Se escucha todo el tiempo: "proyecto nacional y popular", "visión nacional y popular", "perspectiva nacional y popular", etcétera, etcétera. Son los nuevos adjetivos de moda en la dirigencia política argentina. Así, de pronto, nos encontramos que existe un proyecto, aparentemente maravilloso, que está totalmente consustanciado con las aspiraciones y características del Ser Nacional, y que representa la mejor y única posibilidad de alcanzar ese destino exitoso al cual estamos "condenados", en palabras del ex presidente Duhalde ("La Argentina es un país condenado al éxito").
Conviene dejar para otra oportunidad las primeras preguntas que pueden hacerse: ¿Dónde está el proyecto? ¿Cual es ese proyecto tan especial? Porque ese proyecto, si nos atenemos a las declaraciones del gobierno, parecería resumirse en recordar o recrear constantemente el pasado de la Argentina: desde los Montoneros hasta la Patria Contratista y "esa gloriosa CGT". De todas formas, esto es tema para otra oportunidad.
El tema que nos compete son las palabritas especiales del título. "Nacional y popular". Notarán que en este post voy a poner "nacional y popular" siempre entre comillas, como dudando de su significado. Y es porque creo que como objeto de análisis, no se puede correr el riesgo de que sea asumido de pronto como la verdad, al menos hasta que haya sido completamente tratado.
Ya desde el comienzo esas palabras marcan límites. Dentro de lo comprendido por ellas están la Nación y el Pueblo, y fuera de ellas está lo extranjero, lo antipopular, lo antinacional... de ahí hasta la Traición a la Patria hay un camino peligrosamente corto. El tema con "lo nacional y popular" es que existen sólo dos definiciones frente a ello: o estás dentro o estás afuera. Sin importar los ocasionales llamados al "pluralismo" y a la "concertación plural". El dinamismo de las visiones "nacionales y populares" es difícilmente contenible, y si se lo deja correr demasiado se puede llegar a un estado en el que la oposición al mismo pase a ser caratulada como disidencia.
Lo "nacional y popular" marca límites y define campos potencialmente irreconciliables. La república y la democracia se basan en aceptar la posibilidad de reconciliar los opuestos dentro de una comunidad, en hacer lo posible para que las visiones contrapuestas no se sientan enemigas mortales sino perspectivas dentro de una misma sociedad. La democracia, que se supone es nuestro sistema, se basa en el diálogo. ¿Qué persona "consustanciada con lo nacional y popular" discutiría algo con un opositor, por naturaleza antipopular y merecedor de la desconfianza?
Antes que nada, hay que marcar que existe la Nación, y existe lo nacional. La Nación es una comunidad de personas, que están y se sienten unidas por una historia y cultura común a ellas. Lo nacional es lo relativo a la nación. Así, sin muchas precisiones más. Es que cuando empezamos a "hacer más preciso" el concepto de Nación corremos el riesgo de dejar gente afuera.
El concepto de "Pueblo", es otra historia. Mientras el concepto de "Nación" refiere a una herencia histórica y cultural común que es patrimonio de todos los nacionales, el concepto de "Pueblo", por su vago significado y plasticidad ideológica, es susceptible de ser definido y redefinido de acuerdo a las circunstancias... y gustos de quienes se sienten "defensores de la causa popular" en un momento determinado. Para muestra basta decir que tanto Hitler y Mussolini como Lenin, Stalin, Mao y Castro justificaron sus obras en la defensa del Pueblo, remarcando que ese "pueblo" era tanto el
Volk hitleriano no como el proletariado soviético, conceptos contrapuestos si los hay. Rousseau le asignó una "voluntad general" que debía ser impuesto por encima de las voluntades individuales de los ciudadanos, transformándolo así en un cuerpo todopoderoso frente al cual el individuo sólo podía someterse. El concepto de "pueblo" es vago, excluyente, arbitrario y separador.
¿En qué se basa la izquierda circunstancial que gobierna la Argentina para apropiarse de los conceptos de Nación y Pueblo? ¿Quienes son ellos para definir y marcar a los buenos y a los traidores, separando al trigo de la cizaña? ¿Con qué criterios se señala como antinacionales a aquellos en desacuerdo con el Gobierno, tildándolos de defensores de intereses particulares, acusándolos de participar en gobiernos anteriores, y otros agravios lanzados por el coro de comparsas?
Pueden llamarlo visión ideológica si quieren, pero la Argentina tiene una triste historia con lo "nacional y popular", no siempre recordada. Fue en defensa de un proyecto "nacional y popular", en aquella época llamado "la Causa", que Hipólito Yrigoyen envenenó de nacimiento a la democracia argentina inaugurando las tristes tradiciones de la intervención sistemática de provincias ganadas por la oposición, el reemplazo de funcionarios sólo por cuestiones ideológicas, la politización de la administración pública y las Fuerzas Armadas.
Fue en defensa de un proyecto "nacional y popular" que Perón llamó a "dar leña" a la oposición, amenazó con el fardo de alambrar e impuso la espeluznante tasa de cambio de cinco opositores por cada peronista caído.
Fue en favor de una visión "nacional y popular" que los Montoneros, los del ERP y las otras bandas terroristas (perdón, "jóvenes idealistas") que asolaron a la Argentina en la década del 70 asesinaron a quienes consideraban traidores, contrarrevolucionarios o simplemente enemigos, sin importar su origen, trabajo o condición de vida.
Las políticas de Estado no son tan majestuosas o inspiradoras como lo es lo "nacional y popular", pero gozan de algo que no tiene lo "nacional y popular": gozan del consenso y la moderación, del acuerdo libremente alcanzado sobre el camino a seguir, sin recurrir a idealismos peligrosos.
Nuestra tradición con lo "nacional y popular" debería, por lo menos, hacer que tengamos extremo cuidado al jugar con estas distinciones.