Los bueyes con los que aramos
La verdad que es muy triste ver cómo a la Argentina se la están comiendo las garrapatas.
De más está enumerar todas las barbaridades que hemos estado viendo últimamente, y de poco sirve porque en estos días estamos en un verdadera curva asintótica de barbaridades, con una barbaridad nueva todos los días que hace que la curva suba hacia el infinito, impulsada por la corrupción de una manga de depravados que no tiene freno alguno para sus desquicios. Robar por cadena nacional una empresa para ponerla en manos de un pendeviejo trotskofrénico que insiste en vestirse como un salamín que va a la matiné del boliche cuando tiene 41 años de edad, y castrar una causa judicial contra el vicepresidente corrupto de un gobierno de corruptos es nomás la frutilla del postre de estiércol del kakismo.
En este clima de malaria en perpetuo agravamiento, la sociedad argentina anda por la vida anestesiada, y por más que muchos que están del lado anti-K no tengan otra reacción inicial que no pase por maldecir al "54 por ciento" por su servilismo e inconsciencia a la hora de votar y también al 46 por ciento restante por su indolencia presente, no estaría de más tener en cuenta que muy difícilmente pueda sobrevivir la moral de una nación a las décadas de fracasos, colapsos, decepciones y "refundaciones" que ha vivido la Argentina.
Devasten a una sociedad cada diez años, quitándole todo lo que tiene y sumiéndola en el caos, dejándola en la miseria moral y material, cada uno a sabiendas de que el que está al lado es un potencial cagador, y no se sorprendan de que el primer instinto del ciudadano promedio sea correr detrás de cualquier promesa de salvación o gratificación inmediata, aunque ésta sea en la práctica una condena a largo plazo... más aún si esta promesa ofrece la oportunidad de cagar en represalia a los que hicieron el mal o a los que simplemente caen mal.
¿Cómo vamos a putearlos por ignorar el largo plazo si la experiencia ha hecho que el país no sea capaz de pensar más allá del próximo sueldo? Ha sido casi darwiniano el proceso de selección: en la Argentina, invertir a largo plazo o confiar en el otro ha sido siempre una catástrofe, así que es casi natural que los únicos que queden y prosperen sean los desconfiados y los vividores del día a día.
¿Cómo vamos a putearlos porque no les importe absolutamente nada si la experiencia pura y dura demuestra que a los que les importa algo sólo les espera un camino de decepción y desengaño, porque todo empeora indefectiblemente y ningún esfuerzo redunda en un cambio favorable?
Deberíamos tener eso más en mente si queremos algún día hacer que la Argentina deje de ser lo que viene siendo hasta ahora, porque limitarse a putearlos y a ir por la vida con pose de superado no nos ha hecho ningún favor. Para muchos, caer en la locura kirchneriana no ha sido un capricho gratuito sino lo que ellos sienten como una última oportunidad. Y no vamos a llegar a ningún lado insultando a aquellos que tenemos que convencer.
Mal que mal, tenemos que reconocer que "el otro lado" está haciendo un excelente laburo (para ellos, claro) de tomar a esos desesperados y darles aunque sea una falsa esperanza de que van a poder superar la locura cotidiana, de modo que cuando uno les plantea la necesidad de no perder la libertad, le respondan que prefieren vivir así antes que volver a "la libertad de morirse de hambre".
No se diga con esto que quiero exculpar a la sociedad argentina de su presente actual y de su futuro posible. Todo lo contrario. Sólo busco tratar de comprenderla mejor, porque no vamos a encontrar ninguna solución si no entendemos primero con qué bueyes aramos.
La expresión "bancarrota moral" es ideal para describir la condición actual de la argentinidad. No es la amoralidad de no distinguir entre el bien y el mal, sino una degradación tan grande de la moral que desemboca en la perversión de saber lo que está bien y lo que está mal... sin que eso importe un catzo a la hora de actuar.
Esa bancarrota moral nos llevó a donde estamos hoy y nos va a seguir empujando por la senda de la indolencia y la mediocridad. Y como no me canso de decirlo, está perfectamente bien porque es lo que merece la sociedad argentina. ¿Cuándo va a merecer otra cosa? Cuando esté dispuesta a luchar por ella en lugar de creer que "es su derecho" y que si no lo tiene, es porque "se lo robaron".
De más está enumerar todas las barbaridades que hemos estado viendo últimamente, y de poco sirve porque en estos días estamos en un verdadera curva asintótica de barbaridades, con una barbaridad nueva todos los días que hace que la curva suba hacia el infinito, impulsada por la corrupción de una manga de depravados que no tiene freno alguno para sus desquicios. Robar por cadena nacional una empresa para ponerla en manos de un pendeviejo trotskofrénico que insiste en vestirse como un salamín que va a la matiné del boliche cuando tiene 41 años de edad, y castrar una causa judicial contra el vicepresidente corrupto de un gobierno de corruptos es nomás la frutilla del postre de estiércol del kakismo.
En este clima de malaria en perpetuo agravamiento, la sociedad argentina anda por la vida anestesiada, y por más que muchos que están del lado anti-K no tengan otra reacción inicial que no pase por maldecir al "54 por ciento" por su servilismo e inconsciencia a la hora de votar y también al 46 por ciento restante por su indolencia presente, no estaría de más tener en cuenta que muy difícilmente pueda sobrevivir la moral de una nación a las décadas de fracasos, colapsos, decepciones y "refundaciones" que ha vivido la Argentina.
Devasten a una sociedad cada diez años, quitándole todo lo que tiene y sumiéndola en el caos, dejándola en la miseria moral y material, cada uno a sabiendas de que el que está al lado es un potencial cagador, y no se sorprendan de que el primer instinto del ciudadano promedio sea correr detrás de cualquier promesa de salvación o gratificación inmediata, aunque ésta sea en la práctica una condena a largo plazo... más aún si esta promesa ofrece la oportunidad de cagar en represalia a los que hicieron el mal o a los que simplemente caen mal.
¿Cómo vamos a putearlos por ignorar el largo plazo si la experiencia ha hecho que el país no sea capaz de pensar más allá del próximo sueldo? Ha sido casi darwiniano el proceso de selección: en la Argentina, invertir a largo plazo o confiar en el otro ha sido siempre una catástrofe, así que es casi natural que los únicos que queden y prosperen sean los desconfiados y los vividores del día a día.
¿Cómo vamos a putearlos porque no les importe absolutamente nada si la experiencia pura y dura demuestra que a los que les importa algo sólo les espera un camino de decepción y desengaño, porque todo empeora indefectiblemente y ningún esfuerzo redunda en un cambio favorable?
Deberíamos tener eso más en mente si queremos algún día hacer que la Argentina deje de ser lo que viene siendo hasta ahora, porque limitarse a putearlos y a ir por la vida con pose de superado no nos ha hecho ningún favor. Para muchos, caer en la locura kirchneriana no ha sido un capricho gratuito sino lo que ellos sienten como una última oportunidad. Y no vamos a llegar a ningún lado insultando a aquellos que tenemos que convencer.
Mal que mal, tenemos que reconocer que "el otro lado" está haciendo un excelente laburo (para ellos, claro) de tomar a esos desesperados y darles aunque sea una falsa esperanza de que van a poder superar la locura cotidiana, de modo que cuando uno les plantea la necesidad de no perder la libertad, le respondan que prefieren vivir así antes que volver a "la libertad de morirse de hambre".
No se diga con esto que quiero exculpar a la sociedad argentina de su presente actual y de su futuro posible. Todo lo contrario. Sólo busco tratar de comprenderla mejor, porque no vamos a encontrar ninguna solución si no entendemos primero con qué bueyes aramos.
La expresión "bancarrota moral" es ideal para describir la condición actual de la argentinidad. No es la amoralidad de no distinguir entre el bien y el mal, sino una degradación tan grande de la moral que desemboca en la perversión de saber lo que está bien y lo que está mal... sin que eso importe un catzo a la hora de actuar.
Esa bancarrota moral nos llevó a donde estamos hoy y nos va a seguir empujando por la senda de la indolencia y la mediocridad. Y como no me canso de decirlo, está perfectamente bien porque es lo que merece la sociedad argentina. ¿Cuándo va a merecer otra cosa? Cuando esté dispuesta a luchar por ella en lugar de creer que "es su derecho" y que si no lo tiene, es porque "se lo robaron".
No tenemos kakismo porque en 2003 haya bajado de un plato volador un Bizco Malo acompañado por una Vaca Estúpida, así como no tuvimos al Proceso en 1976 porque la Junta se hubiera teletransportado desde el Enterprise. Los tuvimos porque la sociedad argentina demostró, con sus ideas y sus acciones, que se merecía eso.
Alemania necesitó de la locura del nacionalsocialismo, de la catástrofe de la Segunda Guerra Mundial y de cuarenta años de guerra fría para aprender de una vez por todas que el nacionalismo virulento, la locura racial y el colectivismo económico no servían para nada. ¿Quién es capaz de decir que nosotros no necesitamos de una catástrofe para dejar atrás la adolescencia peronista?