sábado, 30 de enero de 2010

El elenco autoritario (segunda parte)

En la entrega de hoy, trataremos otros roles que suelen figurar en los repartos que acompañan a todo gobierno donde la hilacha autoritaria es imposible de ocultar. Al igual que en la entrega de la semana pasada, luego de la explicación de cada uno de estos cargos, se propondrá un ejemplo de algún régimen dictatorial histórico y luego su correlato en la actual y mediocre Argentina presidida por la sexóloga retardada que le da al carré de cerdo para tener una noche fogosa.

Comencemos entonces por el siguiente actor en el triste elenco autoritario:

El Verdugo: Cual eslabón de una cadena de producción, este simpático personaje ocupa el último lugar en el proceso que iniciaran el Comisario y el Inquisidor. Mientras el Comisario elige el blanco y el Inquisidor lo destroza en público, el Verdugo es el encargado del trámite final de su liquidación, sea física o económica. El Comisario trabaja en la intimidad de su oficina y el Inquisidor frente a las cámaras; el Verdugo prefiere la humedad y oscuridad de los sótanos, o la invasión del espacio doméstico o laboral del condenado. El Verdugo es un tipo de pocas luces, generalmente siniestro al punto de darle una mezcla de asco y miedo al resto de la tropa autoritaria. No necesita más cultura que la indispensable para pegar el tiro en la nuca o, como ocurre en autoritarismos menos brutales, llevar la amenazas y exigencias del patroncito al tipo al que desea eliminar o expoliar.

Stalin supo tener en los momentos más sangrientos de sus purgas a Nikolai Yezhov, un ser pequeño, sádico y despreciable que era conocido por el apodo de "el Enano Envenenado", por su estatura de 1,51 metros. Tras escribir un informe en el que sostenía que la oposición política desembocaba eventualmente en violencia y terrorismo, Yezhov fue promovido a jefe de la NKVD luego de que Stalin se deshiciera de Genrikh Yagoda, el Verdugo anterior y mentor del propio Yezhov; la primera tarea del muchacho Yezhov fue investigar y condenar a Yagoda, para lo cual inventó la evidencia necesaria para su ejecución. Su aseveración de que "es mejor que diez inocentes sufran antes que dejar que un solo enemigo del pueblo escape" se cobró la vida de al menos 680.000 personas... sólo entre 1937 y 1938. Finalmente cayó en desgracia cuando Stalin eligió a Lavrenti Beria (de quien hablamos la semana pasada en el apartado "el Comisario") como su nuevo jefe de la NKVD y acabó ejecutado, pero su influencia se sintió al punto de que el período de las grandes purgas es también llamado "la Era de Yezhov".

En la Argentina kirchnerista todavía no llegamos a los niveles de un Yezhov, pero sí hay pequeños seres que cumplen con el papel del Verdugo. Aunque Carlos Kunkel, el ladero bestia de la insufrible Inquisidora Diana Conti puede ser un buen Verdugo, no le llega ni a los talones al salvaje, despreciable y vil Guillermo Moreno. Las correrías y andanzas del "Poronga" Moreno son por todos conocidas: desde hacerse acompañar por boxeadores en las marchas del kirchnerismo hasta amenazar a los empresarios que Kirchner quiere fagocitar, ya sea recibiéndolos con una pistola sobre el escritorio, o gritando por el teléfono, o sugiriendo que sus muchachos "expertos en partir espaldas" pueden ocuparse del tema. Lo que queda claro es que lo que pasa por las manos de Moreno acaba destruido y arrasado.

El Matón: Todo movimiento o partido que aspire a ser el patrón exclusivo de la vereda requiere del control de las calles y de la intimidación al público en general. La trinidad Comisario-Inquisidor-Verdugo funciona con enemigos individuales y de alto perfil; su mecánica compleja la hace ineficiente para la intimidación colectiva excepto en la medida en la que se pueda usar de ejemplo. Después de todo, el ciudadano de a pie rara vez atraerá la atención del Comisario como para poner en marcha el proceso.

Ahí entra en escena el Matón. Comparte con el Verdugo su incultura y sus modos bestiales, pues la educación es totalmente innecesaria para ir haciéndose el patotero por la calle y rompiendo vidrios o cabezas. Puesto a la cabeza de otros matones, el Matón ocupa las calles y las reclama para los líderes de la facción, instalando en el hombre común el miedo a la violencia bruta, directa e inmediata hacia su persona o propiedad. Sin embargo, el Matón es un puesto que rara vez suele sobrevivir a la conquista del poder, ya que su brutalidad termina alimentando la desconfianza y resentimiento de las personas cuya colaboración es necesaria e imprescindible para el buen funcionamiento del Estado, y si los líderes los sostienen, es con la plena confianza de que hacerlo les va a costar mucho en imagen. Es por eso que los Matones suelen ser las primeras víctimas de las purgas y limpiezas.

Eso fue lo que le pasó a Ernst Röhm. El rechoncho y homosexual veterano de guerra (que llegó incluso a ser asesor militar del Ejército Boliviano durante la Guerra del Chaco) se convirtió en el gran líder de las SA, la milicia de "camisas pardas" con la que Hitler reventó cabezas opositoras durante su conquista del poder. Los desocupados, violentos y brutales matones de las SA solían trenzarse en grescas callejeras con los militantes del comunismo alemán y participaban de todas las campañas de escarnio contra los judíos y otros "indeseables". Sin embargo, la utilidad de Röhm acabó poco después de la toma del poder por Hitler, ya que el Führer lo encontró "inconveniente" en su relación con los empresarios y los militares, y acabó con él en la célebre "Noche de los Cuchillos Largos" de 1934.

El Matón por excelencia del kirchnerismo no es ni más ni menos que Luis "Cinco Pibe" D'Elía, el impresentable y feminoide pseudo-maestro ocupador de calles y chupador de fondos públicos que se gana el pan moviendo gente para "ganar la calle" cuando el Néstor lo dispone. Luisito es quizás uno de los mayores factores piantavotos del kirchnerismo, y ciertamente es de las caras más despreciables de la patota, pero Néstor lo sostiene contra viento y marea porque, como quedó claro durante la pelea con el campo en 2008, cuando D'Elía se ganó el pan y los subsidios reventando cabezas de ruralistas y ciudadanos comunes y corrientes.

El Megáfono: Dura tarea la de este muchacho. No es fácil correr a las radios y canales de televisión, poner la cara todos los días para defender lo indefendible y hacerse cargo de las imbecilidades y barbaridades del poder. No debe ser fácil saberse un objeto de odio para una sociedad que lo escucha incrédulo mientras defiende cosas como si en algún sistema lógico cupiera tenerlas por verdadera. Pero ese es el trabajo del Megáfono: ser la voz oficial. Ser el tipo que pone en sus labios los argumentos oficiales, y que los grita cuando éstos no logran imponerse por sobre el sentido común. La piel del Megáfono es dura; tiene que serlo para resistir los epítetos y el desprecio a los que se hace acreedor. La enfermedad endémica del Megáfono es creer que todo se reduce a la opinión pública. Al relato, como diría Cristina. Es así que ante la seguidilla de desastres, el Megáfono multiplica sus apariciones, sus discursos y sus campañas, creyendo que su sola voz podrá poner "las ideas correctas" en la cabeza del populacho y revertir el curso del desastre.

No hay Megáfono más puro y perfecto que Joseph Goebbels. El enano y rengo Ministro de Propaganda del Tercer Reich, cultor del principio de "miente, miente, que algo quedará", fue la voz del nazismo y constructor de su imagen pública. Podía contarse con Goebbels para convertir en palabra oficial el desvarío más enfermo que saliera de la mente de Hitler. No que él tuviera problemas con eso; un tipo lo bastante fanático como para ponerle a sus seis hijos (a los cuales hizo matar tras la muerte de Hitler) nombres que empezaran con la letra "H", iba a ser lo bastante convencido de la causa como para gritar sin pena ni remordimiento lo que el nazismo quisiese.

Comparar a Aníbal Fernández con Goebbels es un despropósito; el alemán era un genio perverso de la propaganda, mientras que Caníbal es simplemente perverso. El Megáfono kirchnerista se limita a gritar e insultar en su afán de convertir las sandeces más impresentables y los movimientos más enfermos del matrimonio de turros en realidades a ser impuestas a como dé lugar. Lo vimos en varias de las grandes batallas épicas del kirchnerismo: "Retenciones o Muerte", "Ley de Medios o Muerte", "Testimoniales o Muerte" y la reciente "Reservas del BCRA o Muerte". Para Fernández no hay sótanos demasiado bajos o sandeces demasiado enfermas como para no decirlas en cámara cual verdades reveladas.

El Arriero: Los intelectuales se excitan con algunas palabras lindas e ideas abstrusas. Los convencidos se mueven solos; los fanáticos, sin que se los pidan. Al resto de la gente hay que moverla de alguna manera, o en caso de preferirse la inmovilidad del vulgo, hay que darles lo necesario para que no sientan el impulso de moverse en otra dirección. Y todo gobierno autoritario requiere de un Arriero que organice el movimiento o el reposo del ganado social. La principal preocupación del Arriero pasa por el control de los sindicatos, que son por lo general los mayores actores sociales no-estatales y no-empresariales que intervienen en política. Con el control sindical en sus manos, el Arriero puede desde ahí convertirlos en herramientas para el régimen, organizando la distribución del pan, de vez en cuando la del circo, y encargándose de las movilizaciones que sean necesarias.

Cuando Hitler llegó al gobierno, uno de sus primeros pasos fue, justamente, hacerse con el control del movimiento obrero alemán. Para ello, recurrió a los servicios de un ebrio, tartamudo, incompetente y absolutamente leal ex combatiente llamado Robert Ley. Este muchacho creó el Deutsche Arbeitsfront (DAF), el Frente Alemán del Trabajo, cuando Hitler ilegalizó los sindicatos en 1933. El DAF, conducido desde principio hasta fin por el amigo Ley, pretendió ser una mezcla mutante de sindicato único y universal nacional, de comisión paritaria permanente, de obra social y agencia de viajes para el placer de los trabajadores, e incluso de colimba laboral para los desocupados. Fue Ley quien puso en marcha la idea de un "auto del pueblo" que los trabajadores afiliados al DAF pudieran comprar con ahorros semanales de cinco marcos, sólo que la plata ahorrada fue empleada para la producción de armas: después de la guerra, ese auto fue el origen del querido Escarabajo Volkswagen. Acabó suicidándose en la celda antes de que empezara el juicio de Nuremberg

En cambio, Hugo Moyano sólo puede soñar con el poder que alcanzó Ley en la Alemania nazi. Lamentablemente, Huguito tiene que conformarse con el poder que le puede arrebatar al resto de los Gordos de la CGT, en lugar de tener algo parecido al DAF. Sin embargo, Hugo sabe cómo hacer bien el papel de chantajista para conseguir lo que quiere de los Kirchner: dinero, dinero y más dinero. A cambio de las efectividades conducentes que le da el Pingüinato, Hugo hace lo posible para mantener la enorme estructura sindical firmemente abulonada al catastrófico "proyecto nacional" de Néstor y la sexóloga del neuropsiquiátrico.

El Idiota Útil: Hay quienes creen que pueden jugar con fuego sin quemarse. Hay quienes piensan que pueden "domesticar" al pichón de dictador e incluso hacerlo jugar para él. Hay quienes piensan que su propia bondad y pureza pueden "civilizar" al régimen y suavizar sus peores aristas. Hay quienes piensan que es posible integrar al aspirante de mandamás al sistema democrático que odia y desprecia. A todos ellos les cabe el mote de "Idiotas Útiles". Son los idiotas que abren las puertas del desastre, o los que creen que pueden convertir a las víboras en ciudadanos con su ejemplo o su participación adentro del propio Gobierno. Son, con sus buenas intenciones y sus palabras razonables, los que les dan a los tiranos potenciales la oportunidad que necesitan.

Franz von Papen es casi el epítome del Idiota Útil, y un raro caso doble de Idiota Útil que abre la puerta y que se queda adentro. Aristócrata, refinado y culto, político de renombre en la Alemania de entreguerras, líder del Partido de Centro, Canciller del Reich durante cinco meses de 1932, von Papen tuvo la peregrina idea de "domesticar" nada más y nada menos que a Adolf Hitler, proponiéndole al viejo y senil presidente Hindenburg que nombrara a Hitler como Canciller del Reich en un gabinete en el que los nazis tendrían apenas tres de once ministerios y en el que el propio von Papen tendría las riendas desde la vicecancillería, con la convicción de que Hitler podía ser controlado si se lo ponía en el Gobierno. Lo que hizo el idiota, que había pronosticado que "en dos meses habremos empujado a Hitler contra la esquina con tanta fuerza que acabará sollozando", fue darle al Führer las llaves del poder. Si bien la vicecancillería (mas no la vida) de von Papen acabaría en 1934 con la Noche de los Cuchillos Largos, Hitler siempre encontró un lugar para este aristócrata idiota, que acabaría vagando como embajador y representante del Reich por varios países europeos. Su idiotez fue tal que el Tribunal de Nuremberg lo sobreseyó.

A diferencia de von Papen, en la Argentina kirchnerista podemos ver casos individuales. Eduardo Duhalde fue un Idiota Útil clásico al aupar al desconocido y nefasto pingüino como candidato presidencial en 2003, con la convicción de que podría controlarlo a través del aparato bonaerense. Todos sabemos cómo terminó eso y cómo sigue: con Duhalde reducido a prometer cosas como "voy a llevarme al loco que traje". En cambio, Graciela Ocaña fue de las que pensó que el kirchnerismo no podía ser tan malo, y que quizás si entraba, podía ayudar a mejorar varias cosas. Así le fue.

Bueno, espero que les haya parecido interesante esta descripción de personajes y papeles... de momento tengo algunas ideas sobre otros personajes pero no las refiné. Si a ustedes se les ocurren otros que podrían ser útiles para este racconto, son más que bienvenidos a proponerlos.

Hasta la próxima.

sábado, 23 de enero de 2010

El elenco autoritario (Primera Parte)

En todo sistema tiránico, autoritario y dictatorial de gobierno tienden a hacerse presentes ciertos patrones de conducta en sus elencos dirigentes, como si todos los que tienen la manija o están cerca de la manija tienden inevitablemente a ocupar un puesto determinado, a jugar un papel concreto en el aparato de poder.

Los papeles tienden a ser comunes, a repetirse en cada gobierno autoritario, sin importar que clame por la restauración del viejo orden o que se embandere con una Revolución de cualquier corte. O, como en el caso argentino que se desliza de una democracia imperfecta a un mamarracho deforme y conyugal, cuya única meta sea la instalación de una satrapía pedorra de acomodados.

De los Kirchner, claramente podemos decir que encajan en un paradigma curioso de autoritarios: la parejita.

Los selectos compañeros de Néstor y Cristina en esta categoría de los mandamases son, desde ya, Juan Domingo y la Eva, esos modelos que dicen seguir pero que imitan tan pobremente; Nicolae y Elena Ceausescu, y Ferdinand e Imelda Marcos. Mamarrachos todos, grotescos todos, pero que convierten al Estado en un bien ganancial sujeto a sus caprichos, y en el que encuentran a través de la autoglorificación ("el mejor gobierno de la historia", etc., cuando no se llenan de títulos, medallas y otras dignidades truchas) el reconocimiento que sus mediocres y tristes logros reales nunca merecerán.

Es improcedente comparar a los Kirchner con Hitler y Stalin, no sólo por la insignificancia de los primeros y la monstruosidad de estos últimos, sino porque ni el alemán ni el soviético eran tipos conyugales: Hitler se casó recién el día antes de suicidarse, y Stalin enviudó de sus dos esposas, aunque muy probablemente haya estrangulado a la segunda.

Hecha esta aclaración sobre los K, veamos ahora algunos de esos papeles que mencionábamos antes y sus ejemplos más notables, tanto en lo histórico como en el grotesco escenario local argento.

El Monje Negro: Nadie lo ve, casi nadie lo conoce, no abre la boca y los súbditos no le conocen la voz, pero el aparato no podría funcionar sin él. Generalmente tiene un título de poca importancia en lo formal, rara vez es un ministro, y generalmente se conforma con una humilde secretaría privada u despacho de otro tipo. Eso sí, lo suficientemente cerca del Jefe como para que este último no pueda hacer nada sin sus "servicios".

Ese era el papel que jugaba Martin Bormann en la Alemania hitleriana: el de secretario privado y puestero de peaje de todos los que iban a ver al Führer. No manejaba las SS ni controlaba al Ejército, pero era el nexo entre Hitler y el mundo exterior. No gobernaba más que la oficina privada de Hitler, pero eso le bastaba para controlar quién podía acercarse al Führer y quién no.

En Argentolandia, le toca a Carlos Zannini ser el Monje Negro. ¿Quién ha escuchado hablar al "Chino"? Nadie. Pero todos lo sentimos bien de cerca cada vez que se conoce alguna nueva locura emanada de la Rosada, porque al Secretario Legal y Técnico, destacado miembro de la mesa chica calafateña, le compete traducir los desvaríos del matrimonio presidencial al lenguaje de los decretos de necesidad y urgencia. No sale a dar la cara por sus locuras como Aníbal, o a metérselas al Congreso cual supositorio como Pichetto y Rossi, pero es él quien les da forma.

El Sátrapa: Naturalmente, están los que revolotean en torno al Capo para forrarse del vil metal. Y mientras más títulos acumulen, más responsabilidades metan bajo su órbita, más vil metal tendrán para ellos mismos. Quizás su inteligencia no les alcance a los Sátrapas para manejar eficazmente todo lo que en teoría deberían manejar, pero sí es suficiente para entender los ingresos que les reportan. Y para administrarlo como se les cante el culo.

Hermann Goering es el Sátrapa por excelencia. Mariscal del Reich, Comandante en jefe de la Luftwaffe, Ministro Presidente de Prusia, fundador de la Gestapo, Ministro del Aire, Plenipotenciario del Plan Cuatrienal, Comandante de los Guardias Forestales del Reich, y gerente de las Empresas Hermann Goering y quién sabe cuántos cargos más... en todos ellos fue mediocre hasta lo indecible, pero fueron los suficientes como para tener un guardarropas completo de uniformes, y para llenar de dinero que canalizó en una vida obscena, depravada y grotesca.

A Julio de Vido, por fortuna para él, no le apetece la ostentación o los vicios del morfinómano Goering, pero sí comparte con el obeso general alemán la acumulación de tantas responsabilidades que lo único que puede supervisar oficialmente es la plata que entra por todas ellas. Es demasiado pedirle a Julito que maneje las autopistas, las empresas eléctricas, el sector petrolero, las inversiones en obra pública, la gestión de los servicios de obras públicas y Dios sabe qué otras cosas más que entran en su "Ministerio de Planificación Federal". Lo menos que le podemos pedir es que maneje bien la plata que curra con cada agujero en donde tiene un dedo metido.

El Filósofo: Debe ser triste encontrarse con el poder casi absoluto y ver que en última instancia no es más que una patente de corso para afanar, prepotear y hacer lo que se les cante el culo. A muchos de quienes están metidos en la rosca no les gusta, y sienten la imperiosa necesidad de encontrar obscuros justificativos filosóficos y místicos, de formular curiosas teorías, de inventar sistemas de ideas que sólo ellos entienden, pero que les sirven de consuelo y que les calma la profunda angustia de saberse un miembro más de un club de ladrones. Y las proclaman por ahí, sintiéndose poseedores de una verdad revelada, mientras a su alrededor y a sus espaldas se les cagan de risa tanto amigos como enemigos.

Alfred Rosenberg era conocido en el círculo Nazi como el "filósofo del Reich". En su obsesión por darle una pátina intelectual al club de carniceros iletrados que era el nacionalsocialismo, Rosenberg logró un mérito dudoso: escribir un bodrio más soporífero e incomprensible que el Mein Kampf. A tal punto era un desastre su "Mito del Siglo XX", el supuesto compendio supremo de la filosofía nazi, que el propio Hitler confesó que eran "cosas que nadie entendía", mientras Goebbels se refería a los desvaríos de Rosenberg como "eructos filosóficos".

En Argentina, claro, tenemos a la variante modesta del rosenbergismo. Nos referimos a ese Federico Klemm de la intelectualidad, a José Pablo Feinmann, el odiador de blogs, promotor de encajar el pañuelo de las Madres en vez del Sol de la Bandera, columnista frecuente e incomprensible de cuanto pasquín kirchnerista ronde por ahí, y conductor de un micro en el canal Encuentro en el que habla de tantas boludeces que parecería que le pagan por palabra pronunciada. Seguramente Feinmann tiene un sistema bien clarito en el que el kirchnerismo encaja como una forma suprema de convivencia humana; el tema es que nadie más que él le da pelota a esas cosas.

El Comisario: Pariente o vecino del Monje Negro, al Comisario le interesa controlar la pureza de amigos y extraños. No le interesa ser amado; prefiere ser temido. En su celosa vigilancia de la ortodoxia y de la lealtad, el Comisario es quien maneja "la data" de todos, de tal manera de poder organizar mejor el contragolpe cuando un patito se sale de la fila.

Lavrenti Beria era el mandamás de la NKVD, la predecesora de la KGB, durante los últimos años de Stalin. Ese puesto lo convertía en el arquitecto de las purgas, y en el encargado de darle a Stalin las listas de víctimas a ejecutar cuando al monstruo georgiano le daba un ataque de paranoia. Si te desviabas de la línea, ahí se enteraba Beria para que con una firma suya y otra del Tío Joe te pusieran en el paredón para "enderezarte". Tanto fue el odio que se ganó y el miedo que supo crear en torno a sí mismo que, en cuanto murió Stalin, todo el resto de la dirigencia soviética hizo fila para agarrarlo y asegurarse de que el pelotón de fusilamiento lo dejara bien muerto, como Raid con sus parientes alados y chupasangres.

Beria podía tener a la NKVD y a todo el aparato represivo soviético; Horacio Verbitsky tiene que conformarse con sus columnas de Página/12 y la siempre servicial y amable colaboración de la SIDE de Icazuriaga y Larcher. Cada vez que un propio se sale del molde, o que un extraño escupe el asado kirchnerista, ahí va el "Perro" Verbitsky a hurgar un par de carpetas en las que de seguro va a encontrar algún antecedente inconveniente, de preferencia algún pariente militar en la familia, o alguna simpatía menemista, liberal o eclesiástica del molesto de turno; lo que sea, le viene bien para defenestrarlo en su columna dominical, a falta de los recursos de la NKVD o del aparato de Inteligencia de Montoneros.

El Inquisidor: A primera vista, este personaje puede confundirse con el del Comisario, pues ambos se ocupan de reprimir las desviaciones y liquidar a los intrusos. Sin embargo, hay una diferencia fundamental: el Comisario se mantiene guardado y mesurado en público cuando prepara la munición contra el enemigo, mientras que el Inquisidor se lanza cual perro rabioso para acabar por completo con el molesto. Al Inquisidor le gusta el espectáculo público, la humillación, la carnicería, disfruta con la destrucción de la dignidad de su blanco, y pocas cosas lo excitan más que la posibilidad de abalanzarse contra alguien odiable para acabarlo ante la vista de todos.

Uno de los más perfectos Inquisidores de la Historia reciente, si no el más perfecto de todos, fue Andrei Vyshinski. Como "Fiscal" de los Juicios de Moscú mediante los que Stalin se libró de sus opositores reales e imaginarios en una parodia de procedimiento judicial, Vyshinski no se privó de ningún golpe ni epíteto en su búsqueda de la humillación y la confesión pública de los acusados, siguiendo su principio de "la confesión del acusado es la reina de la evidencia". Otros podían darse el gusto del tiro en la nuca, pero a Vyshinski le bastaba con la destrucción pública, cuya sola idea le hacía salir espuma de la boca.

Un ejemplo de la calidad jurídica del fiscal Vyshinski es el siguiente "alegato" que profirió en uno de los juicios espectáculo de Moscú: "Dispárenles a estos perros rabiosos. ¡Muerte a esta pandilla que esconde del pueblo sus feroces dientes y sus garras de águila! ¡Abajo con ese buitre Trotsky, de cuya boca gotea un veneno sangriento que pudre los grandes ideales del marxismo! ¡Abajo con estos animales abyectos! ¡Acabemos de una vez por todas con estos miserables híbridos de zorros y cerdos, estos cadáveres apestosos! ¡Exterminemos a los perros locos del capitalismo, que quieren destrozar la flor de nuestra nueva nación soviética! ¡Hagámosles tragar el odio bestial que sienten por nuestros líderes!"

No sé mucho sobre la vida privada del amigo Vyshinski, pero sí sé que se hubiera llevado de maravillas con Diana Conti, la encargada de arremeter contra los blancos que Verbitsky señala. A la módica diputada kirchnerista, crucificadora de jueces en el Consejo de la Magistratura y envenenada defensora pública del kirchnerismo, tal vez no le salga espuma de la boca pero sí le brillan los ojitos chiquitos y oscuros cada vez que tiene a alguien a quien acabar en público. Mientras más insultante y violento sea el procedimiento, más está Conti en su salsa. Los argumentos y justificativos son delicadezas de las que puede prescindir si tiene a mano un insulto o una chicana barata y sanguinaria a mano. Decir que en sus defensas y ataques Conti se comporta como gato panza arriba es un insulto a los gatos.

En la próxima entrega de esta serie, cubriremos otros cinco puestos del elenco autoritario: el Verdugo, el Matón, el Megáfono, el Arriero y el Idiota Útil.

Gracias por vuestra paciencia, espero que lo hayan disfrutado y será hasta la próxima.

miércoles, 20 de enero de 2010

Que se jodan (especial de mitad de semana)

Terminé de leer hace pocos días El Dueño, de Luis Majul. Independientemente de lo que pienso de la persona de Majul, y de ciertas ideas que se cuelan que o pecan de inocentes o pecan de turras, lo que dice el libro en sí, si es cierto en su totalidad, es verdaderamente tenebroso.

Un pasaje en cuestión volvió a mí con toda la furia cuando escuché que estaban haciendo ruidos en el kirchnerato respecto de estatizar Telecom, entregársela a algún sindicalista o empresario amigo, y volver a los viejos y Dignos tiempos de ENTel, el plan Megatel, los veinte años de plazo de instalación y la revalorización de las casas que tenían teléfono fijo.

Me permito copiar el siguiente pasaje, el cual espero fervientemente que, como lo hizo conmigo, les termine de quitar cualquier clase de simpatía o conmiseración por la clase empresarial argenta.

(Del Capítulo 3, "Aprietes y Negocios" de la Novena Parte, "La Batalla Final")

La valiosa fuente reveló que, al principio, la relación entre Kirchner y los grandes grupos nacionales fue excepcional. Y contó un suceso hasta ahora desconocido.

El contenido de un plan que los empresarios nacionales más poderosos le propusieron al Presidente en el inicio de su mandato. Un riguroso esquema de "nacionalización de los recursos del país".

- La crisis de entonces nos ponía frente a una gran oportunidad. El plan era que grupos con suficiente "espalda" como Techint, Arcor, Pérez Companc, Ledesma, Roggio o Clarín pudieran comprar a buen precio, y con ayuda del Gobierno, los activos que para los empresarios extranjeros no resultaban atractivos, debido a la devaluación y el congelamiento de tarifas. La propuesta era brillante. Incluso le pusimos un título: "La oportunidad Putin".

- ¿Por qué le pusieron ese nombre?

- Porque era una copia de lo que pasó en Rusia. Allí, a los grandes negocios de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, se los quedó la política.

- ¿Cómo recibió el Gobierno la propuesta?

- Muy bien. El Presidente la escuchó con mucho entusiasmo. Era funcional a su proyecto político y muy bueno para la economía argentina.

- ¿Y por qué no "compraron"? -le pregunté.

- ¡Sí, la compraron! Pero con una pequeña modificación en la idea original: en vez de permitir el ingreso de grandes grupos nacionales, facilitaron la entrada de sus amigos. O para ser más precisos: a los amigos de Néstor.

* * * * * * * * * *

Que se jodan los "empresarios nacionales". Todos y cada uno de ellos. Que se vayan bien al carajo, que reingresen forceps mediante a los malolientes agujeros de donde salieron.

Que les estaticen todo de prepo, por DNU preferentemente así les duele más, y que en menos de dos años las langostas de la cleptocracia kirchner-sindicalista arruinen lo que les llevó décadas levantar.

Que no quede piedra sobre piedra. Que la obra de sus vidas desaparezca en meses, y que a estos "capitanes de la industria" argenta no les quede ni un pañuelo para llorar. Que no quede nada. Absolutamente nada. Que se vayan a la mierda y no vuelvan más.

Les deseo de todo corazón que se jodan y que lo que no les estaticen, se los hagan quebrar o reventar a base de huelgas y moreneadas. Porque es lo menos que se merecen, esos hijos de un portaaviones lleno de putas, por haberle dado al tuerto perverso esa "idea" que con tanto ardor viene aplicando.

Porque ellos, esa manga de forros que prefieren toda la vida tenernos a todos cautivos así siguen ganando como si fueran el Barcelona jugando en Primera D, ese grupo de incompetentes, prebendarios y acomodaticios que creen que para un producto vale más la banderita que tiene pegada que la calidad con la que está hecho, no merecen ni por un segundo el título de "empresarios", o el derecho a venir a hablar después de la libertad de empresa, del dirigismo estatal o del respeto a la propiedad privada.

Enjambre de hijos de puta. Se lo ganaron. Se lo merecen. Ni se merecen que les digan lo que la madre del último rey moro de Granada le dijo a su hijo cuando la ciudad cayó: "No llores como mujer lo que no supiste defender como hombre". Para merecer esa condena lacerante, ellos tendrían que haber defendido algo en lugar de haberle abierto las puertas a los depredadores sureños.

Que se jodan. De onda y corazón se los digo.

Y sí, estoy caliente.

sábado, 16 de enero de 2010

"Los intelectuales y la sociedad" (Thomas Sowell)

Hoy es uno de esos días en los que no consigo las palabras justas para expresar una idea, de modo que recurriré, como en otras ocasiones, a las palabras mil veces más claras y mil veces más contundentes que otras personas han dicho.

El texto de hoy es una traducción del inglés hecha por mí de dos artículos escritos por Thomas Sowell, "Los Intelectuales y la Sociedad", a cuyas versiones originales pueden acceder mediante los siguientes links.
El señor Sowell ha expresado mejor que lo que yo jamás podré hacer las razones por las que me hierve la sangre cada vez que veo a alguien con chapa de intelectual, o de simple buenista, defendiendo ideas criminales como las que suele propulsar la izquierda.

Advierto que va para largo, pero vale la pena. Disfrútenlon

* * * * * * * * * *

Probablemente nunca hubo una era en la Historia en la que los intelectuales hayan tenido un papel más grande en la sociedad. Cuando los intelectuales que generan ideas están rodeados por un amplio espectro de otros que diseminan esas ideas, sean periodistas, maestros, asesores legislativos o secretarios de juzgado, la influencia de los intelectuales en la manera en que evoluciona una sociedad puede ser enorme.

Los intelectuales generan ideas y las ideas importan, ya sean esas ideas correctas o falsas, e importan más allá del pequeño segmento de la sociedad formado por los intelectuales. Las ideas afectan el destino de naciones y civilizaciones enteras. Nunca ha sido más verdadero eso que en nuestros propios tiempos, cuando algunas personas hacen ataques suicidas para matar a desconocidos que nada les hicieron, como ocurrió el 11 de septiembre, porque los atacantes estaban consumidos por un conjunto de ideas, por una visión, y estaban impulsados por las emociones que esas ideas y esa visión generaron.

Tanto en la guerra como en la paz, y tanto en la economía como en la religión, algo tan intangible como las ideas puede dominar las cosas más concretas de nuestra vida. Lo que Karl Marx llamaba "el fuego de las ideas" ha incinerado a naciones enteras y consumido generaciones enteras.

Aquellos cuyas carreras se basan en la creación y diseminación de las ideas, los intelectuales, han jugado un papel en numerosas sociedades que fue completamente desproporcionado respecto al número de ellos. Sea que ese papel haya hecho en términos netos que las vidas de aquellos a su alrededor sean mejores o peores es una de las preguntas clave de nuestro tiempo.

La respuesta rápida es que los intelectuales han hecho ambas cosas. Pero ciertamente, respecto del siglo XX, es difícil escapar de la conclusión de que los intelectuales han hecho en términos netos del mundo un lugar peor y más peligroso. Rara vez algún dictador genocida del siglo XX careció de simpatizantes, admiradores o apologistas entre los intelectuales más destacados, no sólo en su propio país, sino en democracias extranjeras en las que los intelectuales eran libres de decir lo que quisieran.

* * * * * * * * * *
Dado el enorme progreso que tuvo lugar durante el siglo XX, puede ser difícil de aceptar que los intelectuales hayan hecho tan poco bien como para que nociones particularmente erradas lo hayan sobrepasado. Pero muchos de aquellos que promovieron los avances científicos, económicos y sociales del siglo XX no eran verdaderamente intelectuales en el sentido más común del término.

Los hermanos Wright, que realizaron el sueño centenario del vuelo humano, no eran intelectuales bajo ningún concepto. Tampoco lo eran los que derrotaron a la poliomielitis y otras enfermedades, o los que crearon las maravillas tecnológicas que ahora damos por garantizadas.

Todas esas personas realizaron un producto o servicio tangible y fueron juzgadas en base a si esos productos y servicios funcionaron. Pero los intelectuales son personas cuyos productos finales son ideas intangibles, y se los suele juzgar en base a si esas ideas les suenan bien a otros intelectuales o si resuenan en el público.

Si esas ideas funcionan, tanto para mejorar o empeorar la vida de los demás, es otra pregunta completamente distinta.

Las ideas que Karl Marx creó en el siglo XIX dominaron el curso de los acontecimientos en amplias regiones del mundo en el siglo XX. Generaciones enteras sufrieron, y millones fueron asesinados, como resultado de esas ideas. Esa no fue la intención de Marx, o la intenciòn de muchos simpatizantes de las ideas marxianas alrededor del mundo. Pero eso fue lo que pasó.

Varios de los intelectuales más destacados del mundo occidental en la década del '30 prodigaron elogios a la Unión Soviética, mientras millones de personas allí eran hambreadas hasta morir y vastas cantidades eran enviadas a campos de trabajo esclavo.

Muchos de aquellos distinguidos intelectuales de los '30 urgían a sus países a desarmarse mientras Hitler rearmaba a Alemania con rapidez para guerras de conquista que, entre otras cosas, habrían puesto a muchos de esos intelectuales en campos de concentración, condenados al exterminio, si él hubiera ganado.

La década del '30 no fue única bajo ningún punto de vista. En muchas otras eras, incluida la nuestra, intelectuales de inteligencia incuestionable han promovido nociones similarmente infantiles y peligrosas. Cómo y por qué esos patrones de conducta han existido entre los intelectuales es una pregunta desafiante, cuya respuesta puede determinar el destino de millones de personas.

* * * * * * * * * *
Las ideas son cosas tan intangibles que cuesta creer que hayan tenido tal impacto en las vidas de las personas que no han sido intelectuales y que, en muchos casos, les prestaron escasa atención. Sin embargo, las ideas tanto seculares como religiosas han movido las emociones de muchos, y también han movido a líderes y ejércitos.

Cuando pensamos en la Inquisición española, en las Cruzadas del pasado y en las Jihads del pasado y del presente, vemos escalofriantes ejemplos de los efectos de las ideas. Pero las ideologías seculares del siglo XX han matado a millones más en Alemania, Rusia y China, y también lo hicieron en busca de fines más elevados, aún cuando esos ideales fueron usados cínicamente por los poderosos, como en el pasado.

Si hay alguna lección en la historia de las ideas, es que las buenas intenciones no te dicen nada sobre las consecuencias reales. Pero los intelectuales que generan ideas no tienen que pagar las consecuencias.

Los intelectuales académicos están protegidos por los principios de la libertad académica, y los periodistas en las sociedades democráticas están protegidos por el principio de la libertad de prensa. Rara vez aquellos que producen o promueven ideas peligrosas, o incluso fatales, han debido pagar un precio por ello, ni siquiera en la pérdida de credibilidad.

¿Quién culpa a Rachel Carson, un ícono del ambientalismo, porque sus escritos cruzados contra el DDT llevaron a la prohibición de este insecticida en países de todo el mundo, para luego sufrir el resurgir de la malaria que ha matado, y que continúa matando, a millones de personas en países tropicales del Tercer Mundo?

* * * * * * * * * *
Incluso los líderes políticos han sido juzgados según qué tan nobles sonaban sus ideas, en lugar de por lo desastrosas que fueron sus consecuencias. Woodrow Wilson, el único Presidente de los EE.UU. con un doctorado, fue por años un académico antes de entrar a la política, y sus ideas sobre la guerra que terminaría con todas las guerras, hacer el mundo más seguro para la democracia, y el derecho de autodeterminación de los pueblos, han sido veneradas sin la menor consideración por lo que pasó cuando las nociones de Wilson fueron puestas en práctica en el mundo real.

Nadie cree hoy seriamente en la idea de que la Primera Guerra Mundial fue una guerra para acabar con todas las guerras, y muchos la ven ahora como el evento que sentó las bases de una Segunda Guerra Mundial. De hecho, hubo muchos que predijeron ese resultado en el momento. Pero a ninguno se le prestó tanta atención, o se lo veneró tanto, como a Woodrow Wilson.

Como muchos intelectuales, Woodrow Wilson asumió que si las cosas eran malas, "el cambio" las haría automáticamente mejores. Pero los gobiernos autocráticos de Rusia y Alemania que Wilson aborrecía fueron sucedidos por regímenes totalitarios tan opresivos y asesinos que hacían parecer a los déspotas del pasado como niños.

En cuanto a la autodeterminación de los pueblos, que resultó en la práctica en que el destino de pueblos enteros fuera determinado por extraños tales como Woodrow Wilson, que se sumó al desmembramiento de los imperios, con graves consecuencias en la década de 1930 cuando Hitler liquidó una por una a las pequeñas y vulnerables naciones recién creadas, una operación que hubiera sido mucho más peligrosa de haber tenido que enfrentar a los grandes imperios de las que formaban parte antes de la Primera Guerra Mundial.

Hasta el día de hoy, seguimos viviendo con las consecuencias de desintegrar al Imperio Otomano para crear Estados mucho más inestables y peligrosos en el Medio Oriente.

Pero las palabras de Woodrow Wilson sonaban muy bien, y es por esto por lo que él y muchos otros intelectuales son juzgados.

* * * * * * * * * *
Puede parecer extraño que tantas personas de gran intelecto hayan dicho y hecho tantas cosas cuyas consecuencias han ido desde lo contraproducente hasta lo catastrófico. Sin embargo, eso no es tan sorprendente cuando consideramos si alguien alguna vez ha tenido el rango de conocimiento necesario para tomar las formidables decisiones que tantos intelectuales están tan dispuestos a tomar, especialmente cuando no tienen que pagar el precio de estar equivocados.

Los intelectuales y sus seguidores han estado usualmente impresionados por el hecho de que los intelectuales tienden, en promedio, a tener más conocimiento que otros individuos de su sociedad. Lo que han pasado por alto es que los intelectuales tienen mucho menos conocimiento que el conocimiento total que poseen los millones de otras personas a las que desprecian y cuyas decisiones buscan anular.

Hemos tenido que aprender las lecciones de la presunción de las élites de la manera dura, y muchos de nosotros tenemos que aprender todavía esa lección.

* * * * * * * * * *

Hasta la próxima, y disculpen el largo... que por otro lado, espero que les haya gustado.

sábado, 9 de enero de 2010

El 2010 arrancó caliente

Sólo un gobierno de bestias como el que arrean Néstor y Cristina Kirchner es capaz de cometer tantas torpezas en un solo día. Y encima hacerlo en enero, cuando el común de los mortales quiere descansar un poco.

Sólo ellos, con su ánimo vengativo e intolerante, su absoluto desconocimiento de los límites y su brutal concepción del poder, fueron capaces de convertir a un pusilánime como Martín Redrado, que en cinco años de conducción del BCRA avaló absolutamente todo excepto el último y delirante pedido, en un mártir cívico de la República y de la división de poderes.

Sólo ellos, con su total desprecio por las leyes, su desenfrenada obsesión por el dinero y su desprolijidad supina, le dieron a una magistrada como María José Sarmiento, que habrá sido ignota para el público pero que tiene un historial que se las trae, la oportunidad de darles dos cachetazos en el mismo día y quedar, a ojos del público, como una jueza que hace lo que tiene que hacer en comparación con personajes lamentables como Norberto Oyarbide o María Romilda Servini de Cubría.

Redrado ahora quedó como mártir, y si Conti o Kunkel le clavan cuchillos marca Magistratura a Sarmiento, los clavados terminan siendo ellos.

Sólo ellos fueron capaces de crearse dos nuevos Cobos en un sólo día, y de paso, darle al Cobos 1.0 la posibilidad de escupirles el asado una vez más.

Es que la torpeza kirchnerista sólo es astucia cuando tienen plata para que por ella bailen los múltiples monos de la política nacional. Cuando el mono no quiere bailar, el taita los faja con todo lo que tiene. Muchos monos ceden, pero algunos se le retoban y ahí las palizas se le vuelven contraproducente a Kirchner.

Y se desquicia. Y le va peor. Pero en vez de recular y pensarla bien, arrastra a los suyos en el desquicio y los incinera públicamente.

Aunque habría que preguntarse hasta qué punto los pigmeos mentales del kakismo ya se contagiaron de la locura del loco. Porque basta escuchar algunas de las cosas que dice la última guardia de caraduras a prueba de balas que lleva la camiseta pingüina para comprobar el grado de desquicio que tienen.

De la Morsa Fernández no hay nada que englobe de manera simple su caradurez y desprecio por el sentido común. Ahí desfiló él, intentando decir que Cristina había aceptado una renuncia que Redrado le había ofrecido Dios vaya a saber cuándo. Como si las renuncias no aceptadas en su momento no caducan sino que quedan en suspenso. Si le sigo la corriente a Caníbal, bien me podría ir al Burger King más cercano a pedir que me acepten hoy mismo cupones de descuento que vencieron en junio del 2009.

O el pedorro senador Miguel Ángel Pichetto, fundador de una escuela del Derecho que he dado en llamar "constitucionalismo de mingitorio". Lo digo por su pretensión de dirimir el conflicto institucional entre el Ejecutivo y el BCRA desafiando a los interesados a ver cuál de los dos tiene más "autoridad", como si las diferencias jurisdiccionales se resolvieran con una competencia para ver quién la tiene más larga. Del viejo y remanido argumento populista de que el haber sido votado para el cargo es una patente de corso para hacer lo que se les canta, no vale la pena hablar: hay gente que disfruta vivir en la nube de pedos.

O Luisito D'Elía y el resto de la comparsa, a quienes disfruto enormemente ver cómo ahora hacen contorsiones para que la teta kirchnerista siga teniendo plata para mamar y decir que es bueno pagar la deuda porque se honran los compromisos, se preserva la estabilidad, se inspira confianza entre los inversores y se mantiene bajo el riesgo país. ¿Quién los viera haciendo suyos los argumentos del odiado neoliberalismo? Es que los muchachos Nac&Pop pueden dividir por cero sin que el universo les estalle alrededor por culpa de la contradicción.

Ahora nos queda ver qué pasa en los próximos días.

Si así arrancamos en la primera semana hábil del 2010, qué nos espera para el resto del año.

sábado, 2 de enero de 2010

De cara al 2010

OK, llegamos al año del Bicentenario. Ya estamos en el 2010. Qué momento, señores.

Veamos un poco cómo empezamos, hasta dónde llegamos y en donde estamos ahora.

En 1810, nuestra tierra de promisión (copyright Raquel Reznik, Blogbis) era el territorio más remoto, pobre y primitivo del imperio español en América, prácticamente insignificante en comparación con las grandes y ricas colonias en Perú y México. Era una enorme extensión despoblada, desierta, sujeta a las depredaciones de los indios y al capricho de sus incipientes caudillos, un yermo improductivo cuya capital no dejaba de ser una fortaleza alrededor de la que había crecido un refugio de contrabandistas y mercaderes dudosos. Era menos que nada: era la última frontera de la civilización en América del Sur.

En 1910, ese yermo desierto era la séptima potencia del mundo, con una economía pujante, un nivel de vida relativamente decente a pesar de ciertos problemas que se veían, y un desarrollo que, con sus matices y cuestionamientos, superaba ampliamente al de cualquier otro país de este continente. La Argentina era un país prometedor, en el que no sólo los argentinos sino los millones de inmigrantes que lo eligieron como su nuevo hogar podían confiar razonablemente en que el futuro iba a depararles mejores cosas y destinos. Había problemas, desencuentros y conflictos, pero existía la posibilidad y la creencia en que serían superados y resueltos, mientras el país continuaba su marcha hacia el futuro.

Y en 2010... en 2010, la Argentina es una colección retrasada de feudos grandes y pequeños, copado por una clase política, empresarial y sindical caníbal, iletrada y orgullosa de su ignorancia y atraso, decidida a chupar todo lo que puedan chupar y a ser lo más prebendarios posibles, mientras la infraestructura del país se cae a pedazos y su gente vive sumida en la apatía, la desidia y el bandolerismo, y sus instituciones son una farsa que existe para servir a los intereses de los dueños de todo, que constituyen un matrimonio criminal rodeado de chupamedias y serviles.

Es triste comprobar lo bajo que hemos caído en comparación con lo alto que supimos alcanzar. Es triste ver que vamos alegremente y a toda máquina hacia el atraso. Y es triste ver que la única lección que los argentinos hemos aprendido en estos 200 años es que la única ley universal es el "sálvese quien pueda", porque tanto el Estado como nuestros conciudadanos están siempre al acecho de lo que nos queda.

Caimos bajo, de eso no hay duda.

La buena noticia es que podemos recuperarnos.

Ya una vez construimos un país sobre la base de la nada que era esto en tiempos de la colonia. Ahora, mal que mal, hay algo en pie. Todavía.

Pero no se trata de una cuestión de infraestructura o de desarrollo económico, o siquiera de buenos números en la economía. En mis 25 años ya vi varias recesiones y dos colapsos nacionales, una etapa de crecimiento y desarrollo astronómicos, y períodos de relativa bonanza. La Argentina tiene lo que hace falta.

El problema somos nosotros.

Para empezar, somos un desastre. Somos una sociedad que colectivamente no pasaría el nivel de preescolar en lo que se refiere a convivencia cívica. Somos una sociedad que no concibe que lo que no está prohibido no necesariamente está permitido. Somos una sociedad que en su comportamiento no se diferencia del nene que se come todas las galletitas porque ni vio un cartel que diga que está prohibido, ni le dijeron que no podía comérselas todas.

¿Qué posibilidad tenemos de respetar las leyes si nosotros, como sociedad, no entendemos que hay cosas que sencillamente no podemos hacer? Somos una nación de pendejos y apendejados, a los que nos hubiera venido bien una buena cachetada de nuestros padres

Una sociedad sólo puede funcionar cuando todos sus miembros comparten un consenso sobre lo permitido, lo aceptable y lo prohibido que trasciende lo que dicen las leyes por escrito. Cuando todos los miembros de una sociedad operan con la creencia de que mientras no se los agarre y mientras no lo prohiba alguna ley, todo es posible, la sociedad misma está condenada.

En este sentido se encuadra uno de los legados más perversos de los Kirchner: su tendencia a pervertir la ley mediante el expediente de ir siempre al límite de lo prohibido. ¿Había alguna ley que prohibiera efectivamente las candidaturas testimoniales? No la había, porque nadie en su sano juicio podía pensar que hubiera candidatos que ya de entrada adelantaran que no asumirían sus bancas. Siempre jugando al borde, siguiendo el eterno impulso del argentino a hacer todo lo que la ley no prohibe, pero que sí lo prohibe la decencia.

Romper esos límites, destruir en el inconsciente colectivo la percepción de que hay líneas que no se pueden cruzar, consagrar la idea de que en pos de la victoria todo es posible siempre que no se viole la letra de la ley aunque se abuse de su espíritu, es uno de los daños más perversos que los K le han hecho a la sociedad argentina.

Y es un daño que nos llevará años revertir, y que hasta que no lo revirtamos, no podremos salir adelante.

Veremos si la sociedad argentina logra salir adelante y empezar a caminar hacia arriba en vez de seguir barranca abajo. No sólo en la economía, sino en lo institucional y en nuestra relación con lo público y las leyes. Quisiera ser optimista, pero nada me hace pensar que pueda serlo.

Aunque ya una vez pudimos hacer algo grande de este país. La posibilidad está, y la historia nos confirmó que es posible.

Está en nuestras manos.

Muy feliz 2010 para todos ustedes.
Más recientes›  ‹Antiguas