sábado, 25 de septiembre de 2010

Juegos realistas

No estoy con ganas de hablar de política hoy. Llámenlo como quieran, pero el enfermo ambiente político local no me motiva.

Cambiando de tema, no sé qué tanto sean de su agrado, pero por mi parte uno de mis géneros favoritos en materia de juegos electrónicos es el de los juegos de estrategia.

A pesar de lo mucho que se ha avanzado en materia de realismo (para alegría de los fanáticos y para horror de los antibelicistas), es necesario destacar que todavía falta mucho para que un juego pueda reproducir con exactitud y de manera fidedigna las múltiples facetas de la guerra moderna.

El siguiente artículo humorístico, del que reproduzco apenas los puntos que más me llamaron la atención, es una guía para avanzar en el realismo de los videojuegos, y si alguno de ustedes es seguidor del género de la estrategia, bueno... como para pensarlo un poco.

I want a war sim ...

1. ... where I spend two hours pushing across a map to destroy a "nuclear missile silo," only to find out after the fact that it was just a missile-themed orphanage. I want little celebrities to show up on the scene and do interviews over video of charred teddy bears, decrying my unilateral attack. I want congressional hearings demanding answers to these atrocities.

2. On the very next level I want to lose half of my units because another "orphanage" turned out to be an enemy ambush site. I want another round of hearings asking why I didn't level that orphanage as soon as I saw it, including tearful testimony from a slain soldier's daughter who is now, ironically, an orphan.

(...)

7. I want my Mission Objectives to change every 30 seconds, without anyone letting me know. I want little talking heads to pop up on my screen--commanders, politicians, allies, military intelligence--each giving me different sets of victory parameters, all of them conflicting and many of them written in bullshit ass-covering doublespeak.

(...)

9. I want a super-cool custom-weapons lab where I can design mech armor for my infantry with wicked acid-tipped missiles and guns that shoot spiders. Then I want to watch as 100 men are cooked alive in the desert because of a defect in the internal air conditioning units that shorted due to condensation in the fusion coils and insufficient insulation in the wiring units bypassing the laser reactor core, due to the contractor's decision to use over-the-counter components instead of the military-grade ones mandated in Subsection 12:94A, Paragraph B of the Military Weapons Platform Procurement Act of 3013, a document that is 14,724 pages long and contains some 81,301 loopholes that allow congressmen to bypass component testing and funnel lucrative military contracts to cut-rate suppliers from their home districts at the peak of every election cycle.

(...)

13. I want factions. Not a simple aliens vs. humans or Russians vs. Americans war orgy. I want to share the map with powerful forces who are not friend or foe or anything else, a news media, private corporations, asshole allies and friendly enemies, everyone jockeying for their own interests and me unable to bend over at any moment without turning my codpiece around first. I want a France.

14. I want fat, left-wing documentarians carefully editing the only the most incriminating footage, countered only by low-IQ country music singers crooning my praises while in American flag-colored cowboy hats.

(...)

17. In my Public Support Meter display, let me find out that the news media has run, in the same magazine, one story blasting us for going to war for minerals and another story blasting us for not acting on the continuing mineral shortage back home. There should also be simultaneous stories about the outrageous expense of the war effort, and another about how the troops are under-funded and under-equipped. Set it so that I somehow lose public-support points with each story.

(...)

19. Now, beating the game will depend on how I play to Ivy League politicians who think a gun is something you hang over your mantlepiece to be occasionally dusted by the maid in your Connecticut summer home. And, when it comes to that point in the game where this panel demands the truth (and says they're "entitled" to the truth) I want a little drop-down menu that will let me tell them that they, in fact, can't handle the truth.

With a couple of clicks (or maybe a hotkey), I'll tell them that we live in a world that has walls and that those walls have to be guarded by men with guns. I will tell them that I have a greater responsibility than they can possibly fathom. They weep for mistreated prisoners and curse the military. They have that luxury. They have the luxury of not knowing what I know, that the naked human pyramid and homoerotic torture, while tragic, probably saved lives. And my existence, while grotesque and incomprehensible to them, saves lives.

I'll tell them that they don't want the truth, because deep down, in places they don't talk about at parties, they want me on that wall. They need me on that wall. I'll tell them that I have neither the time nor the inclination to explain myself to men who rise and sleep under the blanket of the very freedom I provide, then question the manner in which I provide it.

I'd rather they just said "thank you" and went on their way. Otherwise, I'd suggest they pick up a weapon and stand a post. Either way, I don't give a damn what they think they're entitled to.

(...)

sábado, 18 de septiembre de 2010

La justicia social

Cuando no se tiene nada bueno para decir, a veces vale la pena poner palabras de otros.

Es por eso que este sábado, que vengo un poco a los tumbos, les voy a dejar un texto pobremente traducido por mí acerca del concepto de "justicia social". El original en inglés, de Thomas Sowell, es sencillo, rápido y clarito, y lo pueden encontrar acá.

El filósofo del siglo XVII Thomas Hobbes dijo que las palabras son las fichas de los sabios y el dinero de los tontos.

Esto es tan dolorosamente cierto hoy como lo fue hace cuatro siglos. Usar las palabras como vehículos para tratar de expresar lo que se quiere decir es muy diferente de tomar las palabras de manera tan literal que las palabras usan y confunden.

(...)

Si se revisan los hechos en lugar de confiar en las palabras, descubriremos que las leyes de "control de armas" no controlan las armas, el gasto gubernamental de "estímulo" no estimula la economía y que muchas políticas "compasivas" infligen resultados crueles (...).

¿Sabe usted cuántos millones de personas murieron en la guerra "para hacer que el mundo fuera más seguro para la democracia", una guerra que hizo que las dinastías autocráticas fueran reemplazadas por dictaduras totalitarias que masacraron a mucha mayor cantidad de su población que aquellas dinastías?

Las palabras y frases cálidas y suaves tienen una enorme ventaja en la política. Ninguna ha tenido tanta trayectoria de éxito político como "justicia social".

La idea no puede ser refutada porque no tiene un significado específico. Luchar contra ella sería como tratar de golpear a la niebla. No sorprende entonces que la "justicia social" haya sido un éxito político por más de un siglo y lo siga siendo todavía.

Aunque la expresión no tiene un significado definido, sí tiene connotaciones poderosamente emotivas. Hay una fuerte sensación de que no sólo no está bien, sino que es injusto, que algunas personas estén mucho mejor que otras.

Justificar, aún en el uso que se le da al término en la imprenta y la carpintería, significa alinear una cosa con otra. ¿Pero cuál es el estándar al que creemos que deben ser alineados los ingresos u otros beneficios?

¿Acaso se supone que la persona que pasó años en la escuela perdiendo el tiempo, exagerando o peleando, y por lo tanto malgastando los miles de dólares que los contribuyentes gastaron en su educación, deba terminar con ingresos alineados con los de la persona que pasó esos mismos años estudiando para adquirir conocimiento y habilidades que luego serían valiosas para sí mismo y para la sociedad en general?

Algunos promotores de la "justicia social" argumentan que lo que es fundamentalmente injusto es que una persona nazca en circunstancias que hagan que las posibilidades de esa persona en la vida sean radicalmente diferentes de las que tienen otros, aunque eso no sea error de uno ni mérito de los demás.

Tal vez la persona que desperdició las oportunidades educativas que tuvo y desarrolló comportamientos autodestructivos hubiera sido distinta de haber nacido en un hogar distinto o en una comunidad diferente.

Desde luego, eso sería más justo. Pero ya no estaríamos hablando de justicia "social", a menos que creamos que es culpa de la sociedad que distintas familias y comunidades tengan distintos valores y prioridades, y que la sociedad puede "resolver" ese "problema".

Tampoco la pobreza o la falta de educación pueden explicar dichas diferencias. Hay individuos que fueron criados por padres que eran tanto pobres como sin educación, pero que pudieron impulsar a sus hijos a conseguir la educación que los mismos padres no tuvieron. Muchos individuos y grupos no estarían donde están hoy de no haber ocurrido esto.

Toda clase de eventos fortuitos, con información, personas o circunstancias particulares, han significado eventos decisivos en las vidas de muchos individuos, sea para éxito o para el fracaso.

Ninguna de estas cosas es igual o pueden ser hechas iguales. Si esto es una injusticia, entonces no es una injusticia "social" porque está más allá del poder de la sociedad.

Se puede hablar o actuar como si la sociedad fuera tanto omnisciente como omnipotente. Pero hacer eso sería dejar que las palabras se conviertan, en palabras de Thomas Hobbes, en "el dinero de los tontos".

sábado, 11 de septiembre de 2010

The Second Coming

Pensando un poco en el desquicio generalizado en el que vivimos todos los días acá en la Argentina me acordé de un poema que había leído en cierta oportunidad, llamado "The Second Coming", del irlandés William Butler Yeats.

No sé qué les parezca, pero se me hace curiosamente adecuado (en especial la primera estrofa) para describir lo que por momentos se siente al vivir en estos tiempos, la sensación de locura, de tribulación, de marcha imparable hacia un caos que todavía no puede imaginarse.

Turning and turning in the widening gyre
The falcon cannot hear the falconer;
Things fall apart; the centre cannot hold;
Mere anarchy is loosed upon the world,
The blood-dimmed tide is loosed, and everywhere
The ceremony of innocence is drowned;
The best lack all conviction, while the worst
Are full of passionate intensity.

Surely some revelation is at hand;
Surely the Second Coming is at hand.
The Second Coming! Hardly are those words out
When a vast image out of Spiritus Mundi
Troubles my sight: a waste of desert sand;
A shape with lion body and the head of a man,
A gaze blank and pitiless as the sun,
Is moving its slow thighs, while all about it
Wind shadows of the indignant desert birds.
The darkness drops again but now I know
That twenty centuries of stony sleep
Were vexed to nightmare by a rocking cradle,
And what rough beast, its hour come round at last,
Slouches towards Bethlehem to be born?

Y en castilla:

Girando sin cesar en la espira creciente
el halcón ha dejado de oír al halconero;
todo se desmorona; el centro se doblega;
arrecia sobre el mundo la anarquía,
arrecia la marea rebosante de sangre, y en todas partes
la ceremonia de la inocencia es anegada;
los mejores carecen de toda convicción, mientras que los peores
están llenos de brío apasionado.

Sin duda una revelación es inminente;
sin duda la Segunda Venida es inminente.
¡La Segunda Venida! Apenas digo estas palabras
cuando una vasta imagen del Spiritus Mundi
perturba mi visión: oculta en las arenas del desierto
una forma con cuerpo de león y cabeza de hombre,
de pupilas vacías y crueles como el sol,
mueve sus lentos muslos, mientras en torno fluyen
las sombras indignadas de las aves del yermo.
Cae de nuevo la oscuridad;
pero ahora sé que veinte siglos de pétreo sueño
fueron mortificados hasta la pesadilla por el mecerse de una cuna,
¿y qué bestia escabrosa, llegada al fin su hora,
se arrastra hacia Belén para nacer?

Hasta la próxima.

sábado, 4 de septiembre de 2010

Un post de pseudofilosofía política, si les parece.

Todo sistema político surge de una respuesta a la pregunta de "¿quien debe ejercer el poder?". A lo largo de la historia se han provisto infinidad de respuestas de acuerdo a las necesidades y realidades concretas de cada sociedad y grupo humano, dando así origen al sistema político por el cual se rigieron.

Pero todos estos sistemas, sin excepción, cayeron víctimas de una realidad inexorable: con el paso del tiempo, el poder dejó de estar en manos de aquellos que cumplían aquel criterio por el cual se fundó el sistema político para quedar en manos de aquellos que mejor supieron "aprovechar" las reglas de juego. Es casi una realidad inevitable que con el paso del tiempo, quienes prosperan en el gobierno de las sociedades no son los que encarnan los principios y valores, sino los aprovechadores más habilidosos.

Esto se parece mucho a la llamada "Ley de hierro de la oligarquía", formulada por el sociólogo alemán Robert Michels a finales del siglo XIX, que dice que toda organización, sin importar lo democrática o autocrática que haya sido en sus orígenes, inevitablemente se convertirá en una oligarquía debido a la necesidad indispensable del liderazgo, al surgimiento de grupos de intereses y a la pasividad de los dirigidos.

Así, las monarquías que en un pasado remoto habían sido construidas alrededor de los líderes tribales, y las aristocracias fundadas en base a la "nobleza de espada" feudal que proveía protección militar, degeneraron hasta convertirse en regímenes dominados por inútiles endogámicos surgidos de alianzas matrimoniales e intrigas desconectadas de la realidad, llegando a un epítome de incompetencia que la Revolución Francesa se ocupó de decapitar.

Los regímenes comunistas, creados con el propósito declarado de liberar a las masas oprimidas por el capitalismo, inevitablemente perdían su fervor revolucionario con el paso del tiempo y con la retirada (voluntaria, natural o forzada) de los cuadros revolucionarios originales. En su lugar, el poder quedaba en manos de los burócratas del partido, que podían no tener el menor fervor ideológico pero que sí sabían cómo manejar los resortes de una compleja estructura de control social.

¿Por qué habríamos de creer que las democracias occidentales son diferentes? Al amparo de las tendencias de los siglos XVIII, XIX y XX, la democracia postula que el poder debe estar en manos de representantes elegidos por el pueblo, que a su vez debe juzgar sobre la habilidad y la capacidad de sus representantes para gobernar los asuntos públicos.

Veamos cualquier sistema medianamente identificado con los principios democráticos y encontraremos que en casi todos el poder está en manos de políticos profesionales: gente que muy probablemente no tenga la menor idea de cómo se hacen las cosas en el mundo real porque se dedicaron toda su vida a cultivar los saberes necesarios para ser políticos: la retórica (en sentido amplio), la demagogia, el mantenimiento de la imagen pública, el intercambio de favores, etcétera.

Esa clase de gente, que en Argentina suelen ser hijos de un transatlántico completo de putas, es la gente que triunfa en la política porque así lo demanda la propia política. Las reglas de juego originales fueron aprovechadas por aquellos que sabían cómo cumplirlas (o no siempre) al pie de la regla ignorando por completo cualquier carga valorativa que pudieran tener.

En vez de quejarnos de que tenemos "malos políticos" y que todo se resolvería si vinieran "buenos políticos", mejor tendríamos que darnos cuenta que estos son los únicos políticos que pueden triunfar en el sistema.
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