sábado, 29 de mayo de 2010

Reflexiones bicentenarias sin mucha conexión, coherencia o lógica entre sus distintas partes

En el debate sobre si estábamos mejor en 1910 o ahora en 2010 que hizo la revista Noticias, uno de los consultados era Felipe Pigna. Aparentemente, para el señor Pigna, elogiar el Centenario significa "una cosa horrenda" porque la gente de 1910 no tenía sindicatos y no había una ley Sáenz Peña, por la ley de Residencia y andásaber qué otra cosa.

Pero hay más: para el señor Pigna, elogiar al Centenario "dice mucho sobre la clase de personas que hacen el elogio", apelando a la vieja y clásica táctica progre de agarrar algo, descontextualizarlo, generalizarlo y emitir condena. Espero ansioso su vuelta lógica para sostener que José Figueroa Alcorta era simpatizante de Videla.

Entonces, si demostrar simpatías por un hecho histórico es revelar la naturaleza de la persona, ¿cómo tengo que interpretar que Pigna se babee por el "Plan de Operaciones" de Mariano Moreno, que en sus páginas no se priva de recomendar fusilamientos, juicios sumarios en donde se sentencie a morir "a la menor semiprueba de hechos, palabras, etc., contra la causa", entre otras linduras que aparentemente no le perturban su almita sensible?

Pienso unos cuántos epítetos que podrían servir como respuesta, y todos ellos parten de la base de hacer referencia a su señora madre.

* * *

Escucho que en Nicaragua, que parece estar atravesando por una crisis política, al presidente Daniel Ortega se le ocurrió la genial idea de proponer la disolución del Congreso Nacional y pasar a gobernar a través de un Consejo de Estado.

No sé qué irá a pasar en Nicaragua, pero si Ortega llegara a cerrar el Legislativo, espero una rápida, formidable y contundente condena por parte de esa titánica paladina de la democracia que es Nuestra Presidenta.

* * *

Quedan todavía 16 meses para las elecciones presidenciales. Tiempo suficiente para que desde la oposición pongan las cosas en orden y empiecen a pensar para qué quieren llegar al Gobierno.

El riesgo que corren estos muchachos de la oposición, que como en una mala película de zombies dieron por muerto al kirchnerismo sólo para descubrirse empomados por el cadáver reanimado del Néstor, es que en octubre de 2011 la gente prefiera votar al tirano desquiciado que sabe para qué quiere el gobierno, antes de elegir a los no tan desquiciados y no tan tiránicos que no tienen idea de lo que quieren hacer.

* * *

Así me siento cuando la escucho hablar a Cristina.

No sé si compartirán.

* * *

Los seis millones que dicen que fueron al Paseo del Bicentenario no votarán todos por Néstor. Tampoco votarán todos por la oposición. Lo más probable que pase es que estén todos hasta las pelotas de esta manga de mediocres y cretinos de todos los colores que pasan por ser nuestra "clase dirigente". Y lo bien que hacen.

* * *

No me sentí parte de los festejos del Bicentenario. ¿Para qué habría de sentirme parte? Si es obvio que a la Argentina la levantaron los caudillos, los progresistas, los peronistas, los guerrilleros y las Madres y las Abuelas. El resto de nosotros sólo jodemos, conspiramos y cagamos las cosas por nuestra mera existencia.

¿Qué tiene que hacer un católico liberal en este país, excepto pagar impuestos, pedir perdón por su existencia y ver cómo en nuestra fiesta nacional, en la que supuestamente tendríamos que sentirnos todos parte de una misma nación, se consienten "obras de arte" que yuxtaponen a la Iglesia Católica con la Junta Militar y con Adolf Hitler?

* * *

Ya sé que no hubo mucha coherencia en el post de esta semana. Ninguno de estos temas, pienso yo, daba para un post entero. En esta circunstancia era mejor apelar al popurrí.

Hasta la próxima.

sábado, 22 de mayo de 2010

Doscientos años

En unos días más estaremos llegando al bendito Bicentenario de la Revolución de Mayo.

No es poca cosa. Que este país haya podido llegar a doscientos años (o ciento noventa y cuatro, que no es menor mérito, si contamos a partir de 1816) después de una historia como la nuestra, es algo que en el fondo inspira algo de esperanza en la capacidad de supervivencia y adaptación del ser humano.

Es momento de sentarse un minuto, mirar a nuestro alrededor y hacia el pasado, y hacer un balance duro pero necesario de estos doscientos años.

En principio, creo que tenemos que reconocer que, como nación, hasta ahora la Argentina ha sido un fracaso. Vuelvo a repetir acá una definición de Ortega y Gasset que cité antes y que me parece que tiene que estar en la base de cualquier análisis sobre la realidad argentina: una nación es un proyecto sugestivo de vida en común.

Un país no puede ser solamente un territorio con bandera, himno nacional, Estado y, en especial en el caso argentino, una selección de fútbol. Tiene que haber algo más que una a los habitantes de un país, un propósito, una concepción de la vida y de la forma de vivir en sociedad que dichos habitantes compartan no por la fuerza, sino por el convencimiento y la experiencia de saber que esa es la forma en la que quieren vivir y en la que mejor se sienten.

A un país se lo ama, se lo defiende, se lo quiere, no porque gane el Mundial o porque tenga la avenida más larga del mundo. Se lo ama porque se siente que en ese país puede hacer la mejor vida posible.

¿Cuál es ese proyecto de vida en común que ofrece la Argentina? ¿Lo tiene? ¿Alguna vez tuvo uno?

Alguna vez lo tuvo.

Hace casi cien años, faltan sólo un par de días, la Argentina celebró su Centenario y también el mejor momento de su más grandioso proyecto de nación. Se trataba de un proyecto ambicioso, que no se conformaba con lo que había y menos todavía lo elogiaba. Un proyecto de orden y progreso (no de progresismo) que en menos de medio siglo convirtió a un desierto pútrido y nefasto, la más inmunda, pobre y despreciable posesión del ex Imperio Español, en uno de los países más prósperos del mundo, cuya capital, originalmente una aldea de contrabandistas en el medio de la nada, se convertía en una de las ciudades más grandes e imponentes de la época.

¿Que era imperfecto? ¿Que había pobreza? ¿Que había corrupción? Absolutamente. Pero llevábamos medio siglo trabajando; el primer medio siglo de vida independiente no cuenta ya que nos pasamos esos cincuenta años dedicándonos al deporte favorito de los argentinos: degollarnos por idioteces sin sentido.

No era un país perfecto ni por asomo; faltaban muchas cosas por hacer. Faltaba desarrollar el país para que fuera algo más que un gran productor de alimentos. Faltaba desarrollar el interior, desconcentrar a Buenos Aires, faltaba limpiar el sistema político, faltaban muchas cosas que sólo el tiempo y la maduración de una sociedad podían conseguir.

Pero en vez de confiar en el tiempo, en la maduración y en el sentido común, nos fuimos al carajo de la mano de muchos. De la mano de los mesiánicos que creían que haber sido votados era suficiente para hacer lo que se les diera la gana. De los mesiánicos, de uniforme o de civil, que se tragaron lo de ser "la reserva moral" de la Argentina. De los enloquecidos que soñaban con revoluciones delirantes de todo tipo y pelaje. De los vivos que aprovecharon todo para sí, y de los giles que acompañaron porque pensaron que iban a vivir de arriba. De los envidiosos y envenenados que codiciaban lo que no era suyo, y de los vagos que no querían esforzarse para lograr nada. De los que no hicimos nada.

Y así llegamos a donde estamos hoy. ¿Qué proyecto sugestivo de vida en común encarna la Argentina, que no sea la ilusión de un nivel de vida escandinavo con productividad subsahariana, de vivir de las rentas del trabajo de otros, de recibir todo de arriba porque "donde hay una necesidad hay un derecho", de finalmente acabar con todos los que no piensan como uno?

Casi podría decirse, a doscientos años de ese 25 de mayo, que la Argentina sólo se mantiene unida detrás de su selección de fútbol. Basta ver los vergonzosos comportamientos de nuestra dirigencia para comprobar que ni siquiera una fecha como esta puede hacer que dejemos atrás las chicanas pedorras y las avivadas de siempre.

Al Centenario llegamos como uno de los países más ricos del mundo; el Bicentenario nos encuentra chapoteando en la mugre, la miseria y la mediocridad de nuestro fracaso histórico como nación y como sociedad, fracaso que abrazamos como si realmente fuera algo digno en lugar de algo a lo que hay que escaparle como sea.

Es un Bicentenario triste el que tenemos, más cuando en los edificios y en las grandes obras de todo el país podemos apreciar el legado de aquel Centenario glorioso que celebrara un país que tanto prometía y que tanto decepcionó.

Hay, en el fondo, algo de esperanza, aunque más no sea en la capacidad de supervivencia y de adaptación que tenemos los argentinos. Sobrevivimos doscientos años a pesar de nosotros mismos; insisto, eso no es algo que se pueda despreciar tan fácilmente.

El mismo Centenario, ese que ahora nos quieren pintar como un momento triste "bajo estado de sitio" para que no lo comparemos con lo triste y mediocre de este Bicentenario, es prueba de algo más: de que como sociedad fuimos capaces alguna vez de levantar una nación rica, orgullosa y esperanzada a partir de un desierto atrasado e inhóspito.

Pudimos construir ese país, que prometía tanto y que aún en sus grandes faltas mantenía la esperanza de superarlas. Nada, excepto nosotros mismos, nos impide trabajar para que volvamos a ser un país así. Quizás no lo veamos nosotros, o incluso nuestros hijos; pero sí podemos esforzarnos para que llegado el 2110, le toque a los blogueros del Tricentenario volver la mirada a este triste 2010 y enorgullecerse ellos del país que tienen en comparación con el que vivimos nosotros. Y quizás, incluso, enorgullecerse de nosotros por haber empezado el camino de la superación.

Es algo por lo que vale la pena pensar, aunque más no sea para no caer en la desesperanza.

Por lo menos, podemos hacer lo que esté en nuestras manos para que en 2016 el verdadero Bicentenario, el de la Independencia Nacional, encuentre un país más tranquilo, más seguro y que no duela tanto como el nuestro.

Por mi parte, quiero mantener esa esperanza.

No hay mucho que festejar, excepto los 200 años del comienzo de todo. Lo que nos duele de este país, está en nuestras manos para resolverlo, de la manera que esté a nuestro alcance. Y aunque la Argentina duela como sólo ella sabe hacer doler, mueva a sufrir e irrite por momentos, sigue siendo nuestro país, al que nosotros tenemos que darle eso que le falta.

Y esa es razón suficiente para celebrar a la Argentina, aunque nos duela como nos duele por lo que la queremos.

Felices doscientos, Argentina. ¡Viva la Patria!


sábado, 15 de mayo de 2010

Tres ideas bien Nac&Pop

El otro día, mientras viajaba en el tren de vuelta a casa, noté la publicación que leía una mujer y al ver que había una foto bien grande de la horrenda jeta de Eduardo Luis Duhalde (por si hace falta aclarar, hablo del montonero, no del cabezón)... pero eso fue sólo el comienzo. Después vi que los titulares de las notas hablaban sobre "los cronistas de la dictadura", "Joe, el mártir de la Escuela de Chicago" y otras linduras por el estilo.

Al ver en la esquina superior el nombre de la publicación, descubro que se llama Lesa Humanidad. Qué lo parió, cuando uno piensa que no pueden darle otra vuelta a la cuestión de los '70, ya sacan una especie de diario sobre el tema.

Digo yo, ¿a los zurdos y los progres no les alcanza la Playboy para excitarse?

Pero como soy un buen tipo, les propongo ahora el siguiente paso, que me deberán reconocer que es una gran idea para mecharlo con la deformación infantil.

Propongo que se publique el "Álbum de Figuritas del Proceso".

En sus páginas podríamos tener, como en los que sacan para cada Mundial, a los represores y a los jóvenes idealistas organizados por equipo, algo como "Junta Militar", "Escuela de Mecánica", "El Olimpo", "Batallón 601", "Monopolio Clarín" para los malos y "Montoneros", "ERP", "FAR" y "Madres de Plaza de Mayo" para los buenos. Y así sucesivamente.

Y podríamos distribuirlos por las escuelas, gratis claro está, y financiado con fondos del Estado. Total, si ya vamos a pagar este diario Tiempo Argentino que la va a tener a Florencia Peña como columnista...

Sólo imagínense a las blancas palomitas de la niñez Nac&Pop en los recreos de su dulce educación, intercambiando figuritas en ese admirable libre mercado que solíamos montar.:

- ¿Tigre Acosta?

- ¡Late!

- ¿Brigadier Graffigna?

- ¡Nola!

- Te la cambio por la de Norma Arrostito.

- ¡Dale! Tengo también la de Alfredo Astiz, por si la buscabas...

- ¡Uy, la difícil! ¿Cuál querés de las otras?

- Vi que tenías la de Vaca Narvaja por ahí...

Ah... la niñez...

Pero no me quería detener solamente en esto. Para que mis amigos Nac&Pop puedan entretenerse, les propongo aquí de yapa otras dos grandes ideas que pueden aplicar en el combate contra las odiadas reformas neoliberalprocesistas de la década de 197090.

1) Volver a las viejas patentes de auto de antes del '96. ¿Por qué tenemos que seguir con este modelo alfanumérico de clara inclinación anglosajona e imperialista? Volvamos al viejo, noble y bien argentino esquema de chapas negras con caracteres blancos, esas queridas patentes de impronta federal que nos permitían gritarle "¡Correntino de mierda!" al auto con chapa "W" que nos cerraba en la ruta, por ejemplo. Estoy seguro de que Planificación Federal puede ocuparse del tema, con una buena adjudicación directa de unos, digamos, 2500 pesos por cada chapa patente, a la que le pueden agregar un holograma de Hebe de Bonafini como medida de seguridad.

2) Revertir las modificaciones en la numeración telefónica. Esta idea menemista de meter un número adicional, empezando por el "4" y siguiendo hacia adelante, en los números de teléfono introduce el componente elitista para aquellos que tuvieron teléfonos mucho antes y que ostentan el "4" y aquellos snobs que consiguen líneas nuevas que empiezan con un "6". Volvamos hacia atrás en pos del igualitarismo telefónico, carajo. ¿Para cuándo la columna de Jorge Giles en El Argentino denunciando esta oligárquica realidad telefónica?

Si quieren, muchachos, puedo cranear otras ideas. Todo lo que pido es un puestito en algún ministerio.

Hasta la próxima.

sábado, 8 de mayo de 2010

Pesimismo

"El hombre es lo que es: un animal salvaje con voluntad de sobrevivir y (hasta ahora) con la capacidad necesaria para enfrentarse a cualquier competencia. A menos que uno lo acepte así, todo lo que se diga sobre la moral social, la guerra, la política - lo que sea - es pura tontería. La moral correcta surge de saber lo que el hombre es, y no lo que a esas viejas solteronas, a esos hombres de buenas intenciones y deseosos de obrar bien, les gustaría que fuera."

Starship Troopers, de Robert A. Heinlein

Hay comportamientos, ideologías, posturas frente al hombre y a la vida que sólo se entienden si vemos a sus promotores como portadores de un utopismo a prueba de balas. Desde creer que una persona carece de intereses propios por el simple hecho de ser funcionario público (como me lo dijo en la cara un conocido progre cuando se lo planteé como objeción al estatismo) hasta pensar que las armas son el único obstáculo para la paz mundial. Desde creer que para que no haya más terrorismo hay que sentarse a dialogar con los terroristas hasta intentar acabar con el crimen y la inseguridad haciendo que la policía sea buenita, desarmada y conciliadora.

Esas ideas, y otras similares en su óptica y en su total falta de sentido, siempre van a estar rondando en una sociedad. Y es comprensible que así sea, porque es lindo creer en eso. Es más agradable y reconfortante que la alternativa. Y por eso estas ideas, este utopismo, siempre va a tener mejor prensa y apologistas más vocales que aquellos que insistimos en el escepticismo, en la desconfianza y en la prevención.

Y lo peor que se puede hacer es sancionar leyes y gobernar una sociedad basándose en el utopismo. Cualquier ley estatizante se basa en la idea de que el Estado, que es una organización tan humana y falible como una empresa, es por naturaleza más bondadoso y moral que una corporación. Todos los tratados de desarme y propuestas del pacifismo surgen de la creencia de que el ser humano es naturalmente bueno y que las armas lo hacen violento, en una lógica similar a pensar que el frío es consecuencia de la existencia de los sweaters.

Y así podemos seguir y seguir, pero los resultados son los mismos: todos estos experimentos, todas estas ideas, todos estos esfuerzos de lograr la utopía chocan contra la naturaleza humana. Ahí viene el llanto y el rechinar de dientes, las tragedias y los desastres, la repartida de culpas y la búsqueda de culpables, y la infaltable defensa de la idea original basándose en sus intenciones en vez de sus resultados. Porque si falla, nunca puede ser debido a que la idea era mala. Siempre fue porque alguien no la supo aplicar o no la quiso poner en práctica porque es "malo".

El utopismo fracasa porque ignora lo que el ser humano es en realidad. Así de simple.

El ser humano es agresivo. El ser humano es violento. El ser humano es codicioso. El ser humano tiende naturalmente a perseguir su propio interés. El ser humano busca siempre su ventaja. El ser humano no es racional. El ser humano no nace responsable, sino que se le debe inculcar. El ser humano quiere ganar como sea. Siempre.

Toda virtud, sea el altruismo, la solidaridad, el desapego, la honestidad, es valiosa por lo rara que es entre las personas, no por lo común que pueda ser. Ninguna ley o conjunto de buenas intenciones va a poder cambiar esto.

Dictar leyes o redactar normas sin otra precaución contra su posible violación excepto presuponer que por lo buena que es la gente no se las va a violar es una idiotez mayúscula. Darle poder a una persona y no prevenirse contra el abuso de ese poder es suicida. La confianza se gana, no se regala; se le da en cuentagotas al que demuestra merecerla, no se la presupone basándose en lo que el otro dice.

La ley, la política, la economía y la moral no deben partir de lo que el hombre debe ser como si ya lo fuera, sino asumir lo que el ser humano es, y desde allí encauzar y limitar su comportamiento para que no caiga en excesos que sean destructivos para sí mismo y para la sociedad en general.

Cada vez que alguien intentó desmentir las expresiones "hijos del rigor" y "hecha la ley, hecha la trampa", los resultados fueron siempre los mismos: un fracaso rotundo.

¿Que si es un punto de vista oscuro y triste? Claro que sí. Desafortunadamente, no veo que las alternativas sean factibles. Soy un pesimista; ni la historia ni la política ni el comportamiento diario de la gente me dan razones para no serlo. Por eso pienso lo que pienso.

Hasta la próxima.

sábado, 1 de mayo de 2010

Pensando en el Tricentenario

Ahora que estamos en pleno frenesí del Bicentenario, que de tan prostituído por los Kirchner nos debería llevar a no celebrar más el 25 de mayo, creo oportuno presentar ante ustedes un proyecto con miras al Tricentenario de la Independencia Nacional. ¿Qué más planeamiento de largo plazo quieren que pensar en el país del 9 de julio de 2116?

Parte de esta base: como nación, como "proyecto sugestivo de vida en común" según Ortega y Gasset, la Argentina es un fracaso épico. Es un territorio con bandera, himno nacional y selección de fútbol, habitado por delincuentes, vagos, corruptos, aprovechadores y estafadores que viven de los giles que todavía trabajan y se esfuerzan sin descubrir las "delicias" de currar del Estado. Admitamos además que para un argentino no hay nada peor que otro argentino.

Lo que propongo es sencillo en principio: cuando llegue el 2016, dividamos la República Argentina en seis o siete Estados formados por las provincias y la ciudad de Buenos Aires convertida en una Singapur sudamericana, deroguemos la Constitución y reemplacémosla por una Carta de Derechos y un Tratado de Confederación, y establezcamos un plazo de cien años, a finalizar el 9 de julio de 2116 con la reconstitución de la República Argentina.

Cada uno de esos Estados y la Ciudad de Buenos Aires serán completamente autónomos y libres sobre sus asuntos internos, y sólo delegarán en la Confederación el poder necesario y suficiente para que ésta funcione como una unión aduanera, una organización de integración y cooperación y una alianza militar con fuerzas armadas propias. Y nada más.

Todo lo demás, desde la seguridad interna, la educación, la autoridad fiscal, la legislación laboral y el poder de acuñar moneda, quedarán bajo la exclusiva potestad de los Estados integrantes de la Confederación. No habrá más distribución de fondos que la que surja de las rentas aduaneras, y si habrá coparticipación, será de los Estados miembros hacia la Confederación para solventar exclusivamente los gastos militares y funcionales de la misma.

Cada 25 años (2041, 2066, 2091 y finalmente 2116), se deberán celebrar conferencias destinadas a transferir gradualmente poderes al nivel confederal de gobierno mediante enmiendas al Tratado de Confederación, pero a las que sólo podrán acceder los Estados que cumplan con metas preestablecidas de crecimiento del PBI, desarrollo de infraestructura, responsabilidad fiscal y estabilidad monetaria. Los que no cumplan, seguirán sujetos a las reglas anteriores.

Finalmente, después de cien años en los que se habrá pasado de una unión aduanera con armas a un mercado común con cada vez más responsabilidades y luego a una organización al estilo de la Unión Europea (aunque esperemos que menos laberíntica), sería de esperar que el Tricentenario de la Independencia sea la oportunidad en que los Estados que alguna vez formaron la primera República Argentina, templados y fogueados después de un siglo de manejar sus propios asuntos sin chupar dinero y recursos de un Estado federal por el hecho de que éste no existió, estén en condiciones de acordar una nueva Constitución y el surgimiento de una segunda República Argentina, más responsable, más autónoma y menos degenerada.

Soñar no cuesta nada, che. Después que no digan que nadie piensa en el largo plazo en este país.

Hasta la próxima.
Más recientes›  ‹Antiguas