lunes, 30 de enero de 2012

Una historia paralela de la Argentina (Anexo III - Primera Parte)

Una historia paralela de la Argentina (1806 - 2010)

Anexo III. Provincias y Territorios (Primera Parte)

Provincia de Araucania (Province of Araucania - AC)

Araucania es una de las provincias más particulares del país, a tal punto que es difícil concebirla como parte del resto de la Argentina. Se trata de la única provincia ubicada completamente sobre la costa del Océano Pacífico y al oeste de la Cordillera de los Andes, sus vinculaciones culturales con el mundo hispanoamericano e incluso su acento tienen más en común con la tradición chilena que con cualquier región del resto de la Argentina, e incluso su población angloparlante presenta distinciones significativas, ya que se trata en su gran mayoría de descendientes de escoceses.

Un total de 4.930.146 habitantes residen en Araucania, de los cuales el 49,76% hablan inglés y el 47,22% castellano. La provincia también cuenta con la mayor colonia alemana de la Patagonia, y en su territorio reside una notable minoría indígena perteneciente a la etnia que le da su nombre: los araucanos. La capital provincial de Araucania es la ciudad de Talcahuano.

Al ser Talcahuano el principal y más desarrollado puerto argentino en la costa del Pacífico, la provincia goza de importantes beneficios derivados del comercio y de los movimientos de buques mercantes procedentes de toda la cuenca del Pacífico. Por fuera del comercio, la minería, la pesca y el turismo constituyen las principales actividades económicas de Araucania. El gobierno provincial es ejercido por el Partido Socialdemócrata, mientras que el Partido Nacional ejerce como Oposición Oficial y conduce el gobierno de la ciudad de Talcahuano.

Provincia de Magellania (Province of Magellania - MG)

Abarcando el extremo sur del continente sudamericano propiamente dicho, la provincia de Magellania, la de más reciente creación de entre las once provincias argentinas, se presenta a sí misma como "la frontera sur" del país. Su población es de mayoría abrumadoramente angloparlante, ya que un 70,26% de sus 1.643.292 habitantes tienen como primera lengua al inglés. Los hispanoparlantes representan un 26,27% de la población, y el resto está dividido entre hablantes del alemán, del castellano y de otras lenguas. La capital provincial de Magellania es la ciudad de Parish River.

La economía de Magellania es de perfil netamente primario: la ganadería, la pesca y la explotación de hidrocarburos son las principales actividades que alimentan un PBI enorme en relación con su escasa población. Las actividades del sector servicios están orientadas principalmente al apoyo de las actividades primarias de la economía y a la atención de los pocos centros urbanos de la provincia, aunque el auge del turismo está impulsando una gran transformación en este sentido.

Magellania está gobernada actualmente por el Partido Nacional y la Oposición Oficial está ejercida por el Partido Socialdemócrata. Sin embargo, el gobierno municipal de Parish River corresponde actualmente al Partido Liberal, tras lograr su primer triunfo electoral significativo en Magellania.

Provincia de Mesopotamia (Province of Mesopotamia - ME)

Constituida originalmente como baluarte defensivo de las posesiones británicas frente a la amenaza de las colonias españolas antes de la Segunda Guerra del Plata, la provincia de Mesopotamia se convirtió por efecto de esta naturaleza "fronteriza" en un punto de encuentro para las culturas angloparlantes e hispanoparlantes de la Argentina. Esta concepción se ve reforzada hoy en día al hallarse en medio de los baluartes culturales de ambas comunidades: el Uruguay de habla inglesa y el Paraná de habla castellana. La Mesopotamia también es célebre por la importante presencia irlandesa existente, a tal punto que suele ser conocida como "la pequeña Irlanda".

La población de la Mesopotamia asciende a 3.235.458 habitantes, de los que un 54,42% se identifica como angloparlante y un 42,92% se reconoce como hispanoparlante; el resto de la población corresponde a las comunidades de habla alemana, portuguesa y de otros idiomas. La capital de la Mesopotamia es la ciudad de Corrientes.

La agricultura es la principal actividad económica de la Mesopotamia, aunque existen importantes cordones industriales en torno de las ciudades de Corrientes, Paraná y Gualeguaychú. La pesca y el turismo también representan actividades de peso significativo, y en los últimos años creció el impacto del sector servicios en la economía provincial.

Políticamente hablando, la provincia de la Mesopotamia es significativa por ser la única que escapa al bipartidismo de Nacionales (que sin embargo son la Oposición Oficial y gobiernan en Corrientes) y Socialdemócratas, ya que cuenta con la primera administración provincial perteneciente al Partido Liberal.

Provincia de las Misiones (Province of the Missions - MI)

Misiones fue siempre la "frontera caliente" de la Argentina, ya que históricamente fue la primera línea de conflicto entre la Argentina y el Brasil. Es así que la provincia cuenta aún hoy en día con una importante presencia militar que ha imbuído a su cultura de una marcialidad considerable. Angloparlantes e hispanoparlantes representan proporciones similares de la población de 4.003.019 habitantes (40,88% y 45,19% respectivamente), seguidas por un 10% de lusoparlantes. Iguassu es la capital provincial.

Sin embargo, la disminución de las tensiones entre ambos países ha ayudado a que Misiones se convierta en una "frontera de encuentro", como lo proclaman frecuentemente sus distintos gobiernos. El intercambio comercial, la industria y los servicios vinculados con el Brasil representan la parte del león de la economía provincial, secundada en menor medida por la agricultura y el turismo.

El Partido Nacional ejerce el gobierno provincial actualmente, y el Partido Socialdemócrata es la primera fuerza de oposición y el partido de gobierno en la ciudad e Iguassu.

Provincia del Paraná (Province of the Parana - PA)

La provincia del Paraná es el corazón de la vida cultural, política y social de la comunidad hispanoparlante de la Argentina. Erigiéndose sobre la mayor parte de los territorios conquistados a España durante la Segunda Guerra del Plata, la provincia del Paraná ha logrado un alto grado de desarrollo que si bien no alcanza para igualarse con la provincia del Plata, sí le permite disputar de igual a igual con la provincia del Uruguay, su contraparte angloparlante.

Un 64,04% de los 7.642.630 habitantes de la provincia del Paraná habla el castellano como lengua materna; un 32,21% hace lo propio con el inglés; las demás minorías lingüísticas no alcanzan el 5% de la población. La ciudad de Córdoba, capital provincial del Paraná, es la gran meca hispanoparlante de la Argentina. Actualmente los socialdemócratas gobiernan la provincia, mientras que el Partido Nacional es la Oposición Oficial y la fuerza de gobierno en la ciudad de Córdoba.

La economía del Paraná es rica y diversificada, con una importante primacía de los sectores industrial y de servicios, seguidos por un peso relevante del sector agropecuario y una participación minoritaria del turismo y de la pesca, esta última concentrada principalmente sobre la margen del río que da su nombre a la provincia.

Provincia del Paraguay (Province of the Paraguay - PR)

Si la provincia del Paraná es la meca hispanoparlante de la Argentina, la provincia del Paraguay es su frontera final y su interior profundo. En el Paraguay es donde se ha preservado en su más pura expresión la cultura hispánica anterior a la conquista británica de la actual Argentina. De todos los distritos del país, el Paraguay es el que alcanza la mayor proporción de hispanoparlantes (64,11%) sobre su población, que alcanza los 5.201.267 habitantes. Aunque el porcentaje de angloparlantes es de un razonable 26,36%, concentrado por sobre todo en la capital de Asunción y las áreas vecinas, el Paraguay presenta también una importante minoría de habla guaraní (casi el 5%) dispersa por toda la provincia.

La economía provincial es por sobre todo rural, con un fuerte peso de la ganadería vacuna en las actividades agropecuarias, seguido por el cultivo de frutas. Recientemente, empero, el Paraguay ha comenzado a emerger como un importante actor en la matriz energética de la Argentina, a partir de la construcción y entrada en servicio de numerosos embalses y represas hidroeléctricas sobre los ríos Paraná y Paraguay. Además, el Paraguay es un importante socio comercial del Brasil y particularmente de la República de Atacama, que se sirve de los canalizados ríos Pilcomayo y Bermejo para llegar al Paraná y así sacar exportaciones hacia el Atlántico.

La provincia tiene un gobierno conducido por el Partido Socialdemócrata, con el Partido Nacional ejerciendo el principal papel de oposición además de gobernar la ciudad de Asunción.

Provincia de Patagonia (Province of Patagonia - PG)

La provincia de la Patagonia es la "Puerta al Sur" de la Argentina. Originalmente su territorio abarcaba hasta el Estrecho de Magallanes, pero las sucesivas subdivisiones y la creación de los territorios (luego provincias) de Tehuelchia y Magellania llevaron a una situación en la que la provincia apenas representa la cuarta parte de la región de la cual deriva su nombre.

Al igual que en el resto de la región patagónica, en la provincia homónima es mayoría la comunidad angloparlante, que representa el 52,16% de sus 2.190.535 habitantes, mientras que el porcentaje de hispanoparlantes alcanza el 44,74%. La provincia en sí está prácticamente despoblada, a excepción del área urbana de White Bay, la capital provincial, y otras dos o tres ciudades medianas que en total representan cuatro quintas partes de la población.

Casi el 70% del PBI provincial proviene del cinturón industrial y portuario de White Bay, que sirve como puerta al mundo para buena parte del centro-sur de la Argentina. El resto de la actividad económica comprende la ganadería ovina y vacuna, la minería y la pesca. Actualmente el Partido Nacional es el oficialismo en la provincia, mientras que los socialdemócratas ejercen la oposición oficial y el gobierno de la ciudad de White Bay.

* * *

(Continuará)

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sábado, 28 de enero de 2012

Admisión de falta de energía

¿Saben qué? No me dan ganas de escribir hoy.

No es de caprichoso ni de guacho, sencillamente no hay nada que me llame la atención como para juntar energías y escribir párrafos al respecto. Definitivamente estoy en uno de esos puntos bajos de mi ciclo blogueril.

Ni siquiera me llama lo de Bouloudou y sus ganas de no esperar tres años para hacerle un lifting a la Constitución. ¿Cuál es la novedad? Sabíamos todos que iban a llegar a eso tarde o temprano.

Tampoco sobre las peleas entre Moyano y el Gobierno, porque la verdad es que nunca llegan a nada y tampoco me van a dar la alegría de verlos matarse como si fueran mafiosos de Chicago durante la ley seca.

¿Para qué hablar de Poronga Moreno?

De Malvinas ya me desgañité posteando en otros lados y no siento muchas más ganas de dedicar párrafos a una farsa peligrosa montada de ambos lados del Atlántico, en la que al margen de la payasada llevada a cabo acá tengo que ver cómo a mi país se lo usa en una lejana potencia venida a menos para darle a su población un Viagra patriotero; a esta altura del partido, lo único que quisiera es que un terremoto se lleve esas islas de mierda al fondo del océano, con todo y su gente, ovejas, pingüinos y turba.

Y mientras menos recuerde el espectáculo lamentable de una jefa de Estado riéndose como pendeja adolescente luego de decir "rompimos el siete" en un discurso, tanto mejor para mí.

Y esta vez lo lamento, pero no tengo ninguna columna ingeniosa de otra persona que pueda traducir.

Así que les pido por favor que me disculpen si este sábado el contenido es inexistente. Peor sería tratar de escribir una merda sin ganas, me parece.

Saludos muchos, por favor sepan disculparme y espero volver más cargado el próximo sábado.

martes, 24 de enero de 2012

Una historia paralela de la Argentina (Anexo II)

Una historia paralela de la Argentina (1806 - 2010)

Anexo II. Sistema de Gobierno y Partidos Políticos

SISTEMA DE GOBIERNO

Políticamente, la Argentina está organizada como una república federal que opera bajo un régimen parlamentario de gobierno. La organización del sistema político argentino está basada en el llamado "sistema de Westminster", el cual heredó de la dominación colonial británica, con las modificaciones producidas a partir de la proclamación de la República en 1960 y la sanción de una nueva Constitución en 1983.

El corazón del sistema político argentino es el Parlamento de la República de Argentina, un cuerpo bicameral que combina los mecanismos parlamentarios heredados del Reino Unido con un elemento federalista de inspiración vagamente norteamericana, reflejando tanto la herencia colonial como la experiencia acumulada durante más de cien años de existencia política propia.

La cámara baja del Parlamento argentino es la Cámara de Representantes, compuesta por 388 miembros elegidos mediante un sistema de doble vuelta electoral en representación de otras tantas circunscripciones electorales uninominales. La Constitución manda que se produzca una renovación completa de la Cámara de Representantes cada tres años, aunque existen cláusulas que permiten elecciones y disoluciones anticipadas del cuerpo.

Siguiendo la tradición británica, le corresponde a la Cámara de Representantes otorgar la confianza necesaria para la confirmación de cualquier gobierno, lo que en la práctica significa que le corresponde formar gobierno a aquel partido o coalición que controle la mayoría de los escaños de la Cámara o una primera minoría en caso de que el resto de los partidos no se coaliguen en su contra. La Cámara puede forzar la dimisión de un gobierno mediante una moción de censura explícita o mediante el rechazo de proyectos impositivos o presupuestarios presentados por el Gobierno, lo que en este último caso se interpreta como una censura tácita derivada del rechazo de la Cámara a permitir que el Gobierno disponga de fondos públicos. Si el Primer Ministro no responde con la disolución de la Cámara, la misma puede forzarlo a dejar el cargo, pero sólo si existe una coalición o partido en condiciones de asumir el gobierno de forma inmediata.

La cámara alta es el Senado, compuesto por 72 miembros elegidos a razón de seis por provincia y tres por territorio nacional. Las elecciones para el Senado tienen lugar cada seis años de forma conjunta con los comicios presidenciales federales; las bancas senatoriales correspondientes a cada distrito son asignadas de forma proporcional según el caudal de votos recogido por cada partido en dicho distrito.

Aunque el Senado ha sido tradicionalmente más débil y menos políticamente activo que la Cámara de Representantes, esto ni le ha impedido ejercer un fuerte papel moderador en particular en lo que hace a la defensa de los intereses de las provincias menos pobladas y de los territorios, ni ha evitado que a lo largo de las décadas haya podido acumular ciertos poderes que elevaron su relevancia e impacto en el sistema político argentino.

Cualquiera de las cámaras del Parlamento puede aprobar un proyecto de ley con la presencia de al menos 50 de sus miembros. Todo proyecto legislativo requiere de la aprobación de ambas cámaras para convertirse en ley, lo que frecuentemente se traduce en desacuerdos entre la Cámara de Representantes y el Senado, en buena medida a causa del sesgo más territorial de este último.

Tras la traumática experiencia vivida durante la crisis constitucional de 1956, la tradición política argentina y luego la Constitución de 1983 establecieron procedimientos para la armonización de las disputas entre ambas cámaras o la disolución conjunta de la Cámara y el Senado y el llamado a nuevas elecciones; de cualquier forma, la Constitución argentina prohíbe la disolución legislativa y la convocatoria a comicios anticipados durante el año inmediatamente posterior a una elección fija y durante el año inmediatamente previo a la siguiente.

El poder ejecutivo de la Argentina está nominalmente encabezado por el Presidente de la República, cargo que sucedió al de Gobernador General tras el fin del régimen monárquico de unión personal con la Corona del Reino Unido. El cargo presidencial ha sido y es principalmente un puesto ceremonial cuyo titular cumple funciones protocolares como Jefe de Estado, además de participar en el proceso político como única figura capaz de disolver el Parlamento y convocar a elecciones (aunque estas últimas tengan lugar "por consejo" del Primer Ministro).

En décadas recientes, empero, la Presidencia ha sido fortalecida para que opere como una "institución estabilizadora" en momentos de crisis, pudiendo hacer un uso menos acotado de sus facultades de reserva. Asimismo, la Constitución de 1983 le reconoce al Presidente algunas facultades en materia de relaciones exteriores (en su carácter de Jefe de Estado y "Primer Embajador" de la República) y de defensa nacional (en su rol de Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas) que anteriormente le correspondían al Gabinete y al Primer Ministro.

Originalmente el Presidente era designado por el Primer Ministro según la "recomendación" (en la práctica, la elección directa) de un candidato efectuada por el Senado; actualmente la elección presidencial se efectúa mediante un sistema indirecto en el que los votos se tabulan a partir de los resultados obtenidos en la elección popular de los senadores.

En los hechos, la mayor parte del poder ejecutivo argentino es ejercido por un Gabinete presidido por un Primer Ministro que oficia de Jefe de Gobierno. De acuerdo con la tradición de Westminster, los ministros del Gabinete son seleccionados de entre los miembros del Parlamento pertenecientes al partido de gobierno. Aunque en la virtual totalidad de los casos se trata de miembros de la Cámara de Representantes, no es inaudito pero sí altamente inusual que haya senadores en el Gabinete; en ciertos casos, por lo general durante situaciones de crisis o emergencia, el Gabinete puede incorporar a ministros que no cuenten con ninguna banca en el Parlamento.

Se espera que todos los ministros del Gabinete defiendan pública y solidariamente las decisiones gubernamentales independientemente de la posición que hayan tenido en los debates internos del cuerpo; por consiguiente, también se espera que cualquier ministro que no pueda hacerse cargo de esta defensa presente su dimisión de forma inmediata.

Los poderes del Gabinete (por fuera de las decisiones y resoluciones administrativas propias de cada cartera) y del Primer Ministro son en la práctica idénticos y ejercidos por éste último en nombre del cuerpo entero. Con la excepción de las facultades electorales, diplomáticas y militares que la Constitución le reconoce al Presidente (y que por lo general este último sólo puede ejercer siguiendo el consejo vinculante del Primer Ministro), el poder ejecutivo está prácticamente en manos del Primer Ministro.

Además de ser el líder del partido de gobierno, por convención el Primer Ministro es siempre un miembro de la Cámara de Representantes, y aunque técnicamente no es ilegal que un senador llegue al cargo, en estas circunstancias se esperaría de un senador que renuncie a su banca y dispute un escaño en la Cámara de Representantes. El Primer Ministro permanece en su cargo mientras conserve la confianza del Parlamento (esto es, que su partido retenga la mayoría de las bancas de la Cámara de Representantes) y mientras se mantenga como líder de su partido.

El sistema judicial argentino cuenta con dos estructuras separadas: una federal y otra provincial y territorial. Aunque ambas mantienen una separación casi completa, la Corte Suprema de Argentina tiene una posición superior en virtud de su condición de tribunal de última apelación en el sistema argentino. La Corte Suprema tiene jurisdicción originaria en algunas cuestiones puntuales, entendiendo en la mayoría de los casos por apelación de sentencias de los tribunales federales, provinciales o territoriales.

Los tribunales argentinos se dividen en cortes superiores y cortes inferiores. Las primeras son aquellas cuya jurisdicción es ilimitada y que ocupan el puesto principal en la jerarquía tribunalicia a la que corresponden; en esta categoría se hallan la Corte Suprema de Argentina y los Superiores Tribunales de Justicia de las provincias y territorios, y en todos los casos se trata de tribunales creados por las Constituciones o Cartas Legislativas correspondientes.

Las cortes inferiores, en cambio, son creadas por leyes del Parlamento o de las legislaturas y cuentan con jurisdicciones limitadas a las cuestiones que les están reservadas por las leyes que las crearon. En esta categoría entran no sólo los tribunales de primera instancia tanto federales como provinciales, sino también las cortes federales con competencia exclusiva sobre una jurisdicción limitada, como por ejemplo la Corte de Almirantazgo.

PARTIDOS POLÍTICOS

Partido Nacional

El Partido Nacional es el único de los "cuatro viejos partidos" (Nacional, Cívico, Laborista y Conservador) que continúa existiendo en su forma original en nuestros días. Es también el partido que más tiempo ha gobernado en la historia argentina (75 años de 124) y el que más Primeros Ministros ha tenido (15 de los 26). Su origen se remonta a los clubes políticos de los sectores medios y medios-altos de la comunidad angloparlante en los años previos e inmediatamente posteriores a la Federación, y aunque a lo largo de las décadas ha logrado adquirir una porción respetable del voto hispanoparlante, todavía es percibido como el partido emblemático de los argentinos de habla inglesa.

La ideología del Partido Nacional es básicamente conservadora (un hecho con el que se siente más cómodo luego de absorber los restos del Partido Conservador tras su implosión en la década de 1970), y si bien en líneas generales prefiere mantener al Estado lejos de la economía, su idea del papel de "control y supervisión" que debe ejercer el Estado es bastante más extensa que la de los liberales. Además, el gran peso que las elites provinciales tienen en la conducción del Partido Nacional ha llevado a la fuerza en determinados períodos a mostrarse favorable a ciertas medidas proteccionistas. Los nacionales optan por una visión conservadora en términos sociales, más proclive a la asimilación de los inmigrantes y recelosa de la expansión indiscriminada de los derechos sociales y de otras acciones a las que califican como "ingeniería social perniciosa". El Partido Nacional es además el más favorable a las Fuerzas Armadas de entre los tres grandes partidos actuales.

El Partido Nacional es la actual fuerza de gobierno de la Argentina desde su triunfo en las elecciones generales de 2007. Además de controlar la Presidencia, el Gabinete, la Cámara de Representantes y el Senado (aunque con una diferencia más acotada por sobre los socialdemócratas en esta cámara), los nacionales son gobierno en cinco provincias (Magellania, Misiones, Patagonia, Plata y Río Grande) y en el Territorio de la Capital Federal, constituyen la Oposición Oficial en las provincias de Araucania, Mesopotamia, Paraná, Paraguay y Uruguay, y ejercen el gobierno municipal en ciudades tales como Córdoba, Talcahuano, Corrientes, Santa Ana y Asunción.

El color oficial del Partido Nacional es el azul.

Partido Socialdemócrata

Surgido a partir de la fusión del Partido Cívico con la mayoría del Partido Laborista en los años previos a la constitución de la República, el Partido Socialdemócrata es el heredero actual del ala izquierda de los "cuatro viejos partidos" y representa la principal fuerza de centroizquierda en el espectro político argentino. Notablemente, los socialdemócratas han tenido un éxito considerablemente mayor que el de los partidos a los que sucedió, ya que ha logrado ejercer el poder durante 32 años de los 51 transcurridos desde su fundación.

Como se ha mencionado, la orientación ideológica del Partido Socialdemócrata es de centroizquierda, aunque se distinguen alas fuertemente polarizadas que por lo general coinciden con facciones que se remontan a los viejos partidos Cívico y Laborista. En líneas generales, los socialdemócratas favorecen la intervención estatal en la economía y defienden la preservación de aquellas instituciones y programas asociados con el "Estado de Bienestar" creadas durante los gobiernos cívicos de la década de 1920 y el gobierno laborista de Perón en la primera mitad de los '50. Asimismo, el Partido Socialdemócrata tiene una fuerte tendencia al multiculturalismo y a la liberalización de las normas sociales.

En su condición de segunda bancada de la Cámara de Representantes, el Partido Socialdemócrata constituye la Oposición Oficial a nivel federal. Actualmente, existen gobiernos socialdemócratas en las provincias de Araucania, Paraná, Paraguay, Tehuelchia y Uruguay, y son la oposición oficial en las provincias de Magellania, Misiones, Patagonia y del Plata, y en el Territorio de la Capital Federal. Los socialdemócratas son principalmente fuertes en los grandes centros urbanos y cinturones industriales del país, notablemente en Buenos Aires, White Bay e Iguassu, aunque el auge del Partido Liberal ha ido erosionando su apoyo en algunas de las grandes ciudades.

El color oficial del Partido Socialdemócrata es el rojo.

Partido Liberal

El Partido Liberal es la más nueva de las grandes fuerzas políticas argentinas. Aunque surgió oficialmente en 1978 cuando un grupo de dirigentes de segunda línea del Partido Nacional abandonó dicha fuerza en desacuerdo con la decisión del primer ministro Bordaberry de no avanzar con la privatización de las empresas estatales, el Partido Liberal recién despegaría a mediados de la década de 1990 cuando las reformas económicas puestas en marcha por el gobierno de Carlos Mannheim y el período de crecimiento que le siguió abrieron un importante espacio para la propagación del ideario partidista.

En términos ideológicos, el Partido Liberal parte de una concepción libremercadista, contraria a los controles estatales de todo tipo, y partidaria de la desregularización generalizada de las actividades económicas y comerciales. Políticamente, los liberales están a favor de un Estado que se mantenga al margen de aquellas cuestiones que, en su opinión, "exceden las exigencias básicas de autodefensa, seguridad, arbitraje, justicia y relaciones exteriores".

Actualmente el Partido Liberal tiene la tercera bancada más grande tanto en la Cámara de Representantes como en el Senado, pero sus principales éxitos recientes han tenido lugar en el plano provincial, en particular la obtención de una mayoría propia en la Asamblea Legislativa de la Provincia de la Mesopotamia y la consiguiente formación del primer gobierno provincial liberal. Además, los liberales son la Oposición Oficial en las provincias de Río Grande y Tehuelchia, y ejercen la administración municipal en las capitales provinciales de Montevideo, New Cardiff y Parish River.

El color oficial del Partido Liberal es el amarillo.

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sábado, 21 de enero de 2012

Vada a bordo, cazzo!

Como durante toda la semana agoté mis energías blogueriles en varios debates sobre nacionalidad, Malvinas y la mar en coche allá en El Opinador Compulsivo y en menor medida en BlogBis, llego al sábado con mis pilas posteadoras peligrosamente bajas, por lo que les dejo una traducción fatto in casa de un artículo escrito por Mark Steyn sobre el tema del Costa Concordia que me pareció interesante:

No más "mujeres y niños primero"
Por Mark Steyn

Abe Greenwald de la revista Commentary twittea:

"Existe alguna posibilidad de que Mark Steyn no use al capitán italiano que huye del buque que se hunde como la metáfora de apertura de una columna sobre el colapso de la Unión Europea?"

Válgame Dios. Tienes que levantarte temprano en la mañana para ganarme en metáforas sobre colapso civilizacional. Ya estuve ahí e hice eso. Vean la página 185 de mi último libro, en donde pongo en contraste la ordenada, dignificada y conmovedora conducta de aquellos en el Titanic (el buque, no el mendaz éxito taquillero de Hollywood) con aquella manifestada en desastres más recientes. No hubo ninguna evacuación ordenada del Costa Concordia, sólo caos marcado por actos individuales de coraje de, por ejemplo, un violinista húngaro en la orquesta y un animador del buque disfrazado del Hombre Araña, los que ayudaron ambos a poner a salvo a los niños, costándole la vida al primero.

El miserable capitán Schettino, en contraposición, se encuentra bajo arresto domiciliario, procesado por homicidio culposo y abandono del buque. Su explicación es que, cuando la nave se escoró repentinamente, cayó en un bote salvavidas y no pudo volver a subir. Es en serio. Le podría pasar a cualquiera, con las cubiertas resbaladizas y todo. Lo siguiente que se sabe es que estaba a salvo en la costa, dejando a sus todos sus pasajeros en el mar. Por otro lado, la grabación de audio en la que se lo escucha recibir órdenes de la Guardia Costera para subir al barco y rehusarse a acatarlas no ayuda mucho a sostener esta versión de los hechos.

En el año centenario del más famoso de todos los desastres marítimos, haríamos bien en considerar de forma honesta la historia del Titanic. Cuando James Cameron hizo su película, estaba más interesado en todo excepto aquello sobre lo que de verdad trataba la historia. Confieso que tengo muy pocos recuerdos de la película excepto los senos lozanos de Kate Winslet y algunas agotadoras cabriolas dizque Riverdance en la bodega, pero lo que sí recuerdo tradujo la memoria de hombres honorables: en mi libro, cito al primer oficial William Murdoch. En la vida real, lanzó sillas de cubierta a los pasajeros que estaban en el agua para que pudieran aferrarse de algo, y después se hundió con el barco; haciendo lo aburrido y decente, todo muy británico, sin mucho escándalo. En la película de Cameron, Murdoch acepta un soborno y asesina a un pasajero de tercera clase. El director luego pidió disculpas al pueblo natal del primer oficial en Escocia y ofreció 5.000 libras esterlinas para un memorial, el cual, convertido a dólares de Hollywood, equivale a un poco menojs que lo que Cameron y su familia pagaron para cenar después de los Oscars.

En el Titanic, los pasajeros hombres dieron sus vidas por las mujeres y jamás hubieran considerado hacer otra cosa. En el Costa Concordia, en palabras de una pasajera, "había hombres grandes, tripulantes, empujándonos para llegar al bote salvavidas antes que nosotros". Después de escenas similares ocurridas en el MV Estonia hace algunos años, Roger Kohen, de la Organización Marítima Internacional, le dijo a la revista Time: "No hay ley que diga mujeres y niños primero. Eso es algo de la era de los caballeros".

Eso sólo si por "era de los caballeros" estamos refiriéndose a la época de nuestros bisabuelos.

De hecho, se puede fijar una fecha muy precisa para "mujeres y niños primero". El 26 de febrero de 1852 el HMS Birkenhead encalló cerca de la costa de Ciudad del Cabo mientras transportaba tropas británicas a Sudáfrica. Como en el Titanic, no alcanzaban los botes salvavidas. Las mujeres y los niños fueron escoltados hasta el cúter del barco. Los hombres se reunieron en cubierta. Se les ordenó no lanzarse al agua porque podían poner en riesgo a las mujeres y a los niños abrumando los botes. Así que se quedaron firmes en sus puestos mientras el buque desaparecía bajo las olas. Como escribiera Kipling:

"La mayoría de nosotros somos mentirosos, la mitad somos ladrones, y el resto de nosotros somos tan repugnantes como podemos ser,
Pero de vez en cuando podemos terminar con estilo (lo que espero que no me pase a mí)."

Sesenta años después, los hombres en el Titanic - mentirosos y ladrones, ricos y poderosos, pobres e ignotos - se encontraron siendo llamados a "terminar" con estilo y así lo hicieron. Tuvieron apenas una hora para darles un beso de despedida a sus esposas, ver cómo se trepaban a los botes salvavidas y se alejaban sin ellos. Ellos también esperaron que no les pasara a ellos, pero cuando les pasó, la norma social de "mujeres y niños primero" soportó la presión y se cumplió en todas las clases.

Hoy no existe una norma social, así que es cada hombre por sí mismo, siendo la palabra operativa "hombre" aunque no muchos de los muchachos del Titanic reconocerían a los del Costa Concordia como "hombres". De una anciana embarcada en el último: "Estaba junto a los botes salvavidas y hombres, grandes hombres, me atropellaban y tiraban al suelo a las mujeres."

Cada vez que escribo acerca de estos temas, recibo muchos mails de hombres en la línea del siguiente:

"Las feministas querían una sociedad con neutralidad de género. Ahora la tienen. ¿Entonces de qué te quejas?"

Y así las virtudes masculinas (si me perdonan una frase peculiar) se encogen hasta quedar reducidas en las así llamadas "cuevas de hombres", aquellos tristes y pequeños reductos de cerveza y canales deportivos premium en el cable.

Estamos más allá de las normas sociales en estos días. Una mujer puede ser soldado. Un hombre puede ser una mujer. Un chico travestido de siete años puede unirse a las Niñas Exploradoras en Colorado porque se "identifica" como una niña. De seguro que agrega cosas al rico tapiz de la vida. Pero no puedo dejar de pensar cuántos van a estar dispuestos a identificarse como hombres cuando las cosas se pongan peores.

Un día o dos después de que el crucero encallara, leí el obituario de un hombre llamado Ian Bryce, quien se encontraba en Dunkerque en 1940 cuando una flotilla improvisada de pesqueros, yates y otros "pequeños buques" ingleses evacuaron a las tropas aliadas que habían sido aisladas por el avance de los alemanes. El joven Bryce, un guardiamarina de 17 años de edad, rescató por sí mismo a 109 soldados británicos, ocho oficiales belgas, dos franceses y dos refugiados judíos en múltiples idas y vueltas en un bote a motor bajo fuego de la Luftwaffe. Nadie le pidió al capitán Schettino que hiciera algo extraordinario, sino tan sólo su deber.

Abe Greenwald no está pensando en grande. El Costa Concordia no es sólo una metáfora del colapso de la UE sino, y acá viene marchando, sobre la fragilidad de la civilización. Al igual que cualquier barco, el Concordia tenía sus procedimientos de emergencia; los simulacros de abordaje de botes salvavidas que todos los tripulantes y pasajeros tienen que llevar a cabo antes de zarpar. Al igual que con el teatro de seguridad en los aeropuertos, los rituales nos dan la ilusión de seguridad, y después, mientras el barco escora y las luces dejan de funcionar y la negra y helada agua entra, descubrimos que estamos por nuestra cuenta: pasamos de bailar y cenar, de las coristas y los saunas, a las oscuras profundidades en cuestión de momentos.

Hoy las naciones más ricas en la historia humana construyen cruceros de placer en lugar de naves de guerra, vastos palacios dedicados a la buena vida, a la noción de que, en el rechoncho y complaciente Occidente, la vida misma es un crucero, navegando (como el nombre del Concordia lo sugiere) en un plácido lago de paz y armonía. Desde el colapso económico de 2008 la metáfora del Titanic - acerca de un mundo occidental que avanca hacia el iceberg pero no puede cambiar su curso - ha sido un poco abusada, convirtiéndose en el cliché más fácil al que puede recurrir un político que quiere imprimir una sensación de urgencia. Pero asumamos que tienen razón y que estamos avanzando a toda máquina hacia el gran cubo de hielo. Cuando choquemos ¿qué es lo más probable? ¿Que nuestra respuesta sea tan ordenada y civilizada como la de aquellos en el Titanic? ¿O que descendamos al infierno del Concordia?

El desprecio hacia "mujeres y niños primero" no es una pérdida menor. Para las culturas reblandecidas en buenas épocas, es fácil descartar las normas sociales. En tiempos duros, puede ser que las necesiten.

Hasta la próxima.

lunes, 16 de enero de 2012

Una historia paralela de la Argentina (Anexo I)

Una historia paralela de la Argentina (1806 - 2010)

Anexo I. Mapa, banderas y datos básicos

1. Mapa


2. Banderas actuales e históricas
3. Datos básicos sobre el país
  • Nombre oficial: República de Argentina / Republic of Argentina
  • Población: 58.166.070 (según censo de 2010)
  • Capital: Rosario
  • Ciudades principales: Buenos Aires, Montevideo, Rosario, Córdoba, Asuncion, Corrientes, Rio Grande, Santa Ana, White Bay, Iguassu, New Cardiff, Parish River, Ushwaya
  • Idiomas oficiales: Inglés, castellano
  • Otros idiomas hablados: Portugués, alemán, diversas lenguas indígenas
  • Independencia: del Reino Unido mediante procesos constitucionales; adopción de la Constitución: 25/05/1886; entrada en vigor: 01/01/1887; Estatuto de Westminster: 11/12/1931; proclamación de la República: 01/01/1960; eliminación de los últimos vínculos constitucionales con el Reino Unido: 19/05/1983.
  • Forma de Gobierno: República federal con sistema de gobierno parlamentario
  • Organización Territorial: 11 provincias y 3 territorios
  • Jefe de Estado: Presidente Michael Benegas (desde 2007)
  • Jefe de Gobierno: Primer Ministro Bryce Hammond (desde 2007)
  • Poder Legislativo: Parlamento bicameral conformado por un Senado (72 Senadores) y una Cámara de Representantes (388 Miembros del Parlamento)
  • Moneda: Dólar Argentino ($, A$, ARD)
  • Tasa de Cambio: 1 ARD = 0,77 USD
  • PBI: USD 2.165.731.000.000 (datos de 2010)
  • PBI per cápita: USD 37.233
  • PBI por sector: Agropecuario: 5,3%; Industrial: 26,5%; Servicios: 68,2%
  • Fuerzas Armadas: 185.000 efectivos (Ejército: 122.000; Armada: 32.000; Fuerza Aérea: 31.000)

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sábado, 14 de enero de 2012

Sinceramiento colectivo

Allá en BlogBis, el coblogger Max escribió un par de posts sintetizando las impresiones que le habían quedado tras sus últimos viajes por el interior del país. En líneas generales, lo que Max planteó en esos posts es que la Argentina es un país fuertemente dividido y que no logra encontrar una unidad común, pero que más allá de los límites de la capital y de las grandes ciudades, la naturaleza de la Argentina es la de una sociedad feudal en donde la lógica imperante es la de prestar servicio al poderoso para ser a su vez protegido.

Esta realidad podrá parecernos mala o lamentable, afirma Max, pero es la realidad y lo es porque lisa y llanamente es el sistema que funciona y que ha facilitado la vida en las partes más remotas de la Patria.

Escucho las declaraciones de nuestros funcionarios, trato de comprender la lógica de su política económica y de su visión del mundo y tras sumar las interesantes opiniones de Max al respecto no sólo tengo que coincidir con él sino también agregar algo: la sociedad argentina (o al menos su clase dirigente) es feudal, mercantilista y precapitalista.

¿Nos puede sorprender que los elevados ideales de la república y de la democracia moderna, pensados para sociedades de emprendedores, con principios capitalistas y de libre mercado, fracasen al ser implementados en una sociedad argentina que no sólo es premoderna, por las razones que sea y que en algunos casos hasta pueden ser válidas, sino que en ciertos casos hasta parece orgullosa de serlo?

Yo siempre he sido partidario del sinceramiento, aunque a veces termine en el sincericidio, y a eso es a lo que apunto con el siguiente ejercicio mental que es en joda y en serio por partes iguales.

Quizás lo mejor que le podría pasar a este país es terminar de una vez con la ficción republicana. Quizás tendríamos que asumirnos como lo que somos: una sociedad feudal, de señores y vasallos, donde los contactos y el nepotismo vencen a la competencia y la capacidad, donde la sucesión hereditaria es la ley encubierta o explícita.

Quizás tendríamos que pasar a una monarquía de derecho y así llevar a la superficie nuestros inconfesables anhelos monárquicos. Si les incomoda encaramar a Ella con el título de Reina, podemos apelar a nuestra necrofilia de alma e imitar a ese gran faro de civilización que es Corea del Norte y encaramar a un muerto en la jefatura del Estado. Podría ser Kirchner, a tono con el clima de endiosamiento que se trata crear, o Perón si molesta a los más chapados a la antigua, o tal vez a San Martín para que nadie se pueda quejar; Ella podría quedar como jefa de Estado de hecho con el título de Regente, Senescal de Gondor o lo que se les ocurra, y podríamos mantener al Jefe de Gabinete como un verdadero Primer Ministro monárquico.

Podríamos convertir a nuestro Congreso en algo parecido al Parlamento británico, con el Senado transformado en una Cámara de los Lores hereditaria y representativa de la nobleza de entrecasa, que vendría a estar compuesta las grandes familias políticas provinciales, los barones territoriales, los capos sindicalistas y por qué no los exponentes del empresariado nacional por el que nos sacrificamos para salvarlos de su propia incompetencia. La Cámara de Diputados podría pasar a ser una Cámara de los Comunes, en donde se nos permita una voz a quienes no formamos parte de la aristocracia feudal argenta.

Yendo más lejos, hasta podríamos dar títulos de nobleza a los distintos capangas locales. Que cada pueblo, localidad o comuna tengan su burgomaestre o alcalde electo, eso está bien, pero que los partidos y departamentos tengan sus propios barones y condes, y las provincias se transformen en nuestros ducados.

Quizás poner en práctica este ejercicio sea lo más sano que le puede llegar a pasar a la sociedad argentina. Porque no importa lo que diga nuestra Constitución o lo que queramos creer, la realidad de nuestro país es esa: feudal, mercantilista, precapitalista, paternalista, monárquica de alma.

Quizás nos haga bien ver a nuestros políticos, sindicalistas y empresarios por lo que son en realidad, es decir señores feudales encaramados de por vida, con sucesores puestos a dedo y por lo general de sus familias, y tan convencidos de su propiedad sobre todo lo que contiene este país que tenemos que darnos por contentos de que no rija el derecho de pernada. Eso último no sería problema; bien sabemos cómo los yiros y gatos de todo tipo revolotean alrededor de los capangas de turno.

Quizás nos haga bien deshacernos de nuestras ilusiones republicanas y ver a nuestro país por lo que es: una colección de feudos en donde nosotros ocupamos el lugar de los vasallos y sirvientes que trabajan para mayor gloria de los señores.

Quizás entonces, confrontados con la realidad de nuestro país y sociedad y sin poder refugiarnos en ficciones que tienen tanto de realidad como los cuentos de hadas, aprendamos a apreciar el valor de la libertad, sepamos llevar a la realidad sus principios en lugar de contentarnos con creer que existen porque están escritos en la Constitución y repitamos el camino que tomaron pueblos que vinieron mucho antes del nuestro y que lograron salir de la oscuridad feudal, reducir a la aristocracia al papel de piezas de museo y turismo, y alcanzar la modernidad de una vez por todas.

Qué se yo, decía nomás.

martes, 10 de enero de 2012

Una historia paralela de la Argentina (Parte 20)

Una historia paralela de la Argentina (1806 - 2010)

20. Hacia el Siglo XXI (1983-2010)

El momento cumbre del proceso que el gobierno de William Snowden había motorizado casi contra la opinión general en 1978 llegó el 25 de mayo de 1983 con las primeras elecciones generales para la Presidencia, el Senado y la Cámara de Representantes bajo los auspicios de la nueva Constitución. En reconocimiento tanto a la calma que reinó durante los cinco años anteriores como al gran logro que representó la Constitución y al consenso que la misma tenía en toda la sociedad, el Partido Socialdemócrata recibió un fuerte mandato del electorado para continuar en el gobierno, mientras que el Partido Nacional se alzaba con la victoria en la primera elección que los argentinos hacían de su jefe de Estado.

En un acto solemne en el Palacio del Parlamento, el socialdemócrata Bernard Sanguinetti juraba como Primer Ministro ante el también flamante Presidente de la República, el nacional Ernest Carney. Las prioridades de los nuevos Presidente y Primer Ministro pasaban por poner en marcha el nuevo armado institucional, probar su funcionamiento y asegurarse de que el arduo proceso constitucional rindiera frutos y le diera a la Argentina la estabilidad política que la había eludido durante el cuarto de siglo anterior.

El contexto económico que vivió el gobierno de Sanguinetti no fue particularmente favorable, pero tampoco acarreó los problemas que habían complicado a muchos de sus predecesores. Si bien la inflación no pudo ser eliminada de cuajo, se mantuvo dentro de márgenes controlables que evitaron una mayor conflictividad social.

Durante este período comenzaron los reclamos para promover una reforma del gran sistema de empresas públicas, que para comienzos de la década de 1980 ya estaban empezando a mostrar problemas de sustentabilidad y de déficits crónicos. Sin embargo y fiel a las tradiciones partidarias, Sanguinetti rechazó cualquier intento de privatización de las empresas públicas, aunque dio algunos pasos tentativos en la misma línea que Bordaberry siguió unos cuantos años antes e instrumentó medidas para permitir la participación accionaria minoritaria en ciertas corporaciones de propiedad estatal.

Sanguinetti debió además enfrentar dos temas que desataron una fuerte polémica en la sociedad argentina. El legado de la lucha contra el terrorismo y de las fuertes medidas que tomó en su momento el gobierno de Juan María Bordaberry adquirió notoriedad pública a través de los esfuerzos de varias organizaciones para que se investigara la comisión de posibles abusos en la aplicación de las disposiciones de emergencia.

Aunque buena parte del Partido Socialdemócrata apoyaba una iniciativa de investigación pública, la oposición del Partido Nacional la rechazó de plano y algunos de sus dirigentes (aunque no los del elenco principal del partido) acusaron a los impulsores de estas propuestas de albergar simpatías con el nacionalismo hispanoparlante y con la izquierda revolucionaria.

La decisión del Primer Ministro fue conformar una comisión parlamentaria con representantes de todos los partidos que se dedicaría a la investigación de esas acusaciones. A lo largo de un año y medio de trabajo, la comisión recabó no sólo los testimonios de los denunciantes sino también los de funcionarios, militares y policías involucrados en las operaciones antiterroristas, en medio de un intenso escrutinio público y periodístico.

El informe fue publicado el 4 de junio de 1985 ante el presidente Carney y el Parlamento en pleno. En sus páginas se pudo dar constancia de numerosos incidentes de “abusos” y “excesos” en la lucha contra el terrorismo, aunque las acusaciones de que se debían a un presunto “plan sistemático” no pudieron ser verificadas. Durante los años siguientes se celebrarían procesos judiciales para los casos más prominentes, algunos de los cuales terminarían en condenas. Sin embargo, los temores sobre una posible inquietud militar demostraron ser infundados, ya que los altos mandos de las Fuerzas de Defensa anunciaron públicamente su respaldo a la investigación y sus conclusiones, y su disposición a colaborar en lo posible.

El segundo tema polémico de este período comenzó en la apertura del período de sesiones del Parlamento del año 1986 cuando Sanguinetti, sin haber dado ningún indicio previo, solicitó la palabra luego del discurso del presidente Carney para ofrecer una disculpa pública a las comunidades aborígenes de la Argentina por las políticas de asimilación cultural y social que el gobierno argentino había puesto en marcha desde la Federación hasta mediados de siglo.

El pedido de disculpas provocó una conmoción en la sociedad argentina y desató un fuerte debate sobre el pasado histórico de la nación, como así sobre la posibilidad de indemnizar a las comunidades aborígenes, tal como algunos de sus dirigentes habían solicitado. De este debate surgiría una ley que reconocería a las comunidades la propiedad de algunas de sus tierras históricas y la protección de sus instituciones culturales tradicionales. A la larga, este debate no perjudicó como muchos temieron las posibilidades electorales del oficialismo, que se vio respaldado en las elecciones parlamentarias de 1987.

Sanguinetti también mantuvo una activa política en los asuntos internacionales, aunque su foco principal se posó en Sudamérica. En un esfuerzo para superar la larga tensión y rivalidad con Brasil, tanto el presidente Carney como el primer ministro Sanguinetti hicieron en 1987 una histórica visita oficial a Brasilia y mantuvieron reuniones de alto nivel con el presidente brasileño Tancredo Neves y su gobierno. De esas reuniones surgirían iniciativas para disminuir las tensiones políticas, comerciales y militares entre Argentina y Brasil y avanzar en una relación más constructiva, ejemplificadas por la participación de unidades militares brasileñas en el imponente desfile militar que se celebró en Rosario como parte de los festejos oficiales por el centenario de la Federación argentina.

Esto permitió además reavivar el proceso de integración económica de Sudamérica, que había quedado casi congelado después de los prometedores inicios de la década de 1960 y 1970. Años de negociaciones de alto nivel, algunas públicas y otras reservadas, concluyeron con la firma del Tratado de Salta el 1 de abril de 1987, para constituir un Mercado Común Sudamericano (Mercosud) entre la Argentina, Brasil, Chile y Atacama. Con sus instituciones permanentes asentadas en la ciudad de Salta, el Mercosud promovería la reducción de barreras arancelarias, la creación de instituciones comunes y la promoción de la integración económica y política entre los países de la región, con el objetivo eventual de constituir una unión continental al estilo de la Comunidad Europea.

La Argentina llegó así a las elecciones generales de 1989, en las que el electorado nacional brindó un fuerte respaldo al Partido Socialdemócrata, lo que resultó en la elección del senador Gerardo Russo como Presidente de la República y en la llegada de Quentin Dellarue, ministro de Asuntos Exteriores en el gobierno de Sanguinetti y sucesor suyo en el liderazgo socialdemócrata, a la conducción de la administración nacional.

Como Ministro de Asuntos Exteriores, Quentin Dellarue había sido el hombre que tradujo las iniciativas de Carney y de Sanguinetti en política exterior a los resultados concretos del acercamiento con Brasil y de la constitución del Mercosud. Su reputación de diplomático firme pero razonable le había permitido ascender al tope del Partido Socialdemócrata sin apelar a la ferocidad de las luchas intestinas de poder, y posteriormente le permitió llevar a los socialdemócratas a la victoria electoral de 1989.

La experiencia diplomática de Dellarue probó ser esencial para que la Argentina pudiera afrontar los vertiginosos cambios en el escenario internacional que resultaron del colapso del bloque soviético. En parte por el impulso argentino, los países del incipiente Mercosud se aprestaron en la línea de largada para posicionarse en los nuevos mercados de Europa Oriental.

Esto no impidió que la Argentina abandonara su clara alineación con Occidente. Cuando Irak lanzó su invasión de Kuwait en 1990, la Argentina fue uno de los primeros países en comprometer efectivos militares para las operaciones Escudo del Desierto y Tormenta del Desierto. En la Guerra del Golfo participarían un total de tres mil militares argentinos, tanto en los dos batallones de las tropas de tierra y en los efectivos de apoyo de combate y asistencia de emergencias como en el escuadrón de aviones de combate y los cinco buques de guerra con que el país contribuyó al esfuerzo de la Coalición contra Saddam Hussein.

Dellarue también buscó darle más ímpetu a la construcción del Mercosud y promover la integración política de Sudamérica. Se inició así un proceso multinacional para el establecimiento de un Parlamento Sudamericano y para la creación de un sistema de defensa y seguridad colectiva en el subcontinente, que en este período se manifestó a través de la multiplicación de ejercicios militares combinados y el fomento de medidas de confianza entre los países sudamericanos.

Pero fue la economía la que trajo los mayores dolores de cabeza a Dellarue. Luego de varios años de relativa calma, la combinación del creciente déficit fiscal y un aceleramiento de la inflación fueron poderosas señales de alerta respecto de los problemas de fondo de la economía argentina: un sector público sobredimensionado, una industria protegida más allá de lo recomendable y una preocupante pérdida de la competitividad general del país.

El pico inflacionario de diciembre de 1991, en el que la tasa de aumento de precios se disparó del 2% mensual al 6%, no pudo venir en peor momento para un gobierno que ya empezaba a hacer planes para las elecciones del año siguiente. Las políticas que Dellarue tímidamente puso en marcha no darían resultados sino hasta dentro de un tiempo, que claramente no sería el suficiente como para que esos resultados ayudaran al Partido Socialdemócrata a vencer una elección que se tornaba cada vez más complicada.

A pesar de los esfuerzos de Dellarue y del oficialismo, no pudo evitarse la derrota en los comicios parlamentarios de 1992, que llevaron al Partido Nacional a su primer gobierno de mayoría propia desde que Peter Leonard ganara las elecciones de emergencia de 1956. La Argentina se aprestaba así a experimentar un período de cohabitación entre la presidencia socialdemócrata de Russo y el nuevo gabinete que encabezaría el nacional Carlos Mannheim como Primer Ministro.

Mannheim era decididamente uno de los líderes más insólitos que alguna vez había tenido el Partido Nacional, tradicionalmente dominado por los angloparlantes y por el sector más acomodado de la comunidad hispanoparlante. Antes de dar el salto a la política federal, Mannheim había sido premier de su provincia natal de Misiones, desde donde había tenido una activa participación en el aumento de las relaciones con Brasil. Como descendiente de inmigrantes alemanes afincados en la ciudad de Blumenau, el nuevo Primer Ministro no sólo hablaba los dos idiomas oficiales sino también el alemán y el portugués, este último gracias a sus vínculos con la pequeña pero pujante comunidad lusoparlante del noreste argentino.

La agenda que Mannheim llevó a Rosario tras ganar los comicios de 1992 estaba centrada en la necesidad de recuperar la fortaleza económica del país, sanear un sector público aquejado por déficits crónicos y servicios de calidad cada vez más perjudicada, y potenciar a la integración sudamericana como plataforma para el relanzamiento argentino en la economía internacional. Aunque muchos ya identificaban a Mannheim como un exponente del ala más liberal en lo económico que tenía para ofrecer el Partido Nacional, nadie pudo siquiera imaginar la rapidez y contundencia con que el nuevo Primer Ministro impondría su programa.

Sin dar el menor respiro, Mannheim impulsó un vasto proceso de privatización de las grandes corporaciones públicas de la Argentina. Este proceso comenzó con la venta de la mayor parte del paquete accionario de Argentine Airways a un consorcio británico y español, y siguió con la introducción de capitales privados nacionales y extranjeros en las empresas proveedoras de energía, en Argentine Petroleum, Argentine Telecom y en la administración de los servicios de pasajeros y de carga de Argentine Railways, que continuaría su existencia como una entidad de desarrollo y supervisión del sistema ferroviario nacional.

A pesar de la infructuosa oposición de los socialdemócratas, el gobierno de Mannheim prosiguió con las privatizaciones hasta finales de 1993, cuando se produjo la venta del paquete accionario que el Estado tenía en los canales de televisión y emisoras radiales que no pertenecían formalmente a ARBC.

Mannheim también se ocupó de enfrentar la inflación. Para ello, el gobierno redujo las trabas arancelarias, relajó los controles de precios y las restricciones comerciales que todavía quedaban en pie, e implementó una política de reducciones impositivas para las nuevas empresas y para el desarrollo de capacidades productivas. Aunque estas medidas no tuvieron un éxito inmediato y todavía se deberían enfrentar algunos picos inflacionarios, para comienzos de 1994 la inflación había descendido a una tasa inferior al 1% por primera vez en décadas.

Hubo fuerte resistencia a las políticas que el gobierno aplicó para reducir el déficit fiscal que desde hacía años que agobiaba a la economía nacional. Además de la gran reducción de gastos que se pudo emprender gracias a las privatizaciones, Mannheim y su ministro de Finanzas, David Corbin, dispusieron grandes reducciones en el gasto público, particularmente en los sectores de salud, subsidios económicos y servicios, operando con la expectativa de que el incremento en la actividad privada permitiría reemplazar la participación estatal. En gran medida éste fue el caso, aunque el costo que el gobierno debió pagar incluyó una fuerte campaña de protestas sindicales y de otros sectores afectados por los recortes, que pusieron a Mannheim ante el riesgo certero de que el Parlamento rechazara su proyecto de presupuesto para 1994 y precipitara su caída del poder.

Para comienzos de 1995 las medidas económicas puestas en práctica por Mannheim en los años anteriores empezaban a rendir resultados. La baja de la inflación y el crecimiento de la actividad privada derivaron en una sorprendente reactivación de una economía que, gracias a la consolidación del Mercosud y a la liberalización del comercio internacional, encontraba nuevos mercados y oportunidades para expandirse. La economía argentina, que en 1992 parecía encaminada a una crisis prolongada y quizás terminal, ofrecía tres años después un panorama de pujanza y desarrollo que ni los más optimistas habían imaginado.

En este clima positivo, a pocos pudo sorprender la contundente victoria electoral del Partido Nacional en las elecciones generales de 1995. No sólo Mannheim pudo permanecer en el poder y ampliar la ventaja de su partido en la Cámara de Representantes y en el Senado, sino que también se impuso la candidata nacional a la Presidencia de la República, la por entonces premier provincial de Tehuelchia, Andrea Heersfeld.

Concluidas las reformas económicas del período anterior, Mannheim quiso darle a su segundo período una impronta más internacional, por lo que se dedicó en gran medida a trabajar junto con sus pares de la región en la consolidación del Mercosud. Esta organización supranacional había entrado en plena vigencia el 1 de enero de 1994 y a pesar de su desempeño satisfactorio, todavía persistían desacuerdos y controversias entre Argentina y Brasil por ciertas políticas internas de fomento a la industria nacional. Estas controversias pudieron ser resueltas en la llamada Conferencia de Iguassu, una reunión cumbre entre Mannheim y el presidente brasileño Fernando Collor de Melo que culminó años de arduas negociaciones para lograr que el bloque supranacional pudiera funcionar efectivamente.

La Argentina también reafirmó su política de participación en misiones de paz en el marco de las Naciones Unidas, en particular con el envío de contingentes militares a la ex Yugoslavia y a Haití. Durante este período se trabajó en una política de reequipamiento y modernización de las Fuerzas de Defensa Argentinas para adaptar a la institución militar del país a los desafíos del mundo posterior a la Guerra Fría.

De la mano de las empresas concesionarias de los respectivos servicios públicos, el gobierno de Mannheim puso en marcha a partir de 1996 un amplio plan de modernización de la infraestructura nacional. El énfasis estuvo puesto en la actualización de los servicios ferroviarios, aeroportuarios y marítimos, de forma tal de abaratar los costos de transporte y beneficiar así las capacidades de producción y exportación de la economía nacional.

El 18 de mayo de 1996 el terrorismo internacional hizo su primer golpe en la Argentina. Un coche bomba destruyó la sede de la Federación Nacional de Entidades Israelitas en Buenos Aires, matando a 72 personas e hiriendo a 224. La investigación montada por el gobierno con la colaboración de agencias de inteligencia extranjeras descubrió que el atentado era obra de grupos extremistas islámicos que para alarma del gobierno, habían ganado influencia en segmentos discretos y minoritarios de la comunidad musulmana argentina.

El atentado en Buenos Aires influiría en un problema al que la Argentina empezaba a enfrentarse. Como consecuencia del importante crecimiento económico vivido en los años anteriores, se produjo un súbito aumento de la inmigración de los países vecinos. Al igual que en otros países que se enfrentaron a esta situación, la Argentina se debatió entre los que postulaban la recepción irrestricta de los inmigrantes y los que miraban con reservas el fenómeno e insistían en una política de asimilación cultural.

Como consecuencia de la violencia de los años ’70 provocada por el nacionalismo hispanoparlante y el ejemplo demasiado presente de la brutal disolución de Yugoslavia, que habían provocado en la sociedad argentina una perdurable desconfianza hacia la división de la sociedad en líneas culturales, la Argentina no siguió el camino multiculturalista de otros países y optó por continuar con la “argentinización” de los inmigrantes a través del sistema educativo y legal, y de la enseñanza obligatoria del inglés y del castellano.

Aunque para 1998 los logros económicos de las reformas de Mannheim eran innegables, el trauma que representaron estas transformaciones en la sociedad argentina, junto con el surgimiento en el Partido Socialdemócrata de una poderosa tendencia centrista que aceptaba la realidad económica al estilo de la Tercera Vía del primer ministro británico Tony Blair, más el comprensible cansancio de la sociedad hacia el gobierno de turno, pusieron al Partido Nacional en una posición defensiva. De cualquier manera, el resultado de las elecciones que tuvieron lugar en septiembre de ese año sorprendió a los que creían como inevitable una nueva victoria de los nacionales y consagró por una respetable mayoría al Partido Socialdemócrata como nueva fuerza de gobierno.

Para mayor sorpresa, el hombre que se convirtió en Primer Ministro fue el mismo a quien Mannheim había vencido en 1992: Quentin Dellarue. En la campaña electoral, Dellarue había prometido mantener las políticas que la administración de Mannheim había puesto en marcha, aunque aseguró que haría lo posible por darle “un rostro humano” a la gestión gubernamental.

En su segundo mandato, Dellarue mantuvo su promesa: a pesar de las quejas de algunos de los sectores más dogmáticos del Partido Socialdemócrata, el gobierno no revirtió las políticas de privatización y de apertura comercial, e incluso continuó con una iniciativa de la administración anterior para reestructurar la deuda pública del país. Estas fueron decisiones acertadas que demostrarían su validez, ya que para fines de 1998 comenzaba a percibirse un enfriamiento de la economía que podía desembocar en una recesión en el futuro cercano.

Aún en este contexto, se revirtieron algunos de los recortes de políticas sociales y sanitarias que Mannheim había dispuesto como parte de un plan de reforma de la asistencia social que debía mejorar el servicio sin representar una carga onerosa para el sector público nacional.

La mayor iniciativa que impulsó el gobierno de Dellarue fue el llamado “Plan 50”, presentado a comienzos del año 2000: un conjunto de políticas que, fijando el cincuentenario de la República que se celebraría en 2010, preveía metas a cumplir en términos que incluían la evolución de los indicadores sociales, el desarrollo de infraestructura y el crecimiento económico, con miras a mantener a la Argentina como la economía más diversificada y avanzada del continente aún cuando la de Brasil empezaba a perfilarse como superior en términos absolutos. Este plan recibió un fuerte respaldo tanto del oficialismo como de la oposición, lo que lo convertiría en la agenda oficial del país durante los siguientes 10 años.

Dellarue volvió a destacarse en el campo diplomático, siendo particularmente notoria la mediación que tanto él como la presidente Heersfeld hicieron cuando a comienzos de 1999 Colombia y Perú libraron una breve guerra a causa de una disputa limítrofe. El Primer Ministro logró además movilizar a los países del Mercosud en el esfuerzo diplomático, que culminaría con un cese al fuego y una retirada escalonada de ambos países, seguida por el despliegue de una fuerza de paz integrada por tropas de los países pertenecientes al Mercosud.

Sin embargo, la salud empezó a traerle problemas a Dellarue. Las tensiones del gobierno y una constitución que ya no era tan fuerte como antes tuvieron al Primer Ministro aquejado por enfermedades y malestares en forma casi constante. Un episodio de neumotórax en noviembre de 2000 y un principio de infarto en febrero de 2001 fueron una señal de alerta que sólo podría ser ignorada a riesgo de la vida del Primer Ministro.

Siguiendo la recomendación de sus médicos, Dellarue anunció que no iba a presentarse para las elecciones legislativas de 2001 y que iba a abandonar la política. Su sucesora iba a ser su ministra de Justicia, Elisa Iglesias, una dirigente en ascenso dentro del Partido Socialdemócrata conocida por su capacidad de trabajo y también por un temperamento explosivo que le había dado una gran notoriedad en el mundo político argentino.

Por otro lado y para suceder a Andrea Heersfeld en la Presidencia, los socialdemócratas postularon al ex primer ministro William Snowden, quien gozaba de un consenso favorable aún entre los que simpatizaban con otros partidos políticos. Las elecciones de 2001 representaron una fuerte victoria para los socialdemócratas, quienes volvieron a conseguir tanto la Presidencia como el gabinete. En estas elecciones se dio además un hecho que representó un notable cambio con el esquema bipartidista que se había impuesto desde la reforma constitucional: una nueva fuerza política, el Partido Liberal, pudo formar un bloque nada despreciable de 18 parlamentarios en la Cámara de Representantes.

Los desafíos de esta etapa no tardaron en llegar. Aquella recesión que se había insinuado a comienzos del segundo gobierno de Dellarue llegó con fuerza a mediados de 2001, que sería un año que terminó sin crecimiento económico por primera vez en una década y con un perceptible aumento del desempleo. Aunque la economía no viviría los momentos de gloria que supo alcanzar durante los años de Mannheim, la administración juiciosa y frugal de Iglesias ayudó a que el país sobrellevara el mal momento económico con solvencia y que pudiera encaminarse más rápidamente a la recuperación que muchos de sus vecinos.

En el campo internacional, el período de Iglesias estuvo marcado por las secuelas del ataque terrorista del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington. Fiel a la alianza con los norteamericanos, el gobierno argentino no dudó en colaborar con el envío de tropas a las misiones internacionales en Afganistán, aunque la campaña que los Estados Unidos emprendieron contra Irak en 2003 fue objeto de grandes protestas en Argentina, lo que hizo que la Primera Ministra redujera la magnitud de la colaboración prevista a algunos cuantos efectivos de apoyo de combate y un par de buques de guerra.

El gobierno de Iglesias también dio un fuerte impulso al desarrollo de las nuevas tecnologías en el país. Con la plena intención de convertir a la Argentina en la meca digital de Sudamérica, o incluso del hemisferio sur, el gobierno argentino promovió con exenciones impositivas y otros incentivos la radicación de industrias dedicadas a la electrónica avanzada, al desarrollo tecnológico y a las telecomunicaciones en “polos tecnológicos” distribuidos por todo el territorio nacional, lo que contribuyó a encontrar salidas creativas para el estancamiento económico.

El interés por las nuevas tecnologías también llegó al campo y a la industria. En busca de nuevos caminos que permitieran superar el incómodo momento económico, ambos sectores hicieron una fuerte apuesta a la innovación tecnológica, tanto con la introducción de modernas técnicas de ingeniería genética en el campo como en el desarrollo de nuevos procesos en el sector industrial.

A pesar del complejo estado de la economía, el Partido Socialdemócrata obtuvo un respaldo a su gestión en los comicios parlamentarios de 2004. Fortalecida en su cargo, Iglesias pudo encarar medidas económicas que ayudaron a revertir el curso de la recesión, encarrilar a la Argentina en una modesta recuperación beneficiada por los altos precios de los productos agropecuarios que exportaba el país y continuar con la puesta en marcha del Plan 50.

Un paso importante que ayudó a la recuperación económica fue la firma de un tratado de libre comercio (TLC) con los Estados Unidos, el cual fue ratificado por el Parlamento en febrero de 2005. Según los términos del TLC, la Argentina podía exportar sus productos a los Estados Unidos sin enfrentarse a las barreras arancelarias de dicho país. De esa forma, la Argentina pudo consolidar su posición en un mercado en el que tradicionalmente había tenido problemas. Aunque el TLC también facilitaba el ingreso de productos norteamericanos a la Argentina, por lo general se trataba de bienes y servicios de alta tecnología que ayudaron a incrementar la productividad y la calidad de los propios bienes y servicios del país.

2005 fue también el año en que el Mercosud, con apenas una década de vida, dio un paso vital para transformarse en una poderosa instancia de integración sudamericana. En una cumbre de jefes de Estado y de Gobierno celebrada en la capital peruana de Lima, los países de toda Sudamérica acordaron constituir la Unión Sudamericana (Unisud) a partir tanto del Mercosud como de su contraparte regional, la Comunidad Económica Andina, integrada por Colombia, Venezuela, Perú, Surinam y Mirandia. La Unisud sería una organización supranacional de integración y cooperación política destinada a darle a Sudamérica una voz propia y común en los asuntos mundiales, encabezada por un Consejo Sudamericano de mandatarios asesorados por un Consejo Económico, un Consejo de Relaciones Exteriores y un Consejo de Defensa, y en el que el Parlamento Sudamericano, convertido en un brazo legislativo electo, tendría facultades para establecer normativas comunes a todos los países miembros.

A pesar de este buen clima regional, había algunos nubarrones en la relación de la Argentina con el resto de los países sudamericanos, que todavía conservaban una desconfianza atávica hacia aquel “pueblo hermano” que había crecido bajo la tutela británica. Ningún dirigente sudamericano expresaba mejor esta desconfianza que el presidente venezolano Hugo Chávez, cuya prédica nacionalista no dudaba en sindicar a la Argentina como un cuerpo ajeno a la “verdadera Sudamérica” que operaba como “títere” del imperialismo norteamericano y europeo, cuya población hispanoparlante debía “unirse a sus hermanos continentales” en la tarea de transformación que el líder venezolano creía encarnar.

La conflictiva relación entre Caracas y Buenos Aires experimentó momentos de alta tensión, como el que se desató a mediados de 2006 cuando los servicios de inteligencia argentinos descubrieron que el gobierno venezolano estaba prestando financiamiento a partidos políticos, organizaciones sociales afines y algunas líneas intransigentes de la propia socialdemocracia, o el sonoro escándalo que se produjo en una cumbre regional en Bogotá cuando Chávez interrumpió el discurso del presidente Snowden para insultarlo y tratarlo de “fascista”.

Estos escándalos no sólo marcaron las relaciones entre Argentina y Venezuela e imprimieron una dinámica conflictiva en el seno de la incipiente Unisud, sino que también se trasladaron a la contienda electoral que tendría lugar en 2007. Mientras la socialdemocracia se defendía y emprendía purgas internas de los dirigentes sospechados de recibir dinero venezolano, el Partido Nacional incrementaba sus ataques hacia el chavismo y acusaba al gobierno de Iglesias de mantener una línea demasiado blanda hacia Caracas.

A la luz de estos entredichos regionales, y sumado al desgaste de nueve años de gobierno socialdemócrata, el Partido Nacional ganó una imagen de fortaleza que le ayudaría a hacerse con una mayoría en las elecciones generales de 2007. En estas elecciones, el Partido Liberal incrementó su incipiente caudal electoral y su bancada en la Cámara de Representantes, afianzando la tendencia que lo colocaba como tercer partido en el sistema argentino.

La nueva administración argentina, encabezada por Bryce Hammond como Primer Ministro y por Michael Benegas como Presidente, no dudó en adoptar una política más proclive a la confrontación con Venezuela, aunque intentó preservar el proceso de integración por encima de las disputas ocasionales con Chávez. Sin embargo, ambos países protagonizaron sonoros entredichos, muchos de ellos vinculados con el apoyo militar y de inteligencia que la Argentina brindaba a Colombia en su lucha contra las guerrillas que Chávez financiaba y amparaba de manera encubierta.

La crisis económica mundial de 2008 tuvo un alto impacto en la Argentina, aunque la reacción del gobierno y del robusto sector financiero del país ayudó a suavizar, el efecto de la recesión global en la economía nacional. En ese contexto, el gobierno de Hammond debió implementar difíciles medidas de austeridad fiscal y económica que tuvieron una difícil acogida por parte de la población pero que en el corto plazo estabilizaron la situación económica y colaboraron para que a mediados de 2009 se produjera una incipiente recuperación.

Los esfuerzos de la administración Hammond dieron suficientes frutos como para que en los comicios generales de 2010 la ciudadanía aceptara renovar al Partido Nacional en el gobierno por los siguientes tres años. En dichas elecciones también se verificó el crecimiento sostenido del Partido Liberal, que si bien no pudo arrebatarles a los socialdemócratas la condición de principal fuerza de oposición, sí fueron capaces de consolidar grandes logros a nivel municipal y provincial, en particular su victoria y formación de su primera administración provincial en la Mesopotamia.

El 1 de enero de 2010, la Argentina celebró los cincuenta años de su república con una serie de imponentes desfiles y eventos en todo el territorio nacional. En medio de las celebraciones que tenían lugar en todo el país, la Argentina se encontraba con su nueva identidad de ser una república independiente y soberana cuya sociedad había surgido del encuentro entre las culturas hispánica y británica junto al aporte de inmigrantes de todos los rincones del planeta.

Atrás habían quedado aquellos tiempos en que la Argentina era una simple posesión del Imperio Británico; y las épocas en las que sus tensiones internas marcaban su vida política y social con la amenaza de un enfrentamiento ya parecen consignadas a los libros de historia. Hacía mucho tiempo que la Argentina había dejado de ser un país pastoril y agrícola, para convertirse en una potencia industrial y de servicios que era la meca económica de su continente y uno de los países más desarrollados de la Tierra.

Del legado de sus pueblos nativos, de su herencia colonial española, de la impronta legada por la conquista británica y del aporte de millones de inmigrantes, la Argentina pudo forjar una nación que era más fuerte que la suma de sus partes y que se alza única y distintiva en el mundo, como un puente entre diversas culturas que logró reunir lo mejor de ellas.

Ante un siglo XXI que recién empieza y que la encuentra firme en su identidad nacional y en su lugar en el mundo, la Argentina emerge como un actor relevante y sólido en el contexto regional y mundial cuyo futuro, aunque difícil, se muestra prometedor.

* * *

Bueno, con esta entrega que llega hasta el año 2010 concluye la narración propiamente dicha de esta historia alternativa, la cual espero que hayan disfrutado o que por lo menos no los haya hartado.

Lo que va a seguir durante algunos martes y jueves más son pequeñas secciones "enciclopédicas" sobre esta Argentina alternativa, acerca de datos generales, de su sistema político y principales partidos, una semblanza de sus provincias y territorios, una descripción de sus fuerzas armadas (no soy loco de la guerra por nada) y, si se me llega a ocurrir, algo más.

En fin, iremos viendo. De momento, me despido dejándolos con esta entrega, agradeciéndoles por la atención brindada hasta ahora y saludándolos hasta la próxima.

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sábado, 7 de enero de 2012

Sobre el subte

Como hoy voy a estar un poco jodido de tiempo, edito unos comentarios que puse en El Opinador Compulsivo en estos últimos días sobre el aumento en el subte.

La lacra inmunda de C5N (Cristina 5 Néstor) andaba poniendo en las placas primero "El jefe del GCBA subió el pasaje de subte a $2,50" y después "En 8 años el Gobierno Nacional no autorizó ningún aumento", mientras el locutor decía con voz de preocupado "¿se merece el ciudadano porteño este aumento?" y "¿es posible que en un día hayan hecho todos los estudios?".

En lo personal creo que estaban hechos los estudios, por lo menos desde el día en que se les cantó tirarle el subte por la cabeza a la Ciudad, con sindicalistas y sin aviso. Y por supuesto que se veía venir un aumento, desde que la pura matemática te decía que era insostenible mantener el mismo precio si dos tercios de los gastos operativos corrían no por lo recaudado de pasajes sino por lo aportado por subsidios.

Algunos números al respecto: a menos que el Alzheimer haya hecho más estragos que los que pensaba, en 2001 el cospel (o el SubtePass) salía 70 centavos, que en esa época eran 70 centavos de dólar. Hoy si quisieras que se mantenga el mismo valor en dólares (porque no es que el dólar se fue al carajo sino que el peso se devaluó para la mierda), el pasaje tendría que salir mínimo 3 pesos, probablemente 3,15 o hasta 3,25.

Y eso asumiendo que la tarifa vieja de 70 centavos de dólar en 2001 sirviera para algo hoy en día, cosa que no pasa. Y los subsidios que ya no quiere pagar la Nación representaban dos tercios de los gastos operativos, o sea, en la realidad el pasaje de subte estaba a 3,30 si querés, pero el Gobierno Nacional te hacía la "gauchada" de bancarte 2,20 a través de subsidios que de todas formas te sacaban a vos por otro lado. Y aún así, a 3,30 por pasaje, el servicio es la bosta que conocemos.

Probablemente si se quisiera que el subte proveyera un servicio digno, que pagara los sueldos obesos a los que se acostumbraron los ladris sindicalistas y que se hagan las obras necesarias para acomodar una demanda que crece, el pasaje debería orillar el dólar, o sea, unos 4,50.

De cualquier forma, no vas a llegar muy lejos en materia de dignidad si el pasaje lo estás pagando a 25 centavos de dólar como lo pagás hoy en día. No es razonable esperar que las cosas sigan funcionando pagando precios no muy distintos de los de hace 10 años cuando tu moneda vale poco más de la quinta parte de lo que valía entonces.

La cuestión es que esto no es algo que los sorprendió ayer a la mañana cuando pusieron TN para ver los titulares; digamos que se veía venir por lo menos desde que Néstor puso la convertibilidad trucha y encubierta del 3 a 1 e incluso desde la devalueta de Duhalde. Dadas las circunstancias de una moneda que viene perdiendo valor a lo loco desde hace 10 años y costos que siguen creciendo, el pasaje de subte a 2,50 iba a llegar algún día.

La gran cuestión era cómo se manejaba el asunto: aceptando aumentos ocasionales de a 10 o 20 centavos cada cuatro o cinco meses o manteniendo a como diera lugar la ficción de que viajar en subte sólo costaba 40 centavos más que lo que salía cuando el peso equivalía a un dólar siendo que ahora con suerte vale poco más que la quinta parte de un verde yanqui.

Si se opta por la primera opción, claro que iban a llegar las puteadas de todo el mundo, pero por lo menos la gente se iba a acomodar económicamente como se fueron acomodando de a poquito al hecho de que el precio del kilo de pan fuera subiendo progresivamente de los 2 mangos en la época de la convertibilidad a los 13 que se pagan hoy.

La segunda opción era la más agradable, por supuesto. Hasta diría que podía ser la más conveniente desde un punto de vista político y social durante 2002 y principios de 2003, pero no más allá de eso. Es la opción que permite gritar a los cuatro vientos, como van a hacer los kirchneristas ahora, que "durante ocho años no hubo aumentos en el pasaje". Pero guarda porque tarde o temprano el sinceramiento llega, y siempre va a llegar sin importar la alquimia de subsidios que hagas. Y ahí va a quedar claro qué opción le duele más al bolsillo del pasajero: si aceptar la realidad e ir acomodándose de a poquito, o taparse los oídos e insistir con un esquema inviable e insostenible a largo plazo y bancarse la resaca cuando se termine el chupi.

Y es muy oneroso. Durísimamente oneroso. Un tipo que tiene que tomar el subte para ir y volver del laburo pasa de pagar 44 pesos por mes a pagar 100 en subte, duele como la gran puta. Pero no existía una alternativa realista. No hay tal cosa como un almuerzo gratis. No hay tal cosa como un subte funcional con tarifas insignificantes pagadas en una moneda en devaluación y escalada inflacionaria.

Lo único rescatable de todo el asunto es 1) que el aumento se hizo de una en lugar de prolongarse agónicamente durante meses, 2) que se tomó a comienzos de enero cuando está vacía la ciudad, y 3) que al menos estamos libres de discursitos de la Vaca Estúpida sobre el tema hasta que salga de la licencia el 24.

De todas maneras, cuando empiecen a llegar las boletas modificadas luego del patriótico acto de eliminar y/o renunciar a los subsidios, y cuando las líneas de colectivos y las ferroviarias empiecen a pedir la actualización de sus precios (que son tan insignificantes como los del Subte hasta el viernes) me parece que el recuerdo del aumento del subte va a quedar muy pero muy atrás en la memoria.

jueves, 5 de enero de 2012

Una historia paralela de la Argentina (Parte 19)

Una historia paralela de la Argentina (1806 - 2010)

19. Refundación institucional (1978-1983)

A pesar de sus escasos 48 años, William Snowden tenía considerable experiencia en la arena política argentina. Había llegado al Parlamento por primera vez en 1964 de la mano de Martin Ashley y la “ola joven” que se había adueñado de la socialdemocracia de ese entonces, y había vivido en carne propia la feroz y estéril lucha política que carcomió al Parlamento argentino durante los catorce años posteriores. Aunque su gobierno sería luego recordado como uno de los más estables y razonablemente exitosos de la historia reciente argentina, no fue su habilidad como gobernante la que le daría a Snowden un lugar en la historia sino el arduo camino que emprendió para darle a la Argentina una nueva constitución que reemplazara a la heredada de Gran Bretaña.

Haciendo uso de la experiencia de primera mano que había obtenido, Snowden se había convencido de que el sistema institucional argentino no era capaz de procesar las crisis políticas sin transformarlas en crisis institucionales traumáticas para la sociedad. A pesar de apreciar el sistema parlamentario por sus múltiples virtudes, Snowden no dudaba en afirmar que el modelo político argentino, concebido según los lineamientos de la Gran Bretaña imperial y decimonónica, había agotado su viabilidad y su utilidad para el país.

Para el Primer Ministro, era necesario introducir respaldos y limitaciones al ejercicio del poder parlamentario, de tal forma de asegurarse de que el Estado continuara funcionando a pesar de la caída de un gobierno y de evitar que la ambición política por hacerse con el poder mediante una maniobra parlamentaria pudiera comprometer la paz doméstica. La experiencia de 1968-1974, en donde ningún gobierno pudo conseguir una mayoría propia y todos eventualmente cayeron a merced de una oposición coaligada únicamente para derribarlos pero no para gobernar después, hizo que Snowden se convenciera de que había que sofrenar la capacidad del Parlamento para interferir en el funcionamiento de la rama ejecutiva.

La reacción inicial al anuncio que Snowden hiciera sobre su intención de llevar a cabo una amplia reforma constitucional fue desfavorable, tanto en la esfera política como en la sociedad en general. Existía la percepción de que la sociedad argentina necesitaba un período de paz tras tantos años de vaivenes y que lo último que necesitaba el país era embarcarse en un debate seguramente agrio sobre su modelo de organización política. Sin embargo y a pesar de esta desconfiada reacción, Snowden y sus partidarios fueron capaces de presentar un argumento adecuado y convincente para sostener que de no obrarse cambios significativos, la Argentina volvería inevitablemente a experimentar grandes crisis políticas.

La persistencia de Snowden dio resultados y la idea ganó terreno en la sociedad argentina. Para mediados de 1979, el apoyo a la propuesta era tan fuerte que Snowden se sintió con la suficiente confianza como para proponer al Parlamento la convocatoria a un referéndum en el que la ciudadanía decidía si se le autorizaba o no al Gobierno a perseguir los caminos necesarios para emprender la reforma de los instrumentos constitucionales del país. La respuesta ciudadana a la pregunta del referéndum fue categórica: 72% de los argentinos apoyó la propuesta. Con tan sólido respaldo público, Snowden consiguió sin dificultades que los premieres provinciales y los ministros jefes de los territorios dieran el respaldo de sus gobiernos a un proceso de reforma constitucional.

El siguiente paso provocó otro gran debate, pues versaba sobre cómo debía encararse la tarea de reformar la Constitución. El principal punto de debate estribaba en los límites de la autoridad parlamentaria; mientras que un lado sostenía que el Parlamento mismo debía encargarse de la tarea constitucional, otro entendía que el Parlamento podía disponer el mecanismo que quisiese, siendo el preferido una “convención constituyente” encargada de consolidar todas las leyes constitucionales en un único documento. El propio Snowden era partidario de esta última alternativa y no tuvo ningún problema en apelar a su capacidad de presión y amenazar con llamar a un nuevo referéndum sobre el tema para lograr que el Parlamento se aviniera a convocar a elecciones a celebrarse el 31 de marzo de 1980 para elegir convencionales constituyentes.

El 6 de abril la Convención Constituyente fue inaugurada oficialmente por César Manrique, el sucesor de Nicholas Maitland en la Presidencia de la República, e inició sus debates en el mismo salón en donde noventa y cinco años antes se habían reunido los delegados coloniales enviados al Congreso Confederal. Los debates en la Convención fueron arduos, agrios y por momentos sin una salida aparente, pero tanto el involucramiento personal del Primer Ministro como una participación social y ciudadana sin precedentes en la historia argentina ayudaron a que en menos de un año se pudiera llegar a un documento consensuado.

Según el documento final redactado por la Convención Constituyente en el que se compilaron las reformas propuestas a la South America Constitution Act, la Argentina continuaría siendo una república parlamentaria en donde el gobierno era responsable ante la Cámara de Representantes y de cuyas mayorías dependía para permanecer o dejar el poder. Sin embargo, se limitaba la facultad de remoción de un gobierno a los casos de rechazo de las leyes presupuestarias e impositivas, exigiéndose para todas las otras circunstancias que una mayoría en la Cámara de Representantes propusiera un nuevo gobierno como paso previo a la destitución.

Además, el Senado pasaba a ser un cuerpo electivo en lugar de designado por las legislaturas provinciales, aunque los senadores de cada provincia eran responsables ante sus legislaturas por el ejercicio de sus cargos, y se fijaba un ciclo regular de elecciones en el que cada tres años se renovaría la totalidad de la Cámara de Representantes y la mitad del Senado, pudiendo disolverse el Parlamento y convocarse a elecciones de emergencia sólo una vez entre dos elecciones trienales.

Las elecciones para el Senado serían mediante un sistema de lista y tomarían a cada provincia (representada por seis senadores) y territorio (con tres senadores) como circunscripciones unificadas. En cambio, si bien la Cámara de Representantes continuaría siendo elegida a través de circunscripciones uninominales, se estableció un sistema de doble vuelta electoral para garantizar que cada miembro del Parlamento llegara a la cámara con una mayoría absoluta de los sufragios en su distrito de origen.

La institución presidencial recibió poderes más sustanciales que le permitirían constituirse, tal como lo pidió Snowden, en “un guardián silencioso de las instituciones”. Entre estos poderes se contaban la posibilidad de rechazar en ciertas circunstancias un pedido de disolución parlamentaria, la facultad de “referir” a la Corte Suprema una ley aprobada por el Parlamento en caso de considerar el Presidente que la misma contravenía los principios constitucionales, y un comando más real y menos ceremonial de las Fuerzas de Defensa y de la política exterior.

Se estableció un sistema de colegio electoral para elegir al Presidente que coincidía con las elecciones para el Senado; cada provincia y territorio tenían una cantidad de votos electorales que eran prorrateados entre los candidatos presidenciales de cada partido según los resultados que obtuvieran en los comicios senatoriales, siendo ungido el candidato más votado como Presidente de la República en la primera sesión del Senado.

En respeto a las tradiciones constitucionales, no se hizo ningún intento por especificar los poderes del Primer Ministro y del Gabinete, excepto para señalar que no podían actuar en cuestiones que la Constitución reservara al Parlamento, al Presidente, al Poder Judicial y a los gobiernos provinciales y territoriales, que en conjunto delimitarían la “burbuja de discreción” dentro de la que el gabinete podía actuar por su cuenta. La única limitación seria impuesta fue la exigencia de que cualquier pedido de disolución parlamentaria contara con las firmas de todos los ministros del Gabinete antes de que el Primer Ministro pudiera presentarlo al Presidente.

La Constitución también incorporó una “Carta de Derechos, Libertades y Garantías” que detallaban de manera explícita las prerrogativas que cada ciudadano y habitante argentino tenía frente al accionar del Estado, como así los derechos que el Estado mismo debía resguardar. Mediante esta Carta, los tribunales argentinos tendrían más posibilidades de restringir el accionar de las instituciones cuando éstas colisionaran contra los derechos individuales. Por último, se establecía un sistema de enmienda o reforma constitucional que exigía ratificaciones en las legislaturas provinciales o ante el electorado nacional de acuerdo a la magnitud y asunto de las modificaciones propuestas.

El documento definitivo sería sometido a un referéndum el 17 de marzo de 1981 en el que un 71% de la ciudadanía argentina expresó su voluntad de aceptar dicho documento como constitución del país, aunque para que el procedimiento estuviera completo todavía faltaba superar un obstáculo que se presentaba inicialmente como formidable, y que casi un cuarto de siglo antes había demostrado ser infranqueable para los reticentes esfuerzos republicanos del gobierno de Peter Leonard.

En términos simples, lo que podía ser entendido como la “constitución” de la Argentina era en realidad un conjunto de leyes dictadas por el Parlamento británico, de las que la más notoria y significativa era la South America Constitution Act de 1885. Por tratarse de leyes británicas previas al Estatuto de Westminster de 1931, su modificación o derogación todavía quedaba en manos exclusivas de Londres, mientras que al Parlamento argentino le era legalmente imposible modificar las leyes que estructuraban su sistema de instituciones.

Sin embargo Snowden contaba en 1981 con una ventaja que Leonard no había tenido en 1957: no existía una disputa entre Londres y Rosario como la que había estallado en aquel entonces por las acciones del gobernador general Clarence para destituir a Perón del gobierno y que pudiera predisponer al gobierno británico en contra de una modificación constitucional. Fue por esa razón que, contra los pronósticos que auguraban un fracaso en sus intentos, Snowden no tuvo grandes inconvenientes en persuadir a la primera ministra Margaret Thatcher de propiciar en Westminster la “argentinización” de las leyes constitucionales.

Por ese entonces Canadá, de la mano del primer ministro Pierre Trudeau, impulsaba un proceso similar de “patriación” de su Constitución, y aprovechando sus metas comunes, Argentina y Canadá unieron esfuerzos tanto a nivel de sus ministerios de asuntos exteriores como en sus representaciones diplomáticas ante el Reino Unido, lo que facilitó el proceso que Thatcher llevaba a cabo ante su propio Parlamento.

Sin importar las quejas y protestas extemporáneas de algunos parlamentarios británicos, los esfuerzos argentinos llegaron a buen puerto. El resultado de todos estos esfuerzos llegó el 19 de mayo de 1982 cuando el Parlamento británico aprobó la llamada “Argentina Act 1982”, que incluía como apéndice una versión de la South America Constitution Act que incorporaba las modificaciones solicitadas por la Argentina, y mediante la cual el Reino Unido renunciaba de manera oficial y explícita a cualquier potestad judicial y constitucional que pudiera conservar sobre la República de Argentina en favor del Parlamento de ese país. De esa forma, Snowden y sus reformistas habían superado el último escollo contra la reforma constitucional del país.

En medio de gran pompa, el Parlamento argentino incorporó la Argentina Act británica al ordenamiento legal nacional bajo el nombre de “Constitution Act 1982” (Ley Constitucional de 1982) y la remitió a las legislaturas provinciales y territoriales para que la ratificaran, un proceso que en comparación con los pasos precedentes resultó inusualmente tranquilo. Noventa y siete años después de su organización como estado, la Argentina había adquirido su plena independencia legislativa y constitucional. Con su misión cumplida, Snowden anunció su renuncia al liderazgo del Partido Socialdemócrata y una convocatoria a elecciones para el año siguiente, una vez que se hubieran resuelto ciertas cuestiones de orden administrativo que hacían a la adopción de la nueva Constitución.

* * *

La última parte (a menos que me decida a partirla en dos capítulos) de esta larga narración histórica (que no es lo último que tengo sobre este escenario alternativo) sale el próximo martes.

Hasta entonces...

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