queda nada más.
Ese es el país que nos espera. Aunque sea necesario acabar con la Vaca y con sus obras nefastas, que nadie se haga ilusiones acerca de que nos espera el paraíso en la tierra o de que nos vamos a poder salvar de las consecuencias de alguna manera. Nos pasamos los últimos cien años quemando en la hoguera del delirio nacional todas aquellas virtudes que nos hubieran ayudado a impedirlo, y de poco nos van a servir sus cenizas.
Y sobre esas cenizas, y sobre las ruinas de un país que implotó a manos de sus propios habitantes hasta dejarlos en pelotas y a los gritos, tendremos que arrancar de nuevo con la perspectiva certera de que faltarán muchos años de esfuerzo real y doloroso antes de poder siquiera disfrutar de algo parecido a la vida mentirosa que tuvimos en la Década de Él y de Ella, mientras entendemos de una puta vez todo lo que desperdiciamos y por qué poca cosa lo malgastamos.
Repito aquí las palabras de Fernandez que cité arriba: "Cuando ocurra el colapso la desilusión será tremenda. No será la clase de desilusión que lleva a derrotas electorales o a la caída de un gobierno. Será la clase de disgusto que hunde a una civilización."
Y así seguiremos, en esa marcha inexorable hacia el Año Cero que supimos conseguir por acción u omisión.
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