sábado, 24 de septiembre de 2011

El giro autoritario

¿Alguien esperaba que después de lo del 14 de agosto la kakidad iba a experimentar una conversión repentina a la democracia, la tolerancia y el respeto hacia las opiniones diferentes?

Es el mismo cuentito delirante que sobreviene antes y después de cada elección; en el 2005 se decía que la psicopatía de Kirchner iba a terminar en cuanto sacara una mayoría propia en el Congreso y saliera de la debilidad que le habría dejado el Cabezón; en el 2007 el cuento era que una vez que Él se hubiera ido del Gobierno y la hubiera dejado a Ella con una mayoría electoral por derecho propio en vez de caer en paracaídas a la Rosada habiendo salido segundo y sólo por abandono del primero, íbamos a disfrutar de un kirchnerismo más prolijo y respetuoso; en el 2009, se esperaba que si ganaban ellos se iba a tranquilizar todo y que si perdían iban a quedar tan debilitados que no podrían romper más las bolas (ahí, para variar, hubo fallas de la manga de oligofrénicos que se ponen un traje de oposición que les queda demasiado grande).

En todos estos casos, lo que vino después del resultado electoral fue como lo que vino antes, pero potenciado con más autoritarismo, corrupción y caradurez. ¿A quién podría sorprenderle que ahora que sacaron el 50 y chirolas en la encuesta nacional del 14 de agosto no se sientan con derecho a hacer lo que se les canta?

Además de lo anterior, me permito hacer un paralelismo entre lo que vivimos ahora y el período de la República de Weimar en Alemania, hecha la salvedad de que es una enormidad histórica equiparar al nacionalsocialismo con ese hijo bastardo y retardado suyo que es el peronismo.
  • Ambos países sufrían severísimos problemas económicos que nunca terminaban de irse del todo (la inflación es el más notable),
  • Ambos países venían de experiencias históricas de fracasos mayúsculos para los cuales o no había explicación o las existentes eran mitológicas: la leyenda de la "puñalada por la espalda" para explicar la derrota de la Primera Guerra Mundial en el caso alemán, y el presunto "complot neoliberal" que estaría detrás de todo lo que pasó desde el Proceso hasta hoy acá en Argentolandia,
  • Ambas sociedades tenían una predilección por figuras fuertes, carismáticas y providenciales que en el fondo disimulaba (y a veces ni siquiera eso) un profundo desprecio por las instituciones republicanas,
  • El ánimo público existente en ambos países era una mezcla de nacionalismo y revanchismo, aunque en el caso argento es una manifestación más virulenta de la egomanía nacional que resurge tras los sopapos de las últimas décadas y que se cree a sí mismo reivindicada por el presunto éxito del "modelo",
  • Ambos regímenes políticos habían optado por abandonar el control del espacio público y del monopolio de la violencia a agrupaciones autoritarias o criminales por conveniencia política o simple impotencia.
Sabemos cómo terminó en el caso alemán; acá, aunque sea en su forma degradada y berreta, no debería sorprendernos que el camino que adopta la banda de matarifes y acomodados sea una "profundización del modelo" por el lado autoritario.

Como dirían los yanquis: hicimos nuestra cama y ahora tenemos que acostarnos en ella.

martes, 20 de septiembre de 2011

Rincón literario: How Few Remain (Harry Turtledove)


Hace unos cuantos días comentaba por este medio mi impresión de la novela de historia alternativa In the Presence of Mine Enemies, del norteamericano Harry Turtledove, y de su descripción de una ucronía distópica en la que la Alemania nazi se imponía y perduraba hasta nuestros días.

Hoy vengo con otro título del buen Turtledove.

How Few Remain es el primer libro de lo que se conoce como la "Serie de la Victoria Sureña" o "Timeline 191" (el número tiene su razón de ser), una saga de once novelas que narran una ucronía en la que el Sur consigue imponerse en la Guerra Civil norteamericana. La serie en sí misma está compuesta de cuatro partes bien definidas: How Few Remain (que en rigor de verdad es una precuela) que transcurre en la década de 1880, la trilogía de "The Great War" (American Front, Walk in Hell y Breakthroughs) ambientada en el equivalente turtledovesco de la Primera Guerra Mundial, la trilogía de "American Empire" (Blood and Iron, The Center Cannot Hold y The Victorious Opposition) que se enfoca en las décadas de 1920 y 1930, y por último la tetralogía de "Settling Accounts" (Return Engagement, Drive to the East, The Grapple e In at the Death) y su descripción de la Segunda Guerra Mundial en este universo.

En este primer libro de la saga nos encontramos con el punto de divergencia de la serie. En el 1862 de la historia real, recién comenzada la Guerra Civil norteamericana, un mensajero del ejército confederado pierde una copia de la "Orden Especial 191" (de ahí viene lo de "Timeline 191"): nada más y nada menos que el plan de operaciones del general Robert Lee para el ataque sureño contra el Norte. Encontrada la susodicha copia por soldados del gobierno federal, el ejército de la Unión puede prepararse para el ataque y consigue así derrotar a los confederados en la batalla de Antietam, que no sólo pone un alto a la ofensiva del general Lee sino que además le da al presidente Lincoln una victoria lo bastante significativa como para darle credibilidad a la Proclamación de Emancipación que libera oficialmente a los esclavos en los Estados rebeldes.

En cambio, en el mundo de Turtledove, la copia perdida de la Orden Especial 191 es encontrada por dos soldados confederados que rápidamente se la devuelven al mensajero distraído. Sin esta copia, los bastante incompetentes generales de la Unión no pueden hacer otra cosa que tratar de reaccionar tardíamente a los movimientos de Lee, terminando en una brutal victoria confederada. Sin poder derrotar a los confederados, Lincoln tiene que meterse la Proclamación de Emancipación en donde no brilla el sol, y como para empeorar las cosas, la victoria de Lee les da pie al Reino Unido y a Francia para oficializar su apoyo encubierto a la Confederación, a la que reconocen como Estado independiente, para luego forzar al gobierno de los EE.UU. a que haga lo mismo y firme la paz.

Llegamos así al 1880 en el que transcurre How Few Remain, y nos encontramos con unos Estados Unidos humillados, reducidos en extensión por la pérdida de los "Estados Confederados de América" (a los que llamaremos EE.CC. para abreviar), empobrecidos por la guerra al punto de no poder comprar Alaska, que sigue siendo colonia rusa, bastante más intolerantes hacia todo lo que huela a posible sedición, y por sobre todas las cosas, sedientos de venganza contra el Sur. Tan sedientos de venganza están que alcanza con una última humillación (la decisión presidencial de sacar de la bandera las estrellas que representan a los estados sureños) para terminar con décadas de gobierno demócrata y llevar al poder al Partido Republicano, que a base de una plataforma explícitamente anticonfederada logra volver del ostracismo político en el que quedó tras perder la Guerra de Secesión.

Por otro lado a la Confederación, al igual que al gordito de Alfonsín, no le va mal: tiene el orgullo nacional por las nubes, además de su independencia logró arrancarle Kentucky y lo que ahora sería Oklahoma a los EE.UU., cuenta con el respaldo y el patrocinio de las grandes potencias de la época (el Imperio Británico y Francia), se dio el gusto de comprarle Cuba a España y encima tiene al Imperio Mexicano (sin el apoyo de los EE.UU., Benito Juárez nunca pudo derrocar a Maximiliano I de Austria) de virtual títere.

Es precisamente por el lado de México que viene el siguiente intento de expansión de los EE.CC. y el nuevo casus belli con los EE.UU.: Maximiliano I podrá haber nacido en cuna de oro y ser Emperador de México pero no tiene un peso partido al medio, por lo que le ofrece a la Confederación las provincias de Sonora y Chihuahua a cambio de una módica suma. La Confederación, como es de esperar, agarra viaje por una excelente razón: estas provincias le darán una salida al Pacífico a través del Golfo de California. Para los Estados Unidos, que sólo necesitan una excusa para ir de nuevo a los bifes, la compra de Sonora y Chihuahua es lo que estaban esperando: no sólo es un nuevo intento expansionista que la Confederación le hace "in your face" a los EE.UU., sino que al conseguir una salida al Pacífico los EE.CC. pueden construir su propio ferrocarril transcontinental y dejar de depender de los trenes estadounidenses.

Y como era de esperar, porque si no no tendríamos novela, los Estados Unidos le declaran la guerra a la Confederación al rechazar ésta el ultimátum de Washington de dar marcha atrás con la compra territorial. Estalla así la "Segunda Guerra Mexicana", a la que no tardan en sumarse los franceses y los británicos (con Canadá incluido) del lado de la Confederación para "poner en su lugar" a unos EE.UU. totalmente aislados. Teniendo en cuenta cómo estaban las cosas por esos tiempos en materia de poderío mundial relativo, y que los Estados Unidos carecen de cualquier plan estratégico para librar el conflicto (como lo nota horrorizado el agregado militar alemán tras una charla con el jefe de Estado Mayor del Ejército de EE.UU. apenas iniciado el conflicto) o de un liderazgo militar competente que aproveche su superioridad numérica y técnica, no debería ser ninguna sorpresa el resultado de semejante guerra.


Yendo a cuestiones que no nos hagan incurrir en el riesgo de dar más spoilers, podemos empezar notando el cambio de fortuna de algunas figuras históricas en este universo. El general Ulysses S. Grant, lejos de convertirse en el héroe militar del Norte, de llegar a la Presidencia y darle su jeta al billete de 50 dólares, pasa sus días como un viejo alcohólico e ignorado por sus fracasos en la guerra. Al coronel Thomas Custer no lo reventaron los indios en una carga de caballería insensata, sino que anda por acantonamientos perdidos esperando una oportunidad para reventar confederados y ganar gloria. William Sherman ni siquiera llega a general y calculo que menos aún le pondrán su nombre al tanque emblemático de los EE.UU. en la Segunda Guerra Mundial, sino que languidece como coronel a cargo de la guarnición de San Francisco, ciudad en la que se destaca como periodista un tal Samuel Clemens, quien de haber optado por la carrera de novelista, hubiera sido más conocido por su seudónimo de "Mark Twain"...

Pero el que más se destaca de los personajes históricos es Abraham Lincoln, a quien esta ucronía no le deparó la fama de ser el presidente victorioso que liberó a los negros, terminar asesinado por un resentido al poco tiempo, tener una estatua gigante de sí mismo sentado, adornar los billetes de cinco dólares y, calculo yo, darle su nombre a una de las galletitas más ricas de nuestra bendita Patria. En vez de eso, Lincoln anda por todo el país ganándose las puteadas de quienes no le perdonan la derrota en la Guerra de Secesión, la vergüenza ajena de un Partido Republicano que lo quiere tener lo más lejos posible, y la atención de auditorios reducidos pero interesados en escuchar su forma de adaptar las ideas de Marx y Engels a la situación norteamericana. Sí, en este mundo Lincoln se volvió socialista, aunque ante las acusaciones que le hacen de ser un revolucionario él diga que lo que le interesa es mejorar las cosas antes de que se llegue a una revolución, quizás porque le tocó pagar el pato de décadas de demorar una decisión final sobre la esclavitud de los negros.

La novela hace un excelente trabajo de mostrar la futilidad y el absurdo de esta guerra mal planeada y peor conducida. De la Guerra Civil se ha dicho que fue un adelanto de la Primera Guerra Mundial al que nadie le prestó atención, y lo mismo pasa con la "Segunda Guerra Mexicana" de Turtledove, sólo que con veinte años de adelanto tecnológico. Olas y olas de soldados se estrellan en ofensivas inútiles que son repelidas con fusiles, artillería y las primeras ametralladoras. Si algunas de las partes en las que se narran los combates suenan repetitivas, no es un problema: antes al contrario, es un logro que muestra la inutilidad de la forma de hacer la guerra en esos tiempos. Excepto en los desiertos amplios del Oeste, la caballería no sirve para otra cosa que terminar con caballos propios muertos. Los generales del Norte son en su mayoría incompetentes que caen en la definición de locura de Einstein al insistir una y otra vez con las mismas tácticas y esperar distintos resultados, mientras que los generales del Sur se limitan a fortificar sus defensas y esperar que los contrarios se estrellen fútilmente contra ellas; no necesitan invadir el Norte para ganar la guerra, sólo ahogar a los EE.UU. en la sangre de sus soldados muertos inútilmente.

Otro ejemplo de futilidad viene de uno de los personajes que aportan un punto de vista es el orador negro Frederick Douglass, quien aún teniendo oportunidad de ver personalmente la carnicería absurda en la que degeneró el conflicto lo sigue defendiendo como parte de una campaña para abolir la esclavitud en la Confederación y de paso mejorar un poco la posición de los negros, a quienes les va bastante mal estén del lado de la frontera en que estén (en el Sur son esclavos, en el Norte son los chivos expiatorios de la guerra perdida). No se imagina Douglass que el presidente confederado en esta historia, James Longstreet, piensa emancipar a los esclavos negros (la igualdad plena es otra cosa, pero es un principio) en cuanto termine la guerra, en parte porque ya no puede defenderla a ojos de sus aliados británicos y franceses, y en parte porque sabe que la esclavitud no tendrá más sentido en una sociedad industrial.

El mundo que nos presenta esta novela ya se presiente como que va a terminar siendo muy distinto del que conocemos. La descripción de los EE.UU. no como una potencia confiada y orgullosa sino como un país consumido por anhelos de vengar las humillaciones pasadas nos da a entender que en el futuro de las historias va a tener una evolución muy distinta. El alineamiento de las potencias preanuncia rivalidades que no hubiéramos imaginado. La situación política que describe tiene un componente familiar pero a la vez hay señales que inquietan no sólo sobre el presente sino sobre el futuro que se avecina. La sociedad que aparece continúa siendo normal para la época, pero se puede intuir que le tocarán cimbronazos que bien pueden hacerla irreconocible a nuestros ojos. Y la forma en que el final deja sentado lo que viene llega a ser incluso escalofriante. Como punto de partida para un universo a la vez familiar e irreconocible, How Few Remain hace muy bien su trabajo.

Pero tiene algunos problemas. La cantidad de personajes que aportan puntos de vista es enorme, al igual que la diversidad de estos puntos; es probable que los primeros capítulos pierdan un poco de sentido hasta que se logre poner a cada personaje, situación, lugar y contexto en su lugar. A esto también le juega en contra el hecho de que es una novela que conviene leer con un atlas o con acceso cercano a Wikipedia, ya que es más accesible para el que tenga familiaridad con la Guerra Civil norteamericana. Y aunque logra tener éxito en su esfuerzo de mostrar de forma creíble un mundo enorme en el que transcurre un evento de dimensiones significativas, cuesta no marearse por momentos.

A pesar de todo, como punto de partida es muy bueno, los mareos iniciales se terminan disipando, y el contexto atrapa a pesar de la falta de familiaridad, o incluso gracias a ella si es que se la aprovecha como oportunidad para aprender sobre esa época.

En fin, en futuras entregas iré tratando las siguientes novelas de la serie, para ver cómo sigue este universo alternativo.

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sábado, 17 de septiembre de 2011

Algunas reflexiones sin mucha coordinación en un sábado gris

Quizás la mayor debilidad del modelo republicano-democrático de gobierno, al cual podríamos definir como aquel en el que el poder del Estado se halla dividido y mutuamente controlado y en el que la libre elección es la vía de acceso a un poder limitado en el tiempo y en su duración, es el hecho de que requiere de condiciones muy difíciles de lograr y mucho más difíciles de mantener.

¿Cuáles son estas condiciones? Un consenso sólido en torno a la validez de las reglas básicas del sistema y la necesidad de preservarlas, un grado de información elevado sobre los asuntos públicos, y por sobre todas las cosas un ejercicio responsable de las facultades que el sistema le confiere a sus miembros, ya sea el sufragio ciudadano o el ejercicio del poder por parte de los funcionarios electos.

Años de un culto a la noción de "democracia" como el non plus ultra de la organización social y política humana tan intenso que el mero planteo de dudas es el equivalente moderno de una herejía nos impiden ponernos a pensar en algo que debería ser elemental: ¿toda sociedad está en condiciones de tener un sistema republicano-democrático?

Como liberal, desconfío del paternalismo y creo que puesto ante la alternativa es preferible cualquier opción que deje al ciudadano común la posibilidad de decidir sobre su propia vida porque nadie es más apto para decidir sobre uno que uno mismo.

Pero hay que admitir que la escala de las cuestiones que hacen al buen funcionamiento de una sociedad es tan monstruosa y tan compleja que no hay forma de interiorizarse plenamente sobre todas ellas sin la dedicación de un monje de clausura; lo máximo que se puede lograr humanamente es adquirir conocimientos sobre un área en concreto y especializarse en ella. En un mundo en el que el arte del "estadista" parece reducirse últimamente a saber tomar decisiones de entre las opciones que se reciben de especialistas y técnicos, un ciudadano común y corriente tendrá suerte si tiene una vaga idea de lo que llega a la agenda de los medios.

No es algo para reprocharle; no se le puede pedir a nadie que asuma mucho más de lo que puede abarcar y convengamos que la vida cotidiana es bastante exigente y demandante como para filosofar demasiado sobre la cosa pública.

La otra cuestión pasa por el tema de la responsabilidad social y ahí no hay atenuantes. Sea por falta de exigencia, por exceso de abundancia pasada o quizás por efecto de la demagogia, el ideal occidental actual es el de vivir de arriba, mantenido por alguien más, disfrutando de los beneficios sin jamás sufrir los costos. Es lamentable comprobar la universalidad de la idea de que existen cosas "gratuitas" y de que recibirlas sin pagar es nuestro derecho. Lamentable no sólo por lo que eso significa para la ética del trabajo, sino por lo que dice acerca de las expectativas de una población.

A los políticos se los puede culpar de muchas cosas, pero no de no actuar basándose en lo que ven en la sociedad a la que pertenecen. Si la gente quiere regalos y recibir todo de arriba, nadie va a suicidar su carrera política exhortando las virtudes del trabajo e insistiendo con el axioma de que "no existe tal cosa como un almuerzo gratis". Ahí tenemos a un continente entero como Europa que se suicida con una combinación de indolencia, pereza y dádiva oficial que es insostenible ya en el corto plazo, pero cuyos ciudadanos no quieren saber nada de austeridad.

Creo que es necesario pensar muy seriamente en los postulados básicos de la "religión cívica" de la democracia, aunque más no sea porque cuesta mantener la fe en el ideal de un sistema en el que ciudadanos debidamente informados sean capaces de optar libremente y sin presiones por la mejor alternativa entre varios candidatos capacitados para un cargo cuando basta con leer un panfleto de campaña y ver que las "propuestas" se reducen a clichés y terminología sensiblera como "cambio", "transformación" y "para todos", mientras se acepta ya abiertamente que los votos se compran con plata o con asistencialismo, mientras al ciudadano común y corriente le tiene sin cuidado lo que pueda pasar siempre y cuando no le joda su sacrosanto bolsillo o le impida pagar las cuotas del plasma.

Algo huele mal en este país y en la civilización occidental en general, y temo que se trate de que las bases del sistema están pudriéndose. Y me parece que no tiene mucho futuro la democracia si no se empieza a considerar si no vale la pena imponer ciertas restricciones al sufragio que alienten la responsabilidad de los votantes, o si incluso es practicable en su totalidad en sociedades que no están listas para afrontar las consecuencias de sus propias decisiones.

Si les parece que eso es demasiado brutal, pierdan cuidado; puedo ser más hereje todavía.

sábado, 10 de septiembre de 2011

Rincón literario: In the Presence of Mine Enemies (Harry Turtledove)


Hace unos días terminé de leer una novela de ficción llamada In the Presence of Mine Enemies, del escritor norteamericano Harry Turtledove. El amigo Turtledove es un referente dentro del género de la "historia alternativa", es decir, historias ambientadas en universos en donde algún hecho del pasado se produjo de otra manera (el llamado "punto de divergencia"), resultando en un mundo que puede ser o muy similar al nuestro o distinto al punto de ser irreconocible. Este género permite jugar con la Historia, sea para analizar lo que pudo haber sido, como además para echarle un vistazo a los infiernos de los que nos salvamos.

En el universo de In the Presence..., que claramente pertenece al campo de los "infiernos", el punto de divergencia fue la neutralidad de los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, lo que causó que el Tercer Reich venciera primero al Reino Unido y a la Unión Soviética, y que diera cuenta de los mismos Estados Unidos en una Tercera Guerra Mundial durante la década de 1970 que incluyó el uso de armas nucleares.

Como resultado, en el año 2010 en el que transcurre la historia la principal potencia mundial es el Gran Reich Alemán, todavía dominado por el Partido Nacionalsocialista. Además del Reich propiamente dicho, el nazismo controla también el llamado "Imperio Germánico", que comprende a los territorios conquistados durante las guerras (incluyendo las ex colonias británicas y francesas) y a aquellos Estados títeres en los que el Reich mantiene presencia militar, tales como Francia, el Reino Unido (cuyo líder fascista es Tony Blair, sólo que Turtledove lo camufla con el resto de su nombre real: Charles Lynton), Noruega, Bélgica, Holanda, Dinamarca e incluso los Estados Unidos, que además de haber perdido la guerra tienen que pagar un "tributo" a Alemania o enfrentar brutales represalias militares.

La victoria nazifascista en las dos guerras mundiales resultó en la continuidad de los totalitarismos y en el surgimiento de otros en el resto del mundo. Italia continúa gobernada por el fascismo y su imperio controla todo el norte de África, Grecia y Turquía; España sigue siendo franquista y conserva su imperio colonial africano; Portugal se mantiene autoritario y en control de Mozambique y Angola; Suecia, Finlandia, Croacia, Sudáfrica, los otros Estados balcánicos y toda Latinoamérica tienen sus propios gobiernos totalitarios aliados al Reich.

Y respecto de nuestra parte del mundo, como argentino no me sorprendió para nada la referencia a nuestro país como un aliado del Reich alemán cuyo dictador asumió un título al estilo de Führer o Duce, sólo que en el caso nuestro el capo totalitario argento ostenta el título de Perón...

Sólo el Imperio Japonés, que sobrevivió a las guerras mundiales como un Estado militarista y expansionista que controla Japón, China, la parte asiática de Rusia, el Sudeste Asiático, Indonesia y Oceanía, permanece fuera de la esfera de influencia alemana, y aunque las relaciones entre ambos imperios son relativamente cordiales, sólo la amenaza de la destrucción mutua asegurada con armas nucleares impide que japoneses y alemanes se vayan a las manos.


La historia es contada a través del punto de vista de varios ciudadanos alemanes que viven en Berlín: un analista civil del Alto Mando de las Fuerzas Armadas, su esposa y la mayor de sus tres hijas; un programador de sistemas y su esposa recepcionista de un consultorio; y una profesora universitaria. Todos ellos permiten una mirada a la vida cotidiana bajo un régimen que a pesar de su poderío y riqueza continúa siendo tan brutal y tiránico como lo fue desde su inicio... con una perspectiva muy particular.

¿Por qué es particular esta perspectiva? Porque todos esos personajes comparten un secreto intolerable para el Reich: son judíos. Una de las consecuencias de la victoria alemana en las guerras fue la extensión a todo el mundo del Holocausto, y para el 2010 el Reich ya considera a los judíos como prácticamente extintos, y aunque de vez en cuando logra encontrar grupos que se las ingeniaron para pasar desapercibidos en los territorios ocupados, no puede imaginar que muchos lograron ocultarse y subsistir durante décadas en el corazón de la misma sociedad que desea exterminarlos.

Los judíos de In the Presence... viven dobles vidas en las que por fuera son ciudadanos leales y dedicados del Reich con problemas típicos (peleas laborales, problemas con los jefes o incluso riesgos de infidelidades), mientras que por dentro tratan de preservar su cultura y sus tradiciones sin dar la menor señal de alarma, a tal punto que sólo les revelan su condición a sus hijos al cumplir los diez años, ya que consideran que a esa edad son capaces de aceptar el hecho y preservar el secreto.

Una particularidad de esta historia es cómo muestra las consecuencias de esta doble vida en una sociedad en donde, por poner un ejemplo banal pero escalofriante, comentarios que para nosotros son barbaridades como el célebre "murieron dos personas y un boliviano" de Crónica TV son moneda corriente (“Junto con los arios, también falleció un número indeterminado de Untermenschen", dice una nota periodística sobre un accidente industrial). El título de la novela es apropiado, ya que remite a un pasaje del Salmo 23 (aquel de "El Señor es mi pastor, nada me puede faltar...") que dice "Me preparas un banquete en frente de mis enemigos..."

La necesidad de conservar las apariencias ha hecho que muchas tradiciones se han perdido, otras apenas subsisten y varias se han transformado. Aquellos con hijos deben preservar las apariencias hasta que los chicos puedan asumir el secreto, aunque eso signifique tener toda la parafernalia antisemita en casa y no reaccionar ante la propaganda; los chicos que recién conocen el secreto tienen no sólo que empezar a mentirles a sus compañeros, a sus amigos, a sus maestros e incluso a sus hermanos menores, sino que también tienen que enfrentar de un día para el otro que todo lo que ayer era verdad para ellos ahora es un montón de mentiras. Incluso los adultos no pueden dejar de sentir una extraña pertenencia al país que desea exterminarlos, que se manifiesta en alegría ante las victorias en el Mundial o en una leve suficiencia al visitar otros países.

Y mientras tanto, en el fondo de la historia las cosas empiezan a moverse en el Reich. El Führer de ese entonces, un nonagenario conservador, muere y es reemplazado por un nuevo Führer joven y con un ánimo reformista nacido de la certeza de que en el Imperio Germánico hay cosas que andan muy mal por debajo de la propaganda. Los que tengan una idea de cómo fue que la Unión Soviética empezó a venirse abajo no van a tener problemas en ir detectando los paralelismos (que los hay y a veces son demasiado explícitos) y las diferencias entre lo que pasó y lo que Turtledove relata que le ocurre al Tercer Reich tras ochenta años de dominio visible y anquilosamiento subterráneo.

Una de las cosas que más rescato de esa novela es la noción de esperanza que deja ver. No sólo de los protagonistas, quienes sienten con justo derecho que cada día de vida que llevan, por más oculta y difícil que sea, es una victoria colectiva sobre la monstruosidad del Reich, sino también de los propios alemanes comunes y corrientes, que aún con el cerebro lavado por la propaganda racista aunque más no sea porque es lo único que conocen, encuentran la forma de hacer sentir su descontento con el régimen a la primera oportunidad posible. No importa la brutalidad, no importa el totalitarismo, no importa la locura colectiva, eventualmente la libertad encuentra formas de salir o de seguir existiendo, aunque sea chiquita y modesta.

El libro no deja de tener sus temas; con tantos personajes proveyendo puntos de vista, tiende a hacerse un poco lenta y algo repetitiva, y le cuesta llegar a destino, sin mencionar que los paralelismos históricos son a veces demasiado obvios, pero el resultado final me gustó como para darle un changüí a otra saga del autor sobre una victoria del Sur en la Guerra Civil de EE.UU.

En fin, algo distinto esta semana, para ir variando un poco.

Mucha suerte y hasta el próximo sábado.

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sábado, 3 de septiembre de 2011

Juventudes

En ocasión de los recientes disturbios en el Reino Unido, me encontré en un diario de allá con un artículo que me pareció de lo más interesante y cuya traducción, en su momento posteada por los amigos de El Opinador Compulsivo, dejo a continuación, haciéndoles la usual propuesta de encontrar los paralelismos.

Años de dogma progresista han prohijado una generación de jóvenes amorales, sin educación, dependientes de la beneficencia y brutalizados

Por Max Hastings

Unas pocas semanas después de que la ciudad norteamericana de Detroit fuera devastada por los disturbios raciales de 1967 en los que 43 personas murieron, fui llevado en un recorrido por las áreas arrasadas por un periodista negro llamado Joe Strickland.

Él dijo: "No creas todas esas cosas que la gente de acá le dicen a los tipos de los medios sobre lo apenados que están de lo que pasó. Cuando se hablan los unos a los otros, dicen: '¡Qué gran incendio, hombre!'"

Estoy seguro de que eso es lo que muchos de los jóvenes manifestantes, tanto negros como blancos, que estuvieron quemando y saqueando en Inglaterra durante las últimas y estremecedoras noches piensan hoy.

Fue divertido. Hizo que la vida fuera interesante. Hizo que la gente los notara. Como le dijo una saqueadora a un periodista de la BBC, le mostró a "los ricos" y a la policía que "podemos hacer lo que queramos".

Si usted vive una vida normal de absoluta futilidad, como la que podemos asumir que vive la mayoría de los manifestantes de esta semana, la emoción de cualquier tipo es bienvenida. Las personas que arrasaron extensiones de propiedad, quemaron vehículos y aterrorizaron comunidades no tienen una brújula moral que los haga susceptibles a la culpa y la vergüenza.

La mayoría no tiene trabajos a los que acudir o exámenes que puedan aprobar. No conocen ningún modelo familiar a seguir, porque la mayoría vive en casas en donde o el padre está desempleado, o del que ha huído.

Son iletrados e incapaces de hacer las operaciones básicas, más allá quizás de alguna habilidad con los juegos de computadora y los BlackBerries.

Son en esencia bestias salvajes. Uso esa frase con conocimiento de causa, porque parece apropiada para jóvenes privados de la disciplina que podría hacerlos empleables; de la conciencia que distingue entre el bien y el mal.

Responden sólo a impulsos animales instintivos - comer y beber, tener sexo, tomar y destruir la propiedad accesible de los demás.

Su comportamiento en las calles se pareció al del oso polar que atacó un campamento turístico noruego la semana pasada. Estaban haciendo lo que les venía naturalmente y, a diferencia del oso, nadie siquiera les disparó por ello.

Un antiguo jefe policial de Londres habló hace algunos años acerca de los "niños silvestres" en su distrito - otra forma de describir la misma realidad.

La deprimente verdad es que en la base de nuestra sociedad hay una capa de jóvenes sin habilidades, educación, valores o aspiraciones. No tienen lo que la mayoría de nosotros llamaría "vidas": simplemente existen.

Nadie se ha atrevido a sugerirles que necesitan sentir alguna lealtad hacia algo, menos que menos a Gran Bretaña o a su comunidad. No ven las bodas reales, no se percatan de los test matches o se enorgullecen de ser londinenses o liverpulianos o birminghense.

No sólo no conocen nada del pasado de Gran Bretaña; no les importa nada de su presente.

Encuentran su ser sólo en los juegos de video y las peleas callejeras, el uso casual de drogas y el crimen, a veces modesto, a veces serio.

Las nociones de trabajar de 9 a 5, de casarse y quedarse con una esposa e hijos, de hacer cursos de "hágalo usted mismo" o aprender a leer correctamente, están más allá de sus imaginaciones.

La semana pasada, me encontré con una trabajadora de caridad que está tratando de ayudar a una adolescente del este de Londres a labrarse una vida para ella misma. Hay una dificultad, empero: "Su madre quiere que ella se dedique a revolear la cartera". Mi amiga explicó: "Es por el dinero, claro".

Ha existido una clase marginal durante la historia, que alguna vez sufrió privaciones espantosas. Sus espasmódicos arrebatos de violencia, en especial a comienzos del siglo XIX, asustaron a las clases dominantes.

Sus frustraciones y pasiones eran mantenidas a raya mediante la fuerza y castigos legales draconianos, sobre todo la pena capital y el envío a las colonias.

Hoy, aquellos que están en el fondo de la sociedad no se comportan mejor que sus ancestros, pero el Estado de Bienestar los ha liberado del hambre y de las necesidades reales.

Cuando los estudios sociales hablan de "privación" y "pobreza", esto es completamente relativo. Mientras tanto, las sanciones por el mal comportamiento han casi desaparecido.

Cuando el secretario de Trabajo y Pensiones Iain Duncan Smith le pidió hace poco a los empleadores que contrataran más trabajadores británicos y menos inmigrantes, su pedido fue recibido con carcajadas.

Toda empresa en el país sabe que un europeo oriental, por ejemplo, primero se molestará en concurrir; segundo, trabajará más duro; y tercero, tendrá mejor educación que su contraparte británica. ¿A quién culpamos por este estado de cosas?

Ken Livingstone, despreciable como siempre, declaró que los disturbios fueron resultado de los recortes de gastos del Gobierno. Esto recuerda los dichos del entonces líder del Concejo de Lambeth, "Ted el Rojo" Knight, quien dijo luego de los disturbios de Brixton en 1981 que la policía en su barrio "equivalía a un ejército de ocupación".

Pero no va a servir de nada afirmar que el comportamiento de los revoltosos refleja circunstancias de privación o persecución policial.

Es cierto que pocos tienen trabajos, aprenden algo útil en la escuela, viven en hogares decentes, comen a horas regulares o sienten lealtad a algo que esté más allá de su pandilla local.

Esto no es, empero, porque sean víctimas del maltrato o la negligencia.

Es porque es fantásticamente difícil ayudar a esas personas, jóvenes o viejas, sin imponerles un grado de compulsión que la sociedad moderna halla inaceptable. Estos chicos son lo que son porque nadie los hace ser algo distinto o mejor.

Un factor clave en la delincuencia es la falta de sanciones efectivas que la disuadan. Desde una edad temprana, los niños silvestres descubren que pueden matonear a sus compañeros en la escuela, insultar a la gente en las calles, orinar afuera de los pubs, tirar basura por las ventanillas de los autos, poner las radios de los autos a volúmenes ensordecedores, y, de hecho, cometer ataques casuales con sólo una insignificante perspectiva de recibir un reproche, ni hablar de retribución.

John Stuart Mill escribió en 1859 en su gran ensayo "Sobre la Libertad": "La libertad del individuo debe ser por tanto limitada; no debe convertirse en una molestia para las demás personas."

Sin embargo todos los días en todas partes del país, este principio vital de las sociedades civilizadas es roto con impunidad.

Cualquiera que reproche a un niño, ni hablar de a un adulto, por tirar basura, hacer alboroto, cometer vandalismo o manejar sin consideración recibirá a cambio un torrente de obscenidades, cuando no violencia.

¿Entonces quién tienen la culpa? La destrucción de las familias, la promoción perniciosa de la maternidad soltera como un estado deseable, la decadencia de la vida familiar a tal punto que incluso las comidas compartidas son una rareza, han todas contribuido de manera importante a la condición de la clase marginal joven.

La industria de la ingeniería social se une para afirmar que el patrón convencional de la vida familiar ya no es válido.

¿Y qué hay de las escuelas? No creo que se las pueda culpar por la creación de una cultura grotescamente autoindulgente e incapaz de juzgar.

Esto ha sido en última instancia sancionado por el Parlamento, que se niega a aceptar, por ejemplo, que los niños tienen más posibilidades de prosperar con dos padres en vez de uno solo, y que la cultura de la dependencia es una tragedia para aquellos que reciben algo por nada.

La Justicia se vuelve cómplice de los servicios sociales y de abogados infinitamente ingeniosos para afianzar los derechos del criminal y del agresor por sobre los de los ciudadanos que respetan las leyes, especialmente si un joven delincuente está involucrado.

La policía, en años recientes, ha desarrollado una reputación de ignorar el gamberrismo y el matonismo, e incluso de ponerse de parte de los gamberros contra los que protestan.

"El problema", dijo Bill Pitt, el antiguo jefe de la Unidad de Estrategia para Molestias de Manchester, "es que la ley parece estar ahí para proteger los derechos del perpetrador, y no asiste a la víctima".

La Policía arresta regularmente a propietarios de viviendas que se considera que han tomado acciones "desproporcionadas" para protegerse a sí mismos y a sus propiedades de ladrones e intrusos. Se difunde el mensaje de que los criminales tienen poco que temer de "los federales".

Los datos publicados a comienzo de este mes muestran que una mayoría de los delitos "menores" (que incluyen el robo a viviendas y el robo de automóviles, y que causan perturbaciones serias a sus víctimas) nunca son investigados, porque las fuerzas piensan que es demasiado improbable que atrapen a los perpetradores.

¿Cómo inculcar valores en un niño cuyo único modelo a seguir es el futbolista Wayne Rooney, un hombre desprovisto de las más magras gracias humanas?

¿Cómo persuadir a los niños a dejar las malas palabras cuando es casi lo único que escuchan de boca de las estrellas en la BBC?

Un maestro, Francis Gilbert, escribió hace cinco años en su libro "Nación de Gamberros": "El público siente que ya no tiene el derecho de interferir".

Hablando acerca de las dificultades para imponer sanciones por mal comportamiento o vagancia en la escuela, describió el caso de una alumna a la que retó por no cumplir a tiempo con ninguna de sus tareas.

La madre de la joven, una trabajadora social, lo llamó y le dijo: "Amenazar con echar a mi hija de los cursos para los exámenes de nivel A porque no hizo algo de trabajo se acerca al abuso psicológico, y hay legislación que previene esa clase de amenazas".

"Creo que usted está tratando de lesionar el bienestar mental de mi hija, y podría tomar acciones... si no se anda con cuidado".

Esa historia tiene horrendos visos de verdad. Refleja una sociedad en la que los maestros han sido privados de su derecho tradicional a arbitrar en el comportamiento de los alumnos. Desprovistos de poder, a la mayoría le cuesta mucho mantener el respeto, ni hablar del control.

Nunca disfruté la escuela, pero, como muchos chicos hasta tiempos bastante recientes, hacía la tarea porque sabía que se me castigaría si no lo hacía. Nunca se les hubiera ocurrido a mis padres no hacer valer la autoridad de mis maestros. Esto podría haber sido injusto para algunos alumnos, pero era la forma en la que funcionaron durante siglos las escuelas, hasta la llegada de los demenciales "derechos de los alumnos".

Hace poco recibí una carta de una maestra que trabajaba en una unidad de referencia estudiantil en un condado, en la que describe espantosas dificultades a la hora de imponer disciplina. Su única arma, contaba, era el derecho a marcar una cruz disciplinaria junto al nombre de un alumno por mal comportamiento.

Después de pedirle repetidamente y en vano a un alumno de 15 años que dejara de usar lenguaje obsceno, ella dijo: "Fred, si vuelves a usar ese lenguaje, te marcaré una cruz".

Él respondió: "¡Márcame una puta cruz entonces!" Eventualmente, ella dijo: "Fred, tienes tres cruces ahora. Debes perderte tu próximo recreo".

Él respondió: "¡No me voy a perder mi recreo, me voy a fumar un puto cigarrillo!" Cuando ella acudió a su administrador, él dijo: "Bueno, el chico está pasando por mucho en su casa ahora. No seas tan dura con él".

Ésta es una historia que se repite día a día en escuelas de todo el país.

Hace un siglo, ningún niño se hubiera atrevido a usar lenguaje obsceno en clase. Hoy, algunos casi no usan otra cosa. Simboliza su desprecio por los modales y la decencia, y suele ser un anticipo de la delincuencia.

Si un niño carece del suficiente respeto como para dirigirse a figuras de autoridad de manera cortés, y no recibe castigos cuando no lo hace, entonces las otras formas de abuso (de la propiedad y de la persona) vienen naturalmente.

Así que ahí lo tenemos: una enorme, amoral y brutalizada subcultura de jóvenes británicos que carecen de educación porque no tienen voluntad de aprender, y de habilidades que podrían hacerlos empleables. Son demasiado vagos como para aceptar trabajos de mozos o de empleados domésticos, que es por lo cual casi todos esos trabajos están ocupados por inmigrantes.

No tienen códigos de valores que los disuadan de comportarse antisocialmente o, de hecho, criminalmente, y tienen pocas posibilidades de ser castigados si lo hacen.

No tienen sentido de responsabilidad hacia ellos mismos, mucho menos hacia los demás, y no esperan ningún futuro que vaya más allá de la siguiente comida, encuentro sexual o partido de fútbol por TV.

Son un peso muerto absoluto en la sociedad, porque no contribuyen en nada a la vez que le costan miles de millones al contribuyente. La opinión progresista sostiene que son víctimas, porque la sociedad ha fracasado en otorgarles oportunidades para desarrollar su potencial.

La mayoría de nosotros diríamos que esto es un sinsentido. En realidad, son víctimas de un ethos social pervertido que eleva la libertad personal al grado de un absoluto, y que le niega a la clase marginal la disciplina, el amor duro, que es lo único que le permitiría a algunos de sus miembros escapar del pantano de dependencia en el que viven.

Sólo la educación, junto con políticos, jueces, policías y maestros que tengan el coraje de forzar a los humanos silvestres a obedecer las reglas que el resto de nosotros ha aceptado durante todas nuestras vidas, puede darnos un camino hacia adelante y una salida para esas personas.

Son productos de una cultura que les da tanto incondicionalmente que los deja aprendiendo cómo convertirse en seres humanos. Mis perros se comportan mejor y participan de un código de valores más alto que los alborotadores de Tottenham, Hackney, Clapham y Birmingham.

A menos que o hasta que aquellos que conducen a Gran Bretaña introduzcan incentivos para la decencia e impongan penas por la bestialidad que hoy brillan por su ausencia, nunca habrá una escasez de jóvenes alborotadores y saqueadores como los de las últimas cuatro noches, para quienes sus monstruosos excesos fueron "un gran incendio, hombre".

Hasta la próxima.
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